El
imperialismo
hoy
Cuarta
parte (final)
Perspectivas
del imperialismo
Este
análisis del imperialismo en la era posterior a la Guerra Fría, deja
planteada la cuestión de las perspectivas de desarrollo del
imperialismo en el futuro. Aunque sea arriesgado presentar una previsión
muy precisa, hay dos aspectos que vale la pena explorar.
El
primero hace referencia a la naturaleza de la competencia
interimperialista. ¿Cuál es, por ejemplo, el futuro probable del
capitalismo norteamericano? Vimos que su relativo descenso económico
tuvo un papel decisivo para el regreso a un mundo económica y políticamente
multipolar. Sería un error, sin embargo, exagerar la debilidad de
EEUU. A finales de la década de los 80, la afirmación hecha por Paul
Kennedy en su libro Ascensión y Caída de las Grandes Potencias,
de que EEUU estaría ahora en declive, tal como Inglaterra antes de él,
provocó un debate en los círculos políticos y académicos
norteamericanos. Los críticos del "declinismo" hicieron
algunos cuestionamientos perspicaces. Robert Nye, por ejemplo,
argumentó que los pronósticos del declive norteamericano se basaban
en analogías históricas engañosas y en una imagen exagerada de la
"hegemonía" norteamericana después de 1945. Evaluando el
poder a partir de cuatro dimensiones -recursos básicos (población y
territorio), recursos económicos, recursos tecnológicos y recursos
militares, Nye concluyó que:
"...al
final de los años 80, EEUU sigue dominante en los "recursos de
poder" tradicionales... solamente un país está por encima de
los otros en las cuatro dimensiones: EEUU. Japón y Europa no están
en la cima en términos de recursos básicos ni militares; China no
está en auge en recursos económicos y tecnológicos; y la Unión
Soviética es un oponente dudoso en recursos tecnológicos."[81]
Otros
se concentraron sobre la tesis del declive económico norteamericano.
Michael Boskin, presidente del Consejo de Asesores económicos del
presidente George Bush (padre), dejó el cargo en 1993 con críticas
ácidas a los "declinistas", cuyos alegatos no pasaban de
meros "absurdos":
"EEUU
sigue siendo la mayor, la más rica y productiva economía del mundo.
Con menos del 5% de la población mundial, produce cerca de un cuarto
de la producción total de bienes y servicios del mundo. El nivel de
vida promedio -medido por el valor de la producción per capita-
supera al de cualquier otro país industrializado, siendo 20-30% más
elevado que en Alemania y Japón. La productividad también es más
elevada, así como los salarios medios en el sector privado, en
comparación con dichos países. La suerte de algunas industrias
particulares ha sufrido flujos y reflujos, pero América no se está
desindustrializando, ni está perdiendo su competitividad. EEUU es el
mayor exportador del mundo y, aunque muchas de sus industrias
enfrenten una competencia azuzada en mercados con alto volumen de
negocios y de bajo margen de ganancia, hemos mantenido la ventaja
tecnológica en áreas como microprocesadores, telecomunicación
avanzada, biotecnología, la industria aeroespacial, química y farmacéutica."[82]
Naturalmente
es necesario tragar con una pizca de sal argumentos que vienen de
alguien asociado con la debacle económica de los años de Bush
(padre). Entretanto, los "recuperacionistas" (como Kennedy
llamó a los críticos del estilo de Nye)[83] ofrecen un correctivo
necesario a algunas visiones muy exageradas del declive
norteamericano. La superioridad de EEUU como potencia imperialista
puede ser verificada en varias dimensiones. En primer lugar, las
presiones competitivas que el capitalismo norteamericano experimentó
durante la década del 80 forzaron a una reestructuración
significativa de muchos sectores. Así el Financial Times
comentaba a finales de 1992: "mientras IBM está batallando, el
sector de alta tecnología de EEUU en general está prosperando
silenciosamente, y muchos sectores están reconquistando el mercado de
sus rivales internacionales". Firmas como Intel, por ejemplo,
tomaron el liderazgo mundial en el mercado clave de los
semiconductores, suplantando a sus rivales japoneses, en lo que un
ejecutivo de Intel llamó de "la venganza de los
dinosaurios".[84] Hecho todavía más significativo, fue que 1993
vio a los tres grandes fabricantes de automóviles de EEUU -General
Motors, Ford y Chrysler- sacar ventaja del alza del yen y de la recesión
en Japón, para arrancar una parcela mayor del mercado interno
norteamericano a sus rivales japoneses, que hasta entonces parecían
imbatibles. La reorganización exigida para alcanzar estas ganancias
se reflejó en un aumento general en la productividad manufacturera
norteamericana, un aumento de casi 55% entre 1980 y 1991, comparado a
aumentos de menos de 40% en Japón y Alemania.[85]
A
esta evidencia de recuperación económica debe ser sumada la
innegable fuerza político-militar del imperialismo norteamericano. El
colapso de la URSS dejó a EEUU sin rivales en su capacidad de
proyectar el poder militar a escala global. No solo su principal rival
implosionó, sino que sus competidores económicos más importantes,
Japón y Alemania, están mucho más retrasados en términos
militares. Además de esto, el final de la Guerra Fría amplió el
campo de maniobra política de Washington. La trasformación de la
segunda superpotencia en una peticionaria en las reuniones del G7
rompió la situación de impasse que por mucho tiempo había hecho del
Consejo se Seguridad de la ONU en un palco de debates. En vez de esto,
el Consejo se volvió un sello para las iniciativas norteamericanas.
