El imperialismo

en el siglo XXI

 

La mundialización del capitalismo imperialista

 

Capítulo 3. Una transformación maligna y degenerativa, que acrecienta las contradicciones del capitalismo y el desarrollo de las fuerzas destructivas de la humanidad y la naturaleza

 

Hemos analizado seis rasgos que vemos como los más destacados de la fase de mundialización del capitalismo imperialista: 1) la globalización del capital-dinero, el dominio mundial del capital financiero que imprime su sello al conjunto del proceso de reproducción (valorización) del capital; 2) la extrema concentración del capital y la conformación de oligopolios mundiales que estructuran la producción y el comercio a escala internacional; 3) los cambios en las relaciones entre los centros imperialistas y la periferia atrasada, con el derrumbe de los intentos de capitalismo “nacional” e “independiente” y el avance de una nueva colonización; 4) la reabsorción de las economías nacionales no capitalistas (la ex URSS, el Este, etc.) y la expansión universal del capitalismo; 5) la crisis y transformaciones de los Estados, con la tendencia a privatizar y/o mercantilizar todas sus actividades y servicios (salud, educación, sistemas de retiro, etc.) y liquidar así el “salario social” que ellos distribuían; 6) la evolución del sistema técnico, el desarrollo de nuevos sistemas de explotación del trabajo y las transformaciones estructurales de la clase trabajadora, con la conversión en asalariados de amplios sectores sociales, y al mismo tiempo con una mayor fragmentación y heterogeneidad del conjunto de la clase, y un desempleo también creciente.

Es necesario ahora intentar una síntesis. Aquí se nos presentan dos cuestiones ligadas entre sí pero que hay que distinguir: una, la caracterización global de esta fase del capitalismo y sus contradicciones; otra, la de sus tendencias, sus “diversas variantes de desarrollo ulterior”. Esto último va a tener inevitablemente un carácter más hipotético.

El capital fue respondiendo al período de crisis abierto en 1973/74 con una transformación global que, por un lado, le ha permitido recobrar nuevas fuerzas para seguir reproduciéndose —es decir, para continuar valorizándose y ampliando sus relaciones de explotación—, pero que, por otro lado, ha generado o agravado una larga lista de mortales contradicciones, que amenazan hasta la existencia misma de la humanidad y aun de la vida sobre la Tierra.

Por eso, pese a la formidable revolución tecnológica y a todos los “éxitos” que presenciamos en las décadas de los ‘80 y ‘90, no estamos ante una explosión de “progreso”, sino en una fase profundamente degenerativa del capitalismo como formación económico-social. Para comprender esto, es necesario volver sobre lo que dijimos al principio: que la tendencia que ya advirtió Marx en su tiempo, de transformación de las fuerzas productivas en fuerzas destructivas, se vuelve dominante en esta fase del capitalismo mundial.([1])

La razón última de la sobrevida del capitalismo no es “económica” (en el sentido estrecho de la palabra) ni se debe a que el capitalismo haya demostrado su capacidad de generar un progreso social. Ella es consecuencia del retardo de la revolución socialista, bloqueada en este siglo XX pese a la infinidad de revoluciones que se sucedieron. El primero de esos motivos ha sido el cáncer burocrático del movimiento obrero mundial.

Trostky advertía en 1938 que “el requisito económico previo para la revolución proletaria ha alcanzado ya, en términos generales, el más alto grado de madurez que pueda lograrse bajo el capitalismo” y que estos requisitos previos “no sólo han «madurado»; empiezan a pudrirse un poco”. Pero el curso resultó aun más complicado y desigual de lo que previó Trotsky. La “putrefacción” quedó, por así decirlo, en el “freezer” durante “los treinta gloriosos”,([2]) disimulada además por dos hechos que, en el fondo, eran un doble espejismo: el boom de postguerra (cuando se creía haber logrado un capitalismo “humanizado” mediante el “Estado de bienestar” en Occidente) y la supuesta “construcción del socialismo” en la URSS, China, etc.

El nuevo período de crisis abierto en 1973/74 vino a poner las cosas en su lugar. El capitalismo se mostró más inhumano que nunca. Y el “socialismo real” no fue el camino para superarlo sino para volver a él en las peores condiciones.

Para muchos analistas, el período que se abre en 1973/74 no significa más que la tercera gran crisis del capitalismo, después de la Gran Depresión (1873-95) y la crisis de 1929-39/45, inscriptas en la “fase B” de los “ciclos largos” descriptos por Kondratieff, Mandel y otros. Se dice que el capitalismo estaría en vías de superarla, como hizo con las dos crisis anteriores.

