Acerca
de “Imperio” de Toni Negri & Michael Hardt
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noticias del mundo?
Por
Isidoro Cruz Bernal
La
aparición de “Imperio” de Negri & Hardt ha hecho correr ríos
de tinta polémicos en el ambiente académico y entre las corrientes
políticas de izquierda. Es un libro claramente ambicioso cuyo
objetivo es hacer un mapa o pintar un fresco a gran escala del mundo
en que vivimos. “Nuestro interés -escriben Negri & Hardt- no es
sólo dar una descripción fenomenológica de la situación existente
sino también reconocer las posibilidades inherentes a dicha situación”(1).
Ambos autores reconocen una serie de cambios cualitativos en la
sociedad capitalista contemporánea que hacen necesario dar cuenta de
ellos en un doble registro: los aspectos relativos a la dominación y
la explotación y, también, las posibilidades nuevas que éstos abren
como vía de liberación.
“Imperio”
es un libro complicado para analizar porque contiene una variedad
grande de temáticas, la mayoría muy importantes para los
trabajadores y la izquierda, otras más discutibles en su pertinencia.
Sin embargo de la lectura del texto se saca la impresión de que, más
allá de la entidad de los problemas tratados, el libro es un
compendio de titulares a los que les falta el relato de la noticia que
traen.
“Imperio”
utiliza como fuentes teóricas una variedad grande de teorías
(incluso se podría decir que uno de los déficits del libro es que
los textos dialogan entre sí de una forma autónoma en exceso, a la
que le faltan, dramáticamente, los datos empíricos que puedan
sustentar sus hipótesis). Enumeraremos ahora las principales teorías
a las que recurren Negri & Hardt en su obra conjunta. Una de las
fuentes principales es la teoría marxista, aunque en dos vertientes
complicadas de usar conjuntamente. Una es el marxismo de la corriente
“obrerista” italiana (2) y la otra es el regulacionismo. La
primera abarca todo lo que tiene que ver con la subjetividad de la
clase trabajadora. La segunda provee una explicación de los cambios
ocurridos en el capitalismo posfordista. Otra fuente teórica decisiva
son las teorías de Michel Foucault y su continuación a través de
Gilles Deleuze acerca de las sociedades disciplinarias como
productoras de subjetividad. También Negri & Hardt acuden en
busca de respuestas al conjunto de la tradición de la filosofía política
occidental (especialmente Maquiavelo, Spinoza, Aristóteles y
Polibio). Esto quiere decir que los autores no son traídos en base a
las respuestas que ellos dieron para las preguntas que se formulaban:
al contrario son traídos en forma de recurso heurístico para
interrogarlos en función de nuestros problemas y nuestras
perspectivas, lo que implica el riesgo de la arbitrariedad
interpretativa. Por último, una fuente menor pero llamativamente
presente a lo largo del texto son los “papers” de la subcultura
universitaria progresista de Estados Unidos (“cultural studies”,
posmodernos y feminismos varios, “queer studies”, etc).
Un
problema importante que encontramos en el texto es el uso de
argumentaciones retrospectivas para probar la tesis de una etapa
posimperialista en la actualidad. Negri & Hardt encuentran a través
de todo el siglo XX, y más atrás, anticipaciones de su tesis. El
problema que vemos en la argumentación es que nunca dan cuenta de
hasta qué punto es legítimo retroceder para sostener lo que dicen.
Un conjunto de hechos absolutamente heterogéneos sirve para mostrar
que todo apuntaba hacia el Imperio: Lenin habría deslizado implícitemente
esto (según Negri & Hardt bajo la forma “revolución comunista
o Imperio) (p. 238), el “new deal” de Roosevelt fue una anticipación
del Imperio (p. 248). La misma república norteamericana en su origen
no está exenta de ser una precursora del Imperio y un largo etcétera.
Del mismo modo, todos los hechos contrarios a su tesis son subsumidos
como residuos de imperialismo que persisten en la actual etapa.
