La
mundialización del capitalismo imperialista
Capítulo
3. Una transformación maligna y degenerativa, que acrecienta las
contradicciones del capitalismo y el desarrollo de las fuerzas
destructivas de la humanidad y la naturaleza
Hemos
analizado seis rasgos que vemos como los más destacados de la fase de
mundialización del capitalismo imperialista: 1) la globalización del
capital-dinero, el dominio mundial del capital financiero que imprime
su sello al conjunto del proceso de reproducción (valorización) del
capital; 2) la extrema concentración del capital y la conformación
de oligopolios mundiales que estructuran la producción y el comercio
a escala internacional; 3) los cambios en las relaciones entre los
centros imperialistas y la periferia atrasada, con el derrumbe de los
intentos de capitalismo “nacional” e “independiente” y el
avance de una nueva colonización; 4) la reabsorción de las economías
nacionales no capitalistas (la ex URSS, el Este, etc.) y la expansión
universal del capitalismo; 5) la crisis y transformaciones de los
Estados, con la tendencia a privatizar y/o mercantilizar todas sus
actividades y servicios (salud, educación, sistemas de retiro, etc.)
y liquidar así el “salario social” que ellos distribuían; 6) la
evolución del sistema técnico, el desarrollo de nuevos sistemas de
explotación del trabajo y las transformaciones estructurales de la
clase trabajadora, con la conversión en asalariados de amplios
sectores sociales, y al mismo tiempo con una mayor fragmentación y
heterogeneidad del conjunto de la clase, y un desempleo también
creciente.
Es
necesario ahora intentar una síntesis. Aquí se nos presentan dos
cuestiones ligadas entre sí pero que hay que distinguir: una, la caracterización
global de esta fase del capitalismo y sus contradicciones; otra, la de
sus tendencias, sus “diversas variantes de desarrollo
ulterior”. Esto último va a tener inevitablemente un carácter
más hipotético.
El
capital fue respondiendo al período de crisis abierto en 1973/74 con
una transformación global que, por un lado, le ha
permitido recobrar nuevas fuerzas para seguir reproduciéndose
—es decir, para continuar valorizándose y ampliando sus relaciones
de explotación—, pero que, por otro lado, ha generado o agravado
una larga lista de mortales contradicciones, que amenazan hasta la
existencia misma de la humanidad y aun de la vida sobre la Tierra.
Por
eso, pese a la formidable revolución tecnológica y a todos los “éxitos”
que presenciamos en las décadas de los ‘80 y ‘90, no estamos ante
una explosión de “progreso”, sino en una fase profundamente degenerativa
del capitalismo como formación económico-social. Para comprender
esto, es necesario volver sobre lo que dijimos al principio: que la
tendencia que ya advirtió Marx en su tiempo, de transformación de
las fuerzas productivas en fuerzas destructivas, se
vuelve dominante en esta fase del capitalismo mundial.()
La
razón última de la sobrevida del capitalismo no es “económica”
(en el sentido estrecho de la palabra) ni se debe a que el capitalismo
haya demostrado su capacidad de generar un progreso social. Ella es
consecuencia del retardo de la revolución socialista, bloqueada en
este siglo XX pese a la infinidad de revoluciones que se sucedieron.
El primero de esos motivos ha sido el cáncer burocrático del
movimiento obrero mundial.
Trostky
advertía en 1938 que “el requisito económico previo para la
revolución proletaria ha alcanzado ya, en términos generales, el más
alto grado de madurez que pueda lograrse bajo el capitalismo” y
que estos requisitos previos “no sólo han «madurado»; empiezan
a pudrirse un poco”. Pero el curso resultó aun más complicado
y desigual de lo que previó Trotsky. La “putrefacción” quedó,
por así decirlo, en el “freezer” durante “los treinta
gloriosos”,()
disimulada además por dos hechos que, en el fondo, eran un doble
espejismo: el boom de postguerra (cuando se creía haber logrado un
capitalismo “humanizado” mediante el “Estado de bienestar” en
Occidente) y la supuesta “construcción del socialismo” en la URSS,
China, etc.