La dependencia de Rusia y de China respecto a la cooperación económica
occidental permitió que EEUU, Francia y Gran Bretaña -los llamados
"tres permanentes" del Consejo de Seguridad- asumiesen una
posición de virtual control. Las intervenciones militares en el Golfo
Pérsico, Somalia y en los Balcanes fueron legitimadas por la ONU.
La
recesión del comienzo de la década del 90 aumentó en algunos
aspectos el poder de EEUU. La crisis afectó duramente a sus dos
principales rivales económicos. La euforia con que la clase dominante
alemana había saludado a la reunificación se disipó tan pronto quedó
claro que los costos de la absorción de la economía alemana oriental
estaban ayudando a producir la mayor crisis social y política del país
desde la década del 30. La Segunda Guerra del Golfo (1991) evidenció
el peso político disfrutado todavía en muchos aspectos por Gran
Bretaña y Francia, capitalismos más débiles que Alemania o Japón,
pero que mantuvieron un poderío militar relativamente grande para
preservar los vestigios de su papel imperial global. El tratado de
Maastricht, cuya firma en diciembre de 1991 reflejó las ambiciones
alemanas y francesas de crear una Comunidad Europea más integrada
económica y políticamente, luego se vio en harapos. Las tensiones
económicas causadas por la crisis alemana hicieron casi naufragar el
Sistema Monetario Europeo, y en ese proceso pareció quebrarse el eje
franco-alemán sobre el cual la Comunidad Europea fue construida. Y la
cooperación política europea cayó en descrédito por la incapacidad
de la Comunidad Europea en impedir que en los Balcanes estallase una
guerra.
Pero
si la Guerra de los Balcanes subrayó las debilidades de la Comunidad
Europea como candidata a superpotencia, también expuso los límites
del poder norteamericano. La resistencia de los mismos generales que
habían dirigido la destrucción de Irak en enviar tropas de tierra a
Bosnia, reflejó un temor perfectamente racional de quedar encerrados,
sin objetivos claros, en una guerra de contrainsurgencia
potencialmente interminable y sin oportunidades de victoria. Por detrás
estaban dificultades más profundas a las que se enfrentaba EEUU. En
cierta medida, estas dificultades eran técnicas, reflejando la falta
de habilidad de las tropas de tierra de EEUU, aunque apoyadas por los
"multiplicadores de fuerza" de la fuerzas aéreas y navales,
para custodiar las amplias extensiones euroasiáticas tan vitales a
los intereses norteamericanos.[86]
Más
importante, sin embargo, fue el hecho de que el final de la Guerra Fría
impulsó la emergencia de un mundo más inestable en el cual, por
ejemplo, el colapso del poder ruso llevó a sucesivas guerras en
muchas de las ex repúblicas soviéticas. Un mundo sumergido en tal
escala en turbulencias que EEUU, aunque dispusiera de recursos mayores
a aquellos pretendidos por los "declinistas", se vería
imposibilitado de custodiar.
