Una
nueva configuración del imperialismo, una
hegemonía que no está segura de sí misma
por
Michel Husson
La
guerra en Irak inaugura este siglo XXI con el registro de la barbarie.
Lleva a interrogarse sobre la configuración de la economía mundial
en el que esta se despliega. Para abordar esta cuestión, quizás no
sea inútil retomar después de otras , la tipología propuesta hace
alrededor de 30 años por Ernest Mandel . Este distinguía tres
configuraciones posibles: ultraimperialismo, superimperialismo y
continuación de la competencia interimperialista.
Ultraimperialismo
La
primera hipótesis, la del ultraimperialismo, debe ser rechazada de
plano. Tal escenario, ya esbozado en su momento por Kautsky,
correspondería a una configuración en la que, para retomar los términos
de Mandel, “la interpenetración internacional de los capitales está
avanzada al punto en que las divergencias de intereses decisivos, de
naturaleza económica, entre propietarios de capitales de diversas
nacionalidades, han desaparecido completamente”.
Estamos
notablemente muy alejados de un caso tal y es necesario sacar las
lecciones de esto.
La
ilusión de un condominio equilibrado entre los tres polos de la “tríada”
(Estados Unidos, Europa, Japón) ha fracasado. Se hablaba en ese
momento de toyotismo, y de “nuevo modelo de trabajo” y se
extasiaban con los nuevos recursos de la productividad de la industria
japonesa. Se pensaba, en resumen, que Estados Unidos iba a asistir sin
reaccionar a una lenta erosión de las bases mismas de su dominación
y que iba a jugar el juego razonable de una mundialización que
algunos, como Alain Minc, no dudaron en calificar como ”feliz”.
También
es la noción de “Imperio” alegada por Michael Hardt y Antonio
Negri la que acaba de sufrir una enorme desmentida práctica. Para
convencerse de esto, basta con recordar el núcleo duro de su tesis,
así resumida por Negri: “En la fase imperialista actual, ya no
existe el imperialismo - o cuando subsiste, es un fenómeno de
transición hacia una circulación de valores y de poderes a la escala
del Imperio. Igualmente, ya no hay estado - nación: se le escapan las
tres características sustanciales de la soberanía - militar, política,
cultural - absorbidas o reemplazadas por los poderes centrales del
Imperio. La subordinación de los antiguos países coloniales a los
estados - naciones imperialistas, al igual que la jerarquía
imperialista de los continentes y de las naciones desaparecen o se
debilitan así: todo se reorganiza en función del nuevo horizonte
unitario del Imperio”.
Sin
embargo, Hardt mantiene, a pesar de todas las resistencias, la tesis
del Imperio en una tribuna reciente . Insiste sobre los intereses
comunes de las “elites” de Estados Unidos y las de otros países,
en particular en la esfera económica: “Los hombres de negocios a
través del mundo reconocen que el imperialismo no es algo bueno para
los negocios, porque eleva las barreras que ponen trabas a los flujos
globales. Las ganancias potenciales de la mundialización capitalista,
que aguzan en todas partes el apetito de los medios de negocios desde
hace solamente algunos años, dependen de la apertura de los sistemas
de producción y de cambio. Inclusive los industriales estadounidenses
sedientos de petróleo tienen interés en esto”. Michael Hardt llega
hasta presentar el “Imperio” como una alternativa al imperialismo
norteamericano, mientras denuncia a “las elites incapaces de actuar
en función de su propio interés”. Después de haber sermoneado de
este modo a los poderosos del mundo, Hardt dirige enseguida sus
consejor al movimiento anti guerra . Por cierto, dice, su
antinorteamericanismo se nutre del unilateralismo y del antieuropaneísmo
de la administración Bush. A pesar de esto, es una trampa que conduce
a una visión del mundo demasiado bipolar, o peor, nacionalista. Hardt
opone esta estrechez de visión a la clarividencia del movimiento
altermundialista, que había logrado no pensar más la política ”a
partir de rivalidades entre naciones o bloques de naciones”. Esta
disociación no tiene fundamento, y la actitud de Hardt expresa un
sorprendente voluntarismo teórico que consiste en negar una realidad
muy palpable hoy, que es el gran regreso de las contradicciones
interimperialistas.
Superimperialismo
La
aparente supremacía absoluta que parece revelar el unilateralismo de
Estados Unidos amerita que se examine la tesis de superimperialismo.