“Imperio”
ha sido definido por sus más entusiastas admiradores como “el
Manifiesto Comunista del siglo XXI”. Al mismo tiempo, su publicación
ha sido festejada por numerosos e importantes medios de los países
centrales (el “New York Times” por ejemplo) que no son
precisamente aliados de la revolución y el socialismo. Tal disparidad
de opiniones merece una breve reflexión. Sin embargo ambos textos
presentan una importante coincidencia argumentativa. En el manifiesto
de Marx y Engels aparecía una insospechada apología del modo de
producción capitalista como destructor de mundo viejo y de toda la
estructura estable del ancien règime, ejemplificada en la
famosa frase de que “todo lo sólido se disuelve en el aire”. Marx
y Engels de esa forma explicaban que aún en medio de los horrores de
la segunda revolución industrial (condiciones de trabajo extenuantes,
trabajo infantil, etc.), la burguesía occidental llevaba adelante una
transformación de las fuerzas productivas y las relaciones sociales
que tenía un signo indudablemente progresista. La estrategia
argumentativa de Negri & Hardt va por el mismo lado: argumentan
acerca de la instalación de una etapa posimperialista del capitalismo
que ha permitido la unificación regulada del mercado mundial. Las
implicaciones en cuanto a concentración de poder y violencia en manos
de los amos del mundo no se les escapan, no dicen que vivimos en el
mejor de los mundos. No hay que criticarlos por lo que no dicen. Lo
que sí afirman, y acá está la coincidencia argumentativa que señalábamos,
es que la formación del Imperio y el fin del imperialismo tienen
consecuencias básicamente positivas para el conjunto de los
explotados y oprimidos. Afirman, en modo similar a Marx y Engels, el
“progreso por el mal lado” (cosa curiosa en dos teóricos tan
antihegelianos). Hasta aquí el parecido.
La
diferencia esencial está en la política propuesta. Marx y Engels, a
pesar de tener una opinión favorable al desarrollo capitalista no
dejaban de anotar que las posibilidades emancipatorias abiertas por
esto se encontraban esencialmente relacionadas con el desarrollo de la
clase trabajadora. Ésta era el hecho nuevo que negativizaba las
consecuencias dramáticas de la revolucionarización burguesa de las
condiciones de producción. La tarea política que se desprendía para
los trabajadores, en opinión de Marx y Engels, era el derrocamiento
violento del orden existente. Del progreso social “por el mal
lado” que traía aparejado el desarrollo capitalista no se derivaba
una evolución pacífica al socialismo y al comunismo.
Muy
diferente es la política de Negri & Hardt cuando escriben: “La
globalización... no es una única cosa, y los múltiples procesos que
reconocemos como globalización no están unificados ni son unívocos.
Nuestra tarea política, argumentaremos, no es, simplemente, resistir
a estos procesos, sino reorganizarlos y redirigirlos hacia nuevos
fines” (3). El Imperio es un territorio que favorece el desarrollo
abierto de la lucha de clases. Ellos lo afirman tajantemente: “La
multitud, con su voluntad de oponerse y su deseo de liberación, deberá
empujar a través del Imperio para salir por el otro lado” (4). El
Imperio deviene así una variante de la “astucia de la razón” que
deberá ser atravesada en toda su extensión para poder sí, después
de un via crucis, ser negada. Negri & Hardt, por poner tanto
cuidado en no caer en un anticapitalismo romántico terminan haciendo
una visión apologética del capitalismo actual. Mucho más importante
que hacerles una discusión puntillosa y nominalista sobre si vivimos
en el Imperio o en el imperialismo resulta políticamente más
pertinente marcarles su no consideración de las características
degenerativas del capitalismo globalizado. Características visibles
en hechos tan contundentes, y ausentes en los análisis de Negri &
Hardt, como la desocupación estructural con la que el capital combate
descarnadamente a la clase trabajadora en todo el mundo (5) o las
guerras comerciales entre bloques regionales capitalistas.
Imperio:
subsunción y control
Negri
& Hardt inician su libro afirmando: “El Imperio se está
materializando ante nuestros ojos. Durante las últimas décadas,
mientras los regímenes coloniales eran derrocados, y luego,
precipitadamente, tras el colapso final de las barreras soviéticas al
mercado mundial, hemos sido testigos de una irresistible e
irreversible globalización de los intercambios económicos y
culturales. Junto con el mercado global y los circuitos globales de
producción ha emergido un nuevo orden, una nueva lógica y estructura
de mando, en suma, una nueva forma de soberanía. El Imperio es el
sujeto político que regula efectivamente estos cambios globales, el
poder soberano que gobierna al mundo” (6).
La
última parte de la definición es decisiva porque hace, conjuntamente
con el fin de la etapa imperialista del capitalismo, a la definición
misma del concepto de Imperio. La declinación del concepto moderno de
soberanía estatal, fundado en la instauración de un orden
trascendente exterior a los hombres, es lo que complementa la aparición
del “comando imperial del mundo”.