Además
de esto, Washington tendría que confrontar esos desafíos bajo la
presión de una intensa competencia económica. Cualquiera que sea el
grado de reestructuración alcanzado por las industrias
norteamericanas, la competencia por parte de las otras grandes economías,
y de nuevas potencias industriales como China y Corea del Sur, será
implacable. Los gobernantes de Japón han reaccionado a las exigencias
del gobierno de Clinton -para que adopten metas numéricas específicas
para importaciones en sectores claves- con un tono políticamente más
duro y afirmativo. A pesar de los percances de Maastricht, tanto
Alemania como Francia probablemente continuarán sus esfuerzos por una
mayor integración europea. En otras palabras, los desafíos al
liderazgo económico y político norteamericano continuarán.
Esto
pone sobre la mesa una segunda y crucial cuestión. El imperialismo de
posguerra se caracterizaba, como vimos, por una disociación parcial
entre la competencia económica y militar: las disputas de mercado
entre las empresas norteamericanas, japonesas y alemanas no llevaron a
guerras entre sus respectivos Estados. ¿Será que el colapso de los
bloques de superpotencias tenderá a una reintegración de la
competencia militar y económica, con Japón y Alemania volviéndose
superpotencias, no sólo económicas, sino también militares? Esta
pregunta es especialmente difícil de responder en un momento en que
la situación mundial está cambiando de manera volátil y permanente.
La única cosa que podemos afirmar con seguridad es que se visualizan
indicios que parecen sugerir un "sí" como respuesta.
Japón
ya tiene el tercer presupuesto militar del mundo. No tenemos que
aceptar la previsión alarmante implícita en el título de un libro
reciente de George Friedman y Meredith Le Band, The Coming War with
Japan (La Próxima Guerra con Japón), para aceptar el núcleo
de su análisis -de que el final de la Guerra Fría presenciará
probablemente la reafirmación de conflictos de intereses duraderos
entre EEUU y Japón, conflictos que hacen referencia no solo al
comercio, sino también al control de la región del Pacífico
occidental, cuyas rutas son esenciales para ofrecer materias primas a
Japón.[87]
La
Guerra de los Balcanes fue notable por la agresiva defensa alemana de
su propia política. Bonn incentivó a los regímenes croata y
esloveno a sabotear los esfuerzos de Washington por mantener una
Yugoslavia unificada, instándolos a declarar sus independencias. Pero
el colapso de la Yugoslavia unificada, también evidenció la
distancia que Alemania todavía tiene que recorrer para cumplir el
papel de una gran potencia: sus gobernantes invocaron restricciones
constitucionales y recuerdos de la Segunda Guerra Mundial para evitar
el envío de tropas a los Balcanes. Es probable que Alemania busque un
poder militar mayor bajo la protección de la Unión Europea, puesto
que esto le proporcionará acceso a las fuerzas armadas relativamente
formidables de Francia y Gran Bretaña (los planes para la formación
de corporaciones militares franco-alemanas están bien avanzados).
El
hecho de que 1993 presentó el primer empleo real de fuerzas militares
japonesas y alemanas desde 1945 -como parte de las operaciones de la
ONU en Camboya y Somalia respectivamente- es tanto señal de una
tendencia de las clases dominantes de estos países a traducir su
fuerza económica en poder político-militar, como también de que
esta tendencia todavía está en su etapa inicial. Es probable que el
desarrollo de esta tendencia sea lento y desigual. De última, los éxitos
de Japón y de Alemania en la captura de mercados han sido en gran
parte una consecuencia de sus bajas tasas de gastos militares, una
ventaja que una expansión militar terminaría por minar.
Cualquiera
sea el paso al que la competencia interimperialista se desarrolle, y
la forma que vaya a asumir, la implosión de Rusia no debe llevarnos a
descartarla como gran potencia. En última instancia, Rusia es todavía
la segunda potencia militar del mundo. Su dimensión geográfica,
población, recursos naturales y potencial económico son formidables.
Un régimen fuerte que emerja en Moscú es probable que vaya a
defender los intereses rusos en formas que llevarán a conflictos con
las potencias occidentales. El final de 1993 mostró al gobierno de
Yeltsin, bajo la presión de los militares y otros sectores más a la
derecha, rechazando la participación del Este europeo en la OTAN.
Nadie puede dar por cierto que el eclipse de Rusia será permanente.
