El
imperialismo en Irak
Por
Claudio Katz (1)
La
ocupación norteamericana de Irak ha conmocionado a todos los pueblos
del mundo porque inaugura las acciones imperialistas del nuevo siglo.
Salta a la vista cómo operan los mecanismos de opresión militar,
sometimiento político y saqueo económico de los países periféricos
y puede observarse que las relaciones vigentes entre las potencias
centrales han cambiado sustancialmente en las últimas décadas[2].
Masacre
y ocupación
La
invasión consumó una atroz masacre de la población civil,
desmintiendo las fantasías de guerra indolora que difundieron los
hombres del Pentágono. Las “bombas inteligentes” explotaron en
los mercados y las escuelas provocando una cifra de víctimas que ha
sido cuidadosamente ocultada. Si en la última década el embargo cobró
la vida de medio millón de iraquíes, aterra imaginar cuál será el
balance final de la tragedia en curso.
“No
contamos los cadáveres” confesó un general a cargo de un operativo
que incluyó el asesinato premeditado de periodistas para atemperar la
difusión del genocidio. Hasta la “ayuda humanitaria” que debía
coronar la devastación fue demorada, mientras los niños se
desangraban sin remedios, ni agua en los hospitales destruidos. Este
tormento no ha sido un “daño colateral”, sino un sufrimiento
programado por los invasores para aterrorizar a la población frente a
la perspectiva de una larga ocupación.
La
llegada de los marines precipitó también la tolerada irrupción de
una masa de saqueadores que destruyó los restos de vida organizada en
las grandes ciudades. El dantesco cuadro de ejecuciones
indiscriminadas, museos destruidos, bibliotecas quemadas, comercios
vaciados y bancos asaltados bajo la custodia de las tropas
norteamericanas, ilustra lo que Bush y Blair planearon para la
”liberación de Irak”.
Es
evidente que el Pentágono y sus medios de comunicación inflaron la
capacidad militar de Sadam para justificar la agresión. Se ha
estimado la desproporción de fuerzas en diez mil a uno y algunos
expertos calcularon que el ejército iraquí quedó completamente
aniquilado por el peso de siete millones de toneladas de bombas
lanzadas durante la operación. ¿Dónde están las armas químicas
que amenazaban la supervivencia de grandes poblaciones?
En
lugar de armas de destrucción masiva los marines encontraron vetustos
fusiles e inservibles granadas. Este resultado no es sorprendente,
porque el desarme fue consumado antes de la invasión por sucesivas
inspecciones de la ONU que socavaron la protección militar del país,
transfiriendo al comando norteamericano toda la información de
espionaje requerida para perpetrar la agresión.
¿Guerra
o invasión?
El
término “guerra de Irak” es poco adecuado para describir el
operativo de captura colonial que realizó el gendarme estadounidense.
Es cierto que la invasión puede derivar en una larga guerra regional,
especialmente si la caída de Bagdad incentiva la prolongación del
ataque hacia los países vecinos (primero Siria, luego Irán). Pero lo
ocurrido en Irak se asemeja más a la conquista de Grenada en los 80 o
Panamá en los 90 que a un enfrentamiento en regla entre dos ejércitos.
Por eso es tan absurdo comparar el ingreso de los marines a un país
periférico e indefenso con el desembarco aliado en Normandía.
Igualmente,
es la primera vez que las tropas norteamericanas ocupan una gran
capital árabe, reemplazando los típicos golpes de la CIA por una
intervención masiva de efectivos. Este tipo de acción se asemeja a
las tradicionales conquistas inglesas de la época victoriana, cuándo
cada rincón del planeta ocupado por el ejército real era exhibido
como un trofeo de su Majestad. La imagen de la bandera norteamericana
flameando en los edificios y monumentos de Irak rememora ese período.
Pero la analogía no se limita al plano simbólico, ya que retrotrayéndose
al siglo XIX Bush se apresta a designar a un traficante de armas como
nuevo virrey del Irak y a crear una administración de cipayos
exilados que apenas recuerdan su idioma natal.
