El imperialismo

en el siglo XXI

 

Acerca de “Imperio” de Toni Negri & Michael Hardt

¿Últimas noticias del mundo?

Por Isidoro Cruz Bernal 

La aparición de “Imperio” de Negri & Hardt ha hecho correr ríos de tinta polémicos en el ambiente académico y entre las corrientes políticas de izquierda. Es un libro claramente ambicioso cuyo objetivo es hacer un mapa o pintar un fresco a gran escala del mundo en que vivimos. “Nuestro interés -escriben Negri & Hardt- no es sólo dar una descripción fenomenológica de la situación existente sino también reconocer las posibilidades inherentes a dicha situación”(1). Ambos autores reconocen una serie de cambios cualitativos en la sociedad capitalista contemporánea que hacen necesario dar cuenta de ellos en un doble registro: los aspectos relativos a la dominación y la explotación y, también, las posibilidades nuevas que éstos abren como vía de liberación.

“Imperio” es un libro complicado para analizar porque contiene una variedad grande de temáticas, la mayoría muy importantes para los trabajadores y la izquierda, otras más discutibles en su pertinencia. Sin embargo de la lectura del texto se saca la impresión de que, más allá de la entidad de los problemas tratados, el libro es un compendio de titulares a los que les falta el relato de la noticia que traen.

“Imperio” utiliza como fuentes teóricas una variedad grande de teorías (incluso se podría decir que uno de los déficits del libro es que los textos dialogan entre sí de una forma autónoma en exceso, a la que le faltan, dramáticamente, los datos empíricos que puedan sustentar sus hipótesis). Enumeraremos ahora las principales teorías a las que recurren Negri & Hardt en su obra conjunta. Una de las fuentes principales es la teoría marxista, aunque en dos vertientes complicadas de usar conjuntamente. Una es el marxismo de la corriente “obrerista” italiana (2) y la otra es el regulacionismo. La primera abarca todo lo que tiene que ver con la subjetividad de la clase trabajadora. La segunda provee una explicación de los cambios ocurridos en el capitalismo posfordista. Otra fuente teórica decisiva son las teorías de Michel Foucault y su continuación a través de Gilles Deleuze acerca de las sociedades disciplinarias como productoras de subjetividad. También Negri & Hardt acuden en busca de respuestas al conjunto de la tradición de la filosofía política occidental (especialmente Maquiavelo, Spinoza, Aristóteles y Polibio). Esto quiere decir que los autores no son traídos en base a las respuestas que ellos dieron para las preguntas que se formulaban: al contrario son traídos en forma de recurso heurístico para interrogarlos en función de nuestros problemas y nuestras perspectivas, lo que implica el riesgo de la arbitrariedad interpretativa. Por último, una fuente menor pero llamativamente presente a lo largo del texto son los “papers” de la subcultura universitaria progresista de Estados Unidos (“cultural studies”, posmodernos y feminismos varios, “queer studies”, etc).

Un problema importante que encontramos en el texto es el uso de argumentaciones retrospectivas para probar la tesis de una etapa posimperialista en la actualidad. Negri & Hardt encuentran a través de todo el siglo XX, y más atrás, anticipaciones de su tesis. El problema que vemos en la argumentación es que nunca dan cuenta de hasta qué punto es legítimo retroceder para sostener lo que dicen. Un conjunto de hechos absolutamente heterogéneos sirve para mostrar que todo apuntaba hacia el Imperio: Lenin habría deslizado implícitemente esto (según Negri & Hardt bajo la forma “revolución comunista o Imperio) (p. 238), el “new deal” de Roosevelt fue una anticipación del Imperio (p. 248). La misma república norteamericana en su origen no está exenta de ser una precursora del Imperio y un largo etcétera. Del mismo modo, todos los hechos contrarios a su tesis son subsumidos como residuos de imperialismo que persisten en la actual etapa.