La
estructura del libro de Negri & Hardt busca indicar los orígenes
del Imperio en las ideas actuales para ir progresando hacia el orden
productivo y social que da base a este fenómeno. Comienzan su
indagación por el derecho. Allí encuentran que la problemática más
desarrollada por la juridicidad actual es la construcción de un
derecho para un orden supranacional. Un síntoma de ello es la atención
prestada por los juristas a la idea, originada en el catolicismo, de
“guerra justa”. Si se repasa el estilo “humanitario” de las
intervenciones imperialistas durante la década del ‘90 se puede ver
claramente esta tendencia. Negri & Hardt colocan dentro de este
discurso humanitarista del capital a las ONGs (aunque más adelante
matizarán esta apreciación). No puede dejarse de estar de acuerdo
con esta puntuación que recoge el sesgo epocal del discurso
imperialista que busca hacerse eco de imperativos éticos basados en
necesidades humanas universales. Sin embargo nuestro acuerdo finaliza
aquí porque de lo que es una política del imperialismo en un momento
determinado, Negri & Hardt deducen que ello expresa
transformaciones cualitativas del imperialismo. Tan trascendentes que
significan su superación en un estadio cualitativamente distinto y
superior respecto a él.
¿Cuáles
son los procesos materiales en los que se basan para justificar esto?
La argumentación se sostiene en dos puntas: la diferencia entre la
subsunción formal y la subsunción real del trabajo al capital
aplicada al estudio del imperialismo y los procesos de producción de
la subjetividad. En lo primero los argumentos tienen como fundamento a
Marx y en segundo orden a Rosa Luxemburg y a Lenin y, en el segundo
tema, a Foucault y Deleuze.
¿Cómo
conceptúan Negri & Hardt la etapa imperialista? “Lenin unió la
problemática de la soberanía moderna con la del desarrollo
capitalista bajo la lente de una crítica unificada...” (7). También
en un texto de divulgación acerca de “Imperio”, publicado
recientemente, Negri afirma que imperialismo es “la expansión del
estado-nación más allá de sus fronteras; la creación de relaciones
coloniales (a menudo camufladas tras el señuelo de la modernización)
a expensas de pueblos hasta entonces ajenos al proceso eurocéntrico
de la civilización capitalista; pero también la agresividad estatal,
militar y económica, cultural, incluso racista, de naciones fuertes
respecto a naciones pobres” (8). La existencia de un mundo colonial
es, en la concepción de Negri & Hardt, absolutamente determinante
para que haya imperialismo. No pretendemos negar esto. Pero una cosa
es que el colonialismo haya sido constitutivo del origen del
imperialismo y otra muy distinta es que sea un elemento cuya ausencia
modifica la esencia del fenómeno. La esclavitud ha sido un elemento
muy importante en la formación del mercado mundial y su desaparición
no ha redundado en el derrumbe de esta estructura (9). Lo que sí se
da en el devenir del imperialismo es una serie de sucesivas mutaciones
impulsadas por la lógica del capital a través de las cuales su
dominación se va redefiniendo.
¿Por
qué necesitan conceptualmente Negri & Hardt de la existencia del
mundo colonial, de un “exterior”, para definir el imperialismo? La
razón de esto se encuentra en su uso del concepto de subsunción
(10). Veamos con más detalle.
Negri
& Hardt tienen como referencias respecto a la teoría marxista del
imperialismo a Lenin y a Rosa Luxemburg. De esta última recogen su
planteo acerca de la necesidad de que exista, para que se desarrolle
el imperialismo, un hinterland atrasado, una periferia no capitalista.
Ésta es vital para que pueda producirse lo que Marx llama el proceso
de “realización” del plusvalor que evite las crisis de
superproducción. Dicen Negri & Hardt, tomando el esquema del
planteo de Rosa Luxemburg: “La única solución efectiva para el
capital es mirar fuera de sí y descubrir mercados no capitalistas en
los que pueda intercambiar sus mercancías y realizar su valor”
(11).
Nuestro
interés no está en discutir acerca de la “corrección” o
“incorrección” de los planteos luxemburguianos sobre el
imperialismo (12), sino marcar el papel que la distinción entre un
“interior” y un “exterior” asumen en la argumentación de
Negri & Hardt. El planteo de ellos es que la dinámica centrípeta
del imperialismo del capital socava la distinción entre el
“interior” y el “exterior” periférico. Como la exportación
de capitales no se reduce a una invasión de capital-dinero o de
mercaderías extranjeras sino que, sobre todo, implica la extensión
de un tipo de relaciones sociales, en opinión de Negri & Hardt
llegará un punto en el que la lógica misma del capital subsuma al
imperialismo. Ese fin es lo que estamos presenciando actualmente.
“El imperialismo crea realmente una camisa de fuerza para el capital
o, más precisamente, en un cierto momento los límites creados por
las prácticas imperialistas obstruyen el desarrollo capitalista y la
plena realización del mercado mundial. El capital deberá
eventualmente superar al imperialismo y destruir las barreras entre el
interior y el exterior”. Más adelante esto es explicitado por
completo: “Los procesos de subsunción real del trabajo bajo el
capital no se basan en el exterior, y no involucran los procesos de
expansión... Hay, ciertamente, procesos de subsunción real sin
mercado mundial, pero no puede haber un mercado mundial plenamente
realizado sin los procesos de subsunción real” (13).