El
parecido con el antecedente colonial inglés también se extiende al
intento norteamericano de dominar al país oponiendo a las etnias
rivales con el auxilio de algunos jefes tribales. Pero Irak no es una
nación primitiva y ya resistió con éxito en el pasado a una ocupación
colonial. A diferencia de Afganistán forma parte del grupo de países
árabes de mediano desarrollo económico, cultural y tecnológico.
La
versión estadounidense actualizada de la “pérfida Albión” es
por eso mucho más frágil y riesgosa que su antecesora británica.
Balcanizar naciones ya constituidas y sostener al mismo tiempo la
centralización económica de los territorios conquistados es mucho más
difícil que en el pasado. Un anticipo de estos obstáculos ha sido la
ausencia de la esperada rebelión chiíta en el sur de Irak. Y mucho más
problemático es el polvorín que ha creado en el norte el avance
militar de los kurdos, en un camino hacia la autodeterminación
nacional que Turquía no está dispuesta a tolerar.
Petróleo,
armas y agua
La
preocupación prioritaria que han mostrado los invasores por evitar el
incendio de los pozos petroleros confirma que uno de los principales
objetivos de la agresión es la apropiación norteamericana de los
inmensas reservas de crudo iraquí. No es ningún secreto que estos
recursos son suficientes para alterar drásticamente el comportamiento
del mercado internacional. Por eso los ocupantes no disimulan su
intención de incentivar un incremento de la oferta petrolera que
asegure el abastecimiento de Estados Unidos y debilite la regulación
de los precios por parte de la OPEP.
Algunos
analistas también estiman que este control apunta a reafirmar la
supremacía mundial del dólar potencialmente amenazada por el
surgimiento de la moneda común europea e interpretan que la invasión
fue precipitada por la decisión iraquí de comercializar a fines del
2000 su combustible en euros.
El
nuevo virrey norteamericano comenzará distribuyendo el botín
petrolero entre las compañías estadounidenses, luego de sepultar el
sistema nacionalizado de extracción y producción de crudo. Cómo se
repartirán los contratos es un punto conflictivo que Bush intenta
zanjar con sus cómplices británicos.
Pero
los ocupantes preparan por lo menos tres negocios adicionales. El
primero es la reconstrucción económica, que movilizará millones de
dólares en favor de las corporaciones más vinculadas a la
administración republicana. Resulta aterrador conocer que estos
contratos fueron cerrados 36 días antes de la invasión y que en
ellos se delineó la reedificación de las instalaciones que debían
ser previamente demolidas por la aviación. Es difícil encontrar algún
antecedente más sanguinario de división capitalista del trabajo y de
programación tan atroz de las inversiones.
El
segundo campo de negocios se sitúa en la venta de armamentos, ya que
la experimentación en la batalla constituye la principal actividad de
marketing para los exportadores del complejo industrial-militar.
Mientras que el impacto del creciente gasto bélico sobre la economía
norteamericana es aún incierto, su efecto en mayores ventas mundiales
de armamentos ya es perceptible. Esta salida exportadora resulta vital
para un sector actualmente más atado a la concurrencia mercantil que
a la demanda estatal y que, además, se encuentra muy aquejado por la
crisis de sobreinversión que afecta a las ramas de alta tecnología.
Por último, Irak es un país dotado de enormes recursos hídricos,
cuya gravitación estratégica es tan relevante como las ganancias que
esperan consumar las compañías privatizadoras.
El
saqueo económico de Irak es la consecuencia más nítida de la agresión.
Mientras que resulta prematuro prever el efecto de esta operación
sobre el curso de la economía norteamericana e internacional, la
depredación de recursos que sufrirá el país ya es un dato
indiscutible.
¿Imperio
o imperialismo?
La
invasión fue un acto imperialista, porque apunta a reforzar la
dominación de una potencia central sobre una nación periférica.
Este sometimiento incluye la intervención militar, la recolonización
política y la succión económica de Irak. Pero lo novedoso es la impúdica
reivindicación de esta opresión por parte de numerosos ideólogos
del capitalismo. Un gurú intelectual de T. Blair declaró
recientemente que el “mundo necesita una nueva forma de
imperialismo” para asegurar “el orden y la organización” de la
sociedad [3]. De la tesis cultural del “choque entre
civilizaciones” se ha pasado así a la glorificación de la
intervención bélica, resucitando el arcaico lenguaje del
colonialismo.