El
nuevo período de crisis abierto en 1973/74 vino a poner las cosas en
su lugar. El capitalismo se mostró más inhumano que nunca. Y el
“socialismo real” no fue el camino para superarlo sino para volver
a él en las peores condiciones.
Para
muchos analistas, el período que se abre en 1973/74 no significa más
que la tercera gran crisis del capitalismo, después de la Gran
Depresión (1873-95) y la crisis de 1929-39/45, inscriptas en la
“fase B” de los “ciclos largos” descriptos por Kondratieff,
Mandel y otros. Se dice que el capitalismo estaría en vías de
superarla, como hizo con las dos crisis anteriores.
Cada
una de esas crisis tuvo características muy diferentes, pero el
capitalismo pudo remontar vuelo a través de diversos mecanismos,
desde innovaciones técnicas, nuevas ramas, avances en la
internacionalización de sus operaciones, expansión en la periferia
atrasada, concentración del capital y masacre de los capitalistas
“ineficientes”, etc., hasta cambios más amplios en todos los
factores que conforman lo que los regulacionistas llaman el “régimen
de acumulación”, paso de la acumulación extensiva a intensiva,
cambios en el rol del Estado (regulación monopolista Estado - grandes
empresas - sindicatos), traslado del centro de gravedad del
capitalismo de Europa a EE.UU., etc. El fondo de esas superaciones es
que el capital se las ingenió para organizar nuevas formas
cualitativamente superiores de extorsión de plusvalía a los
trabajadores y de riquezas a la periferia.
Se
afirma que el capitalismo estaría logrando hoy algo parecido, gracias
al conjunto de transformaciones mundiales en curso. Ha cambiado el
sistema tecnológico y constituido nuevas ramas, ha creado nuevos
sistemas de explotación y parece haber logrado mejorar la composición
orgánica del capital en muchas ramas, ha avanzado bastante en la
concentración e internacionalización, se ha expandido en la
periferia (restauración en la ex URSS y China, y “nueva colonización”
de muchos países atrasados), está cambiando el rol del Estado, etc.
Por lo tanto, aunque el paquete todavía no esté “atado y bien
atado”, lo “científicamente” previsible —según estos académicos—sería
esperar el inicio de otros veinte o treinta años de “gloria”
capitalista.
Los
que plantean estos pronósticos esgrimen razones sólidas. Sería un
grave error, por motivos políticos, negar esto, que se apoya en
hechos y tendencias de la realidad. No puede negarse a priori
la posibilidad de que el capitalismo remonte la “fase B”,
descendente, del ciclo largo y pase a la “fase A” de un nuevo
ascenso global.
Sin
embargo, aunque esto llegue a darse en mayor o menor medida, no se
agota allí la cuestión. Creemos que en el fondo están equivocados,
aunque lleguen a acertar relativamente en sus pronósticos. Es que son
análisis que tienen en cuenta una sola dimensión del
problema: pura y simplemente el de la lógica de reproducción y
acumulación del capital, de su valorización.
Contra
esto, nos parece que tiene alguna razón la observación de Michel
Beaud, quien señala que, junto a la lógica de la reproducción
del capital, hay una lógica o proceso de reproducción de las
sociedades humanas o “formaciones sociales” y, en un
marco más vasto, hay también una lógica de reproducción de la
vida sobre la Tierra.()
El
desarrollo del capitalismo, a partir de los siglos XV y XVI, fue
tendiendo a hacer de las actividades “económicas” (producción,
distribución, apropiación del excedente, intercambio, etc.) un campo
cada vez más autónomo (y alienado), con su propia lógica.
