El
debut del nuevo imperialismo
Claudio
Katz (*)
*
Economista, profesor de la Universidad de Buenos Aires, investigador
del Conicet. Otros textos del autor pueden consultarse en www.netforsys.com/claudiokatz
La
inminente guerra en Irak marca el debut del imperialismo del siglo
XXI, porque actualiza tres rasgos clásicos de este mecanismo de
dominación: opresión militar, sometimiento político y sustracción
de recursos económicos de un país periférico.
El
genocidio bélico
Los
jefes del Pentágono no disimulan la masacre que perpetrarán sus
tropas. Han publicitado que durante los primeros días de ataque
lanzarán más proyectiles que durante toda la expedición anterior
del Golfo. Intentarán una "campaña corta" aterrorizando
a la población civil, que ha sufrido medio millón de muertos como
consecuencia del bloqueo de la última década. La televisión
exhibe impúdicamente como se preparan los misiles de última
generación, las armas electromagnéticas y las bombas químicas
para ensangrentar al pueblo irakí.
Los
pretextos esgrimidos para consumar el genocidio son insostenibles.
Irak no es un peligro, sino un país arruinado. Carece de las armas
nucleares que posee Israel y el arsenal biológico, que en los 80 el
Pentágono le suministró a Hussein para atacar a Irán y a los
kurdos, ha sido desactivado por los inspectores de la ONU. Las
vinculaciones de Sadam con Bin Laden son irrelevantes en comparación
a la complicidad de Al Qaeda con los jeques pro-norteamericanos de
Arabia Saudita.
Irak
enfrenta la insólita situación de aguardar una invasión inminente
presentando pruebas de su desarme. Se le exige demostrar que no
dispone de armas, como si fuera posible probar la carencia de algo.
Mientras el Pentágono ultima los detalles del ataque, los
inspectores de la ONU desguarnecen a la víctima de cualquier
protección militar. Esta presión diplomática es un complemento y
no un contrapeso de la agresión, porque apunta a viabilizar la
rendición del país. Para cumplir esta función las Naciones Unidas
aplican un estándar doble de resoluciones: las que Israel puede
violar y las que Irak debe cumplir.
Estados
Unidos ha fabricado artificialmente una crisis para rediseñar el
mapa de Oriente. Luego de instalar 13 nuevas bases militares en Asia
Central, el Pentágono busca ocupar Irak para remodelar los
protectorados petroleros de la región y para brindar, además,
cobertura al opresor sionista con chantajes sobre Siria e Irak. La
guerra es una demostración de fuerza frente al mundo árabe, que
dejará muy atrás los asaltos de Panamá, Somalia o Kosovo. La
destrucción de la capacidad tecnológica y la autonomía económica
de un país como Irak ilustra los rasgos coloniales que presenta el
imperialismo del siglo XXI.
La
guerra constituye un componente indispensable del metabolismo
imperialista. No es tan solo una "cortina de humo" para
distraer a la población de las dificultades económicas, ni un
recurso electoral para ganar votos con discursos patrióticos. La
historia del capitalismo está signada por una compulsión periódica
hacia el exterminio de grandes poblaciones. En algún punto de la
acumulación, la competencia por el beneficio requiere desenlaces
extraeconómicos. Luego de haber liderado en la última década. la
mundialización, la revolución informática, las transformaciones
financieras y la expansión geográfica del capital, Estados Unidos
necesita exhibir una secuencia de conquistas para reafirmar su
hegemonía.
Por
eso el componente irracional de la guerra que tantos críticos
subrayaron no debe ocultar la lógica infernal de la masacre. Los
"halcones se han lanzado a una locura histórica"[2]
porque la expansión de los mercados exige depredaciones
sanguinarias. La irracionalidad del genocidio se sustenta en la
racionalidad de la acumulación. Y si Bush encabeza el clan de
funcionarios más reaccionarios y arrogantes de las últimas
administraciones es porque este personal resulta apto para inaugurar
un nuevo período del imperialismo.
La
"guerra infinita"
A
diferencia de lo ocurrido durante la guerra del Golfo, las
justificaciones de la masacre no logran un mínimo de adhesiones.
Por eso, algunos voceros de la embajada norteamericana intentan
descabelladamente demostrar que "Sadam constituye una amenaza
para el mundo"[3], cuándo es evidente que el mayor peligro
para la humanidad habita la Casa Blanca. Algunos pensadores
sostienen que "el constitucionalismo norteamericano es
preferible a la dictadura irakí", como si la guerra no fuera
un operativo contra la democracia en ambas regiones[4]. En Irak es
obvio que el ocupante sustituirá al tirano en desgracia por un
cipayo afín, como lo demuestra la red de monarcas, narcotraficantes
y bandidos pro-norteamericanos que gobiernan la región.