“Imperio” ha sido definido por sus más entusiastas admiradores como “el Manifiesto Comunista del siglo XXI”. Al mismo tiempo, su publicación ha sido festejada por numerosos e importantes medios de los países centrales (el “New York Times” por ejemplo) que no son precisamente aliados de la revolución y el socialismo. Tal disparidad de opiniones merece una breve reflexión. Sin embargo ambos textos presentan una importante coincidencia argumentativa. En el manifiesto de Marx y Engels aparecía una insospechada apología del modo de producción capitalista como destructor de mundo viejo y de toda la estructura estable del ancien règime, ejemplificada en la famosa frase de que “todo lo sólido se disuelve en el aire”. Marx y Engels de esa forma explicaban que aún en medio de los horrores de la segunda revolución industrial (condiciones de trabajo extenuantes, trabajo infantil, etc.), la burguesía occidental llevaba adelante una transformación de las fuerzas productivas y las relaciones sociales que tenía un signo indudablemente progresista. La estrategia argumentativa de Negri & Hardt va por el mismo lado: argumentan acerca de la instalación de una etapa posimperialista del capitalismo que ha permitido la unificación regulada del mercado mundial. Las implicaciones en cuanto a concentración de poder y violencia en manos de los amos del mundo no se les escapan, no dicen que vivimos en el mejor de los mundos. No hay que criticarlos por lo que no dicen. Lo que sí afirman, y acá está la coincidencia argumentativa que señalábamos, es que la formación del Imperio y el fin del imperialismo tienen consecuencias básicamente positivas para el conjunto de los explotados y oprimidos. Afirman, en modo similar a Marx y Engels, el “progreso por el mal lado” (cosa curiosa en dos teóricos tan antihegelianos). Hasta aquí el parecido.

La diferencia esencial está en la política propuesta. Marx y Engels, a pesar de tener una opinión favorable al desarrollo capitalista no dejaban de anotar que las posibilidades emancipatorias abiertas por esto se encontraban esencialmente relacionadas con el desarrollo de la clase trabajadora. Ésta era el hecho nuevo que negativizaba las consecuencias dramáticas de la revolucionarización burguesa de las condiciones de producción. La tarea política que se desprendía para los trabajadores, en opinión de Marx y Engels, era el derrocamiento violento del orden existente. Del progreso social “por el mal lado” que traía aparejado el desarrollo capitalista no se derivaba una evolución pacífica al socialismo y al comunismo.

Muy diferente es la política de Negri & Hardt cuando escriben: “La globalización... no es una única cosa, y los múltiples procesos que reconocemos como globalización no están unificados ni son unívocos. Nuestra tarea política, argumentaremos, no es, simplemente, resistir a estos procesos, sino reorganizarlos y redirigirlos hacia nuevos fines” (3). El Imperio es un territorio que favorece el desarrollo abierto de la lucha de clases. Ellos lo afirman tajantemente: “La multitud, con su voluntad de oponerse y su deseo de liberación, deberá empujar a través del Imperio para salir por el otro lado” (4). El Imperio deviene así una variante de la “astucia de la razón” que deberá ser atravesada en toda su extensión para poder sí, después de un via crucis, ser negada. Negri & Hardt, por poner tanto cuidado en no caer en un anticapitalismo romántico terminan haciendo una visión apologética del capitalismo actual. Mucho más importante que hacerles una discusión puntillosa y nominalista sobre si vivimos en el Imperio o en el imperialismo resulta políticamente más pertinente marcarles su no consideración de las características degenerativas del capitalismo globalizado. Características visibles en hechos tan contundentes, y ausentes en los análisis de Negri & Hardt, como la desocupación estructural con la que el capital combate descarnadamente a la clase trabajadora en todo el mundo (5) o las guerras comerciales entre bloques regionales capitalistas.

Imperio: subsunción y control

Negri & Hardt inician su libro afirmando: “El Imperio se está materializando ante nuestros ojos. Durante las últimas décadas, mientras los regímenes coloniales eran derrocados, y luego, precipitadamente, tras el colapso final de las barreras soviéticas al mercado mundial, hemos sido testigos de una irresistible e irreversible globalización de los intercambios económicos y culturales. Junto con el mercado global y los circuitos globales de producción ha emergido un nuevo orden, una nueva lógica y estructura de mando, en suma, una nueva forma de soberanía. El Imperio es el sujeto político que regula efectivamente estos cambios globales, el poder soberano que gobierna al mundo” (6).

La última parte de la definición es decisiva porque hace, conjuntamente con el fin de la etapa imperialista del capitalismo, a la definición misma del concepto de Imperio. La declinación del concepto moderno de soberanía estatal, fundado en la instauración de un orden trascendente exterior a los hombres, es lo que complementa la aparición del “comando imperial del mundo”.