El
intrumento teórico marxista que usan Negri & Hardt para describir
este proceso de pasaje (ver pp. 231 a 242) es la ya mencionada
subsunción. Este concepto, presente en Marx hacia el final del libro
1 de “El Capital” consiste en una explicación de tipo histórico
que desarrolla en relación al precapitalismo y al dominio orgánico
del capital, donde distingue dos momentos. Uno que es el de la
“subsunción formal del trabajo al capital” en el que “la
subsunción del proceso laboral en el capital se opera sobre la base
de un proceso laboral preexistente... configurado sobre la base de
diversos procesos de producción anteriores” (14). Un ejemplo histórico
de ello son las plantaciones de algodón de la aristocracia
terrateniente del sur de EEUU, en las cuales el proceso laboral se
llevaba a cabo mediante trabajo esclavo pero la producción se
orientaba al mercado mundial (en especial Inglaterra que apoyó con
todo a este bando en la “guerra de secesión”). El desarrollo de
la lógica del capital implica que estos procesos se orienten hacia lo
que Marx llama “subsunción real del trabajo al capital”. Ésta
implica que además de “la directa subordinación del proceso
laboral... al capital” se produce una “metamorfosis de la
naturaleza real del proceso de trabajo” (15). Es decir que el avance
de la lógica del capital desintegra otros procesos productivos (aun
aquellos que están integrados a su ciclo como en el ejemplo que
pusimos acerca del sur norteamericano). Este proceso tiene como
primera consecuencia la expansión de relaciones sociales en las que
la forma de obtener la subsistencia es el trabajo asalariado. Y como
segunda consecuencia el que en el proceso productivo los asalariados
sean colocados en la posición de ser solamente portadores de fuerza
de trabajo humana. Es decir, la subsunción real implica el avance del
trabajo abstracto (mero gasto de energía) por encima de la pluralidad
de trabajos concretos (mediante los cuales ciertos grupos de
trabajadores defienden su lugar en el mercado laboral). Los procesos
por medio de los cuales desaparecen capas enteras de trabajadores
especializados en un oficio determinado tienen por causa la subsunción
real (combinada además con el cambio tecnológico, pero reducir este
fenómeno a esto último es propio de la ideología de los patrones).
La
interacción entre la subsunción formal y la subsunción real está
lejos de ser un proceso únicamente situado en la transición del
precapitalismo al capitalismo. Es un proceso permanente en la lógica
del capital, algo que es posible observar todos los días. La caída
en la proletarización de sectores profesionales, que aunque fueran
asalariados sólo estaban formalmente subordinados al capital, puede
ser un buen ejemplo de estas relaciones de pasaje conflictivo y
continuo. Otro ejemplo podemos encontrarlo en las dificultades que
enfrentan los trabajadores organizados en cooperativas por la sola
existencia de un mercado capitalista, que a través de la coacción
competitiva los obliga a formas de autoexplotación que culminan, las
más de las veces, disolviendo sus esfuerzos por organizar su trabajo
en forma solidaria (es decir, huyendo de la relación salarial).
Al
ser lo que describe esta categoría marxista una cosa distinta a una
relación de pasaje estabilizada y progresiva sino un aspecto
estructurante de la lucha de clases, concebirla como lo hacen Negri
& Hardt de una forma lineal y acumulativa (el “interior” que
va fagocitando al “exterior”) es profundamente equivocado y
formalista. Es una visión vulgar del imperialismo, similar a aquella
que entendía que la aparición de los monopolios eliminaba las
relaciones competitivas y no, como lo hace de hecho, las desplaza al
interior del mercado mundial o de la lógica de bloques regionales. Y
además, esta conceptualización en la que el imperialismo sabría
finalizarse a sí mismo para avanzar a algo superior en sentido histórico
constituye una visión apologética del capitalismo actual.
La
lógica del imperialismo sigue mostrando una estructuración pautada
por la contradicción resultante entre la internacionalización de la
economía (lo que se llama “globalización” y que ha alcanzado una
intensidad tal que redefine ciertas características del imperialismo)
y la nacionalización de los intereses del capital, con las
inevitables consecuencias de crisis periódicas y conflictos armados.
Esta
nacionalización puede verse en un estudio del “Financial Times”
(10/05/02), en que se consigna que de las 500 empresas más grandes
del mundo un 48% son norteamericanas, un 30% europeas, un 10%
japonesas y un 1% pertenecen a los “tigres asiáticos”. El resto
es silencio.
De
la misma manera que el capitalismo muestra el más avanzado desarrollo
de la producción social contrapuesto a su apropiación privada, y no
puede superar esa contradicción sino solamente llevarla a una escala
más gigantesca, sucede lo mismo con la contradicción entre la economía
mundial y los estados nacionales. El nivel hasta el que asciendan esos
extremos es el relato del futuro del imperialismo.