Esto se expresó, desde el siglo XIX, precisamente en el fenómeno de
las crisis económicas modernas: aparecen como fuerzas de la
naturaleza ajenas a los hombres, como un ciclón o un
terremoto, aunque en última instancia sean productos de relaciones
sociales, ya que el capital no es una cosa sino una relación social,
pero “cosificada”, “fetichizada”.
Esto
no había sucedido en los modos de producción anteriores, donde las
formas específicas de las actividades productivas no se distinguían
de los procesos de reproducción de las formaciones sociales (por
ejemplo, en el feudalismo). Eran inseparables de ellos.
Ahora
bien, la lógica de la reproducción del capital no sólo se ha ido
haciendo cada vez más autónoma, sino que se ha impuesto sobre la del
desarrollo y reproducción de las sociedades humanas, y entra en
contradicciones con ella y asimismo con la reproducción de la
naturaleza viviente.()
Lo
que caracteriza a la fase de globalización, es que esta interrelación
entre la lógica de la reproducción del capital, por un lado,
y la del desarrollo y reproducción de las sociedades humanas y de
la naturaleza, por el otro, ha entrado en un antagonismo cada
vez más violento.
Un
ejemplo es la desocupación masiva, que es producto no del
“fracaso” de la reproducción del capital, sino precisamente de su
“éxito”, de su super-acumulación. O la destrucción de la
naturaleza viviente, por ejemplo, de los bosques o de la vida en
el mar, todo eso fuente de colosales ganancias; es decir, de exitosa
reproducción y valorización del capital.
Ningún
pronóstico sobre el porvenir del capitalismo puede hacerse sin tener
en cuenta esta inmensa contradicción, con la cual choca no sólo la
acumulación del capital sino la existencia misma del capitalismo como
formación social.
La
fase de la mundialización del capital significa un salto
cualitativo de esta contradicción mortal. Su mayor
internacionalización implica más “libertad” que nunca para
actuar a contramano “del proceso de vida de la sociedad de los
productores” del que hablaba Marx, escapando relativamente hasta
del control y regulación de sus propios Estados nacionales burgueses.
Para
exponerlo desde otro ángulo: la actual fase de mundialización ha
significado en las últimas décadas una expansión casi total
del capital. Esta expansión no es sólo geográfica (ex URSS, Este,
China) sino que abarca los más variados aspectos de la vida social
(mercantilización y/o privatización de todo: salud, educación,
etc.). Esto implica que cualquier movimiento, freno o curso que asuma
la reproducción y valorización del capital, afecta casi directamente
a ese “proceso de reproducción de la vida”. Así, la
mercantilización total con que se asume, por ejemplo, la lucha contra
el SIDA (con la investigación, desarrollo y producción dominadas y
orientadas por el oligopolio mundial de empresas farmacéuticas)
implica la condena a muerte
de decenas de millones de africanos, asiáticos y latinoamericanos.
Entonces,
no es absolutamente excluyente (sino sólo relativamente)
que, por un lado, el capitalismo mundial logre en alguna medida
iniciar un ciclo “ascendente” (centrado y/o limitado especialmente
a los EE.UU.) y que, por el otro lado, se profundicen hasta los
extremos más brutales todos los aspectos de la crisis social
(sobre todo en los países de la periferia): desempleo masivo
estructural e irreversible (incluso aunque “crezca” la economía),
conversión de la mayoría de la clase trabajadora en una masa de
parias sin empleo fijo ni derechos laborales, explotación salvaje,
polarización extrema de los ingresos, por un lado los super-ricos
haciendo “secesión” y viviendo en countries y barrios
cerrados y vigilados, y, por el otro lado, guetos miserables y
violencia urbana, marginación y descomposición social, generalización
de las drogas, hambre, miseria, enfermedades, racismo...
O
sea, a los capitalistas les puede ir (relativamente) bien y a la “sociedad
de los productores”, muy mal. Lo mismo podría decirse de la
reproducción de la naturaleza viviente...
