Por
qué las tropas estadounidenses no pueden irse
Círculo
vicioso en Iraq
Por
Michael Schwartz (*)
Tomdispatch, 29/12/07
Rebelión, 07/12/07
Traducido por Germán Leyens
Presentación
de Tomdispatch.- ¡So! ¡Contengamos un instante
a los caballos de esta ‘oleada’! La violencia ha
disminuido en Iraq. Parece ser un hecho durante los últimos
dos meses – y, para los iraquíes, algo positivo,
obviamente. Otra cosa completamente distinta es cómo
interpretar las “buenas noticias” de Iraq, tanto más
difícil de evaluar por el coro de auto-congratulación de
los partidarios de la guerra y de responsables y aliados del
gobierno de Bush, así como por la intensa manipulación
aplicada a los acontecimientos – y por la información,
relativamente carente de crítica, de los medios.
Una excepción
fue Damien Cave del New York Times, que publicó un
artículo revelador sobre un gran tema de las últimas
semanas: El retorno a la capital de bagdadíes refugiados
– de los dos millones o más de iraquíes que habían
huido a Siria y otros países. Esto había sido pregonado
ruidosamente como evidencia del “éxito” de la
‘oleada’ en la restauración de la seguridad en Bagdad,
de un auténtico vuelco en la situación de la guerra. En
los hechos, según Cave, el goteo de refugiados, que en
realidad ha estado disminuyendo recientemente, ha sido
considerablemente “inflado por la política. Los que
retornaron se han convertido esencialmente en una moneda
para medir el progreso.”
Resulta que
esas cifras relativamente modestas de retornados incluyen a
todo el que haya cruzado la frontera siria hacia el este,
incluyendo a presuntos insurgentes y a empleados iraquíes
del New York Times que vuelven de visitas a sus
parientes exiliados en Siria. Según un estudio de la ONU,
de 100 familias que retornaban “un 46% abandonaban [Siria]
porque no se podían permitir la estadía; un 25% dijo que
eran víctimas de una política de visas más estricta de
Siria; y sólo un 14% dijo que volvían porque habían oído
hablar de una mejora de la seguridad.” Y no es más que
una señal de advertencia sobre la naturaleza de la historia
detrás de la historia.
Un reciente
sondeo de Pew Research Center, de periodistas
estadounidenses que han estado trabajando en Iraq, establece
que “casi un 90% de los periodistas estadounidenses en
Iraq dice que gran parte de Bagdad sigue siendo demasiado
peligrosa para ser visitada” y muchos creen que “la
cobertura ha pintado un cuadro demasiado halagüeño del
conflicto.” En un chateo en línea, el fiable escritor
Thomas Ricks del Washington Post (autor del éxito de
ventas “Fiasco”), que acaba de volver de Bagdad, presentó
su propia serie de advertencias sobre la situación. Sugirió
que, aparte de la ‘oleada’ de tropas de EE.UU. en los
vecindarios de la capital, una cierta combinación de otros
factores puede ayudar a explicar la disminución de la
violencia, incluyendo el hecho de que “algunos vecindarios
suníes están amurallados, y otras áreas suníes han sido
limpiadas desde el punto de vista étnico. Además, me dicen
que los escuadrones de la muerte chiíes, aparte de asesinar
a numerosos inocentes, también mataron a algunos de los
responsables de los coches bomba.” De las docenas de
oficiales estadounidenses que entrevistó, ninguno habló de
éxito: “Todos ellos, sin excepción, se sentían
enormemente frustrados por lo que ven como la pereza del
gobierno de Bagdad.” Y señala que la violencia en Bagdad
“sólo ha vuelto al nivel de 2005 – que a mi juicio es
como pasar del octavo círculo del infierno al quinto.” En
2005, o comienzos de 2006, por cierto, semejantes niveles
eran considerados como catastróficos.