Esta
línea de acción es compartida por toda la clase dominante
norteamericana que sostuvo a Bush con elogios en la prensa, discursos
patrióticos y la aprobación legislativa del financiamiento de la
operación. El ataque a Irak no fue la aventura irracional de un místico
guerrero, sino una acción colectivamente aprobada por todos los
senadores demócratas y republicanos. La invasión pretende reafirmar
la hegemonía del imperialismo norteamericano y por eso no constituye
tan solo una “guerra de elección” arbitrariamente decidida por
los hombres de Bush[4].
Es
también incorrecto conceptualizar la agresión como un acto del “Imperio”,
en el sentido que Negri y Hardt asignan a este término. Los marines
no actuaron al servicio de un capital transnacionalizado, globalizado
e indiscriminado, sino a pedido de las corporaciones norteamericanas,
a fin de apuntalar la competitividad de estas compañías frente a sus
rivales europeos. La incomprensión de este carácter específicamente
imperialista ha tenido dos implicancias negativas entre los teóricos
del Imperio[5].
Por
un lado, estos autores se lamentan por el desplazamiento que introdujo
el conflicto en un movimiento de protesta, que ha evolucionado de la
resistencia contra las corporaciones “globales” hacia el rechazo
del militarismo identificado con Estados Unidos. En lugar de percibir
el avance en la conciencia anticapitalista que implica este proceso,
observan con desconfianza el giro de la atención popular. No
comprenden que este paso de la critica de la explotación económica
al cuestionamiento de la opresión política abre nuevo terreno de
lucha y contribuye a la maduración del movimiento de protesta. Los
objetivos progresistas de esta batalla se han ampliado y no
“desviado”.
Por
otra parte, los analistas del imperio vislumbran rasgos de negativo
“antiamericanismo” en las movilizaciones centradas en la lucha
antiimperialista, ignorando que el sentido dominante de estas
protestas no es el repudio a la “nación norteamericana”, sino a
la “guerra del petróleo” que perpetran las clases dominantes.
Estas confusiones derivan de la incomprensión del imperialismo
actual, que opera a través de potencias capitalistas estructuradas en
torno a estados nacionales y ensambles regionales.
Los
cambios interimperialistas
El
conflicto de Irak ha provocado el mayor conflicto entre grandes
potencias de las últimas cinco décadas. Se resquebrajaron la OTAN y
el Consejo de Seguridad de la ONU y aparecieron fisuras en la alianza
transatlántica que sostiene el orden mundial vigente. Aunque estas
crisis son ciertamente profundas, resulta equivocado deducir que
desembocarán en la reproducción de los enfrentamientos bélicos
entre potencias que predominaron hasta la mitad del siglo XX.
El
concepto de “tercera guerra mundial” solo puede justificarse si se
lo interpreta como una extensión regional de la invasión
norteamericana (y consiguiente mundialización del conflicto). Pero
incluso esta perspectiva no implica una prolongación de la primera o
segunda guerra mundial. Ninguna potencia está actualmente interesada
y en condiciones de desafiar la preponderancia militar norteamericana
y este predominio -junto al salto registrado en la asociación de
capitales de distinto origen nacional- diferencia radicalmente la
crisis en curso de las tradicionales guerras interimperialistas.
Las
relaciones entre las clases dominantes de Francia y Alemania con sus
rivales norteamericanos se han tensado por conflictos inmediatos
(contratos petroleros, deudas de Irak, distribución del negocio de la
reconstrucción) y por dilemas estratégicos. Al introducir una cuña
entre la “vieja y nueva Europa”, Estados Unidos pone en peligro la
continuidad del proyecto de la Comunidad y socava la capacidad de
Europa para constituir un eje económico y una moneda alternativa a la
hegemonía norteamericana. Pero cualquiera sea el curso de este
proceso, no está a la vista un retorno a las confrontaciones que
dieron lugar a la guerra de 1914 o 1939. Por esta razón, el concepto
de imperialismo tiene un significado actualmente diferente al
predominante a comienzos del siglo XX.