La
poética del libro de Negri & Hardt es una poética de los
pasajes. Una vez que atravesamos el pasaje mayor, del imperialismo al
Imperio, quedan otros, también importantes.
Habíamos
mencionado que “Imperio” utiliza las teorías de Foucault y
Deleuze cuando analiza la producción de subjetividad. Es más, un
aspecto del pasaje del imperialismo al Imperio está estrictamente
relacionado con esto último. Negri & Hardt toman el análisis de
Foucault acerca de las sociedades disciplinarias en las que a partir
de una serie de instituciones de encierro (en las que aparece
claramente la distinción entre un afuera y un adentro) se produce una
subjetividad de cierto tipo: un cuerpo dócil (16), apto para soportar
las estrategias convergentes, aunque sin sujeto, de la dominación
disciplinaria. Las disciplinas se ponen en práctica en lugares
colectivos de encierro que procesan al individuo según sus leyes y
relaciones de pasaje. Primero la familia, luego la escuela (“ya no
estás en tu casa”), después el cuartel (“ya no eres un
escolar”) y así sucesivamente, pudiendo agregarse la fábrica o el
hospital. Negri & Hardt recogen un escrito de Gilles Deleuze en el
que este filósofo intenta complementar/actualizar las teorías de su
amigo Foucault sobre los órdenes disciplinarios (17). Allí plantea
que: “...tras la segunda guerra mundial las disciplinas ya eran lo
que ya no éramos, lo que dejábamos de ser” y que “son las
sociedades de control las que están reemplazando a las sociedades
disciplinarias” (18). La diferencia entre estos dos tipos de
sociedades radica (algo bastante vinculado a la orientación de Negri
& Hardt) en que en las sociedades de control se da una indistinción
entre el “interior” y el “exterior”. En las sociedades
disciplinarias cada vez que un individuo atraviesa una institución
comienza cada vez desde cero. Según Deleuze, en las sociedades de
control nunca se empieza ni se termina verdaderamente nada. Ilustra
este tipo de procesamiento mediante las técnicas actuales de formación
permanente y marketing empresarial.
La
utilización de estos dos modelos que hacen Negri & Hardt tiene el
objetivo de establecer un paralelo coextensivo entre imperialismo y
sociedad disciplinaria por un lado y entre Imperio y sociedades de
control. Es más, denominan al actual ordenamiento mundial como
“sociedad global de control” (19). Vemos aquí un segundo pasaje
en el tránsito hacia el Imperio.
Más
allá de que en el caso de estos dos modelos la diferencia nos parece
un poco forzada -preferiríamos utilizarlos en una forma en que
interactúen y coexistan ambos momentos, mostrando los aspectos
disciplinarios de la sociedad actual tanto como aquellos en los que
este modelo no alcanza a ser explicativo-, no censuramos en modo
alguno a Negri & Hardt por recurrir a estas teorías. Nada más
lejos de nosotros que ver en esto alguna clase de crimen contra una
ortodoxia teórica más imaginaria que real. Sin embargo, verlo como
una estricta relación de pasaje que, además supone un progreso, no sólo
hacia el Imperio, sino en sí mismo, no nos parece teóricamente
productivo. Por otra parte, evaluar este pasaje como un avance dista
de ser convergente con el punto de vista de los autores, ya que
Deleuze escribe: “No se trata de preguntar cuál régimen es más
duro, o más tolerable, ya que en cada uno de ellos se enfrentan las
liberaciones y las servidumbres” (20).
Existe
otra relación de pasaje tomada por Negri & Hardt que es la que va
de la modernidad a la posmodernidad. Sin embargo como la tarea llevada
adelante por la modernidad es la separación de los hombres respecto
al mundo natural, por vía de la sociedad industrial, la etapa
posmoderna es aquella en que este proceso ha concluido. La
diferenciación de dos etapas cualitativamente distintas se vuelve difícil
de sostener. No abundaremos en esto pero para este caso preferimos la
definición de un sociólogo ubicado políticamente a la derecha de
Negri & Hardt, Anthony Giddens, que plantea la categoría de “sobremodernidad”.
Ésta da cuenta mejor, a nuestro entender, de las implicancias que
traen la acumulación de vertiginosos cambios que hemos visto en los
últimos veinte años que, sin embargo, continúan una misma lógica
social.
Inmanencia
y subjetividad
El
conjunto del libro está recorrido por el conflicto entre la tendencia
de la soberanía moderna (heredera en esto de la soberanía medieval)
a crear un ámbito trascendental y exterior a los hombres contra otra
tendencia, más subterránea, que uniría resistencia a inmanencia.