Estas
graves contradicciones tienen que ver con las características
profundamente degenerativas del capitalismo de hoy, y que hemos
analizado en los capítulos precedentes: entre ellas, como primera y
principal, la hegemonía del capital financiero en el conjunto del
proceso de reproducción y valorización del capital.
La
resultante de estas contradicciones no apunta hacia una explosión de
“progreso” capitalista, aunque haya inevitablemente desarrollos
desiguales, y una descarga de la crisis sobre las espaldas de los
pueblos del Sur. Nos parece mucho más probable la “hipótesis de
un encadenamiento acumulativo con efecto depresivo profundo”,
formulada por François Chesnais.()
El
desempleo está en el centro de las consecuencias de este
mecanismo:
“En
el corazón de los encadenamientos acumulativos —prosigue
Chesnais—, se encuentra la conjunción entre las
consecuencias propias de los cambios tecnológicos recientes y los de
la mundialización. La destrucción de empleos, superior a su creación,
resulta tanto de la movilidad de acción casi total que el capital
industrial ha logrado gracias a la igualdad de trato de las firmas
extranjeras y nacionales, y a la liberación de los intercambios, como
de la presión ejercida por las empresas para reducir los costos «desgrasando
los efectivos» y automatizando rápidamente. Es allí donde se sitúa
el punto de partida de un encadenamiento de carácter acumulativo y de
retroacción, cuyos efectos son aun más agravados por los factores
relacionados con las operaciones del capital-dinero. [...] El
resultado neto de todo esto, se mide por una destrucción de
puestos de trabajo muy superior a su creación. De ello se siguen
una serie de efectos sobre las grandes variables macroeconómicas: las
inversiones, el consumo familiar, los ingresos fiscales y los gastos públicos.
La amplitud de estos efectos se acrecientan por las interacciones de
tipo acumulativo que se estabilizan, con el efecto agravante de la
esfera monetaria y financiera.”
Efectivamente,
la transformación a escala mundial del clásico y fluctuante
“ejercito industrial de reserva” en un ejército creciente de
desempleados por tiempo indefinido, junto con otro ejército aun
mayor de sub-ocupados, trabajadores de tiempo parcial, de empleos
precarios, etc., es el corazón de las contradicciones sociales de
esta fase del capitalismo.
El
capitalismo, a fines del siglo XX, ha logrado generalizar
mundialmente el trabajo asalariado como la forma absolutamente
predominante de tener un ingreso y de insertarse en la sociedad.
En
este camino, barrió con el campesino independiente y lo hizo ir a la
ciudad desertificando regiones enteras, liquidó amplios sectores de
artesanos, pequeños comerciantes y pequeños productores de las
ciudades y los convirtió en asalariados, sacó a la mujer del hogar y
la llevó a la fábrica, al comercio y la oficina, convirtió también
en asalariados a gran parte de los miembros de las antiguas
“profesiones liberales” como los médicos, trasladó a decenas de
millones de inmigrantes desde Asia, Africa y América Latina a los
centros de explotación del imperialismo, concentró a centenares de
millones en ciudades y guetos urbanos (favelas, chabolas, villas
miseria, etc.), cada vez más inhumanas y degradadas, donde además
son difíciles o imposibles las formas de producción doméstica (la
huerta, el corral, etc.) que inicialmente aportaban parte del consumo
de los trabajadores asalariados.
Dicho
de otra manera: el capitalismo, o mejor dicho el modo de producción
capitalista, se desarrolló históricamente a partir de la separación
del productor de las “condiciones de producción”. Por
ejemplo, con el desalojo del campesino de la tierra. El trabajador (ex
campesino, ex artesano, ex “profesional libre”, etc.) se ve
entonces obligado a trabajar por un salario para el capitalista que
posee los medios o “condiciones de producción” (tierra, máquinas,
tecnología, dinero, crédito, etc.). En la actual fase de
mundialización del capital, eso se ha agravado cualitativamente. Y
acerca de esto no debemos engañarnos con “estadísticas”
(especialmente en los países de la periferia) sobre los porcentajes
de trabajadores presuntamente “independientes” o “por cuenta
propia”. Estas denominaciones generalmente sólo esconden las formas
más miserables de trabajo asalariado, en las cuales el capitalista no
paga un centavo de “salario social” (aportes de seguridad social,
salud, retiro, etc.), ni tiene otra obligación contractual que no sea
el pago de esa especie degradada de “trabajo a destajo”.