En
lo inmediato el imperialismo norteamericano pretenderá extraer
grandes réditos de sus conquistas, sancionando el cuestionamiento
franco-alemán (y el alineamiento ruso ) contra su acción. Algunos
halcones (Wolfowitz) propugnan castigos financieros (moratoria de la
deuda iraquí con Europa) y petroleros (marginar a Francia de los
contratos). Kissinger incluso imagina una alianza estratégica con
China, si Europa no se somete al nuevo cuadro de reafirmación
dominante de Estados Unidos[6].
El
curso de la invasión ha desmentido por ahora las expectativas que
muchos intelectuales mantienen en la eventualidad de un rol más autónomo
de Europa[7]. Pero que prevalezca un curso de mayor tensión, asociación
o subordinación de los capitalistas del viejo continente hacia sus
competidores norteamericanos depende de la capacidad estadounidense
para traducir su avance militar en dominación política estable.
Una
hegemonía incierta
La
preeminencia de un grupo hiperreacccionario en la administración Bush
constituye un dato llamativo y alarmante. Rumsfeld, Kagan, Wolfowitz
son halcones adiestrados bajo el gobierno de Reagan y Bush padre que
han alcanzado un grado de inédita homogeneidad e influencia. Lograron
unificar bajo una misma estrategia a los grupos derechistas
enfrentados de los lobbys petrolero e israelí. También impusieron un
rumbo unilateral cuándo la ONU resistió el ataque y perpetraron
acciones de hostilidad (espionaje) y provocación (declaraciones
despectivas) poco usuales en la diplomacia occidental. Han convertido,
además, a gran parte de la prensa en una cloaca de patrioterismo
vulgar, restaurando un clima de caza de brujas desconocido en Estados
Unidos desde el maccartismo. ¿Pero tiene este grupo suficiente
sustento para avanzar hacia un curso fascistizante?
Algunos
autores que sugieren esta evolución contradictoriamente estiman que
la decadencia norteamericana persiste linealmente desde hace varias décadas.
No observan que ambas caracterizaciones son poco compatibles, ya que
una reafirmación militarista de Estados Unidos no es concebible sin
sostén económico, tecnológico y política. Frente a estas
dificultades analíticas conviene precisar la caracterización.
La
invasión a Irak ha sido un efecto de la recuperación hegemónica que
registró Estados Unidos durante los 90 en todos los planos y no solo
en su dominante esfera militar. La agresión coronó cierto repunte de
la acumulación que obliga a expandir mercados y a buscar una salida a
la crisis de sobreinversión con actos de fuerza. Pero este
reforzamiento no coloca a Estados Unidos en el pedestal del “superimperialismo”,
porque ningún rival de la primer potencia ha quedado reducido al
status de país dependiente, ni se ha resignado a la primacía
definitiva del dólar.
Es
cierto que Europa y sobre todo Japón han perdido terreno frente a las
corporaciones norteamericanas, pero se mantienen en carrera y como ya
ocurrió en los 70 y en los 80 el avance norteamericano puede
revertirse. Por eso cabe suponer que en lo inmediato, el imperialismo
estadounidense necesitará reconstruir alianzas mucho más sólidas
para sostener su ocupación en el Cercano Oriente.
El
punto critico
El
punto más crítico del atropello imperialista se sitúa en el mundo
árabe, porque es improbable que un operativo colonial pueda imponerse
sin resistencias en una región signada por memorables luchas de
emancipación nacional. Un anticipo de esta perspectiva ya se observó
en la primera semana de la conquista.
En
lugar del esperado aplauso popular las tropas norteamericanas se
encontraron con una inesperada oposición. La creencia que la enorme
hostilidad a la dictadura de Sadam se traduciría en una bienvenida de
los marines quedó contundentemente desmentida. Gran parte del pueblo
iraquí comprende que la opresión norteamericana no será mejor que
la tiranía de Hussein y por eso en algunas regiones los marines
fueron recibidos con el grito de: “ni Sadam, ni Bush”.
