Tendencias
profundas del imperialismo
y realidad de las relaciones políticas mundiales
Por
François Chesnais (*)
La
agresión de Estados Unidos contra Iraq para derribar el régimen,
ocupar el país y establecer en él un proconsulado militar debe
analizarse de manera simultánea y contradictoria sobre dos planos. La
invasión traduce tendencias muy profundas de la sociedad burguesa en
la época del imperialismo, animadas por la presencia en el poder de
un clan imperialista preciso. No obstante, la agresión puso al
descubierto la fragilidad política del dispositivo. Desencadenó
procesos a los que Estados Unidos respondió siempre con la fuerza, lo
que puede desembocar en una verdadera política de fuga hacia
adelante.
Primera
dimensión, las tendencias profundas del imperialismo. La fase
inmediata de la preparación política de la agresión contra Iraq
comenzó con la publicación, el 17 de septiembre de 2002, de un
documento en el que el gobierno de Bush se arroga el derecho de librar
guerras preventivas cada vez que considere que la seguridad nacional y
los intereses de Estados Unidos se encuentran amenazados. Habría
“amenaza” tan pronto como ciertos “principios” (es decir,
“la democracia, la libertad de mercado, el libre intercambio”) son
puestos en cuestión dondequiera que sea. El financista George Soros
habla de un “fundamentalismo del mercado” que pretende arrogarse
la fuerza militar como fuente de legitimación: “Ningún imperio
puede reposar exclusivamente sobre la fuerza militar.
Ahora
bien, esta idea es la que anima hoy al gobierno norteamericano. Sharon
también cree en ella y los resultados están a la vista. La idea de
que la fuerza funda el derecho es irreconciliable con la idea de una
sociedad abierta” (1). La afirmación de la concepción de que “la
fuerza funda el derecho”, retomada en los discursos de G. W. Bush,
no es nueva. Fue aplicada de manera pragmática y sin ser teorizada
por Gran Bretaña en al apogeo de su imperio, antes de ser proclamada
por Hitler, para quien “el derecho es aquello que es bueno para el
pueblo alemán” (2) .
No
se trata de establecer una analogía directa, sino de recordar,
siguiendo a Hannah Arendt, que el elemento en germen en la sociedad
burguesa desde su nacimiento, vale decir “la necesidad para el
proceso ilimitado de la acumulación del capital” de encontrar “la
estructura política de un ‘poder ilimitado’, tan ilimitado que
pueda proteger la creciente propiedad privada acrecentando sin
interrupción su fuerza” (3), encuentra su pleno desarrollo en la época
del imperialismo. “La superproducción de capital y la aparición de
dinero ‘superfluo’ como resultado de un ahorro que ya no encuentra
inversión productiva dentro de las fronteras nacionales” (4) ve
nacer formas políticas nuevas, uno de cuyos componentes es la formación
de un cuerpo de “funcionarios de la violencia (que) no pueden pensar
más que en los términos de una política del poder” y de producción
y reproducción de un poder ilimitado “como un fin en sí” (5).
Estados Unidos se convirtió en el principal campo de este proceso.
Con
la mutación por etapas del complejo militar-industrial en un
“complejo militar y de seguridad” (6) y el recurso cada vez mayor
a la tecnología, el Pentágono y los generales norteamericanos fueron
acentuando cada vez más los rasgos de “funcionarios de la
violencia” y se acercaron también al centro del poder. En conjunción
con los grupos industriales armamentistas, los grupos petroleros y la
red de los “think tanks” financiados por las fundaciones donde se
refugian los “neoconservadores”, forman un bloque de intereses
para los que la reproducción del poder, de ellos mismos y el del
Estado norteamericano cuyo corazón constituyen, se convirtió en
“un fin en sí”. La particularidad del gobierno de Bush es la de
ser el primer gobierno en el que este bloque tiene tantos ministros,
viceministros y consejeros especiales. Estos están lejos de tener el
pragmatismo asociado generalmente a Estados para los cuales las
finanzas, el comercio y la tranquilidad de los negocios son cruciales.
Movida por la convicción de tener una misión divina y solventada en
los cálculos de sus programas de computadora, esta nueva generación
de “funcionarios de la violencia” cree poder dar forma a la
realidad según sus representaciones y sus necesidades. Jean-Claude
Casanova, alumno de Raymond Aron poco proclive a lo catastrófico,
advierte a sus amigos norteamericanos que la ocupación militar
directa de Medio Oriente posiblemente sea “generosa en sus
intenciones, pero (...) podría generar catástrofes” y agrega que
“sería en todo caso difícil de conducir, como toda política
imperial, por una democracia”(7) .