La estructura del libro de Negri & Hardt busca indicar los orígenes del Imperio en las ideas actuales para ir progresando hacia el orden productivo y social que da base a este fenómeno. Comienzan su indagación por el derecho. Allí encuentran que la problemática más desarrollada por la juridicidad actual es la construcción de un derecho para un orden supranacional. Un síntoma de ello es la atención prestada por los juristas a la idea, originada en el catolicismo, de “guerra justa”. Si se repasa el estilo “humanitario” de las intervenciones imperialistas durante la década del ‘90 se puede ver claramente esta tendencia. Negri & Hardt colocan dentro de este discurso humanitarista del capital a las ONGs (aunque más adelante matizarán esta apreciación). No puede dejarse de estar de acuerdo con esta puntuación que recoge el sesgo epocal del discurso imperialista que busca hacerse eco de imperativos éticos basados en necesidades humanas universales. Sin embargo nuestro acuerdo finaliza aquí porque de lo que es una política del imperialismo en un momento determinado, Negri & Hardt deducen que ello expresa transformaciones cualitativas del imperialismo. Tan trascendentes que significan su superación en un estadio cualitativamente distinto y superior respecto a él.

¿Cuáles son los procesos materiales en los que se basan para justificar esto? La argumentación se sostiene en dos puntas: la diferencia entre la subsunción formal y la subsunción real del trabajo al capital aplicada al estudio del imperialismo y los procesos de producción de la subjetividad. En lo primero los argumentos tienen como fundamento a Marx y en segundo orden a Rosa Luxemburg y a Lenin y, en el segundo tema, a Foucault y Deleuze.

¿Cómo conceptúan Negri & Hardt la etapa imperialista? “Lenin unió la problemática de la soberanía moderna con la del desarrollo capitalista bajo la lente de una crítica unificada...” (7). También en un texto de divulgación acerca de “Imperio”, publicado recientemente, Negri afirma que imperialismo es “la expansión del estado-nación más allá de sus fronteras; la creación de relaciones coloniales (a menudo camufladas tras el señuelo de la modernización) a expensas de pueblos hasta entonces ajenos al proceso eurocéntrico de la civilización capitalista; pero también la agresividad estatal, militar y económica, cultural, incluso racista, de naciones fuertes respecto a naciones pobres” (8). La existencia de un mundo colonial es, en la concepción de Negri & Hardt, absolutamente determinante para que haya imperialismo. No pretendemos negar esto. Pero una cosa es que el colonialismo haya sido constitutivo del origen del imperialismo y otra muy distinta es que sea un elemento cuya ausencia modifica la esencia del fenómeno. La esclavitud ha sido un elemento muy importante en la formación del mercado mundial y su desaparición no ha redundado en el derrumbe de esta estructura (9). Lo que sí se da en el devenir del imperialismo es una serie de sucesivas mutaciones impulsadas por la lógica del capital a través de las cuales su dominación se va redefiniendo.

¿Por qué necesitan conceptualmente Negri & Hardt de la existencia del mundo colonial, de un “exterior”, para definir el imperialismo? La razón de esto se encuentra en su uso del concepto de subsunción (10). Veamos con más detalle.

Negri & Hardt tienen como referencias respecto a la teoría marxista del imperialismo a Lenin y a Rosa Luxemburg. De esta última recogen su planteo acerca de la necesidad de que exista, para que se desarrolle el imperialismo, un hinterland atrasado, una periferia no capitalista. Ésta es vital para que pueda producirse lo que Marx llama el proceso de “realización” del plusvalor que evite las crisis de superproducción. Dicen Negri & Hardt, tomando el esquema del planteo de Rosa Luxemburg: “La única solución efectiva para el capital es mirar fuera de sí y descubrir mercados no capitalistas en los que pueda intercambiar sus mercancías y realizar su valor” (11).

Nuestro interés no está en discutir acerca de la “corrección” o “incorrección” de los planteos luxemburguianos sobre el imperialismo (12), sino marcar el papel que la distinción entre un “interior” y un “exterior” asumen en la argumentación de Negri & Hardt. El planteo de ellos es que la dinámica centrípeta del imperialismo del capital socava la distinción entre el “interior” y el “exterior” periférico. Como la exportación de capitales no se reduce a una invasión de capital-dinero o de mercaderías extranjeras sino que, sobre todo, implica la extensión de un tipo de relaciones sociales, en opinión de Negri & Hardt llegará un punto en el que la lógica misma del capital subsuma al imperialismo. Ese fin es lo que estamos presenciando actualmente. “El imperialismo crea realmente una camisa de fuerza para el capital o, más precisamente, en un cierto momento los límites creados por las prácticas imperialistas obstruyen el desarrollo capitalista y la plena realización del mercado mundial. El capital deberá eventualmente superar al imperialismo y destruir las barreras entre el interior y el exterior”. Más adelante esto es explicitado por completo: “Los procesos de subsunción real del trabajo bajo el capital no se basan en el exterior, y no involucran los procesos de expansión... Hay, ciertamente, procesos de subsunción real sin mercado mundial, pero no puede haber un mercado mundial plenamente realizado sin los procesos de subsunción real” (13).