En esta configuración, siempre con la definición de Mandel, “una
gran potencia imperialista única detenta una hegemonía tal que los
otros estados imperialistas pierden toda autonomía real respecto a
ella, y se reducen al status de potencias semicoloniales menores”. Aún
cuando la Unión Europea no puede ser caracterizada para nada como
“potencia semicolonial menor”, este esquema parece corresponderse
bien con la jerarquía reafirmada entre las potencias imperialistas
que consagra el papel dominante de Estados Unidos en todos los
sectores: económico, tecnológico, diplomático y militar. Esta
configuración es, sin embargo, mucho más ambivalente de lo que
parece. Por cierto, Estados Unidos ha registrado un crecimiento
netamente superior al de Japón o Europa en el transcurso de la última
década. También, en el mismo período, ha restablecido su situación
hegemónica en dos terrenos estratégicos, que son la tecnología y el
armamento. Sin embargo, esta indiscutible supremacía está acompañada
de la aplicación de lo que, en un artículo bastante premonitorio ,
Wynne Godley llamaba “los siete procesos que no pueden durar”.
Podemos reseñarlos brevemente: 1) caída de la tasa de ahorro de los
hogares; 2) aumento del endeudamiento neto del sector privado; 3)
crecimiento acelerado de la suma de dinero descontada por los bancos
que aún no llegó a vencimiento real de moneda; 4) crecimiento del
precio de las acciones mucho más rápido que el de las ganancias; 5)
aumento del excedente presupuestario; 6) aumento del déficit
corriente; 7) aumento del endeudamiento exterior.
Este
cuadro destaca que el modo de crecimiento bautizado “nueva economía”
era fundamentalmente desequilibrado y asimétrico. Lo que no
comprenden sus apresurados teóricos, como Michel Aglietta , es que
este modelo de crecimiento no podía extenderse a escala mundial
porque se basa, por el contrario, en una forma de externalización de
las obligaciones hacia los otros dos grandes polos imperialistas. Como
bromeando, se podría destacar que Estados Unidos no sería admitido
para integrar la Unión Europea si lo solicitara, porque están lejos
de satisfacer los criterios que los países europeos se infligen a sí
mismos. El crecimiento relativamente sostenido de Estados Unidos en
los años ´90 se ha basado en un movimiento de aumento del consumo de
los hogares y en un verdadero boom de la inversión. Como lo muestra
Godley, hay allí una ecuación imposible de resolver de otra manera
que por una profundización tendencial del déficit externo. Esto
lleva entonces a decir que la acumulación del capital y el
endeudamiento de los hogares han sido financiados en gran parte por
entradas regulares de capitales, provenientes de Japón y Europa, y
también de los países emergentes después de la crisis financiera.
Este movimiento era tan poderoso que ha contribuido al refuerzo del dólar,
a pesar del déficit que habría tenido que debilitarlo si no se
hubiera tratado de la moneda dominante. Esta apreciación del dólar
ha drogado a las exportaciones europeas y habrá sido una de las
condiciones (paradójicas) de logro del euro. Pudo parecer que allí
había un arreglo relativamente cooperativo que permitía a Europa
reconciliarse con el crecimiento. Incluso hubo economistas que
anunciaron que Europa, munida a partir de ahora con el euro, podía
convertirse en la nueva locomotora de la economía mundial, si a su
vez, consentía en invertir únicamente en las nuevas tecnologías.
Pero
lo que no podía durar no dura, y el regreso de las corridas bursátiles
puso fin brutalmente a muchas ilusiones. El gobierno de Bush tomó
entonces una serie de medidas, para evitar un escenario de pesadilla
hecho realidad por un grado de endeudamiento sin precedente. La nueva
estrategia está recentrada en un solo objetivo: preservar a toda
costa las condiciones del crecimiento norteamericano, a riesgo de
exportar la recesión al mundo entero. Al principio, hubo rechazo a
los acuerdos de Kyoto, con el pretexto que los intereses de la economía
de Estados Unidos tienen que tener ante todo, otra consideración.
También unilateralmente, y en flagrante contradicción con el libre
cambismo impuesto a los demás, Estados Unidos tomó medidas típicamente
proteccionistas sobre las importaciones de acero, y aumentó de nuevo
las subvenciones al agro business. La política presupuestaria también
tomó un giro radical con la aceptación de un déficit que creció rápidamente
a causa, no solo de los crecientes gastos militares, sino también de
bajas de impuestos considerables a favor de los ricos. Bush ha
exceptuado sin dudar los dividendos de todo impuesto sobre el ingreso.
Finalmente, en el plano monetario, el giro también es muy claro: el dólar
comenzó a bajar con relación al euro, lo que equivale a una
devaluación del orden del 25%. Dicho de otro modo. Estados Unidos
elige una ofensiva comercial, para reducir (en parte) el déficit
gracias al dinamismo de las exportaciones más competitivas.
Una
hegemonía sin legitimidad
Esta
nueva política subraya el frágil asentamiento de la dominación
norteamericana que se puede sintetizar de este modo: de manera
bastante inédita, el imperialismo dominante no es exportador de
capitales y, por el contrario, su supremacía se base en su capacidad
de drenar un flujo permanente de capitales que vienen a financiar su
acumulación y a reproducir las bases tecnológicas de esta dominación.