Cada una de esas crisis tuvo características muy diferentes, pero el capitalismo pudo remontar vuelo a través de diversos mecanismos, desde innovaciones técnicas, nuevas ramas, avances en la internacionalización de sus operaciones, expansión en la periferia atrasada, concentración del capital y masacre de los capitalistas “ineficientes”, etc., hasta cambios más amplios en todos los factores que conforman lo que los regulacionistas llaman el “régimen de acumulación”, paso de la acumulación extensiva a intensiva, cambios en el rol del Estado (regulación monopolista Estado - grandes empresas - sindicatos), traslado del centro de gravedad del capitalismo de Europa a EE.UU., etc. El fondo de esas superaciones es que el capital se las ingenió para organizar nuevas formas cualitativamente superiores de extorsión de plusvalía a los trabajadores y de riquezas a la periferia.

Se afirma que el capitalismo estaría logrando hoy algo parecido, gracias al conjunto de transformaciones mundiales en curso. Ha cambiado el sistema tecnológico y constituido nuevas ramas, ha creado nuevos sistemas de explotación y parece haber logrado mejorar la composición orgánica del capital en muchas ramas, ha avanzado bastante en la concentración e internacionalización, se ha expandido en la periferia (restauración en la ex URSS y China, y “nueva colonización” de muchos países atrasados), está cambiando el rol del Estado, etc. Por lo tanto, aunque el paquete todavía no esté “atado y bien atado”, lo “científicamente” previsible —según estos académicos—sería esperar el inicio de otros veinte o treinta años de “gloria” capitalista.

Los que plantean estos pronósticos esgrimen razones sólidas. Sería un grave error, por motivos políticos, negar esto, que se apoya en hechos y tendencias de la realidad. No puede negarse a priori la posibilidad de que el capitalismo remonte la “fase B”, descendente, del ciclo largo y pase a la “fase A” de un nuevo ascenso global.

Sin embargo, aunque esto llegue a darse en mayor o menor medida, no se agota allí la cuestión. Creemos que en el fondo están equivocados, aunque lleguen a acertar relativamente en sus pronósticos. Es que son análisis que tienen en cuenta una sola dimensión del problema: pura y simplemente el de la lógica de reproducción y acumulación del capital, de su valorización.

Contra esto, nos parece que tiene alguna razón la observación de Michel Beaud, quien señala que, junto a la lógica de la reproducción del capital, hay una lógica o proceso de reproducción de las sociedades humanas o “formaciones sociales” y, en un marco más vasto, hay también una lógica de reproducción de la vida sobre la Tierra.([3])

El desarrollo del capitalismo, a partir de los siglos XV y XVI, fue tendiendo a hacer de las actividades “económicas” (producción, distribución, apropiación del excedente, intercambio, etc.) un campo cada vez más autónomo (y alienado), con su propia lógica. Esto se expresó, desde el siglo XIX, precisamente en el fenómeno de las crisis económicas modernas: aparecen como fuerzas de la naturaleza ajenas a los hombres, como un ciclón o un terremoto, aunque en última instancia sean productos de relaciones sociales, ya que el capital no es una cosa sino una relación social, pero “cosificada”, “fetichizada”.

Esto no había sucedido en los modos de producción anteriores, donde las formas específicas de las actividades productivas no se distinguían de los procesos de reproducción de las formaciones sociales (por ejemplo, en el feudalismo). Eran inseparables de ellos.

Ahora bien, la lógica de la reproducción del capital no sólo se ha ido haciendo cada vez más autónoma, sino que se ha impuesto sobre la del desarrollo y reproducción de las sociedades humanas, y entra en contradicciones con ella y asimismo con la reproducción de la naturaleza viviente.([4])

Lo que caracteriza a la fase de globalización, es que esta interrelación entre la lógica de la reproducción del capital, por un lado, y la del desarrollo y reproducción de las sociedades humanas y de la naturaleza, por el otro, ha entrado en un antagonismo cada vez más violento.

Un ejemplo es la desocupación masiva, que es producto no del “fracaso” de la reproducción del capital, sino precisamente de su “éxito”, de su super-acumulación. O la destrucción de la naturaleza viviente, por ejemplo, de los bosques o de la vida en el mar, todo eso fuente de colosales ganancias; es decir, de exitosa reproducción y valorización del capital.

Ningún pronóstico sobre el porvenir del capitalismo puede hacerse sin tener en cuenta esta inmensa contradicción, con la cual choca no sólo la acumulación del capital sino la existencia misma del capitalismo como formación social.

La fase de la mundialización del capital significa un salto cualitativo de esta contradicción mortal. Su mayor internacionalización implica más “libertad” que nunca para actuar a contramano “del proceso de vida de la sociedad de los productores” del que hablaba Marx, escapando relativamente hasta del control y regulación de sus propios Estados nacionales burgueses.