Negri & Hardt apuestan por una política de la inmanencia.
Conviene recordar que algo inmanente significa que “existe y actúa
en el interior”. Es decir que es algo cuya causa no opera desde
afuera. Para poner un ejemplo del agrado de Negri, para Spinoza Dios
es inmanente al mundo. Esto lo opone a la tradición cristiana que ve
a Dios como algo trascendente y exterior al mundo. Esta oposición
entre políticas de la trascendencia y políticas de la inmanencia
aparece ejemplificada históricamente en la visión política
medieval, claramente trascendental, y la emergencia del humanismo
renacentista basado en la inmanencia. La modernidad de conjunto, para
Negri & Hardt, está cruzada por ambas tendencias.
Esta
última circunstancia es significativa en el sentido de entrever que
una oposición inmanencia-trascendencia, tal como la enuncian Negri
& Hardt, es poco conveniente políticamente. Principalmente porque
toman una versión demasiado unilateral del concepto, semi-religiosa
diríamos. Por el contrario, un autor como Merleau-Ponty da una visión
distinta y más balanceada: “Llamaremos trascendencia este
movimiento por el cual la existencia reasume por su cuenta y
transforma una situación de hecho” (21). Una visión así orientada
nos parece que puede dar cuenta más acabadamente de la idea de
trascendencia que la visión de Negri & Hardt que la reduce a ser
algo puramente exterior e impuesto a los sujetos. Una idea de
trascendencia como transformación de una situación de hecho permite
formular mejor ideas centrales a la política revolucionaria como la
diferencia entre un interés inmediato y un interés histórico y de
proyecto por parte de los trabajadores. Es en base a una dialéctica
de inmanencia y trascendencia como deberíamos tomar esto, y no como
una oposición irreductible, para que sea útil a la política
revolucionaria.
La
explicación que proponen Negri & Hardt de los cambios internos
del capitalismo está relacionada con una discusión aparentemente tan
puramente filosófica como la anterior. Éstos están motorizados por
la subjetividad inmanente de los trabajadores. “El capitalismo
ingresa a una transformación sistemática sólo cuando se ve forzado
y cuando su actual régimen es insostenible... El poder del
proletariado le impone límites al capital y no sólo determina las
crisis sino que también dicta los términos y naturaleza de la
transformación. El proletariado realmente inventa las formas sociales
y productivas que el capital se verá forzado a adoptar en el
futuro” (22). Nada más lejos de nuestra intención que hacerle a
Negri & Hardt una discusión leninista dogmática pero esto nos
parece una fábula autonomista de punta a punta. Si bien podemos
acordar en que concebir a los oprimidos como víctimas pasivas de la
explotación es una posición que juega un papel político
reaccionario y que cualquier compañero que se inserte en los
movimientos reales puede apreciar las formas creativas de lucha que
generan las masas trabajadoras, la posición del texto es
tremendamente unilateral y equivocada. Desarma políticamente porque
pinta un panorama facilista y lleva hacia conclusiones políticas que
no se hacen cargo de las dificultades reales de los procesos, de sus
desarrollos profundamente combinados y desiguales que están lejos de
tener correspondencia con la pintura inmanentista y expansiva que
hacen Negri & Hardt de las luchas sociales.
El
elemento que está subvalorado en el análisis es el movimiento
autocontradictorio que es propio del ciclo del capital, elemento
explicativo tan importante como, y que debe combinarse con, el de la
subjetividad de la clase oprimida. El ciclo del capital tiene que ver,
en tanto elemento de crisis, con las indicaciones que da Marx en el
libro 3 de El Capital cuando enuncia que la verdadera barrera del
capital es el capital mismo. La combinatoria de estos dos aspectos es
lo que permite explicar los cambios en la lucha de clases. Cualquier
mirada que no los sopese a ambos peca de unilateral.
Esta
unilateralidad aparece también cuando fundamentan el poder productivo
e inmanente de la multitud. Escriben: “El poder no es algo que se
impone sobre nosotros sino algo que creamos” (23). El problema que
aparece aquí es que el poder también es algo que padecemos. Es las
dos cosas. Y, sin dudas, una mirada verdadera no dejará de reconocer
que el segundo aspecto, en las condiciones reales, es el determinante.
Por supuesto que si el otro lado no existiera ni siquiera como
corriente subterránea y subordinada de la vida social, lo más práctico
que podríamos hacer es irnos a nuestra casa y lamentarnos por lo
inevitable de la explotación y la miseria, pero esto no autoriza a
dejar de lado el hecho de que la creatividad de la lucha de masas se
desarrolla a partir de su posición subordinada. Se lucha en y a través
de las relaciones capitalistas. Se lucha en la subsunción del trabajo
al capital.