Finalmente,
un aspecto del mundo post Guerra Fría es bastante evidente. La
desintegración de los bloques de superpotencias vuelve más probable
que antes a las grandes guerras. Los frenos que la Guerra Fría imponían
a los Estados individuales ya no existen. La Segunda Guerra del Golfo
(1991) difícilmente hubiera ocurrido una década antes de su
estallido, cuando las tensiones entre las superpotencias eran agudas.
Moscú, que en aquella época consideraba a Irak uno de sus aliados más
próximos en Medio Oriente, probablemente hubiera impedido a Saddam
Hussein ocupar Kuwait, y Washington hubiera sido más cauteloso en su
respuesta a la invasión (en caso que hubiese ocurrido), por temor de
precipitar una nueva confrontación con la URSS -que hubiera sido tan
directa y peligrosa como la crisis de los misiles en Cuba durante
octubre de 1962.
En
el mundo más dinámico que está emergiendo, es muy probable que las
potencias regionales se arriesguen. Esto a su vez puede provocar una
reacción más brutal que antes por parte de EEUU, ya que no tiene el
obstáculo de la presencia soviética en Europa Oriental y el Tercer
Mundo. Aunque -a diferencia de la Segunda Guerra del Golfo (1991)- el
imperialismo occidental no se implique directamente en todos los
conflictos que ocurran, dejando que los países subimperialistas o que
aspiran a serlo se maten entre ellos, los presagios para la humanidad
son sombríos. Si bien el fantasma de una guerra total entre las
superpotencias haya descendido un poco, la proliferación de armas
nucleares en el Tercer Mundo (Israel, Sudáfrica, India y Pakistán
son algunos de los Estados que poseen dichas armas) significa que una
guerra nuclear regional no tarde en ocurrir. Además de esto, el
colapso de la URSS produjo tres nuevas potencias nucleares -Ucrania,
Bielorrusia y Kazajstán- en una región donde hierven a cada instante
los descontentos nacionales y las guerras locales. No bien siga
existiendo un sistema mundial que se basa en la competencia económica
entre capitales que, a su vez, están integrados a distintos
Estados-nación rivales, la guerra seguirá siendo el árbitro final
de los conflictos.
Conclusión
Al
principio del siglo XX, Lenin, Luxemburg, Bujarin, Hilferding y otros
desarrollaron un análisis del imperialismo, que lo presentaba como la
etapa del desarrollo capitalista en la cual la concentración y
centralización del capital llevaron a un mundo dominado por
rivalidades, entre una pequeña porción de grandes potencias
militares y económicas. A pesar de las transformaciones que el
sistema mundial ha enfrentado en los últimos cien años, esta teoría
todavía identifica una de las principales características del
capitalismo contemporáneo. De hecho, estamos entrando ahora en un período
de competencia interimperialista más salvaje e inestable.
La
importancia de estos hechos no es, de modo alguno, principalmente teórica.
A pesar de las deficiencias de la versión de Lenin de la teoría del
imperialismo, sigue siendo el teórico por excelencia de este fenómeno,
al menos por dos razones. Primero, comprendió mejor que nadie que el
imperialismo no es una simple política, sino una etapa -de hecho, la
etapa superior- del desarrollo capitalista. Así, atacó a Kautsky
porque éste argumentaba que "el imperialismo no es el
capitalismo actual; es apenas una forma del capitalismo
actual".[88] El argumento de Kautsky, implicaba que la
confrontación militar y la guerra podían ser socavados dentro de los
marcos del capitalismo. La respuesta de Lenin fue que solamente la
revolución socialista podría terminar con el imperialismo y sus
tendencias destructivas. La comprensión política de Lenin sobre el
imperialismo es precisamente su segunda contribución principal.
Comprendió que la jerarquía económica y política que el
imperialismo imponía al mundo, haría surgir luchas que se
desarrollarían no bajo la bandera del socialismo revolucionario, sino
del nacionalismo revolucionario. Dichas luchas, por lo tanto, desafiarían
al imperialismo a fin de realizar las aspiraciones de Estados
capitalistas independientes.
Lenin
comprendió que, a pesar de la distancia política entre estos
movimientos y el socialismo internacionalista, ellos podrían llevar a
guerras y revoluciones que debilitarían al imperialismo y, por lo
tanto, también a la dominación de las clases gobernantes mundiales.