Robert
Parry de Consortium News señala que, mientras en
este país las ‘buenas noticias’ han dominado las
primeras planas, ‘el lado oscuro’ del ‘éxito’ ha
‘sido generalmente relegado a breves artículos ocultos en
lo profundo de los periódicos.” Agrega que “la dura
represión que rodea a la ‘oleada’ ha atraído mucho
menos atención de la prensa de EE.UU.” incluso si “Iraq
ha sido transformado continuamente en un Estado policial más
eficiente que lo que el dictador Sadam Husein podría haber
llegado a imaginar.”
Jim Lobe de
Interpress Service entrevistó a “escépticos”
ante la ‘oleada’ que “argumentan que el enfoque
‘desde la base’ de la estrategia a la pacificación –
la compra de insurgentes locales y grupos tribales con
dinero y otro apoyo – puede haber establecido el escenario
para una guerra civil o partición mucho peores y más
violentos, particularmente si las fuerzas de EE.UU.
comienzan a ser reducidas de su actual alto nivel de unos
175.000, lo que ya puede comenzar a comienzos del próximo
mes.”
Michael
Schwartz, colaborador regular de Tomdispatch sobre
Iraq durante estos últimos años, analiza este paisaje
cambiante posterior a la ‘oleada’ y lo que puede
significar exactamente para los iraquíes – y para
nosotros. (Tom)
Por
qué las tropas estadounidenses no pueden irse a casa
Por
Michael Schwartz, 29/11/07
Casi cada
semana, el Departamento de Defensa realiza una conferencia
de prensa por vídeo para los periodistas en Washington, que
presenta a un oficial en el terreno en Iraq. El 15 de
noviembre, esa conferencia tuvo lugar con el coronel Jeffrey
Bannister, comandante de la Segunda Brigada de la Segunda
División de Infantería. Fue elegido por la exitosa
aplicación por su unidad de la táctica de la ‘oleada’
en tres distritos de mayoría chií en el este de Bagdad.
Había, entre otras cosas, establecido varios puestos
avanzados en esos distritos que aseguraban una presencia
militar estadounidense durante las 24 horas; también había
hecho un uso generoso de muros transportables de hormigón
para separar y dividir vecindarios, y había establecido
numerosos puntos de control para impedir la entrada o salida
no autorizada de esas comunidades.
El
coronel Bannister resumió la situación como sigue:
“Hemos
sido efectivos, y hemos visto que la violencia se ha
reducido significativamente ya que nuestras fuerzas de
seguridad iraquíes han tomado un mayor papel en todos los
aspectos de las operaciones, y comenzamos a ver armonía
entre suníes y chiíes.”
La
conferencia parecía poco interesante – reflejando en
general la atmósfera actual entre los comandantes
estadounidenses en Iraq – y no recibió cobertura
significativa en los medios. Sin embargo, una respuesta que
el coronel Bannister dio a una pregunta de la periodista de APK,
Pauline Jelinek, (sobre el armamento de
ciudadanos locales voluntarios para que realicen patrullas
en sus vecindarios), tenía un cierto valor noticioso
aunque, a pesar de ello, pasó desapercibida. El coronel
hizo una notable referencia a un “plan quinquenal” que
no fue explicado, el que, indicó, guiaba sus acciones. Su
respuesta íntegra fue:
“Quiero
decir que, ahora mismo nos concentramos sólo en el aumento
de la seguridad [mediante los voluntarios] y los estamos
formando para que sean policías iraquíes porque es donde
se encuentra la brecha que tratamos de colmar: la capacidad
de las fuerzas de seguridad iraquíes. El ejército y la
policía nacional, quiero decir, son excelente. La policía
iraquí es – sabe, el plan quinquenal ha... – sabe, la
duplicación de su tamaño... [Esperamos tener] 4.000 policías
iraquíes de nuestra parte durante el plan quinquenal.
“De modo
que eso es lo que estamos haciendo. Ahora estamos ayudando
en la seguridad, formándolos para ser IP [policías iraquíes]...
Tendrán 650 puestos que llenaré en marzo, y durante el período
de cinco años aumentaremos a otros 2.500 o 3.500.”