Segunda
dimensión: la manera en que las relaciones políticas traban los
proyectos del gobierno de Bush y la reacción de éste. La agresión
contra Iraq fue preparada hasta en sus menores detalles por personas
que estaban convencidas (y algunas aún lo están) de tener un dominio
casi completo tanto de los procesos militares como políticos. No
obstante, chocaron con una serie de resistencias que no habían
previsto o que estaban persuadidos de poder barrer fácilmente. Las
primeras llegaron desde el gobierno alemán, de Jacques Chirac y de
los aparatos burocrático-capitalistas ruso y chino. Impidieron que
Estados Unidos tuviera mayoría en el Consejo de Seguridad e incluso México
y Chile, para no mencionar a Paquistán, se negaron a apoyar la agresión.
De este modo, solo el Reino Unido acompañó militarmente a Estados
Unidos. De los Estados de cierto peso, solo recibieron el apoyo político,
bastante tibio, de Japón. En plena guerra, este último país anuncia
en voz alta el lanzamiento de dos satélites de observación militar,
una manera de declarar que cabe a las potencias regionales de Asia
regular problemas como los de Corea del Norte.
Las
resistencias políticas en el Consejo de Seguridad e incluso en la
OTAN, lejos de hacer reflexionar a Bush y su gente, los endurecieron.
Se encerraron en una opción única, que es lo opuesto a una acción
política controlada. No hay dudas sobre su victoria militar en Iraq,
pero en el plano político puede transformarse más tarde en derrota.
Bush y Blair ya daban por seguro que serían recibidos como
“liberadores”, especialmente en Bassora. Pensaban que los chiitas
olvidarían las traiciones de 1991 y se sublevarían. La resistencia más
política que militar en Iraq, así como el rechazo de Turquía a
someterse a sus planes, mostró que las relaciones políticas eran
diferentes de lo que pensaban. Fracturamientos políticos se anuncian
en Jordania y en Paquistán, tal vez en Egipto. La desintegración de
la sociedad iraquí, la llegada de “opositores” en furgones del ejército
británico-norteamericano, los vínculos estrechos del clan Bush con
el Israel de Sharon y la extrema derecha sionista, son otros tantos
factores que anuncian nuevas reacciones fundadas en la fuerza pura y
no en la política. Sharon, en particular, cree tener las manos
libres.
Relaciones
económicas predadoras
El
contexto inmediato de la agresión a Iraq es el de la quiebra bursátil
rampante que anuncia una crisis económica mundial muy seria, así
como el de los escándalos financieros cercanos al clan Bush (Enron,
etcétera), que atentan contra el funcionamiento mismo de los mercados
de acciones. Por más importante que sea, este contexto debe ser
ampliado. La política que la administración de Bush impulsa hasta el
paroxismo es la de un Estado que gobierna un país cada vez más
dependiente del resto del mundo, de una economía que estableció con
la casi totalidad del globo relaciones de extracción y/o de predación
parasitarias. Los peligros que Estados Unidos hace correr al mundo
tienen que ver con el hecho de que la existencia cotidiana de los
norteamericanos depende de tales relaciones, de manera que ellas
pueden ser presentadas a la “mayoría silenciosa” como algo a
defender a toda costa.
El
ya casi olvidado milagro de la “Nueva Economía” se basó en el
desarrollo continuo de déficit o de desequilibrios estrechamente
interconectados: una “tasa de ahorro interior negativa”, expresión
contable de gastos superiores al ingreso corriente, permitida por un
endeudamiento privado muy alto, producto de una política de crédito
fácil para los bancos, las empresas y los hogares, así como también
por un déficit cada vez más elevado de la cuenta exterior corriente
de capital (la que registra las transacciones financieras
internacionales); acompañados finalmente por un déficit de la
balanza exterior corriente, que creció año tras año hasta alcanzar
niveles que ningún país industrial conoció durante un periodo tan
largo. Un quinto elemento se agregó a esto: desde 2001, el déficit
presupuestario federal explotó nuevamente bajo el efecto conjunto de
la suba de los gastos militares, de la política fiscal de Bush y de
la recesión. Para asegurar la colocación de bonos del tesoro y la
liquidez de los mercados de acciones en Wall Street y en Nasdac,
Estados Unidos necesita de una afluencia cotidiana exterior de 2 mmdd.
La
dependencia es también energética. Desde hace un decenio, las
reservas petroleras de Estados Unidos se agotan. Su existencia fue un
formidable recurso competitivo, pero fundó a la vez un bloque de
intereses económico financieros basados en el petróleo y el automóvil,
instalado desde hace mucho tiempo en el corazón del imperialismo
norteamericano. Afirmando como justificativo del torpedeo al acuerdo mínimo
de Kyoto sobre el efecto invernadero el carácter intangible del modo
de existencia material de los norteamericanos y del automóvil privado
como fundamento constitutivo central de “su modo de vida”, G. W.