El intrumento teórico marxista que usan Negri & Hardt para describir este proceso de pasaje (ver pp. 231 a 242) es la ya mencionada subsunción. Este concepto, presente en Marx hacia el final del libro 1 de “El Capital” consiste en una explicación de tipo histórico que desarrolla en relación al precapitalismo y al dominio orgánico del capital, donde distingue dos momentos. Uno que es el de la “subsunción formal del trabajo al capital” en el que “la subsunción del proceso laboral en el capital se opera sobre la base de un proceso laboral preexistente... configurado sobre la base de diversos procesos de producción anteriores” (14). Un ejemplo histórico de ello son las plantaciones de algodón de la aristocracia terrateniente del sur de EEUU, en las cuales el proceso laboral se llevaba a cabo mediante trabajo esclavo pero la producción se orientaba al mercado mundial (en especial Inglaterra que apoyó con todo a este bando en la “guerra de secesión”). El desarrollo de la lógica del capital implica que estos procesos se orienten hacia lo que Marx llama “subsunción real del trabajo al capital”. Ésta implica que además de “la directa subordinación del proceso laboral... al capital” se produce una “metamorfosis de la naturaleza real del proceso de trabajo” (15). Es decir que el avance de la lógica del capital desintegra otros procesos productivos (aun aquellos que están integrados a su ciclo como en el ejemplo que pusimos acerca del sur norteamericano). Este proceso tiene como primera consecuencia la expansión de relaciones sociales en las que la forma de obtener la subsistencia es el trabajo asalariado. Y como segunda consecuencia el que en el proceso productivo los asalariados sean colocados en la posición de ser solamente portadores de fuerza de trabajo humana. Es decir, la subsunción real implica el avance del trabajo abstracto (mero gasto de energía) por encima de la pluralidad de trabajos concretos (mediante los cuales ciertos grupos de trabajadores defienden su lugar en el mercado laboral). Los procesos por medio de los cuales desaparecen capas enteras de trabajadores especializados en un oficio determinado tienen por causa la subsunción real (combinada además con el cambio tecnológico, pero reducir este fenómeno a esto último es propio de la ideología de los patrones).

La interacción entre la subsunción formal y la subsunción real está lejos de ser un proceso únicamente situado en la transición del precapitalismo al capitalismo. Es un proceso permanente en la lógica del capital, algo que es posible observar todos los días. La caída en la proletarización de sectores profesionales, que aunque fueran asalariados sólo estaban formalmente subordinados al capital, puede ser un buen ejemplo de estas relaciones de pasaje conflictivo y continuo. Otro ejemplo podemos encontrarlo en las dificultades que enfrentan los trabajadores organizados en cooperativas por la sola existencia de un mercado capitalista, que a través de la coacción competitiva los obliga a formas de autoexplotación que culminan, las más de las veces, disolviendo sus esfuerzos por organizar su trabajo en forma solidaria (es decir, huyendo de la relación salarial).

Al ser lo que describe esta categoría marxista una cosa distinta a una relación de pasaje estabilizada y progresiva sino un aspecto estructurante de la lucha de clases, concebirla como lo hacen Negri & Hardt de una forma lineal y acumulativa (el “interior” que va fagocitando al “exterior”) es profundamente equivocado y formalista. Es una visión vulgar del imperialismo, similar a aquella que entendía que la aparición de los monopolios eliminaba las relaciones competitivas y no, como lo hace de hecho, las desplaza al interior del mercado mundial o de la lógica de bloques regionales. Y además, esta conceptualización en la que el imperialismo sabría finalizarse a sí mismo para avanzar a algo superior en sentido histórico constituye una visión apologética del capitalismo actual.

La lógica del imperialismo sigue mostrando una estructuración pautada por la contradicción resultante entre la internacionalización de la economía (lo que se llama “globalización” y que ha alcanzado una intensidad tal que redefine ciertas características del imperialismo) y la nacionalización de los intereses del capital, con las inevitables consecuencias de crisis periódicas y conflictos armados.

Esta nacionalización puede verse en un estudio del “Financial Times” (10/05/02), en que se consigna que de las 500 empresas más grandes del mundo un 48% son norteamericanas, un 30% europeas, un 10% japonesas y un 1% pertenecen a los “tigres asiáticos”. El resto es silencio.

De la misma manera que el capitalismo muestra el más avanzado desarrollo de la producción social contrapuesto a su apropiación privada, y no puede superar esa contradicción sino solamente llevarla a una escala más gigantesca, sucede lo mismo con la contradicción entre la economía mundial y los estados nacionales. El nivel hasta el que asciendan esos extremos es el relato del futuro del imperialismo.