En
las descripciones que hacen Negri & Hardt de estos problemas se
esboza una tendencia “societalista” que solamente registra el
efecto social de los deseos y las nuevas necesidades de la clase
trabajadora. Esto es lo determinante para que el capital modifique sus
formas. La manera en que estos procesos se dieron en Occidente después
de la segunda guerra es descripto así: “El ataque del trabajador
fue completamente político -aun cuando muchas prácticas de masas, en
especial de los jóvenes, parecieran completamente apolíticas- en
tanto exponía y paralizaba los centros nerviosos políticos de la
organización económica del capital” (24). El párrafo deja a la
vista una curiosa mixtura de objetivismo y subjetivismo en el que los
movimientos de las masas que golpean al capital no tienen ninguna
clase de “traducción” política u organizativa. Esto llega al
paroxismo cuando Negri & Hardt hacen la apología de la fuerza del
proletariado norteamericano a partir de su bajo nivel de representación
partidaria y sindical. La razón que dan es que “El poder de la
clase trabajadora reside no en sus instituciones representativas sino
en el antagonismo y autonomía de los propios trabajadores” (25). Un
argumento que es una pura generalidad que no dice nada. No vamos a ser
nosotros, que venimos del movimiento trotskista, los que vamos a ser tímidos
a la hora de dudar de la representatividad de los representantes políticos
y sindicales que muchas veces padece la clase trabajadora. Pero para
poder afirmar la existencia de un poder social de esta clase tenemos
que tomar alguna clase de parámetro en que se exprese la emergencia
de su subjetividad. No se puede entenderlo de forma objetivista con
argumentos del tipo del “antagonismo
de los trabajadores”. Ese antagonismo y esa autodeterminación de
los propios trabajadores tiene que tener formas visibles, más allá
de las relaciones sociales capitalistas como tales. Y no queremos
referirnos con esto a ninguna clase de partido depositario de una
verdad eterna, aunque pensemos que la organización en partido
revolucionario de la clase trabajadora es un aspecto importante
(aunque no excluyente) para que pueda elevarse hacia su propia
autodeterminación.
Con
esta concepción acerca de la subjetividad de los trabajadores no es
difícil llegar a un concepto tal como “la multitud”, que es una
de las palabras-llave de este libro. Es equivocado criticarlo
planteando que la multitud ignora las clases sociales, porque en
varios pasajes del libro Negri & Hardt explican su relación a la
subsunción y al proletariado. Pero el problema que tiene la idea de
la multitud es que a partir de un desarrollo interesante que hacen los
autores sobre las paradojas de la modernización social en una
secuencia sucesiva a través de la cual la multitud se convierte en el
pueblo, el pueblo en la nación y la nación se subsume en el estado y
todo ello sirve para que las estructuras estatales capturen a la
multitud, este concepto se convierte, en el empleo de Negri &
Hardt, en el rechazo de todas las determinaciones concretas mediante
las cuales cualquier clase oprimida adquiere conciencia de su peso y
ensaya estrategias para alcanzar sus fines. La idea de multitud oscila
entonces entre un proletariado que modifica objetivamente, y casi sin
proponérselo, las dominaciones, y una representación populista del
estilo de los que los reaccionarios llaman la “mayoría
silenciosa”.
Aquí
se produce el cierre de la argumentación del libro, apologética del
actual devenir capitalista, porque la aparición del comando imperial
del mundo resulta de la convergencia entre dos lógicas de la
inmanencia: la de la multitud y la del capital. Esto y no otra cosa
quiere decir una de las frases con las que este libro se ha hecho
famoso: “La multitud llamó al Imperio” (26).
El
pueblo unido se va a Estados Unidos
De
toda la extensa descripción que hacen Negri & Hardt del mundo
actual se desprende una política general a la que se suma una
propuesta mínima de reivindicaciones. El primer aspecto es bastante
claro. La política general del libro lleva a proponer la lucha por el
comunismo vía Imperio. Luchar, no sólo en el interior, cosa
inevitable, sino también a través y en el sentido del Imperio. La
aparición del Imperio, según Negri & Hardt ha cancelado las
diferencias entre táctica y estrategia. Y sin estrategia, cuando además
se nos prescribe al Imperio como territorio social por excelencia para
luchar por el comunismo y el poder inmanente y productivo de la
multitud, queda reducida a táctica, a una versión muy sofisticada
del reformismo.
El
rasgo general de la propuesta del libro “...oscila entre una
resistencia sin horizonte de ruptura y una tentación catastrofista
según la cual todo insubordinación respecto del orden del capital
devendría inmediatamente subversiva” (27).