La más clara expresión de este análisis de Lenin es su defensa de
la revuelta de Dublín en la Pascua de 1916, frente a los bolcheviques
que la rechazaban por considerarla un "putsch" pequeñoburgués:
"Imaginar
que la revolución social es concebible sin revueltas realizadas por
pequeñas naciones de las colonias y de Europa, sin irrupciones
revolucionarias de un sector de la pequeña burguesía con todos sus
preconceptos, sin el movimiento de las masas proletarias y
semiproletarias faltas de conciencia política, contra la opresión de
los señores de la tierra, de la Iglesia, de la monarquía, contra la
opresión nacional, etc. -imaginar todo esto es renunciar a la
revolución social."[89]
De
este modo, no se trata solamente de que el imperialismo solo puede ser
eliminado derribando al capitalismo, sino que el imperialismo provoca
movimientos que, a pesar de sus intereses e ideología burguesas, según
palabras del propio Lenin, "objetivamente... atacan el
capital":
La
dialéctica de la historia es tal que las pequeñas naciones,
impotentes en cuanto factor independiente en la lucha contra el
imperialismo, tienen el papel de ser uno de los fermentos, uno de los
bacilos, que ayudan a la verdadera fuerza antiimperialista -el
proletariado socialista- a entrar en escena... Seríamos
revolucionarios muy malos si, en la gran guerra de liberación por el
socialismo llevada a cabo por el proletariado, no supiéramos
utilizar, para intensificar y extender las crisis, todos los
movimientos populares contra todos y cada uno de los desastres
causados por el imperialismo.[90]
La
experiencia de los últimos 25 años ha confirmado ampliamente el análisis
de Lenin. La Guerra de Vietnam, aunque haya sido para establecer un régimen
capitalista de Estado independiente, infligió una seria derrota al
imperialismo norteamericano, y estimuló el crecimiento de movimientos
auténticamente anticapitalistas en todo el mundo occidental. Desde
entonces, fuerzas extrañas al estalinismo vietnamita se han
convertido en el foco de confrontación con el imperialismo -los
mullahs fundamentalistas de Irán y del Líbano, y hasta el mismo régimen
de Sadam Hussein en Irak, a pesar de su deplorable historia de
colaboración con EEUU. En tales confrontaciones, los socialistas
revolucionarios luchan por la derrota de la potencia imperialista.
Dicha posición no implica en modo alguno dar apoyo político al régimen
que lucha contra el imperialismo. Trotsky enfatizó esto en su
respuesta a la invasión japonesa de China en 1937:
"En
una guerra entre dos países imperialistas, no es cuestión de
democracia ni de independencia nacional, sino de opresión de pueblos
atrasados no imperialistas. En tal guerra los dos países se
encuentran en el mismo plano histórico. Los revolucionarios de ambos
lados son derrotistas. Pero Japón y China no están en el mismo plano
histórico. La victoria de Japón significaría la esclavitud de
China, el fin del desarrollo económico y social chino, y el terrible
fortalecimiento del imperialismo japonés. La victoria de China
significaría, por el contrario, la revolución social en Japón, y el
desarrollo libre -es decir, libre de obstáculos debido a la opresión
externa- de la lucha de clases en China.
"¿Pero
puede Chiang Kai Shek asegurar la victoria? Yo creo que no. Pero fue
quien empezó la guerra, y quien hoy la dirige. Para sustituirlo es
necesario conquistar influencia decisiva en el proletariado y en el ejército,
y para esto es necesario no quedar suspendido en el aire, sino
ponernos en medio de la lucha. Debemos conquistar influencia y
prestigio en la lucha militar contra la invasión extranjera y en la
lucha política contra las debilidades, las deficiencias y las
traiciones internas. En un determinado momento, el cual no podemos
establecer de antemano, esta oposición política puede y debe
transformarse en conflicto armado, ya que la guerra civil, como
cualquier guerra, es apenas la continuación de la lucha política...
