En
un contexto de crisis, desafíos que bien valen una apuesta
arriesgada...
Un
nuevo reparto violento *
Por
Daniel Bensäid **
¿Qué
expresa la invasión por Norteamérica de Irak? Para no caer en un
determinismo reduccionista, no se debe olvidar el peso de los
acontecimientos en el encadenamiento de los hechos: Bush pudo perder
las elecciones que apenas ganó por una pequeña diferencia y
probablemente gracias al fraude; los atentados del 11 de septiembre
pudieron fracasar, etcétera. En síntesis, la historia no es un gran
complot con un todopoderoso titiritero manejando los hilos. Pero no es
tampoco un teatro de insensato ruido y furor. Existe una lógica de
los acontecimientos. Las sinrazones tienen sus razones. Desde ese
punto de vista, la guerra actual estaba doblemente anunciada. Desde
1989, una reorganización a gran escala del planeta está en el orden
del día. La ruptura del precario equilibrio de posguerra, posibilitó
un nuevo reparto de territorios, de riquezas, de zonas de influencia.
Desde el verano de 1990, los Estados Unidos comenzaron a redefinir los
medios y la misión de sus fuerzas militares.
Hay
en esto una dimensión geopolítica de la lógica de guerra,
relacionada (no mecánicamente) con el ahogo de la acumulación
capitalista a largo plazo. A pesar de los espejismos de la nueva
economía y de la recuperación de las tasas de ganancia gracias a las
derrotas infligidas en los años 1980-1990 por las contrarreformas
liberales, los aumentos de la productividad siguieron siendo modestas
y el crecimiento no alcanzó los ritmos previos a 1974-1975. El
problema no se reduce a los términos de la distribución entre
capital y trabajo. La apertura de una nueva fase de expansión
demandaría muchas otras condiciones políticas, institucionales,
monetarias: en síntesis, una modificación de las condiciones
generales de acumulación de capital.
En
este contexto de crisis prolongada, resulta secundario y especulativo
(aunque las consecuencias pueden ser reales: por ejemplo, la manera en
la que habría podido actuar una administración Gore en lugar de una
administración Bush tras el 11 de septiembre), razonar en términos
de "fuga hacia adelante" o de crisis de dirección
imperialista. La ruptura de la bipolaridad político militar EE.UU. /
U.R.S.S. liberó tendencias centrífugas (y arruinó elucubraciones teóricas
del tipo "ultraimperialismo", etcétera). Por otra parte,
las opciones perceptibles de la guerra en curso, sin minimizar las
incertidumbres desde el punto de vista de los dirigentes
norteamericanos, muestran que lo que está en juego bien vale una
apuesta arriesgada: el control de las riquezas y las rutas petrolíferas,
la redistribución de los mapas geopolíticos en Asia Central y en
Medio Oriente, la imposición de una economía de guerra prolongada,
la modificación de las relaciones entre la Unión Europea y Estados
Unidos, redefinición de las arquitecturas institucionales de la
mundialización (O.N.U., N.A.T.O., O.M.C., etcétera). En cuanto a la
crisis de la dirección imperialista, es una formulación demasiado
general y ambigua en la que caben muchos fenómenos distintos:
relaciones entre potencias imperialistas y crisis de hegemonía
mundial, o bien relaciones entre los intereses económicos del capital
y el estado de sus élites políticas, transformación de las
relaciones entre poder político y gobernabilidad empresaria en un
mundo cada vez más privatizado, etcétera.
Supremacía
militar y fragilidades estructurales
Hablar
de relaciones parasitarias es sin duda excesivo y probablemente
demasiado vago como para no inducir a error. Ya después de la primera
Guerra del Golfo, Alain Joxé, constatando que los Estados Unidos habían
logrado que la guerra fuese lucrativa (haciéndola financiar por sus
aliados) hablaba de "América mercenaria". Estamos de
acuerdo en subrayar el desfasaje entre la supremacía militar
norteamericana y sus fragilidades estructurales relativas
(endeudamiento, déficit comercial, déficit presupuestario), etcétera.
Pero esto no es más que otra razón para subrayar el carácter político
de la noción de imperialismo (generalmente reducida a una relación
económica), en la que se combinan la apropiación de plusvalía y la
monopolización de riquezas (energéticas, financieras, cognitivas,
etcétera), una hegemonía política (inscripta en mecanismos
institucionales), una supremacía militar (armamentos, bases,
alianzas).
¿Regreso
de los conflictos interimperialistas o fisuras de un nuevo tipo? Estos
conflictos habían sido amortiguados, postergados, hechos menos
visibles en nombre de una urgencia superior (la solidaridad
"occidental" contra el peligro rojo). Pero no habían
desaparecido. Los imperialismos de ayer asistieron a la modificación
de su jerarquía (a favor de la aplastante ventaja del liderazgo
americano), sin embargo las tensiones episódicas no se eliminaron.