La
propuesta reivindicativa se reduce a plantear un ingreso universal, el
bien común y la exigencia de libre circulación. Esta última
reivindicación, enteramente compartible, que nace del mero espectáculo
del mundo actual en el que las mercaderías tienen menos barreras que
los seres humanos, se enlaza con la lógica general del libro. Un fenómeno
como el de las migraciones masivas de trabajadores hacia los países
cuyo estado es capaz de atraer más capital y que se explican
estructuralmente por este mecanismo, se convierte para Negri &
Hardt en la potencia de subversión más importante del mundo actual.
Negri & Hardt escriben: “Mediante la circulación la multitud se
reapropia del espacio, constituyéndose a sí misma como sujeto
activo” (28). Negri & Hardt, casi sonrojándose, reconocen que
éstas migraciones se dan a costa de enormes sufrimientos concretos
por parte de quienes emigran, pero mediante un pase de magia
conceptual vuelven a ordenar a su multitud, cual si se tratase de
soldaditos de plomo, y vuelven a la carga, a sitiar al Imperio.
Es
claro que este es un problema decisivo en el orden social actual y que
la atracción de trabajadores hacia ciertos puntos de la economía
mundial combinada con las políticas restrictivas de los estados
nacionales (con los que se divide a la clase trabajadora
internacional) genera un sinnúmero de conflictos. El planteo que
hacen Negri & Hardt es que “La multitud debe poder decidir si,
cuándo y dónde se mueve. También debe tener el derecho de quedarse
inmóvil y disfrutar de un lugar en vez de ser forzada a moverse
continuamente” (29). Cualquiera de nosotros lee esto y dice: sí,
por supuesto que debe tener ese derecho ¿quién se lo va a negar? El
problema es que para que eso sea posible el capitalismo no debería
existir. Es su lógica la que dinamiza estas migraciones y las
consecutivas segregaciones. De ahí que plantear la libre circulación
sin proyectar un horizonte de ruptura con el capitalismo (que no sea
meramente desiderativo como es el caso de Negri & Hardt) sea
totalmente utópico.
El
título de este apartado se origina en un chiste de Luca Prodan hacia
la izquierda de los años ‘80. Pero era eso: un chiste. Nadie hasta
ahora lo había convertido en programa político.
Publicado
en la revista Socialismo Barbarie Nº 12, julio 2002
Notas:
(1)
“Imperio”, Ed. Desde Abajo, p. 254.
(2)
El “obrerismo” italiano es una corriente marxista originada hacia
fines de los ‘50 en torno a la revista “Quaderni Rossi”,
dirigida por Renzo Panzieri. En los años ‘60 y ‘70 sus
activistas, entre ellos Toni Negri ,tuvieron destacada participación
en las luchas obreras más radicalizadas. A mediados de los ‘70
varios de ellos ingresaron al PC italiano (Mario Tronti y otros).
Negri quedó en el otro grupo. La característica principal del
“obrerismo” es el poner el acento en la clase trabajadora como
factor determinante de las crisis del capital.
(3)
“Imperio”, p. 46.
(4)
idem, p. 225.
(5)
ver p. 326 para captar la subestimación con que consideran el
problema de la reproducción de la fuerza de trabajo.
(6)
“Imperio”, p. 43.
(7)
idem, p. 236.
(8)
“El Imperio, etapa superior del imperialismo” en “Cuadernos del
Sur” nº 33.
(9)
para esto conviene repasar “Miseria de la Filosofía” de Marx.
(10)
Como toda palabra artificial sacada en forma demasiado directa de otro
idioma, es bastante ingrata al oído. En el texto escrito en conjunto
con Roberto Sáenz en SoB nº 10 optamos por convertirla en
subordinación del trabajo al capital, que no recubre todo el
significado pero se entiende bastante más.
(11)
“Imperio”, p. 230.
(12)
para esto ver el estudio de Roman Rosdolsky sobre las “Grundrisse”,
pp. 538-554.
(13)
“Imperio”, pp. 238 y 256.
(14)
Marx, “El Capital” Libro 1, Capítulo 6 (inédito). Ed. Signos,
1971, p. 55.
(15)
idem, p. 72.
(16)
el análisis clásico de este modelo (aplicado a las cárceles) puede
verse en Michel Foucault, “Vigilar y castigar”.
(17)
“Posdata sobre las sociedades de control”, en Gilles Deleuze, “Pourparler”.
(18)
idem.
(19)
“Imperio”, p. 317.
(20)
Deleuze, idem.
(21)
Merleau-Ponty, “Fenomenología de la percepción”, Ed. FCE, p.
186.
(22)
“Imperio”, p. 267.
(23)
idem, p. 182.
(24)
idem, p. 262.
(25)
idem, p. 268.
(26)
idem, p. 83.
(27)
Daniel Bensaid, “El Imperio ¿etapa terminal? En “Cuadernos del
Sur” nº 33.
(28)
“Imperio”, p. 372.
(29)
idem, p. 374.
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