Para exponerlo desde otro ángulo: la actual fase de mundialización ha significado en las últimas décadas una expansión casi total del capital. Esta expansión no es sólo geográfica (ex URSS, Este, China) sino que abarca los más variados aspectos de la vida social (mercantilización y/o privatización de todo: salud, educación, etc.). Esto implica que cualquier movimiento, freno o curso que asuma la reproducción y valorización del capital, afecta casi directamente a ese “proceso de reproducción de la vida”. Así, la mercantilización total con que se asume, por ejemplo, la lucha contra el SIDA (con la investigación, desarrollo y producción dominadas y orientadas por el oligopolio mundial de empresas farmacéuticas) implica la condena a  muerte de decenas de millones de africanos, asiáticos y latinoamericanos.

Entonces, no es absolutamente excluyente (sino sólo relativamente) que, por un lado, el capitalismo mundial logre en alguna medida iniciar un ciclo “ascendente” (centrado y/o limitado especialmente a los EE.UU.) y que, por el otro lado, se profundicen hasta los extremos más brutales todos los aspectos de la crisis social (sobre todo en los países de la periferia): desempleo masivo estructural e irreversible (incluso aunque “crezca” la economía), conversión de la mayoría de la clase trabajadora en una masa de parias sin empleo fijo ni derechos laborales, explotación salvaje, polarización extrema de los ingresos, por un lado los super-ricos haciendo “secesión” y viviendo en countries y barrios cerrados y vigilados, y, por el otro lado, guetos miserables y violencia urbana, marginación y descomposición social, generalización de las drogas, hambre, miseria, enfermedades, racismo...

O sea, a los capitalistas les puede ir (relativamente) bien y a la “sociedad de los productores”, muy mal. Lo mismo podría decirse de la reproducción de la naturaleza viviente...

Estas graves contradicciones tienen que ver con las características profundamente degenerativas del capitalismo de hoy, y que hemos analizado en los capítulos precedentes: entre ellas, como primera y principal, la hegemonía del capital financiero en el conjunto del proceso de reproducción y valorización del capital.

La resultante de estas contradicciones no apunta hacia una explosión de “progreso” capitalista, aunque haya inevitablemente desarrollos desiguales, y una descarga de la crisis sobre las espaldas de los pueblos del Sur. Nos parece mucho más probable la “hipótesis de un encadenamiento acumulativo con efecto depresivo profundo”, formulada por François Chesnais.([5])

El desempleo está en el centro de las consecuencias de este mecanismo:

“En el corazón de los encadenamientos acumulativos —prosigue Chesnais—, se encuentra la conjunción entre las consecuencias propias de los cambios tecnológicos recientes y los de la mundialización. La destrucción de empleos, superior a su creación, resulta tanto de la movilidad de acción casi total que el capital industrial ha logrado gracias a la igualdad de trato de las firmas extranjeras y nacionales, y a la liberación de los intercambios, como de la presión ejercida por las empresas para reducir los costos «desgrasando los efectivos» y automatizando rápidamente. Es allí donde se sitúa el punto de partida de un encadenamiento de carácter acumulativo y de retroacción, cuyos efectos son aun más agravados por los factores relacionados con las operaciones del capital-dinero. [...] El resultado neto de todo esto, se mide por una destrucción de puestos de trabajo muy superior a su creación. De ello se siguen una serie de efectos sobre las grandes variables macroeconómicas: las inversiones, el consumo familiar, los ingresos fiscales y los gastos públicos. La amplitud de estos efectos se acrecientan por las interacciones de tipo acumulativo que se estabilizan, con el efecto agravante de la esfera monetaria y financiera.”

Efectivamente, la transformación a escala mundial del clásico y fluctuante “ejercito industrial de reserva” en un ejército creciente de desempleados por tiempo indefinido, junto con otro ejército aun mayor de sub-ocupados, trabajadores de tiempo parcial, de empleos precarios, etc., es el corazón de las contradicciones sociales de esta fase del capitalismo.

El capitalismo, a fines del siglo XX, ha logrado generalizar mundialmente el trabajo asalariado como la forma absolutamente predominante de tener un ingreso y de insertarse en la sociedad.

En este camino, barrió con el campesino independiente y lo hizo ir a la ciudad desertificando regiones enteras, liquidó amplios sectores de artesanos, pequeños comerciantes y pequeños productores de las ciudades y los convirtió en asalariados, sacó a la mujer del hogar y la llevó a la fábrica, al comercio y la oficina, convirtió también en asalariados a gran parte de los miembros de las antiguas “profesiones liberales” como los médicos, trasladó a decenas de millones de inmigrantes desde Asia, Africa y América Latina a los centros de explotación del imperialismo, concentró a centenares de millones en ciudades y guetos urbanos (favelas, chabolas, villas miseria, etc.), cada vez más inhumanas y degradadas, donde además son difíciles o imposibles las formas de producción doméstica (la huerta, el corral, etc.) que inicialmente aportaban parte del consumo de los trabajadores asalariados.