La poética del libro de Negri & Hardt es una poética de los pasajes. Una vez que atravesamos el pasaje mayor, del imperialismo al Imperio, quedan otros, también importantes.

Habíamos mencionado que “Imperio” utiliza las teorías de Foucault y Deleuze cuando analiza la producción de subjetividad. Es más, un aspecto del pasaje del imperialismo al Imperio está estrictamente relacionado con esto último. Negri & Hardt toman el análisis de Foucault acerca de las sociedades disciplinarias en las que a partir de una serie de instituciones de encierro (en las que aparece claramente la distinción entre un afuera y un adentro) se produce una subjetividad de cierto tipo: un cuerpo dócil (16), apto para soportar las estrategias convergentes, aunque sin sujeto, de la dominación disciplinaria. Las disciplinas se ponen en práctica en lugares colectivos de encierro que procesan al individuo según sus leyes y relaciones de pasaje. Primero la familia, luego la escuela (“ya no estás en tu casa”), después el cuartel (“ya no eres un escolar”) y así sucesivamente, pudiendo agregarse la fábrica o el hospital. Negri & Hardt recogen un escrito de Gilles Deleuze en el que este filósofo intenta complementar/actualizar las teorías de su amigo Foucault sobre los órdenes disciplinarios (17). Allí plantea que: “...tras la segunda guerra mundial las disciplinas ya eran lo que ya no éramos, lo que dejábamos de ser” y que “son las sociedades de control las que están reemplazando a las sociedades disciplinarias” (18). La diferencia entre estos dos tipos de sociedades radica (algo bastante vinculado a la orientación de Negri & Hardt) en que en las sociedades de control se da una indistinción entre el “interior” y el “exterior”. En las sociedades disciplinarias cada vez que un individuo atraviesa una institución comienza cada vez desde cero. Según Deleuze, en las sociedades de control nunca se empieza ni se termina verdaderamente nada. Ilustra este tipo de procesamiento mediante las técnicas actuales de formación permanente y marketing empresarial.

La utilización de estos dos modelos que hacen Negri & Hardt tiene el objetivo de establecer un paralelo coextensivo entre imperialismo y sociedad disciplinaria por un lado y entre Imperio y sociedades de control. Es más, denominan al actual ordenamiento mundial como “sociedad global de control” (19). Vemos aquí un segundo pasaje en el tránsito hacia el Imperio.

Más allá de que en el caso de estos dos modelos la diferencia nos parece un poco forzada -preferiríamos utilizarlos en una forma en que interactúen y coexistan ambos momentos, mostrando los aspectos disciplinarios de la sociedad actual tanto como aquellos en los que este modelo no alcanza a ser explicativo-, no censuramos en modo alguno a Negri & Hardt por recurrir a estas teorías. Nada más lejos de nosotros que ver en esto alguna clase de crimen contra una ortodoxia teórica más imaginaria que real. Sin embargo, verlo como una estricta relación de pasaje que, además supone un progreso, no sólo hacia el Imperio, sino en sí mismo, no nos parece teóricamente productivo. Por otra parte, evaluar este pasaje como un avance dista de ser convergente con el punto de vista de los autores, ya que Deleuze escribe: “No se trata de preguntar cuál régimen es más duro, o más tolerable, ya que en cada uno de ellos se enfrentan las liberaciones y las servidumbres” (20).

Existe otra relación de pasaje tomada por Negri & Hardt que es la que va de la modernidad a la posmodernidad. Sin embargo como la tarea llevada adelante por la modernidad es la separación de los hombres respecto al mundo natural, por vía de la sociedad industrial, la etapa posmoderna es aquella en que este proceso ha concluido. La diferenciación de dos etapas cualitativamente distintas se vuelve difícil de sostener. No abundaremos en esto pero para este caso preferimos la definición de un sociólogo ubicado políticamente a la derecha de Negri & Hardt, Anthony Giddens, que plantea la categoría de “sobremodernidad”. Ésta da cuenta mejor, a nuestro entender, de las implicancias que traen la acumulación de vertiginosos cambios que hemos visto en los últimos veinte años que, sin embargo, continúan una misma lógica social.