Lo que más
sorprende en sus comentarios es la palabra menos
sorprendente en nuestro lenguaje: “el.” El coronel
Bannister se refiere repetidamente al “plan quinquenal,”
asumiendo que su público comprende que verdaderamente
existe un plan general para su unidad – y para la ocupación
estadounidense – el que prevé una conversión lenta, de
muchos años de duración, de fuerzas de protección de
vecindarios en unidades policiales hechas y derechas. Esto,
por su parte, forma todo parte de un plan aún más amplio
para la conducción de la ocupación.
Esa noción
implícita incluye la suposición adicional de que la unidad
del coronel Bannister, o alguna unidad de reemplazo futuro,
ocupe estas áreas del este de Bagdad durante ese período
de cinco años hasta que esa fuerza policial de 4.000
hombres termine por estar plenamente desarrollada.
Mantener
el rumbo, el que sea
Una
reciente caricatura política del Washington Post de
Tom Toles captó la ironía y la tragedia de este “plan
quinquenal.” Un gran letrero en el césped de la Casa
Blanca tiene el mensaje “No podemos abandonar Iraq porque
va...” y un operario está ajustando el dial de “peor”
a “mejor.”
La
caricatura provoca una pregunta relevante: “Si las cosas
“van mejor” en Iraq, ¿por qué no comienzan a retirar
las tropas estadounidenses? Es un punto que es presentado de
modo persuasivo por Robert Dreyfuss en un reciente artículo
en Tomdispatch en el que argumenta que la disminución
de tres principales formas de violencia (coches bomba,
ejecuciones por escuadrones de la muerte, y artefactos
explosivos improvisados al borde de la ruta) debieran dar
motivo para una reducción, y luego la retirada, de la
presencia militar estadounidense. Pero, como señala
Dreyfuss, el gobierno de Bush no tiene la intención de
organizar una retirada semejante; ni, parece, la tiene la
dirigencia del Partido Demócrata – como lo indican su
negativa a detener el financiamiento de la guerra, y las
promesas de los principales candidatos presidenciales a
mantener niveles importantes de tropas estadounidenses en
Iraq, por lo menos durante cualquier primer período en el
poder.
La pregunta
que emerge es ¿por qué mantener el rumbo? Si la violencia
ha sido reducida en más de un 50%, ¿por qué no comenzar a
retirar cantidades importantes de soldados en preparación
para una retirada total? La respuesta es simple: Una reducción
en la violencia no significa que las cosas “vayan bien,”
sólo que van “menos mal.”
Es obvio
que las cosas no pueden estar yendo bien si el plan para el
mejor caso es que una fuerza armada de ocupación permanezca
en una importante comunidad de Bagdad durante los próximos
cinco años. Significa que las causas subyacentes del
desorden no son encaradas. Es obvio que las cosas no van
bien si se necesitan cinco años más para entrenar y
activar una fuerza de policía local, en circunstancias que
el entrenamiento policial requiere sólo unos seis meses.
(Esto tiene que ser considerado como una señal de que los
reclutas muestran lealtades y objetivos que contradicen
aquellos de los militares estadounidenses.) Es obvio que las
cosas no van bien cuando hay que rodear comunidades con
muros de hormigón y puntos de control que afectan
naturalmente la vida normal, incluyendo el trabajo, las
escuelas, y las compras diarias. Son señales de que la
escalada del descontento y de la protesta puede requerir
nuevas acciones represivas en un futuro no tan lejano.
Los
militares estadounidenses lo saben perfectamente bien. Nos
recuerdan todo el tiempo que la actual disminución de la
violencia puede ser temporal, nada más que una breve ocasión
propicia que podría ser utilizada para resolver algunos de
los “problemas políticos” que encara Iraq antes de que
la violencia pueda reforzarse. La actual ‘oleada’ –
incluso “el plan quinquenal” – no ha sido proyectada
para resolver los problemas de Iraq, sino para contener la
violencia mientras otros, en teoría, actúan.
¿Qué
quiere el gobierno de Bush en Iraq?