Es
evidente que los ocupantes no tienen a su disposición un gobierno títere
de reemplazo y que esta ausencia –que impulsó hace diez años Bush
padre a evitar la caída de Sadam- puede a socavar la ocupación
norteamericana. El régimen virreinal enfrenta la posibilidad de una
resistencia popular de largo plazo que podría convertir a Irak en una
nueva Palestina, empujando a los marines hacia el mismo pozo que
enfrentó ejército israelí en el sur del Líbano o que sofocó a las
tropas francesas en Argelia. Por eso un conocedor del tema le advierte
a Estados Unidos que los iraquíes no conforman un “pueblo primitivo
sino una de las sociedades más sofisticadas de Medio Oriente”[8].
Pero
tan crítica como la situación de Irak es la conmoción creada en el
universo árabe por los actos de humillación que perpetran los
marines. La colocación de la bandera norteamericana en Bagdad desató
un sentimiento de odio generalizado. El desprestigio de la CNN y la
creciente audiencia de la cadena All Jazira es otro síntoma de este
rechazo. La adversidad que enfrenta Estados Unidos en toda la región
es claramente opuesta a la pasividad o resignación que predominó al
concluir la primer guerra del Golfo. Por eso existe el temor a una
descontrolada multiplicación de los Bin Laden y a una creciente
desestabilización de los regímenes pro-norteamericanos de Arabia
Saudita o Pakistán. La revuelta antiimperialista está a la orden del
día en toda la región y su porvenir depende de la forma en que sean
políticamente procesadas las fracasadas experiencias nacionalistas y
los reaccionarios ensayos fundamentalistas.
La
resistencia global
Cómo
ya ocurrió durante la guerra de Vietnam, la batalla contra la invasión
está sostenida por una red mundial de movilizaciones. Pero a
diferencia de los 70 la reacción popular ahora comenzó antes del
conflicto y se manifiesta de manera simultánea y coordinada en un
centenar de países.
Las
marchas multitudinarias no han cesado luego de la caída de Sadam,
porque los manifestantes son concientes que el atropello no termina en
Bagdad. La total carencia de legitimidad acota el sostén político de
la invasión y por eso los gobiernos occidentales que apoyan la
masacre han quedado seriamente deteriorados frente a la opinión
popular.
Las
movilizaciones han alcanzado una dimensión inédita en miles de
ciudades. En Inglaterra se registró, por ejemplo, la mayor protesta
callejera de la historia, mientras numerosos luchadores han
participado en actos de heroísmo que recuerdan las grandes gestas del
combate antifascista. Por otra parte, las manifestaciones por Irak
constituyen un nuevo hito de las protestas globales que se iniciaron
con Seattle, Génova, Florencia y Porto Alegre. Ya existe un foro que
articula y organiza la campaña contra la agresión y que podría
reforzarse con la nueva perspectiva antimilitarista del movimiento
contra la globalización capitalista.
Por
otra parte, una nueva agenda antiimperialista ha sido adoptada por
millones de jóvenes, trabajadores y desocupados del mundo. Algunos
intelectuales observan con cierto desdén este giro, destacando que
persisten ingenuas expectativas de muchos manifestantes en la conducta
de gobiernos europeos, que en realidad se comportan como cómplices de
la invasión. Pero estas creencias no desmerecen la progresividad de
la protesta, ya que la lucha es el principal terreno de aprendizaje
popular. Ninguna ilusión puede disiparse si no es puesta a prueba en
la batalla por los objetivos antibélicos.
Lo
mismo vale para las esperanzas depositadas en las Naciones Unidas. Lo
ocurrido en Irak demuestra que en la actualidad el derecho
internacional se reduce al poder del más fuerte. Para transformar
esta realidad no existe otro camino que la resistencia al
imperialismo, porque solo de esta acción podrá surgir un nuevo orden
jurídico basado en los principios de solución negociada de los
conflictos nacionales y autodeterminación de los pueblos.
El
impacto en América Latina
El
impacto de la invasión a Irak sobre América Latina es muy
significativo por una sencilla razón: Estados Unidos trata a la región
con los mismos parámetros de opresión que maneja en Medio Oriente.
El imperialismo considera que el petróleo de los países árabes y
los recursos naturales de su “patio trasero” forman parte de su
patrimonio. Por eso la trayectoria de Sadam tiene ciertos parecidos
con Noriega y el asalto a Irak guarda semejanzas con la captura de
Panamá.