Inmanencia y subjetividad

El conjunto del libro está recorrido por el conflicto entre la tendencia de la soberanía moderna (heredera en esto de la soberanía medieval) a crear un ámbito trascendental y exterior a los hombres contra otra tendencia, más subterránea, que uniría resistencia a inmanencia. Negri & Hardt apuestan por una política de la inmanencia. Conviene recordar que algo inmanente significa que “existe y actúa en el interior”. Es decir que es algo cuya causa no opera desde afuera. Para poner un ejemplo del agrado de Negri, para Spinoza Dios es inmanente al mundo. Esto lo opone a la tradición cristiana que ve a Dios como algo trascendente y exterior al mundo. Esta oposición entre políticas de la trascendencia y políticas de la inmanencia aparece ejemplificada históricamente en la visión política medieval, claramente trascendental, y la emergencia del humanismo renacentista basado en la inmanencia. La modernidad de conjunto, para Negri & Hardt, está cruzada por ambas tendencias.

Esta última circunstancia es significativa en el sentido de entrever que una oposición inmanencia-trascendencia, tal como la enuncian Negri & Hardt, es poco conveniente políticamente. Principalmente porque toman una versión demasiado unilateral del concepto, semi-religiosa diríamos. Por el contrario, un autor como Merleau-Ponty da una visión distinta y más balanceada: “Llamaremos trascendencia este movimiento por el cual la existencia reasume por su cuenta y transforma una situación de hecho” (21). Una visión así orientada nos parece que puede dar cuenta más acabadamente de la idea de trascendencia que la visión de Negri & Hardt que la reduce a ser algo puramente exterior e impuesto a los sujetos. Una idea de trascendencia como transformación de una situación de hecho permite formular mejor ideas centrales a la política revolucionaria como la diferencia entre un interés inmediato y un interés histórico y de proyecto por parte de los trabajadores. Es en base a una dialéctica de inmanencia y trascendencia como deberíamos tomar esto, y no como una oposición irreductible, para que sea útil a la política revolucionaria.

La explicación que proponen Negri & Hardt de los cambios internos del capitalismo está relacionada con una discusión aparentemente tan puramente filosófica como la anterior. Éstos están motorizados por la subjetividad inmanente de los trabajadores. “El capitalismo ingresa a una transformación sistemática sólo cuando se ve forzado y cuando su actual régimen es insostenible... El poder del proletariado le impone límites al capital y no sólo determina las crisis sino que también dicta los términos y naturaleza de la transformación. El proletariado realmente inventa las formas sociales y productivas que el capital se verá forzado a adoptar en el futuro” (22). Nada más lejos de nuestra intención que hacerle a Negri & Hardt una discusión leninista dogmática pero esto nos parece una fábula autonomista de punta a punta. Si bien podemos acordar en que concebir a los oprimidos como víctimas pasivas de la explotación es una posición que juega un papel político reaccionario y que cualquier compañero que se inserte en los movimientos reales puede apreciar las formas creativas de lucha que generan las masas trabajadoras, la posición del texto es tremendamente unilateral y equivocada. Desarma políticamente porque pinta un panorama facilista y lleva hacia conclusiones políticas que no se hacen cargo de las dificultades reales de los procesos, de sus desarrollos profundamente combinados y desiguales que están lejos de tener correspondencia con la pintura inmanentista y expansiva que hacen Negri & Hardt de las luchas sociales.

El elemento que está subvalorado en el análisis es el movimiento autocontradictorio que es propio del ciclo del capital, elemento explicativo tan importante como, y que debe combinarse con, el de la subjetividad de la clase oprimida. El ciclo del capital tiene que ver, en tanto elemento de crisis, con las indicaciones que da Marx en el libro 3 de El Capital cuando enuncia que la verdadera barrera del capital es el capital mismo. La combinatoria de estos dos aspectos es lo que permite explicar los cambios en la lucha de clases. Cualquier mirada que no los sopese a ambos peca de unilateral.

Esta unilateralidad aparece también cuando fundamentan el poder productivo e inmanente de la multitud. Escriben: “El poder no es algo que se impone sobre nosotros sino algo que creamos” (23). El problema que aparece aquí es que el poder también es algo que padecemos. Es las dos cosas. Y, sin dudas, una mirada verdadera no dejará de reconocer que el segundo aspecto, en las condiciones reales, es el determinante. Por supuesto que si el otro lado no existiera ni siquiera como corriente subterránea y subordinada de la vida social, lo más práctico que podríamos hacer es irnos a nuestra casa y lamentarnos por lo inevitable de la explotación y la miseria, pero esto no autoriza a dejar de lado el hecho de que la creatividad de la lucha de masas se desarrolla a partir de su posición subordinada. Se lucha en y a través de las relaciones capitalistas. Se lucha en la subsunción del trabajo al capital.