Dicho de otra manera: el capitalismo, o mejor dicho el modo de producción capitalista, se desarrolló históricamente a partir de la separación del productor de las “condiciones de producción”. Por ejemplo, con el desalojo del campesino de la tierra. El trabajador (ex campesino, ex artesano, ex “profesional libre”, etc.) se ve entonces obligado a trabajar por un salario para el capitalista que posee los medios o “condiciones de producción” (tierra, máquinas, tecnología, dinero, crédito, etc.). En la actual fase de mundialización del capital, eso se ha agravado cualitativamente. Y acerca de esto no debemos engañarnos con “estadísticas” (especialmente en los países de la periferia) sobre los porcentajes de trabajadores presuntamente “independientes” o “por cuenta propia”. Estas denominaciones generalmente sólo esconden las formas más miserables de trabajo asalariado, en las cuales el capitalista no paga un centavo de “salario social” (aportes de seguridad social, salud, retiro, etc.), ni tiene otra obligación contractual que no sea el pago de esa especie degradada de “trabajo a destajo”.

Pero, al mismo tiempo que condena a una porción cada vez mayor de la humanidad a la obligación de ser asalariada, al mismo tiempo que socava todas las formas de economía “natural” no mercantil y arruina incluso a los pequeños y medianos capitalistas  “independientes” de los oligopolios mundiales, el capitalismo globalizado es cada vez más incapaz de dar empleo a los que deja así desnudos. El trabajador debe ser asalariado, pero no puede serlo. Con la globalización, el sistema de “esclavitud asalariada” (Marx) se ha generalizado en el mundo como nunca antes en la historia. Pero, precisamente por eso, se manifiesta cada vez más incapaz de dar empleo y alimento a sus esclavos.

Después de cerrar a la inmensa mayoría la posibilidad de ocupación o ingreso “independiente”, el capital le dice a centenares de millones: “¡no hay más empleo; están despedidos... para siempre!”



[1].- “En el desarrollo de las fuerzas productivas, se llega a una fase en la que surgen fuerzas productivas y medios de intercambio que, bajo las relaciones existentes, sólo pueden ser fuentes de males, que no son ya tales fuerzas de producción, sino más bien fuerzas de destrucción...” (Marx y Engels, Ideología alemana, Pueblos Unidos, Buenos Aires, 1973, p. 81.)

[2].- Hay coincidencia general en que en los años ´70 terminó una etapa de la economía mundial iniciada en la postguerra, período que un analista francés, Jean Fourastié, llamó “los treinta gloriosos”. En los países anglosajones, se suele llamar a ese período como “the Golden Age”; es decir, “la Edad de Oro” del capitalismo. Así lo bautizaron porque en ese lapso de casi 30 años (desde el fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945 hasta el estallido de la crisis petrolera y la recesión de 1974/75) se produjo —sobre todo en los años ‘50— un espectacular crecimiento del PBI de los países centrales (y también de muchos de la periferia) y del comercio mundial (en porcentaje aun mayor), acompañados inicialmente de altas tasas de ganancia. Asimismo, en los países imperialistas e incluso en ciertos países privilegiados de la periferia (como Argentina, por ejemplo), se produjo un aumento del salario real y en especial del salario social.

[3].- L’économie mondiale dans les annés quatre-vingt, La Découverte, París, 1989 y A partir de la economía mundial: bosquejo de un análisis del sistema-mundo, en El nuevo sistema del mundo, Coloquio organizado por Actuel Marx en 1992, Ediciones K&ai, Buenos Aires, 1993.

[4].- Este análisis, en última instancia, no hace más que ampliar observaciones fundamentales de Marx, por ejemplo, las que desarrolla en el Libro III acerca de las contradicción entre la producción capitalista (cuyo único motivo y fin es la valorización y reproducción del capital mismo) y la producción “para ampliar cada vez más la estructura del proceso de vida de la sociedad de los productores”. (El Capital, Libro III, Sección Tercera, Capítulo XV, § 2) Esto para Marx se materializaba, por ejemplo, en las crisis, en dos “polos contrarios”: por un lado, superproducción de capital; por el otro, población trabajadora desocupada, o sea exceso de seres humanos, de gente que “sobra”.

[5].- Chesnais, La mondialisation du capital, p. 258.