¿Cuáles
son los problemas políticos que requieren solución? La
versión típica de estos problemas en los medios dominantes
los presenta como si fueran singularmente iraquíes en su
naturaleza. Provienen – dicen – de fricciones
profundamente arraigadas entre chiíes, suníes, y kurdos,
frustrando todos los esfuerzos por resolver aspectos como la
distribución del poder político y los ingresos del petróleo.
En esta versión, los estadounidenses son mediadores
(generalmente ineptos) en las disputas iraquíes y están
condenados a permanecer en Iraq sólo porque el gobierno de
Bush tiene poca alternativa aparte de establecer soluciones
relativamente pacíficas y equitativas a esas disputas antes
de considerar seriamente su partida.
Sin
embargo, la mayoría de nosotros ya nos damos cuenta de que
el propósito estadounidense en Iraq va mucho más lejos que
un compromiso con un gobierno elegido en Bagdad que podría
resolver pacíficamente las tensiones sectarias. La retórica
del gobierno de Bush y sus principales oponentes demócratas
(sobre todo los senadores Hillary Clinton y Barack Obama)
está cada vez más adornada de referencias – para citar a
Clinton – a “vitales intereses de seguridad nacional”
en Oriente Próximo que requerirán una continua “misión
militar así como política.” En Iraq, destacados políticos
de ambos partidos en Washington están de acuerdo en la
necesidad de establecer un gobierno amigo que salude la
presencia de una fuerza militar estadounidense
“residual,” que se oponga a las aspiraciones regionales
de Irán, e impida que el país se convierta en “una placa
de Petri para insurgentes.”
Pongamos
las cosas claras sobre esos “intereses vitales de
seguridad nacional.” Los vitales intereses de EE.UU. en
Oriente Próximo resultan de la condición de la región
como la principal fuente de petróleo del mundo. El
presidente Jimmy Carter enunció exactamente ese principio
en 1980 cuando promulgó la Doctrina Carter, declarando que
EE.UU. está dispuesto a usar “todos los medios
necesarios, incluida la fuerza militar,” para mantener el
acceso a suficientes suministros de petróleo de Oriente Próximo
para que la economía global funcione sin problemas. Todos
los presidentes subsiguientes han reiterado, ampliado, y
actuado según este principio.
El gobierno
de Bush, al aplicar la Doctrina Carter, se enfrentó a la
necesidad de tener acceso a crecientes cantidades de petróleo
de Oriente Próximo a la luz de la constante escalada del
consumo de energía del mundo. En 2001, el Grupo de
Trabajo sobre la Energía del vicepresidente Dick
Cheney, reaccionó ante este desafío identificando a Iraq
como el eje en un plan general para duplicar la producción
de petróleo de Oriente Próximo en los años siguientes. Es
razonable, decidieron los miembros de la fuerza de tareas,
que se espere un impulso auténtico de la producción en
Iraq, cuya industria petrolera había permanecido
esencialmente paralizada (o algo peor) desde 1980. Al
expulsar al régimen retrógrado de Sadam Husein y al
transferir el desarrollo, producción y distribución de las
abundantes reservas petrolíferas de Iraq a compañías
petroleras multinacionales, se aseguraría la introducción
de métodos modernos de producción, amplio capital de
inversión, y una presión agresiva por el aumento de la
cantidad producida. Por cierto, después de remover a Sadam
mediante la invasión en 2003, el gobierno de Bush emprendió
repetidos (aunque fracasados hasta ahora) esfuerzos por
implementar ese plan.
No se puede
decir que haya desaparecido el deseo de llegar a un
resultado final semejante. Ha quedado cada vez más claro,
sin embargo, que la implementación exitosa de tales planes
requeriría muchos años, en el mejor de los casos, y que el
mantenimiento de una poderosa presencia política y militar
estadounidense dentro de Iraq constituía un requisito
previo indispensable para todo lo demás. Ya que en sí el
mantenimiento de una tal presencia era un considerable
problema, sin embargo, también quedó en claro que los
planes de EE.UU. dependían de la dislocación de poderosas
fuerzas establecidas en todos los ámbitos de la sociedad
iraquí – desde la opinión pública, a los dirigentes
elegidos, y a la propia insurgencia.