Las dificultades económicas, la competencia creciente, la pérdida de
funcionalidad de la referencia "occidental", libera
tendencias centrífugas. Puede asistirse en los meses próximos a
tentativas proteccionistas, a rivalidades comerciales. Pero difícilmente
puede imaginarse, en cambio, que las rivalidades interimperialistas
puedan llegar a convertirse en conflictos abiertos y mucho menos
militares. Lo que no impide sin embargo que las potencias aliadas y
competidoras puedan enfrentarse, indirectamente, de manera oblicua, en
la periferia, ya sea por una nueva distribución del África o por
cuestiones como la reconstrucción de Irak. Difícil es especular
acerca de hasta dónde podrían ir estos conflictos.
Esto
depende sobre todo del grado de integración y concentración regional
del capital. ¿Existe un capital europeo en formación lo
suficientemente homogéneo como para desafiar al capital americano o,
por el contrario, la interpenetración de los capitales mundializados
es tal que se perfila "ultracapitalismo" con relación al
cual los imperialismos de ayer libran combates de retaguardia?
Confesemos que la mayoría de nosotros no vio en las primeras
posiciones iniciales de Chirac sobre la guerra más que una
gesticulación y muy pocos hubieran apostado a que recurriría al
veto.
Los
límites de las fracturas en el seno de los círculos dirigentes
Sin
exagerar sus alcances, la fisura de Francia y Alemania con los Estados
Unidos requiere una explicación. Pueden sugerirse una serie de
factores (los intereses de unos y otros en la región, el peso del
pacifismo alemán, la herencia gaullista, una opción política
multilateralista contra los peligros del unilateralismo). No existe
una explicación simple (y... unilateral o monocausal). En todo caso
el asunto merece reflexión (sin dejar de subrayar que no se trata de
una ruptura entre Europa y Estados Unidos, sino sólo de algunos países
europeos). Uno de los puntos a tratar es en particular la relación
Europa – América. No hay dudas que los Estados Unidos utilizaron
todos los conflictos desde 1991 para reforzar la subordinación
europea (con la ampliación y la redefinición de las misiones de la
N.A.T.O., con la carga de la carrera armamentista, etcétera). La Unión
Europea sigue siendo un espacio comercial y monetario políticamente
gelatinoso. Es comprensible que los Estados Unidos tengan el máximo
interés de que siga así. Lo que plantea por otra parte la cuestión
de nuestra alternativa europea frente a la Europa de Ámsterdam-
Maastrich. Los compromisos del 2004 nos obligarán a hacer esta
discusión más seriamente.
Hay
que subrayar los límites de las fracturas surgidas en el seno de las
esferas dirigentes. Como subraya Perry Anderson en su artículo de la
London Review of Books, las divergencias se plantean sobre un fondo de
principios comunes. La principal no se refería tanto a la guerra,
sino a hacerla "con o sin la O.N.U.". Lo que supone un
consenso sobre la no proliferación, incluyendo el derecho de
injerencia, a condición de que fuese autorizado por "la
comunidad internacional".
Era
totalmente legítimo utilizar estas contradicciones para la movilización,
pero también acá es preciso ir más lejos, precisando nuestras
posiciones sobre una serie de cuestiones de fondo, en materia de
instituciones y derecho internacional.
No
creo que la posición a nivel de los gobiernos tenga mucho que ver con
la movilización antiguerra-altermundialización. Los países en los
que la movilización fue más fuerte (Italia, Gran Bretaña y España,
en Europa) son aquellos cuyos gobiernos mantuvieron con firmeza su
compromiso al lado de los Estados Unidos. En cambio, las divergencias
a nivel del Consejo de Seguridad y de los gobiernos abrieron espacios
y contribuyeron a su corporización defendiendo y legitimando la
movilización. Es la historia del test de Milgram: cuando la autoridad
se divide...
En
cambio, y esto cae por su propio peso entre nosotros, es preciso
subrayar que el lazo entre la movilización contra la mundialización
capitalista y contra la guerra fue evidente tanto en Florencia como en
Porto Alegre. Es lo que no supo ver venir la mayoría de los medios,
que sólo se despertaron con las manifestaciones del 15 de febrero. Es
que las razones de esta radicalización son profundas. Incluso los que
nunca leyeron a Rosa Luxemburgo comprenden muy bien el lazo orgánico
entre el nuevo militarismo imperial y la mundialización mercantil.
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Publicado en las revistas Carré rouge Nº 25 (Francia) A l’encontre
N° 12 (Suiza) y Herramienta No 23 (Argentina). Traducción de Aldo
Romero.
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* Marxista francés, miembro de la Liga Comunista Revolucionaria.
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