El
imperio y los capitalistas
Por
Immanuel Wallerstein
No
hay duda de que George W. Bush piensa que es la vanguardia de
aquellos que sostienen el sistema capitalista mundial. Sin duda, una
buena parte de la izquierda mundial también lo cree. ¿Piensan lo
mismo los grandes capitalistas? Eso es menos claro. En su Global
Economic Forum, Morgan Stanley, una de las firmas de inversión
financiera más prominentes, acaba de lanzar una señal de
advertencia importante. Stephen Roach escribe ahí que un
"mundo estadunicéntrico" es insostenible para la economía-mundo
y es malo, particularmente para Estados Unidos. En específico,
Roach la emprende contra Robert Kagan, sobresaliente intelectual
neoconservador que arguye que la hegemonía estadunidense seguirá
creciendo, particularmente en relación con Europa. Roach no puede
estar más en desacuerdo. Ve la situación actual del mundo como una
relación de "profundas asimetrías" en el sistema-mundo,
y como tal, no puede perdurar.
¿Cuál
es el argumento de Roach? El mundo ha estado en "gran deflación
(maravilloso eufemismo) entre 1982 y 2002" (apreciación
saludable, tan diferente del graznido común acerca de la fortaleza
de la posición económica estadunidense en la economía-mundo).
"Y ahora está a punto de desplegarse un nuevo desequilibrio,
el reacomodo de un mundo estadunicéntrico" ¿Por qué? Primero
que nada debido a las "siempre ensanchadas disparidades en las
cuentas externas mundiales". Roach afirma que conforme Estados
Unidos despilfarra sus reservas nacionales ya bastante mermadas y
"conforme el resto del mundo se mantiene en el camino de un
consumo subparitario", la situación no puede sino empeorar.
Finalmente,
la conclusión: "¿Puede una economía estadunidense con
escasas reservas continuar financiando la expansión imparable de su
superioridad militar? Mi respuesta es un contundente no". ¿Qué
pasará entonces? Los "precios de los activos fijados en dólares,
en comparación con aquellos activos no fijados en dólares"
deberán caer, y pronto caerán drásticamente. Roach predice
"una caída de 20 por ciento en las tasas de cambio reales,
casi el doble de eso en términos nominales, tasas reales de interés
más altas, crecimiento reducido en la demanda interna y un
crecimiento acelerado en el extranjero". Termina su texto
diciendo que "el mundo no está funcionando como una economía
global" (lástima por los teóricos de la globalización), y
que "para una economía global desequilibrada, un dólar más débil
puede ser la única salida".
En
resumen, Roach argumenta que la fanfarronería de militarismo macho
del régimen de Bush, el sueño de los halcones estadunidenses de
rehacer el mundo a su imagen, no son meramente imposibles, sino
evidentemente negativos desde el punto de vista de los grandes
inversionistas estadunidenses, el público para quien Roach escribe,
los clientes de Morgan Stanley. Por supuesto, Roach está
absolutamente en lo correcto, y es notable que esto no lo diga un
académico de la izquierda, sino alguien que vive en los vericuetos
del gran capital.
Visto
en perspectiva histórica más amplia, lo que observamos es una
tensión de 500 años en el sistema-mundo moderno, entre aquellos
que desean proteger los intereses del estrato capitalista asegurando
un buen funcionamiento de la economía-mundo -mediante un poder
hegemónico, pero no imperial, que garantice sus entretelas políticas-
y aquellos que desean transformar el sistema-mundo en un
imperio-mundo.
Hemos
tenido tres intentos principales de lograrlo en la historia del
sistema-mundo moderno: Carlos V/Fernando VII en el siglo XVI, Napoleón
a principios del siglo XIX y Hitler a mediados del siglo XX. Todos
ellos tuvieron logros magnificentes, hasta que cayeron de bruces al
ser enfrentados por la oposición organizada por los poderes que, a
fin de cuentas, resultaron hegemónicos: las Provincias Unidas, el
Reino Unido y Estados Unidos.
La
hegemonía no tiene que ver con un militarismo macho. La hegemonía
requiere de eficiencia económica, de posibilitar la creación de un
orden mundial en términos tales que garantice un sistema-mundo que
funcione con fluidez, en el cual el poder hegemónico se torne un
locus propicio para una desproporcionada tajada de acumulación de
capital. Estados Unidos estuvo en esta situación entre 1945 y 1970,
aproximadamente. Desde entonces ha ido perdiendo su posición
ventajosa. Y cuando los halcones estadunidenses y el régimen de
Bush decidieron tratar de revertir la decadencia transitando el
sendero de un imperio-mundo, le dieron un tiro en el pie a Estados
Unidos y a los grandes capitalistas con sede en dicho país, si no
de inmediato, si en un futuro próximo.
Es
esto lo que advierte Roach, es esto de lo que se queja.
¿Pero
no, acaso, el régimen de Bush le da a estos capitalistas todo lo
que quieren, por ejemplo reducciones fiscales enormes? ¿Realmente
eso quieren? No Warren Buffett, no George Soros ni Bill Gates
(hablando por su padre). Lo que quieren es un sistema capitalista
estable, y Bush no se los brinda. Tarde o temprano traducirán su
descontento en acciones. Tal vez ya lo estén haciendo. Esto no
significa que lo logren. Bush puede relegirse en 2004. Puede
impulsar su locura política y económica aún más. Puede hacer
irreversibles sus cambios.
Pero
en un sistema capitalista también está el mercado, que no es
todopoderoso, pero tampoco está indefenso. Cuando el dólar se
colapsa, y se va a colapsar, todo cambiará geopolíticamente.
Porque un colapso del dólar es mucho más significativo que un
ataque de Al Qaeda en las Torres Gemelas. Estados Unidos sobrevivió
a esto último. Pero Estados Unidos será muy diferente cuando el dólar
se colapse, pues no será capaz de vivir más allá de sus medios,
consumiendo a expensas del resto del mundo. Los estadunidenses
pueden empezar a sentir lo que han sufrido los países del tercer
mundo con las medidas de reajuste estructural del Fondo Monetario
Internacional: una caída pronunciada en sus niveles de vida.
La
cercana bancarrota de los gobiernos estatales por todo Estados
Unidos es hoy una mera sombra de lo que se avecina. Y la historia
tomará nota de que durante una mala situación económica
subyacente en Estados Unidos, el régimen de Bush hizo todo lo
posible por empeorarla.
La
Jornada - México - 2 de junio del 2003 - Traducción: Ramón Vera
Herrera
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