Pero
hay que recordar también que el escenario iraquí fue un destino
posible para la Argentina si en 1979 hubiera estallado la guerra con
Chile y si este conflicto hubiera terminado en un desangre semejante
al padecido por Irak e Irán. También la aventura de Galtieri en
Malvinas pudo haber concluido como la arremetida de Sadam en Kuwait.
Estas similitudes explican porqué el Pentágono le impuso a la
Argentina un desarme tipo Irak, que incluyó la desactivación de los
misiles Cóndor y la aniquilación del desarrollo nuclear autónomo.
A
partir de la ocupación de Bagdad se acentuará la presión
imperialista sobre América Latina, en los mismos terrenos de opresión
que soportan los pueblos del Medio Oriente. Está en curso, en primer
lugar, un proceso de remilitarización general de la región diseñado
por el Comando Sur de Miami. La prioridad de esta campaña es
Colombia, pero también la creación de nuevas bases y el
desplazamiento de tropas, junto a previsibles actos de provocación en
la triple frontera de Argentina, Paraguay y Brasil.
En
la esfera política se acelera el proceso de recolonización y el
recorte de soberanía de los estados latinoamericanos. Durante las
negociaciones del Consejo de Seguridad las exigencias norteamericanas
para arrancar el voto favorable a México y Chile fueron tan
descaradas como la compra de voluntades de numerosos cancilleres. En
la mayoría de las naciones de la región, las embajadas
estadounidenses ya no son un ámbito de consulta, sino los principales
centros de decisión. Esta grotesca ingerencia es aceptada como un
destino natural por la mayoría de los gobiernos latinoamericanos, en
momentos que el Departamento de Estado prepara nuevas acciones contra
Cuba y quizás otro ensayo de golpe en Venezuela.
Por
otra parte, la depredación del petróleo iraquí envalentonará a los
funcionarios norteamericanos que exigen acelerar las tratativas del
ALCA e intensificar el cobro de las deudas externas. “Queremos el
ALCA para defender nuestros intereses” declaró desvergonzadamente
el principal negociador comercial estadounidense [9]. Por eso, bajo la
superficie de cierto inmovilismo continúa ganando terreno un tratado
destinado a incrementar las exportaciones norteamericanas y a reducir
los aranceles latinoamericanos. Pero el mayor deterioro de los términos
de intercambio que augura el ALCA exige también una mayor dominación
financiera por parte del FMI. Por esta razón no es posible resistir
la sangría comercial sin frenar la devastación financiera que impone
el pago de la deuda.
La
conmoción en Argentina
Algunos
economistas del gobierno y la oposición (R.Lavgna, M.Lascano)
afirmaron inicialmente que a “la Argentina le conviene la guerra”
por el esperable “encarecimiento de nuestras exportaciones”[10].
Pero se olvidan que la gestión monopólica de la exportación de
crudo conduce a la carestía interna del combustible, cada vez que
aumenta el precio internacional del petróleo. Con los cereales es
peor, porque todo repunte de ventas externas se traduce en un
ensanchamiento del mapa del hambre en el país que ocupa el quinto
lugar de los grandes exportadores mundiales de alimentos. Además,
Estados Unidos seguramente le arrebatará a la Argentina los mercados
cerealeros del Medio Oriente, como ya ocurrió reiteradamente en el
pasado.
Otros
economistas (E.Conesa, A.Ferrer) opinan, que “dada la gravedad de
nuestros problemas” el curso de la “guerra es indiferente para el
país”. Pero al mirar el árbol sin reconocer el bosque ignoran que
un afianzamiento de la ocupación norteamericana en Irak implica mayor
ofensiva imperialista en el terreno de la deuda y el ALCA.
En
Argentina el repudio a la invasión ha superado todos los índices de
Latinoamérica. Este rechazo le impidió a Duhalde repetir el
payasezco envió de tropas al Golfo que Menen ordenó con su aval hace
una década. Sin embargo, de manera más sigilosa el gobierno apuntaló
diplomáticamente la agresión, trabando los proyectos de repudio que
alentaba Brasil. Además, siguiendo la norma de los últimos años el
presidente Duhlade le ha permitido a los marines entrenarse en varias
provincias sin ninguna autorización del Congreso y ahora promueve la
inmunidad penal para las tropas que se instalen en la Argentina.