Bush se convirtió mucho antes del 11 de septiembre en el portavoz de
estos intereses. Su defensa de este american way of life expresa una
voluntad consciente de reproducción de una determinada forma de
dominación social a nivel mundial. La polarización de la riqueza en
las manos de una pequeña, verdaderamente muy pequeña porción de la
humanidad, muy concentrada incluso en los países capitalistas
avanzados, no se limita a Estados Unidos y al Reino Unido, pero en
estos países donde el capital rentista bursátil es más poderoso
socialmente, es donde estas relaciones son defendidas sistemáticamente
como “naturales” e inmutables.
Verdaderos
desacuerdos sobre la “gobernabilidad mundial”
El
gobierno alemán, Jacques Chirac, así como los aparatos ruso y chino,
rehusaron seguir o incluso avalar a Estados Unidos por diversas
razones. Están los propios intereses económicos y políticos, así
como la comprensión de las amenazas potenciales para ellos mismos, en
la medida en que la agresión sirve como advertencia. En el caso de
Rusia y en esta etapa también de China, se trata sobre todo de
mejorar las condiciones de las negociaciones en curso o futuras. No
está entre las posibilidades de la primera, ni entre las prioridades
de la última, ir mucho más lejos en la tensión con Estados Unidos.
En el caso de los alemanes (el gobierno de Schröder, pero también la
mayoría de la Democracia Cristiana) y de Jacques Chirac, existe la
convicción de que el estado de las relaciones políticas impide, en
Medio Oriente en particular, el retorno a formas de dominación
coloniales (el “mandato”), supone políticas más adecuadas al
estado real de las relaciones políticas y exige, por último, una
verdadera concertación.
En
esta apreciación, está presente el peso de las relaciones políticas
internas y la herencia de la historia. No existe solamente la defensa
de intereses imperialistas “nacionales”, sino un verdadero
desacuerdo de método. Como conflicto interimperialista, el
“conflicto Oeste-Oeste” no puede ir muy lejos. Las distancias
abismales en las relaciones de fuerza tecnológicas y militares son en
sí mismas suficientes para impedirlo; también lo es el común interés
en defender la dominación mundial de los países capitalistas
avanzados. Sin embargo, Schröder y Chirac no están aislados. Después
de ocho días de guerra, en Bruselas, frente al secretario de Estado
de Comercio adjunto, los dirigentes industriales europeos expresaron
las mismas posiciones. Dado el alto grado de entrelazamiento de los
capitales entre ambos lados del Atlántico, expresaban también los
temores de una parte de sus homólogos. En Estados Unidos, las
fracciones imperialistas poco favorables a la política del clan Bush
expresaron escepticismo e incluso su hostilidad a la política en
Medio Oriente. El apuro del clan Bush para repartir los contratos de
“reconstrucción” entre sus fieles traduce la obligación de
asegurarse todos los apoyos políticos mientras todavía sea posible.
No
se trata, entonces, de contradicciones interimperialistas “clásicas”,
sino de fisuras en el dispositivo de dominación mundial. Schröder y
Chirac querrían hacer comprender a Bush que este dispositivo no puede
ser asegurado por políticas dictadas sólo por los intereses de su
facción, ni siquiera del capital rentista concentrado en Nueva York y
en la City de Londres. Su posición es una de las facetas de la crisis
de orientación más general en las esferas dirigentes del sistema
imperialista. No terminará con la victoria militar. Nuevos
sobresaltos en Medio Oriente y en Asia, como en el “frente económico”
en Estados Unidos, la relanzarán. Esta crisis no puede resolverse
sino con un cambio de gobierno en los Estados Unidos, lo cual –a
menos que ocurran hechos dramáticos imprevisibles– no puede ocurrir
antes de enero de 2005. Incluso en tal caso dejará huellas profundas.
Por
una Europa que sea punto de apoyo de la lucha antiimperialista mundial
Las
fisuras en el dispositivo de dominación mundial son brechas que los
asalariados organizados pueden explotar en muchos países, tanto en
Europa como en América Latina, y a través de ellas puede
precipitarse el movimiento de masas de los explotados en Medio
Oriente, en Magreb y en Asia. Las divisiones del campo imperialista,
incluso temporarias, son en sí un llamado a la acción de los
asalariados y de los explotados. La guerra ya removilizó sectores de
la juventud. Las movilizaciones y los reagrupamientos efectuados en el
marco de la anti o alter globalización, especialmente el Foro Social
de Florencia de noviembre de 2002, lo anunciaban. El trabajo político
realizado en este terreno enriqueció la lucha contra la guerra. En
Estados Unidos, decenas de miles de militantes y de ciudadanos activos
se reconciliaron con la acción política, estableciendo un vínculo
entre la agresión contra Iraq y los profundos ataques a las
libertades políticas y a los derechos individuales del “Acta Patriótica”
votada por el Congreso luego del 11 de septiembre. Aún son una ínfima
minoría en un país donde sus habitantes viven en el desconocimiento
y el temor del resto del mundo. Componente esencial, “determinante
en última instancia” de la lucha contra el imperialismo, su
crecimiento depende en gran medida de la amplitud y del programa político
de las movilizaciones en otros lugares.