Se trata entonces de un imperialismo predador, más bien que parásito,
cuya gran debilidad es la de no poder proponer un régimen estable a
sus vasallos.
Japón
vio rota así su capacidad de crecimiento autónomo por la
sobreevaluación del yen impuesta por los Acuerdos de Plaza de 1985 y
su economía vegeta desde hace diez años. En cuanto a la Unión
Europea, nunca se fijó a fondo tal objetivo. A falta de un
superimperialismo que proponga una estructura estable, es entonces
hacia la tercera configuración adonde se está por dirigir el mundo,
la de la competencia interimperialista: “la interpenetración
internacional de los capitales está bastante avanzada para que un número
más elevado de grandes potencias imperialistas independientes sea
reemplazado por un número más pequeño de superpotencias
imperialistas, pero está tan fuertemente trabada por el desarrollo
desigual del capital que la constitución de una comunidad global de
intereses del capital fracasa”.
El
clivaje Europa/América va a ser un eje central de estas rivalidades
en los años por venir. Para establecer un lazo más directo con la
guerra de Irak, es necesario introducir otra característica del
capitalismo contemporáneo que se deduce de este análisis rápido, a
saber, su incapacidad de proponer un modelo de difusión de los
supuestos beneficios de la mundialización. Este modelo desigual, anti
social y excluyente, de repente no dispone de ninguna legitimidad. Está
entonces condenado a imponerse por formas más o menos eufemizadas de
violencia; y frente a esto, a falta de alternativas suficientemente
construidas, el rechazo se arriesga a tomar la forma de un ascenso de
los integrismos religiosos, comunitarios o nacionalistas.
Se
puede ilustrar la manera en que esta hegemonía ilegítima engendra
una verdadera dialéctica de los fundamentalismos con la ayuda de un
texto, alucinante, publicado hace unos años en la revista de una
escuela de guerra . El mayor Peters describe en él, con sus palabras,
el final de una época: “Es evidente que, durante una buena parte
del siglo XX, el abanico de ingresos se ha cerrado nuevamente, ya se
trate de individuos, de países, incluso de continentes (...) Quien
trabajaba más duro que el vecino podría mejorar su situación en el
mercado. Esta justicia grosera nutría esperanzas ampliamente
expandidas. Este modelo ha muerto. Hoy, el gasto físico se vuelve
superfluo en un mundo en que las máquinas y los métodos de producción
economizan el trabajo (...) El norteamericano medio salido del colegio
en los años ´60 esperaba un buen trabajo que le permitiera
asegurarse el bienestar de su familia y aumentar razonablemente su
nivel de vida. Para muchos de esos norteamericanos, el mundo se
derrumbó, incluso los medios los provocan al mostrarles las imágenes
de un mundo siempre más rico, animado y entretenido, del que se
sienten excluidos. Estos ciudadanos marginalizados (discarded) tienen
la impresión que ya el gobierno no se ocupa más de ellos, sino únicamente
de los privilegiados”.
Se
ve bien que el odio del extranjero se une a la desconfianza de clase:
“el obrero norteamericano despedido y el talibán son hermanos en el
sufrimiento”. Esta pérdida total de legitimidad, tanto en el
interior como en el exterior, conduce lógicamente a una visión
paranoica del mundo que desemboca en una verdadera declaración de
guerra: “los que no tienen nada van a odiar a los que tienen todo, y
apoderarse de ellos. Y nosotros, en Estados Unidos, seguiremos siendo
percibidos como los que tienen todo. Será necesario que intervengamos
para defender nuestros intereses, nuestros ciudadanos, nuestros
aliados o nuestros clientes. Ganaremos militarmente cada vez que
tengamos el coraje de hacerlo. Ya no habrá paz. Estamos llamados a
vivir en un mundo recorrido por múltiples conflictos con formas
cambiantes. El papel de las fuerzas armadas norteamericanas será, en
la práctica, el de mantener un mundo seguro para nuestra economía, y
abierto a nuestra ofensiva cultural. Para este fin, tendríamos que
matar no poca gente (do a fair amount of killing)”.
La
guerra actual se sitúa en el estrecho hilo de este delirio. Su relación
con la economía no puede ser analizado según esquemas mecánicos según
los cuales la intervención serviría para reactivar la economía
norteamericana, para hacer bajar el precio del petróleo, o en una
versión un poco más paranoica todavía, para asegurar la supremacía
del dólar sobre el euro . Ninguna de estas determinaciones puede dar
verdadera cuenta de la intervención en curso. Esta nos remite en el
fondo a la naturaleza desequilibrada y asimétrica del imperialismo
contemporáneo, y a la incapacidad que se deriva de ella para dominar
por otros medios que no sea la violencia.
Versión
original: Une configuration nouvelle de l’impérialisme, une hégémonie
qui n’est pas sûre d’elle-même, Carré Rouge, avril
2003. Traducción de Rossana Cortez (http://www.ft.org.ar)
|
|