Frente
a la invasión, la derecha se expresa con mayor sinceridad y evita el
doble discurso. Sus exponentes han declarado que a la Argentina le
resulta “conveniente situarse del lado de los ganadores”[11],
aunque sin explicar porqué el país descendió al actual infierno de
pobreza al cabo de una década de “relaciones carnales” con la
principal potencia. Pueden afirmar que están “maravillados con la
guerra de Estados Unidos” y “con su autofinanciación
petrolera”[12]. Pero cuánto más se arrodillen mayor será el
desprecio que recibirán de sus mandantes, porque los imperialistas
nunca premian la sumisión.
Lo
más llamativo de este grupo de servidores es el giro de su discurso.
Ya no recurren al lenguaje ético, ni realzan los valores de la
democracia y la civilización, sino que exhiben el cínico realismo de
quién se resigna frente al “inmodificable mundo unipolar”. Pero
esta ausencia de argumentos es provisional, porque la clase dominante
no puede prescindir del cúmulo de mistificaciones que apuntala su
manejo de la sociedad. Su actitud defensiva igualmente es muy
ilustrativa del fuerte avance que ha registrado la conciencia
antiimperialista en todo el país.
Socialismo
o barbarie
El
crimen de Irak retrata la naturaleza del capitalismo contemporáneo.
La imagen de un neoliberalismo pauperizador, pero amigable y sonriente
de la era Clinton ha sido bruscamente sustituida por la cara brutal
del genocida Bush. Muchos veteranos de la lucha social ya conocen
estos giros y nunca esperaron otra evolución del imperialismo. Pero
para la generación que ingresó al universo político en la última década
estos cambios son muy significativos y su procesamiento pueden abrir
nuevos horizontes políticos.
Está
abierto un curso de evolución que podría esclarecer porqué la
batalla por “otro mundo posible” exige construir una alternativa
socialista. El fantasma del colapso de la Unión Soviética ya no
bloquea esta reflexión entre la juventud, que está menos expuesta a
la oleada de pesimismo intelectual que acompañó a ese derrumbe.
Redescubrir el socialismo es el camino para hermanar a los pueblos y
para superar la actual pesadilla de sangre y dolor.
15
de abril de 2003
Notas:
[1]Economista,
Investigador del Conicet y profesor de la UBA. Miembro del EDI
(Economistas de Izquierda).
[2]Este
artículo desarrolla ideas esbozadas en “El debut del nuevo
imperialismo” (Revista La Maza, n 4, abril 2003, Buenos Aires) y
aplica conceptos expuestos en “L´imperialism du XXI siècle”.
Imprecor ,n 474, septembre 2002, Paris. Otros fundamentos pueden
consultarse en: www.eltabloid.com/claudiokatz
[3]Robert
Cooper citado por Juan Gelman, en “¿Posmoderna?”. Página 12,
21-3-03.
[4]Esta
es la errónea tesis de Sebrelli Juan José. “La guerra y el sistema
internacional”. La Nación, 28-3-03
[5]Ver:
Hardt Michel. “No al antiamericanismo”. Página 12, 21-2-03
[6]Ver
su advertencia en: Kissinger Henry. ”EEUU no estará solo en
Irak”, Clarín, 11-4-03.
[7]Por
ejemplo: Todd Emmanuel. “Esto es una muestra de debilidad” Página
12, 30-03-03.
[8]Declaraciones
del ex canciller israelí Shlomo Ben Amí. Página 12, 3-4-03
[9]Bob
Zoellick en “América Latina: las marcas de la guerra” Clarín,
23-03-03
[10]Ver
“Economistas analizan las consecuencias posibles para Argentina” ,
en “Con mucho menos optimismo que Lavagna”, Página 12, 3-4-03.
[11]Grondona
Mariano, en La Nación, 6-4-03 y 30-3-03. También Castro Jorge.
“Incertidumbre económica” La Nación, 23-02-03
[12]Escude
Carlos. “Hacia una consolidación del nuevo orden mundial” La Nación,
23-02-03 y “Tres posturas y una guerras” "Enfoques", La
Nación, 30-03-2003.
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