Pero
la guerra también amenaza los derechos civiles de Estados Unidos,
porque un presidente mesiánico pretende disimular su origen
fraudulento creando un clima de terror paranoico entre la población,
con el auxilio de enemigos instigados o fabulados por el FBI. La
escandalosa difusión pública de las torturas aplicadas a los
prisioneros de Guantánamo es tan solo una muestra del avance del
estado policial luego del 11 de septiembre.
La
guerra constituye el recurso clásico de disciplinamiento de la
población norteamericana, que es aturdida por discursos
chauvinistas destinados a realzar las virtudes de la autosuficiencia
y la fuerza bruta frente a la cobardía y la vacilación europeas.
Estos mensajes incluyen la denigración de la inteligencia y el
desprecio por cualquier legislación que contravenga la supremacía
del gendarme.
Pero
como en el mundo predomina un generalizado descreimiento hacia la
"misión civilizadora" de Estados Unidos, el cinismo se ha
convertido en la justificación más corriente de la guerra. Esta
actitud prevalece por ejemplo entre quiénes denuncian la
complicidad de los gobiernos europeos con el empobrecimiento de Irak
para avalar resignadamente la agresión norteamericana.
La
invasión inaugurará la vigencia de la nueva doctrina de
"guerra preventiva" que legitima el derecho de Estados
Unidos a agredir cualquier país, esgrimiendo simples presunciones.
La política de "guerra infinita" desconoce tratados
internacionales y pone en marcha operaciones bélicas que no guardan
ninguna proporción entre los medios y los fines. Por eso Bush está
actuando como un criminal de guerra y la definición de terrorista
le calza mucho más que a su ex socio Saddam.
La
economía de la muerte
Los
hombres del Pentágono no disimulan el objetivo norteamericano de
apropiarse del petróleo irakí. Cómo la principal potencia solo
detenta el 2% de las reservas mundiales de crudo y consume un cuarto
de la producción total, ocupar un país que posee el 12% de las
recursos detectados se ha vuelto una prioridad. Explotando los
yacimientos conocidos, los conquistadores esperan duplicar
inmediatamente los niveles actuales de extracción petrolera de
Irak.
Estados
Unidos busca asegurarse la provisión regular de combustible para
adecuar su precio a los requerimientos del ciclo norteamericano
(subir la oferta en la recesión y bajarla en la expansión),
neutralizando de esta forma la incidencia sobre el precio del barril
que actualmente tienen los grandes productores de la OPEP.
Obviamente
también el complejo industrial militar está directamente
interesado en la guerra. Sus corporaciones ya no dependen solo de la
demanda gubernamental, sino también de la propia concurrencia del
mercado. La compulsión competitiva se ha intensificado provocando
el desgaste más acelerado del armamento y obligando a utilizarlo
con mayor frecuencia. Irak es un blanco ideal, porque según ciertas
estimaciones por cada dólar invertido en la extracción de petróleo
en el Golfo se requieren 5 dólares adicionales de coberturas
militares. Por eso, la fiebre armamentista se ha reactivado tan
furiosamente en los últimos meses elevando el presupuesto bélico
en 11% por encima del promedio de la guerra fría.
Masacrar
a la población de Irak se perfila como un floreciente negocio también
para las compañías que participarán en la reconstrucción. El
Pentágono planifica ambas tareas conjuntamente, siguiendo la norma
capitalista de maximizar el beneficio sobre los cadáveres y las
ciudades demolidas. Pero lo que parece un resultado previsible en
Irak es una apuesta incierta dentro de Estados Unidos, porque nadie
sabe cual será el efecto de la masacre sobre la economía
norteamericana. En Wall Street se pronostica que "un conflicto
corto tendrá efectos positivos", mientras que una batalla
prolongada descontrolaría el precio del crudo. Más peligroso aún
es el desequilibrio fiscal, porque Bush acrecienta el gasto bélico
al mismo tiempo que recorta impuestos. Si el gasto militar tendrá
el efecto reanimante de Corea o el impacto inflacionario de Vietnam
es un misterio que se develará en el próximo período.
Aunque
Bush promueve la guerra para contrarrestar la recesión actual, su
apuesta no es coyuntural. Un clima bélico resulta indispensable
para intentar resucitar el crecimiento de los 90 con incentivos
impositivos a los grupos enriquecidos y estímulos a la inversión
empresaria basados en atropellos sociales. Una demostración de gran
poder de fuego es la forma de inducir un precio del dólar que
preserve el ingreso de capitales a Estados Unidos y permita al mismo
tiempo un relanzamiento de las exportaciones.