En las descripciones que hacen Negri & Hardt de estos problemas se esboza una tendencia “societalista” que solamente registra el efecto social de los deseos y las nuevas necesidades de la clase trabajadora. Esto es lo determinante para que el capital modifique sus formas. La manera en que estos procesos se dieron en Occidente después de la segunda guerra es descripto así: “El ataque del trabajador fue completamente político -aun cuando muchas prácticas de masas, en especial de los jóvenes, parecieran completamente apolíticas- en tanto exponía y paralizaba los centros nerviosos políticos de la organización económica del capital” (24). El párrafo deja a la vista una curiosa mixtura de objetivismo y subjetivismo en el que los movimientos de las masas que golpean al capital no tienen ninguna clase de “traducción” política u organizativa. Esto llega al paroxismo cuando Negri & Hardt hacen la apología de la fuerza del proletariado norteamericano a partir de su bajo nivel de representación partidaria y sindical. La razón que dan es que “El poder de la clase trabajadora reside no en sus instituciones representativas sino en el antagonismo y autonomía de los propios trabajadores” (25). Un argumento que es una pura generalidad que no dice nada. No vamos a ser nosotros, que venimos del movimiento trotskista, los que vamos a ser tímidos a la hora de dudar de la representatividad de los representantes políticos y sindicales que muchas veces padece la clase trabajadora. Pero para poder afirmar la existencia de un poder social de esta clase tenemos que tomar alguna clase de parámetro en que se exprese la emergencia de su subjetividad. No se puede entenderlo de forma objetivista con argumentos del tipo del  “antagonismo de los trabajadores”. Ese antagonismo y esa autodeterminación de los propios trabajadores tiene que tener formas visibles, más allá de las relaciones sociales capitalistas como tales. Y no queremos referirnos con esto a ninguna clase de partido depositario de una verdad eterna, aunque pensemos que la organización en partido revolucionario de la clase trabajadora es un aspecto importante (aunque no excluyente) para que pueda elevarse hacia su propia autodeterminación.

Con esta concepción acerca de la subjetividad de los trabajadores no es difícil llegar a un concepto tal como “la multitud”, que es una de las palabras-llave de este libro. Es equivocado criticarlo planteando que la multitud ignora las clases sociales, porque en varios pasajes del libro Negri & Hardt explican su relación a la subsunción y al proletariado. Pero el problema que tiene la idea de la multitud es que a partir de un desarrollo interesante que hacen los autores sobre las paradojas de la modernización social en una secuencia sucesiva a través de la cual la multitud se convierte en el pueblo, el pueblo en la nación y la nación se subsume en el estado y todo ello sirve para que las estructuras estatales capturen a la multitud, este concepto se convierte, en el empleo de Negri & Hardt, en el rechazo de todas las determinaciones concretas mediante las cuales cualquier clase oprimida adquiere conciencia de su peso y ensaya estrategias para alcanzar sus fines. La idea de multitud oscila entonces entre un proletariado que modifica objetivamente, y casi sin proponérselo, las dominaciones, y una representación populista del estilo de los que los reaccionarios llaman la “mayoría silenciosa”.

Aquí se produce el cierre de la argumentación del libro, apologética del actual devenir capitalista, porque la aparición del comando imperial del mundo resulta de la convergencia entre dos lógicas de la inmanencia: la de la multitud y la del capital. Esto y no otra cosa quiere decir una de las frases con las que este libro se ha hecho famoso: “La multitud llamó al Imperio” (26).

El pueblo unido se va a Estados Unidos

De toda la extensa descripción que hacen Negri & Hardt del mundo actual se desprende una política general a la que se suma una propuesta mínima de reivindicaciones. El primer aspecto es bastante claro. La política general del libro lleva a proponer la lucha por el comunismo vía Imperio. Luchar, no sólo en el interior, cosa inevitable, sino también a través y en el sentido del Imperio. La aparición del Imperio, según Negri & Hardt ha cancelado las diferencias entre táctica y estrategia. Y sin estrategia, cuando además se nos prescribe al Imperio como territorio social por excelencia para luchar por el comunismo y el poder inmanente y productivo de la multitud, queda reducida a táctica, a una versión muy sofisticada del reformismo.

El rasgo general de la propuesta del libro “...oscila entre una resistencia sin horizonte de ruptura y una tentación catastrofista según la cual todo insubordinación respecto del orden del capital devendría inmediatamente subversiva” (27).