Las
ambiciones estadounidenses – mucho más que las tensiones
sectarias – constituyen el núcleo insoluble de los
problemas políticos de Iraq. La abrumadora mayoría de los
iraquíes se opone a la ocupación. Desean que se vayan los
estadounidenses y que se establezca un régimen en Bagdad
que no sea un aliado de EE.UU. (Esto vale tanto si se
considera a la mayoría chií como a la minoría suní.) En
cuanto a una presencia militar “residual” de EE.UU., el
parlamento iraquí aprobó recientemente una resolución
exigiendo que se rescinda el mandato de la ONU para una
ocupación estadounidense.
Incluso el
tema del terrorismo es controvertido. La inclinación
estadounidense a calificar de “terrorista” a toda
oposición violenta a la ocupación significa que la mayoría
de los iraquíes (un 57% en agosto de 2007), cuando se les
consultó, apoyan el terrorismo tal como lo definen los
ocupantes, ya que las mayorías en las comunidades suní y
chií apoyan el uso de medios violentos para expulsar a los
estadounidense. La ambición de Hillary Clinton de que
EE.UU. debe impedir que Iraq se convierta en un “plato
Petri para la insurgencia” (así como el temor declarado
del presidente de que el país se pueda convertir en el
centro de un “califato” de al Qaeda) requerirán la
represión por la fuerza de la mayor parte de la resistencia
a la presencia estadounidense.
En cuanto a
la oposición a Irán, un 60% de los ciudadanos iraquíes
son chiíes, con fuertes lazos históricos, religiosos, y
económicos con Irán, que están a favor de relaciones
amistosas con su vecino. Incluso el primer ministro Maliki
– el aliado más inquebrantable del gobierno de Bush –
ha fortalecido repetidamente los vínculos políticos, económicos,
e incluso militares, con Irán, provocando numerosas
confrontaciones con responsables diplomáticos y militares
estadounidenses. Mientras los chiíes dominen la política
nacional, se opondrán a la exigencia estadounidense de que
Iraq apoye la campaña de EE.UU. por aislar y controlar a Irán.
Si EE.UU. insiste en que Iraq sea un aliado en su campaña
contra Irán, debe encontrar un camino en los próximos años
para alterar esas lealtades, así como las lealtades suníes
con la insurgencia.
Finalmente
existe el problema irresuelto del desarrollo de las reservas
petrolíferas iraquíes. Durante cuatro años, iraquíes de
todas las creencias sectarias y políticas han resistido
(exitosamente) los intentos estadounidenses por activar el
plan originalmente desarrollado por la Fuerza de Tareas de
Energía de Cheney. Han utilizado el sabotaje de oleoductos,
huelgas de trabajadores del petróleo, y maniobras
parlamentarias, entre otros actos. La vasta mayoría de la
población – incluyendo una gran minoría de kurdos y las
insurgencias suní y chií – cree que el petróleo iraquí
debe ser controlado de cerca por el gobierno y por lo tanto
apoya todo esfuerzo – incluyendo en muchos casos la
resistencia violenta – para impedir la activación de
cualquier plan estadounidense de transferir el control de
importantes aspectos de la industria energética iraquí a
compañías extranjeras. La implementación de la proposición
petrolera de EE.UU. requerirá por lo tanto la represión a
largo plazo de la resistencia local violenta y no-violenta,
así como laboriosas maniobras a todos los niveles del
gobierno.