Imperio,
superimperialismo e interimperialismo
La
guerra que comanda Estados Unidos es imperialista y no imperial en
el sentido que Negri le asigna a este término, ya que no enfrenta a
fuerzas pertenecientes a un mismo capital transnacional. Los marines
actúan al servicio de Texaco y Exxon y no en favor de un
"capital global" indiscriminado y desterritorializado. Su
acción confirma que las fronteras y las naciones no se han disuelto
y que los grupos capitalistas continúan rivalizando bajo la
protección de sus estados.
Pero
el imperialismo contemporáneo difiere sustancialmente de su clásico
antecesor. El incendio de Irak no es la antesala de un choque entre
potencias por el reparto del mundo. Aunque la guerra está
precipitando una crisis sin precedentes en la OTAN, ni Francia, ni
Alemania están embarcadas en la formación del tipo de alianzas que
en el pasado culminaron en dos guerras mundiales.
En
comparación a ese generalizado enfrentamiento, el choque actual es
extremadamente limitado. La "vieja Europa" participó en
la expedición anterior del Golfo y coincide con el proyecto
imperialista de someter a Irak, pero Francia tiene negocios
petroleros con Hussein que serían gravemente dañados por un
gobierno de ocupación norteamericano. Mientras que las
corporaciones Mobil y Texaco están esperando en Kuwait el ingreso
de los marines para asaltar el crudo, la compañía francesa Total
Elf mantiene contratos con empresas irquíes desde hace una década.
En una situación semejante se encuentra la empresa rusa Lukoil y
otras europeas afincadas en Irán.
Estos
conflictos interimperialistas desbordan ampliamente el escenario
irakí, ya que un éxito militar norteamericano debilitaría la
presencia de Francia en Africa y Alemania en Europa Oriental. También
presionaría a las clases capitalistas en formación de Rusia o
China a inclinarse en favor del líder estadounidense en desmedro de
sus socios europeos. Pero incluso un estallido de la Unión Europea
no asemejaría la crisis actual al período que precedió a la
segunda guerra, porque ninguna potencia está en condiciones de
preparar un desafío militar a los Estados Unidos.
Por
eso es tan efectista como equivocada la analogía de Bush con Hitler,
que muchos críticos del imperialismo contraponen al ridículo
parentesco entre Sadam y el Tercer Reich, que difunde la prensa
norteamericana. Es cierto que los delirios místicos de Bush
recuerdan a Hitler y que el holocausto que puede desencadenar la
maquinaria bélica norteamericana supera todo lo conocido. Pero la
guerra en curso es imperialista y no interimperialista.
La
resistencia del eje franco-alemán también demuestra que a pesar de
su indisputada hegemonía militar, Estados Unidos no ha logrado
alcanzar aún el status supremo de superimperialismo. Sus vasallos
se mantienen localizados en la periferia y no se han extendido a
Europa Occidental, ni a Japón. Aunque desde la implosión de la
URSS ha logrado inclinar en su favor el balance económico de
fuerzas, Estados Unidos no detenta el poder ilimitado que describen
muchos comentaristas.
La
protesta global contra la guerra
La
impresionante reacción contra el genocidio constituye un
acontecimiento imprevisto por los invasores, que algunos medios
identifican con el surgimiento de una "opinión pública
mundial" y que está en condiciones de frustrar la operación
imperialista. Las marchas coordinadas de 10 millones de personas que
se realizaron en 2000 ciudades de 98 países inauguraron el 15 de
febrero la mayor batalla popular contemporánea contra una guerra
imperialista. Las movilizaciones revierten la pasividad predominante
durante los 90 frente a las guerras del Golfo y los Balcanes y
superan el alcance de la resistencia a los misiles que conmovió a
Europa en 1981-83. A diferencia de Vietnam, el movimiento debuta
antes el conflicto y no como resultado de su sangriento desarrollo.
La
multitudinaria conquista de las calles -que volvió a repetirse el
15 de marzo- constituye apenas el primer acto de la movilización
antimilitarista. Ya se produjeron bloqueos a los trenes que
transportan armamento en Italia y a los camiones que transitan por
las bases de Alemania. Los estibadores de varios puertos europeos no
embarcan municiones y bajo el recordado lema de "no pasarán",
en algunas localidades ya aparecieron los piquetes que cierran el
paso de tropas que marchan al frente. Las acciones para detener
buques en alta mar ilustran el coraje de la nueva generación. En
Irak se ha instalado además, un "escudo humano"
multinacional de valerosos voluntarios contra el bombardeo. La próxima
secuencia de acciones contempla la organización de huelgas y el
boicot al consumo de productos norteamericanos. Ya no solo Blair está
jaqueado por la oleada antimilitarista. También Aznar y Berlusconi
pueden quedar pulverizados si continúan participando tan
activamente en la cruzada de Bush.