Pero,
al mismo tiempo que condena a una porción cada vez mayor de la
humanidad a la obligación de ser asalariada, al mismo tiempo que
socava todas las formas de economía “natural” no
mercantil y
arruina incluso a los pequeños y medianos capitalistas
“independientes” de los oligopolios mundiales, el
capitalismo globalizado es cada vez más incapaz de dar empleo
a los que deja así desnudos. El trabajador debe ser
asalariado, pero no puede serlo. Con la globalización, el
sistema de “esclavitud asalariada” (Marx) se ha
generalizado en el mundo como nunca antes en la historia. Pero,
precisamente por eso, se manifiesta cada vez más incapaz de dar
empleo y alimento a sus esclavos.
Después
de cerrar a la inmensa mayoría la posibilidad de ocupación o ingreso
“independiente”, el capital le dice a centenares de millones: “¡no
hay más empleo; están despedidos... para siempre!”
.-
“En el desarrollo de las fuerzas productivas, se llega
a una fase en la que surgen fuerzas productivas y medios de
intercambio que, bajo las relaciones existentes, sólo pueden ser
fuentes de males, que no son ya tales fuerzas de producción, sino
más bien fuerzas de destrucción...” (Marx y Engels,
Ideología alemana, Pueblos Unidos, Buenos Aires, 1973, p. 81.)
.-
Hay coincidencia general en que en los años ´70 terminó
una etapa de la economía mundial iniciada en la postguerra, período
que un analista francés, Jean Fourastié, llamó “los
treinta gloriosos”. En los países anglosajones, se suele
llamar a ese período como “the Golden Age”; es decir, “la
Edad de Oro” del capitalismo. Así lo bautizaron porque en
ese lapso de casi 30 años (desde el fin de la Segunda Guerra
Mundial en 1945 hasta el estallido de la crisis petrolera y la
recesión de 1974/75) se produjo —sobre todo en los años
‘50— un espectacular crecimiento del PBI de los países
centrales (y también de muchos de la periferia) y del comercio
mundial (en porcentaje aun mayor), acompañados inicialmente de
altas tasas de ganancia. Asimismo, en los países imperialistas e
incluso en ciertos países privilegiados de la periferia (como
Argentina, por ejemplo), se produjo un aumento del salario real y
en especial del salario social.
.-
L’économie mondiale dans les annés quatre-vingt,
La Découverte, París, 1989 y A partir de la economía
mundial: bosquejo de un análisis del sistema-mundo, en El
nuevo sistema del mundo, Coloquio organizado por Actuel Marx
en 1992, Ediciones K&ai, Buenos Aires, 1993.
.-
Este análisis, en última instancia, no hace más que
ampliar observaciones fundamentales de Marx, por ejemplo, las que
desarrolla en el Libro III acerca de las contradicción entre la
producción capitalista (cuyo único motivo y fin es la valorización
y reproducción del capital mismo) y la producción “para
ampliar cada vez más la estructura del proceso de vida de la
sociedad de los productores”. (El Capital, Libro III,
Sección Tercera, Capítulo XV, § 2) Esto para Marx se
materializaba, por ejemplo, en las crisis, en dos “polos
contrarios”: por un lado, superproducción de capital; por
el otro, población trabajadora desocupada, o sea exceso de seres
humanos, de gente que “sobra”.
.-
Chesnais, La mondialisation du capital, p. 258.
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