En
Europa, la movilización contra la guerra fue muy desigual entre un país
y otro, pero fue común a todos. El papel de los partidos
“obreros” tradicionales fue débil o muy débil. Con algunas
excepciones, la movilización no puede ser atribuida al trabajo de las
organizaciones de extrema izquierda. Las manifestaciones fueron
producto de ciudadanos “comunes”, ayudados por militantes que
muchas veces no eran miembros de un partido. El grado desigual de
movilización traduce diversos fenómenos que adquieren
configuraciones propias a cada país. Así sea de manera inconsciente,
el recuerdo colectivo del fascismo pesó en Italia y en España; en
Grecia, el de la ocupación imperialista de 1944-1948. Un factor
importante es el grado de ruptura de asalariados y jóvenes con el
sistema parlamentario oligárquico, uno de cuyos elementos es el
estado de sus relaciones con los partidos socialdemócratas y ex
estalinistas que ejercen o ejercieron el poder en “alternancia”
con los partidos burgueses clásicos. Esto se aplica a Italia, a España
y en parte al Reino Unido. ¿Cómo explicar la débil movilización en
Francia? Por una parte, como una herencia del voto a Chirac del 5 mayo
de 2002, así como también porque la ideología de la “República”
y el soberanismo, insuficiente o nulamente combatido por la extrema
izquierda, retardaron la extirpación del virus del colonialismo en
los medios obreros que fueron lejos por otro lado en la ruptura con la
Quinta República.
En
los países del Este, luego de un cierto retraso, se vio también una
fuerte toma de conciencia de la naturaleza y de los riesgos de la
agresión contra Iraq.
Incluso
los observadores más obtusos señalaron que si los gobiernos europeos
mostraron profundas divergencias, una parte generalmente significativa
de asalariados y sobre todo amplios sectores de la juventud expresaron
un mismo rechazo a la guerra. Estados Unidos dio un golpe tal vez
definitivo a “la Europa política”. El desafío es saber si los
asalariados y la juventud podrán construirla en vez de las burguesías.
Esto supone transferir lo adquirido en el combate antiguerra al
terreno propio de la lucha entre capital y trabajo. Más que nunca,
las instancias de la Unión Europea, especialmente la Comisión,
aparecerán como los instrumentos de la globalización imperialista,
los interlocutores permanentes (casi los agentes) de Estados Unidos.
Habría que saber ayudar a los asalariados y a la juventud a orientar
su indignación y dirigir su cólera contra estas instancias.
Esta
centralización sería entonces el trampolín para la elaboración del
programa de una verdadera Europa de los trabajadores, punto de apoyo
para la lucha antimperialista en todo el mundo. Pero la primera
condición de todo esto es la completa independencia política del
combate, lo que supone luchar contra el reformismo, especialmente en
sus nuevas versiones, y la ruptura con aquellos que son correa de
transmisión de las posiciones de la burguesía “ilustrada” entre
los asalariados y en la juventud.
*
Economista marxista, militante de la izquierda radical, miembro del
comité de redacción de la revista Carré Rouge (Francia) y del
consejo científico de ATTAC. El artículo fue publicado en las
revistas Carré rouge No. 25, abril 2003, A l’encontre (Suiza), No.
12, mayo de 2003, Herramienta (Argentina) No 23, invierno 2003, y en
Memoria (México) No 175, setiembre 2003. La traducción es de Silvia
N. Labado.
Notas:
1) Le Figaro, 13 de marzo de
2003.
2) Ver Arendt, Hannah, L’Impérialisme¸ cap. 5, Paris, Points
Politique, 1982, pp. 251 y 286.
3) Id., cap. 1, p. 43.
4) Id., cap. 1, p. 29.
5) Id., cap.1, pp. 32-33.
6) Para las etapas de esta mutación, ver Serfati, Claude, La
mondialisation armée, le déséquilibre de la terreur, Textuel, La
Discorde, 2001, así como también las notas que publicó en 2002 y
2003 y que fueron incluidas en las páginas de Internet, de ATTAC y de
A l’encontre.
7) Le Monde, 22 de marzo de 2003, p. 18.
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