La
existencia de un foro mundial que promueve y coordina las protestas
constituye otro rasgo distintivo del movimiento actual. La protesta
contra la globalización capitalista tiende a reorientarse hacia una
lucha frontal contra la guerra. Esta evolución es un positivo síntoma
de radicalización y no un "desafortunado desvió de las energías
de lucha"[5]. Pasar del repudio a los banqueros a la movilización
contra la guerra permite desenvolver la incipiente conciencia
anticapitalista que existe en el movimiento de protesta global.
Transformar el rechazo a la mercantilización del mundo en un
cuestionamiento al orden imperialista facilita la comprensión de
porqué "otro mundo posible" solo será alcanzado con el
socialismo. La lucha en curso también permite clarificar porque los
protagonistas de la emancipación no son amorfas multitudes, sino jóvenes,
trabajadores, explotados y oprimidos.
América
Latina en la mira
La
creencia que Latinoamérica será ajena a la guerra porque "está
lejos" y no figura en la "agenda norteamericana" es
una inadmisible ingenuidad. La región ocupa un lugar comparable al
Medio Oriente en la estrategia de dominación imperialista, porque
ambas zonas nutren de materias primas a la economía estadounidense
y son mercados privilegiados de su producción. El resultado de la
guerra es vital ya que reforzará o debilitará al gran opresor de
América Latina en tres planos.
En
la órbita militar es evidente que Colombia seguirá a Irak en la
lista de países directamente intervenidos por los marines. El
presidente Uribe ya ha solicitado abiertamente esta invasión,
mientras se generaliza el proceso de rearme de los gobiernos
regionales que se han subido al carro norteamericana " de la
lucha contra el terrorismo".
En
el plano político el desenlace de Irak definirá cuál es la nueva
escala de recolonización estadounidense. El insultante trato que
han recibido los diplomáticos de México y Chile en el Consejo de
Seguridad (espionaje telefónico, presiones para comprar votos) es
apenas un anticipo de la nueva arrogancia imperialista. El Pentágono
mantiene en reserva otro intento de golpe contra Chavez mientras se
decide el curso de la guerra en Oriente, porque Estados Unidos
considera que el petróleo venezolano constituye un recurso propio
de su "patio trasero".
En
la esfera económica el resultado de Irak impondrá definiciones
sobre el ALCA y la deuda. Una mayor presión comercial para acelerar
la apertura importadora de la región sin contrapartida equivalente
en el mercado norteamericano será acompañada por mayores
exigencias del pago de la hipoteca.
Esta
agobiante succión de recursos explica en cierta medida porque la
oposición a la guerra es tan generalizada y contundente en todos
los países latinoamericanos. Hasta los propagandistas más
descarados del Departamento de Estado han reconocido la contundencia
de este rechazo[6].
Esta
resistencia frontal es muy visible en la Argentina en los resultados
de las encuestas (90% de oposición a la guerra), en la masividad de
las marchas y en la radicalidad antiimperialista de las consignas.
Este clima es un efecto de la revuelta del 20 de diciembre y del
nefasto resultado que tuvo la participación argentina en la guerra
del Golfo.
Sólo
a los voceros locales de la Casa Blanca[7] se le ocurre pregonar un
nuevo alineamiento con el invasor, repitiendo que esta sumisión
favorecerá el ingreso de inversiones extranjeras. Parecen olvidar
el desprecio que los gobiernos norteamericanos suelen demostrar por
sus lacayos más obsecuentes. Cuándo además sugieren que el rédito
de la guerra radica en el encarecimiento de las los exportaciones
argentinas, omiten que los eventuales beneficios de los grupos
petroleros y cerealeros no se extenderán al conjunto de la población.
El
gobierno de Duhalde ya no está en condiciones de embarcar al país
en otra "relación carnal" con Estados Unidos. Pero
intenta preservar este alineamiento con promesas de "auxilio
humanitario" que encubren el propósito de enviar hospitales
militares al campo de batalla. Es igualmente muy improbable que
pueda concretar esta payasada.