Los
extranjeros no son bien vistos (con la excepción de los
estadounidenses)
Esta
oposición multidimensional a los objetivos estadounidenses
no puede ser derrotada simplemente mediante maniobras diplomáticas
o negociaciones entre Washington y el gobierno dentro de la
Zona Verde de Bagdad que en gran parte sigue siendo
impotente. El gobierno de Bush ha obtenido repetidamente el
apoyo del primer ministro Maliki y de su gabinete para uno u
otro de sus objetivos básicos – el caso más reciente fue
el anuncio público de que los dos gobiernos habían
acordado que EE.UU. mantendrá una “presencia de tropas a
largo plazo” dentro de Iraq. Una cooperación semejante
nunca podrá ser suficiente, ya que la oposición opera a
tantos niveles, y en última instancia llega profundamente a
las comunidades locales, donde la resistencia violenta y
no-violenta resulta en el sabotaje de la producción de petróleo,
ataques contra el gobierno por su apoyo a la presencia de
EE.UU. y en ataques directos contra soldados
estadounidenses.
Tampoco se
puede transferir el esfuerzo por esos objetivos – en un
tiempo previsible – a un ejército y a una fuerza policial
iraquíes entrenados por EE.UU. Todos los intentos
anteriores por realizar una transferencia semejante han
producido unidades iraquíes renuentes a combatir por los
objetivos de EE.UU. y en las que no se podía confiar sin
supervisión en el terreno. El “plan quinquenal”
mencionado por el coronel Bannister representa un
reconocimiento del hecho de que el entrenamiento de una
fuerza iraquí que apoye verdaderamente una presencia
estadounidense y que imponga activamente políticas
inspiradas por EE.UU., es una lejana esperanza. Dependería
de la transformación de las actitudes políticas iraquíes
así como de instituciones cívicas y gubernamentales que
actualmente se resisten a las exigencias de EE.UU.
Involucraría una pacificación genuina y exitosa del país.
En este contexto, una disminución de los combates y la
violencia en Iraq, tanto contra los estadounidenses como
entre comunidades iraquíes llenas de rencor, es sólo un
primer paso.
Por lo
tanto, el “éxito” de la ‘oleada’ no significa una
retirada – sí, algunos soldados volverán lentamente a
casa – pero el resto tendrá que encastrarse a largo plazo
en comunidades iraquíes. Esta situación fue bien resumida
por el capitán Jon Brooks, comandante de la Estación
Conjunta de Seguridad Thrasher [Azotadora] en el oeste de
Bagdad, uno de los pequeños puestos avanzados que
representan las líneas del frente de la estrategia de la
‘oleada’. Cuando el periodista del New Yorker,
Jon Lee Anderson, le preguntó por cuánto tiempo piensa que
EE.UU. permanecerá en Iraq, respondió: “No les estoy
tomando el pelo, pero realmente depende de la decisión del
gobierno de EE.UU. controlado por civiles sobre cuáles son
sus objetivos y lo que les diga a los militares que
hagan.”
Mientras
ese gobierno esté determinado a instalar un régimen
amistoso, anti-iraní, en Bagdad, que sea hostil a los
“extranjeros,” incluyendo a todos los yihadistas, pero
que salude una presencia militar continua de EE.UU. así
como el desarrollo multinacional del petróleo iraquí, las
fuerzas armadas de EE.UU. no se irán a ninguna parte, en
mucho, mucho tiempo; y ningún momento de calma relativa en
los combates – relativo o no – cambiará esa realidad.
Es el círculo vicioso de la política del gobierno de Bush
en Iraq. Mientras peores estén las cosas, más necesitará
a nuestros militares, mientras mejor anden, más militares
necesitará.
(*)
Michael Schwartz, profesor de sociología y director de
facultad en el Colegio de Pre-Grado de Estudios Globales en
la Universidad Stony Brook, ha escrito extensivamente sobre
la protesta popular y la insurgencia. Sus libros incluyen:
“Radical Protest and Social Structure” (con Beth Mintz).
Su trabajo sobre Iraq ha aparecido en numerosos sitios en
Internet, incluyendo a Tomdispatch, Asia Times, Mother
Jones, y en ZNET; Su próximo libro en Tomdispatch “War
Without End: The Iraq Debacle in Context,” será publicado
en la primavera por Haymarket. Su correo es:
Ms42@optonline.net.
Copyright
2007 Michael Schwartz
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