La propuesta reivindicativa se reduce a plantear un ingreso universal, el bien común y la exigencia de libre circulación. Esta última reivindicación, enteramente compartible, que nace del mero espectáculo del mundo actual en el que las mercaderías tienen menos barreras que los seres humanos, se enlaza con la lógica general del libro. Un fenómeno como el de las migraciones masivas de trabajadores hacia los países cuyo estado es capaz de atraer más capital y que se explican estructuralmente por este mecanismo, se convierte para Negri & Hardt en la potencia de subversión más importante del mundo actual. Negri & Hardt escriben: “Mediante la circulación la multitud se reapropia del espacio, constituyéndose a sí misma como sujeto activo” (28). Negri & Hardt, casi sonrojándose, reconocen que éstas migraciones se dan a costa de enormes sufrimientos concretos por parte de quienes emigran, pero mediante un pase de magia conceptual vuelven a ordenar a su multitud, cual si se tratase de soldaditos de plomo, y vuelven a la carga, a sitiar al Imperio.

Es claro que este es un problema decisivo en el orden social actual y que la atracción de trabajadores hacia ciertos puntos de la economía mundial combinada con las políticas restrictivas de los estados nacionales (con los que se divide a la clase trabajadora internacional) genera un sinnúmero de conflictos. El planteo que hacen Negri & Hardt es que “La multitud debe poder decidir si, cuándo y dónde se mueve. También debe tener el derecho de quedarse inmóvil y disfrutar de un lugar en vez de ser forzada a moverse continuamente” (29). Cualquiera de nosotros lee esto y dice: sí, por supuesto que debe tener ese derecho ¿quién se lo va a negar? El problema es que para que eso sea posible el capitalismo no debería existir. Es su lógica la que dinamiza estas migraciones y las consecutivas segregaciones. De ahí que plantear la libre circulación sin proyectar un horizonte de ruptura con el capitalismo (que no sea meramente desiderativo como es el caso de Negri & Hardt) sea totalmente utópico.

El título de este apartado se origina en un chiste de Luca Prodan hacia la izquierda de los años ‘80. Pero era eso: un chiste. Nadie hasta ahora lo había convertido en programa político.

Publicado en la revista Socialismo Barbarie Nº 12, julio 2002

Notas:

(1) “Imperio”, Ed. Desde Abajo, p. 254.

(2) El “obrerismo” italiano es una corriente marxista originada hacia fines de los ‘50 en torno a la revista “Quaderni Rossi”, dirigida por Renzo Panzieri. En los años ‘60 y ‘70 sus activistas, entre ellos Toni Negri ,tuvieron destacada participación en las luchas obreras más radicalizadas. A mediados de los ‘70 varios de ellos ingresaron al PC italiano (Mario Tronti y otros). Negri quedó en el otro grupo. La característica principal del “obrerismo” es el poner el acento en la clase trabajadora como factor determinante de las crisis del capital.

(3) “Imperio”, p. 46.

(4) idem, p. 225.

(5) ver p. 326 para captar la subestimación con que consideran el problema de la reproducción de la fuerza de trabajo.

(6) “Imperio”, p. 43.

(7) idem, p. 236.

(8) “El Imperio, etapa superior del imperialismo” en “Cuadernos del Sur” nº 33.

(9) para esto conviene repasar “Miseria de la Filosofía” de Marx.

(10) Como toda palabra artificial sacada en forma demasiado directa de otro idioma, es bastante ingrata al oído. En el texto escrito en conjunto con Roberto Sáenz en SoB nº 10 optamos por convertirla en subordinación del trabajo al capital, que no recubre todo el significado pero se entiende bastante más.

(11) “Imperio”, p. 230.

(12) para esto ver el estudio de Roman Rosdolsky sobre las “Grundrisse”, pp. 538-554.

(13) “Imperio”, pp. 238 y 256.

(14) Marx, “El Capital” Libro 1, Capítulo 6 (inédito). Ed. Signos, 1971, p. 55.

(15) idem, p. 72.

(16) el análisis clásico de este modelo (aplicado a las cárceles) puede verse en Michel Foucault, “Vigilar y castigar”.

(17) “Posdata sobre las sociedades de control”, en Gilles Deleuze, “Pourparler”.

(18) idem.

(19) “Imperio”, p. 317.

(20) Deleuze, idem.

(21) Merleau-Ponty, “Fenomenología de la percepción”, Ed. FCE, p. 186.

(22) “Imperio”, p. 267.

(23) idem, p. 182.

(24) idem, p. 262.

(25) idem, p. 268.

(26) idem, p. 83.

(27) Daniel Bensaid, “El Imperio ¿etapa terminal? En “Cuadernos del Sur” nº 33.

(28) “Imperio”, p. 372.

(29) idem, p. 374.