Desborde
de contradicciones
Al
momento de escribir esta nota Bush se apresta a lanzar el ataque en
un marco de creciente aislamiento. No solo está deshecha la alianza
que forjó su padre, sino que también se ha quebrado el frente que
propiciaba la aventura a principio de año. Además de Francia,
Alemana y el Papa, ahora también resiste la invasión una parte del
gobierno británico y un significativo sector de la clase dominante
norteamericana (Brezinski, Carter, Clinton, New York Times). En el
propio gabinete de Bush las "palomas" (Powell) que no
pertenecen al lobby petrolero y armamentista (Rumsfeld, Cheney) están
disconformes con la idea de cargar la expedición sobre las espaldas
exclusivas de Estados Unidos.
Pero
Bush ya desplazó su armada hacia el Golfo y está muy comprometido
con la guerra, para retroceder sin sufrir un derrumbe de autoridad.
O se embarca en la invasión o pierde credibilidad y en ese caso, en
lugar de rodar la cabeza de Hussein se desmoronará la administración
del presidente guerrero. Como dijo Kissinger: "a esta altura ya
no podemos detener el tren".
La
necesidad de una victoria militar relampagueante se ha vuelto
imperiosa en estas condiciones, ya que cualquier empantanamiento (y
especialmente la multiplicación de bajas norteamericanas) quebrará
el frágil sostén político de la operación. Pero este triunfo
acelerado requiere el tipo de masacres que subleva a la población
mundial.
Pero
tampoco un éxito militar fulgurante asegura el triunfo de la
operación. Nadie sabe si una ocupación prolongada de Irak alcanzará
para impedir la desintegración territorial del país y la
consiguiente dificultad para asegurar la apropiación estable del
petróleo. Tampoco se avizora como Estados Unidos podría arbitrar
en el mosaico de tensiones regionales (especialmente en el Kurdistán),
que serán potenciadas por su presencia directa en la zona. La
ingobernabilidad de Afganistán y la competencia de fracciones islámicas
por el control de los yacimientos y oleoductos de Asia Central son
anticipos de estos conflictos. Además esta desarticulación estatal
abona el terreno para que germinen los Bin Laden.
Pero
también fuera de la región se avizora un horizonte de crisis. El
unilateralismo bélico de Estados Unidos ya provocó una crisis de
la OTAN superior al abandono francés de los 60, a la tensión
creada por los euromisiles en los 80 y a las desavenencias desatadas
por la guerra de los Balcanes en los 90. El choque actual no se
reduce a Irak, sino que involucra a todo el manejo norteamericano
inconsulto de la Alianza, que últimamente estuvo dirigido a
reforzar las amenazas contra Rusia y a socavar la constitución de
un eventual ejército europeo.
Justamente
la principal víctima de la guerra en Irak sería la Unión Europea,
como ya lo prueba la espectacular cuña que Estados Unidos introdujo
entre los artífices de la comunidad. Qué España proteja sus
inversiones en Latinoamérica sosteniendo a Bush y que Polonia o
Hungría obstruyan su ingreso a la U.E. apoyando la guerra son
signos ilustrativos de la fragilidad del mayor proyecto regional que
desafía la hegemonía norteamericana.
Pero
la guerra no solo puede abortar la Unión Europea, sino también la
continuidad de la propia ONU como organismo dotado de alguna
efectividad. Si Estados Unidos ataca sin el aval del Consejo de
Seguridad destruirá la viabilidad del ámbito que ha regulado las
relaciones internacionales durante el último medio siglo. Esta
amputación abre el temido horizonte de incertidumbre, que tanto
preocupa a los gobiernos opositores a una guerra exclusivamente
norteamericana. ¿Cuál sería, por ejemplo, el escenario de los
conflictos de Corea del Norte, Palestina o India-Pakistán si
colapsan las Naciones Unidas?
En
los últimos 200 años el desenlace de ciertas guerras marcó el
punto de viraje de grandes etapas, fases y crisis del capitalismo.
El conflicto de Irak se perfila como un acontecimiento de este tipo,
porque podría definir el ambiguo resultado de las transformaciones
económicas registradas durante los 90. Pero las guerras también
precipitaron en el pasado la renovación integra del proyecto
socialista y esta perspectiva también está abierta en la realidad
actual.
16
de marzo de 2003
Notas:
[1]Economista,
Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda).
[2]Como
bien señala Feinman José Pablo. "Historia y locura". Página
12, 23-02-03.
[3]
Escudé Carlos. "Hacia una consolidación del nuevo orden
mundial", La Nación, 23-02-03.
[4]Ver
por ejemplo las opiniones de Abraham Tomas. "El silencio de los
inocentes", Página 12,16-2-03
[5]
Hardt Michel. "No al antiamericanismo". Página 12,
21-2-03
[6]
Oppenheimer Andrés. "Los daños colaterales en América
Latina", La Nación, 4-03-03.
[7]
Castro Jorge. "Incertidumbre económica". La Nación,
23-02-03.
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