la clase trabajadora, al mismo tiempo en que permanece en la
vanguardia de la lucha militar, prepara la caída política de la
burguesía."[91]
En
una confrontación como la Segunda Guerra del Golfo (1991) era
necesario, por lo tanto, defender la derrota de las potencias
imperialistas, sin dejar de luchar políticamente contra el régimen
burgués que dirige la lucha antiimperialista. Esta posición está
basada en la teoría de la revolución permanente de Trotsky. En su
forma más general, esta teoría afirma que ninguna clase capitalista
puede luchar consistentemente contra el imperialismo. Aún el
movimiento nacionalista más combativo aspira esencialmente a tener su
propio Estado capitalista independiente. Por lo tanto, no intenta
destruir el sistema imperialista mundial, sino conseguir una porción
mayor de beneficios dentro del sistema para sí mismo. Si se ve
forzado a luchar contra el imperialismo para alcanzar ese objetivo,
esta lucha puede debilitar a todo el sistema. Pero al final el
movimiento nacionalista aceptará la existencia del imperialismo, como
hizo el Sinn Fein (en Irlanda) después de la Guerra de Independencia,
el Partido Comunista de Vietnam después de las dos guerras en
Indochina, la República Islámica de Irán después de su derrota en
la Primera Guerra del Golfo (1988). Por lo tanto, el objetivo
principal de los revolucionarios es, en palabras de Lenin,
"utilizar" la crisis generada por la confrontación entre
los imperialistas y sus oponentes nacionalistas para "ayudar a la
verdadera fuerza antiimperialista -el proletariado socialista- a
entrar en escena". Pero la clase trabajadora sólo puede ajustar
cuentas con el imperialismo derrotando, no solo a las clases
dominantes de los países capitalistas avanzados, sino también a
aquellos regímenes burgueses que pueden desafiar temporalmente la
dominación occidental.
La
importancia de ese análisis es tal que nunca es suficiente repasarlo
una vez tras otra. Una de las características notables de la Segunda
Guerra del Golfo (1991) fue el fenómeno de los "intelectuales
B-52" -intelectuales con un pasado radical que apoyaron a las
"fuerzas aliadas" del imperialismo contra Irak: por ejemplo,
Hans Magnus Enzensberger, Wolf Bierman, Neil Ascherson y Michael
Ignatieff. Fueron, sin embargo, Fred Halliday y Norman Geras, ex
miembros del consejo editorial de la revista New Left Review,
quienes intentaron dar a esta posición un barniz
"marxista". Notoriamente, al final de la guerra, Halliday
declaró: "si tengo que elegir entre imperialismo y fascismo,
elijo al imperialismo".[92] Pero recientemente vinculó explícitamente
esta posición a la crítica de Bill Warren "de la visión
marxista del imperialismo", ensalzándolo por haber preguntado:
"¿Todo lo que el imperialismo hace es negativo?", y
atacando la "posición moralista post leninista que ha
predominado en los últimos 20 o 30 años", según la cual
"porque es el imperialismo el que está haciendo (o sea, atacando
Irak), entonces debe ser malo".[93]
De
eso se puede suponer que el imperialismo puede, en ciertas
circunstancias, cumplir un papel progresivo. Así Halliday y Geras
denunciaron a uno de sus críticos, Alexander Cockburn:
"...si
Cockburn escuchase lo que las personas en el Tercer Mundo plantean,
sabría que en muchos casos, ellas piden otra política por parte de
EEUU, igualmente activa. Esto es lo que han deseado los eritreos, la
OLP, el CNA, los activistas de los derechos humanos en China. La
alternativa a la intervención imperialista no es la no intervención,
sino en vez de esto, la acción en apoyo al cambio democrático."[94]
Este
argumento se basa en la falsa suposición de que las potencias
imperialistas tienen un interés general en promover "cambios
democráticos" en el Tercer Mundo. Rechazar tal idea no significa
aceptar el tipo de antiimperialismo vulgar que ve un complot de la CIA
por detrás de todo lo que ocurre en el Tercer Mundo. Este ensayo
intentó demostrar, con alguna profundidad, que el imperialismo del
siglo XX no impidió un considerable desarrollo capitalista fuera de
las metrópolis del sistema. Y que la estrategia esbozada por Trotsky
considera a la lucha contra los regímenes nacionalistas
"antiimperialistas" como parte inseparable de la lucha
contra el propio imperialismo. La razón fundamental de esta
estrategia deriva de los lazos que unen a todos los regímenes
burgueses del Tercer Mundo al imperialismo.
El
final de la Segunda Guerra del Golfo (1991) muestra esto muy
claramente. Halliday hizo coro a las quejas de innumerables políticos
de derecha, dirigidas a EEUU por no haber "liquidado a Saddam
Hussein" cuado en marzo de 1991 el régimen ba'athista estaba
tambaleante bajo el impacto de la derrota militar, conjugada con la
insurrección popular en el sur y el avance de las fuerzas kurdas en
el norte.[95] El hecho de que Washington no haya hecho esto no refleja
un error intelectual o falta de fuerza de voluntad, sino un cálculo
-también compartido por sus principales aliados árabes en El Cairo,
Riad y Damasco: sus intereses estarían mejor cuidados con la
supervivencia del régimen ba'athista, que con su sustitución por un
gobierno islámico radical o hasta incluso con la desintegración de
Irak (lo que dejaría a Irán en el papel de principal potencia
regional). De este modo, los que derrotaron a Saddam Hussein se
convirtieron en sus salvadores. En vez de estar en un conflicto
fundamental uno con el otro, como inocentemente creyeron Halliday y
Geras, imperialismo y "fascismo" estaban atados por lazos de
interés común.
Las
consecuencias desastrosas de creer que el imperialismo puede cumplir
un papel progresivo puede ser visto en el colapso de muchos sectores
de la izquierda (incluyendo muchos que se opusieron a la Segunda
Guerra del Golfo de 1991) que terminaron por apoyar la intervención
de la ONU en los Balcanes.[96] Este colapso ocurrió a pesar de la
lección ofrecida por la intervención de la ONU en Somalia, donde la
operación degeneró rápidamente en una guerra entre un ejército de
ocupación y la población local. En un mundo dominado por una pequeña
porción de grandes potencias es una fantasía peligrosa creer que las
mismas pueden llegar a proteger los intereses de la mayoría
explotada. La humanidad no conocerá la paz hasta que esa mayoría
tome el control del mundo, lo que sólo podrá realizarse derrotando a
los Estados imperialistas que intentarán impedirlo con uñas y
dientes. El marxismo clásico contiene, en los escritos de Lenin y
Trotsky, un análisis del imperialismo y una estrategia revolucionaria
que son indispensables para el éxito de esa lucha.
Notas:
81.
R.S. Nye Jr, Bound to Lead, Nueva York 1991, pp 108, 110.
82.
M.J. Boskin, "Myth of America's Decline", Financial Times,
15 de Marzo de 1993.
83.
La respuesta más detallada de Kennedy a estos críticos está en
Preparing for the Twenty-First Century, Nueva York 1993, cap. 13.
84.
Financial Times, 21 de Diciembre de 1992.
85.
Idem, 8 de Feb 1993. De acuerdo con un estudio hecho por consultores
de la administración de McKinsey, la productividad global de EEUU es
17% más elevada que la de Japon. La elevada productividad japonesa en
setores como el automotriz, el metalúrgico y el electrónico es
balanceada por una productividad extremamente baja en otros sectores
industriales: la producción por trabajador en la industria de
alimentos corresponde a un terçio de la de EEUU. La productividad
alemana gneralmente es menor en relación con EEUU y Japon. Financial
Times, 22 de Oct 1993.
86.
Hay una discusión interesante al respecto de los problemas de la
estrategia militar global norteamericana en G.Friedman y M. LeBard, The
Coming War with Japan, Nueva York 1991, cap. 9.
87.
Idem, especialmente partes III e IV.
88.
Lenin, Collected Works, p. 270. Incluso Bujarin tendió a
tratar al imperialismo como una política: ver, por ej.,
Imperialismo e Economia Mundial, cap.IX.
89.
Idem, p. 355.
90.
Idem, pp. 356, 357.
91.
Leon Trotsky on China, Nueva York 1976, pp 569-70.
92.
F. Halliday, "The Left and the War", New Statesman and
Society, 8 de Marzo de 1991, p. 16. Este aartículo generó una
enorme controversia que se prolongó en los números siguientes. Para
una visión general del debate sobre la Guerra del Golfo, ver
Callinicos, "Choosing Imperialism", Socialist Review,
Mayo de 1991.
93.
F.Halliday, "Imperialism, Peace and War, and the Left",
entrevista en New Times, 7 de Agosto de 1993.
94.
Carta en New Statesman and Society, 12 de Abril de 1991, p. 38,
respondeindo entre otros a, A. Cockburn, "The War Goes On", idem,
5 de Abril de 1991.
95.
Halliday, Imperialism.
96.
A. Callinicos, "Intervention: Disease or Cure?", Socialist
Review, Junio de 1993
|
|