Iraq podría reventar en la cara de
John McCain
Por
Patrick Cockburn
CounterPunch, 07/03/08
Rebelión 08/03/08
Traducido por Germán Leyens
Bagdad.– El gobierno ansía dar la
impresión de que vuelve la paz. “No se ha informado de un
solo asesinato o desplazamiento sectario en más de un
mes,” afirmó el brigadier Qasim Ata, portavoz del plan de
seguridad para la capital. En EE.UU., la “oleada”, el
envío de 30.000 soldados adicionales en la primera mitad de
2007, es presentada como la causa del cambio de la marea en
Iraq. Los demócratas en el Congreso ya no piden
agresivamente el retiro de las tropas estadounidenses. El
supuesto éxito militar en Iraq ha sido enarbolado por el
senador John McCain para vindicar su posición a favor de la
guerra.
Pocas veces se ha sentido que la
percepción oficial iraquí y estadounidense de lo que
sucede en Iraq sea tan diferente de la realidad. Oculto tras
los muros de la Zona Verde, defendido por soldados
estadounidenses y mercenarios peruanos y ugandeses, el
gobierno del primer ministro Nouri al–Maliki infla cuentos
cautivadores de como la vida vuelve a la normalidad que
rayan en lo fantástico. Por ejemplo, el brigadier Ata afirmó
que no ha habido asesinatos sectarios o expulsiones en la
capital durante el mes previo el 15 de febrero, pero dos
semanas antes, el 1 de febrero, atacantes suicidas, que el
gobierno dijo eran de al Qaeda, se hicieron volar matando a
99 personas en dos mercados de pájaros en Bagdad, ambos
situados en distritos mayoritariamente chiíes.
Las autoridades tienen tanto interés
por mostrar que suníes y chiíes han dejado de matarse
mutuamente y que ha disminuido la violencia general que ya
no registran numerosas muertes con un obvio motivo sectario.
“Pienso que la verdadera cifra de la cantidad de gente que
es asesinada es aproximadamente el doble de lo que el
gobierno pretende.” dijo un político local. Acababa de
enviar los certificados de defunción de las víctimas de
asesinos sectarios a las autoridades militares, que se
negaban obstinadamente a admitir que alguien hubiera muerto
a la hora y en el sitio en el que los cuerpos fueron
descubiertos.
Un día después de la afirmación del
brigadier Ata que no había habido asesinatos o secuestros
sectarios durante el mes anterior, el propio primer ministro
Maliki fue a una caminata en el centro de Bagdad para
demostrar lo segura que es ahora la situación. Pero lo más
revelador sobre la verdadera condición de la seguridad en
la ciudad fueron las precauciones tomadas por los
guardaespaldas de Maliki.
La breve incursión de Maliki por las
calles y fuera de la Zona Verde tuvo lugar en el distrito
al–Mansur en el oeste de Bagdad. Es un área de grandes
casas y numerosas embajadas, pero en el año pasado hubo
fuertes combates por su control entre suníes y chiíes.
“Estuve en Mansur el sábado por la tarde,” me dijo un
amigo iraquí, “cuando, aproximadamente a las 3.15 de la
tarde, noté un extraño movimiento en la calle, que fue
repentinamente inundada por soldados en uniformes verdes,
dirigidos por generales y coroneles, que revisaban coches
estacionados y todos los edificios.” Minutos después
apareció un gran convoy de vehículos, con tres Humvees
estadounidenses al frente y detrás y, al medio, cinco todo
terreno negros blindados. Se detuvieron frente a un famoso
negocio de helados llamado al–Ruwaad, pero nadie salió de
los vehículos durante un cuarto de hora, mientras los
soldados cateaban los negocios cercanos. Cuando comenzaron a
aparecer los oficiales y sus guardias, Maliki se encontraba
entre ellos y se comenzó a pasear.
“Todos sintieron miedo al verlo
porque pensaron que su presencia podía provocar un
ataque,” informó mi amigo. “Algunas mujeres comenzaron
a partir corriendo y pensé que era demasiado peligroso
quedarme. Oí que Maliki dio 500.000 dinares iraquíes [200
libras] a una mujer que dijo que su esposo había muerto en
la explosión de una bomba, y a un mendigo ciego.” Maliki
también compró dos trajes en un negocio bien conocido
llamado Mario Zengotti, que cerró rápidamente, ya que
presumiblemente el propietario calculó que Bagdad está
repleto de gente que podría matarlo por vender ropa al
primer ministro.
Bagdad está ‘mejor’ de lo que
estaba, pero la mejora es sólo en comparación con el baño
de sangre de 2006 cuando mataban a 3.000 personas por mes.
La gente permanece dentro de sus propios guetos suníes o
chiíes. Una noche conduje por Bagdad oeste a las 8 de la
noche, sentado en el asiento trasero de un coche de la policía,
seguido por un segundo vehículo militar repleto de soldados
fuertemente armados y de policías. Aunque iba conduciendo
por el corazón de la ciudad vi sólo tres coches civiles
durante un viaje de 5 o 6 kilómetros pasando por un
laberinto de puntos de control militares y fortificaciones.
En el este de Bagdad dominado por chiíes, donde ha habido
menos combates, había más negocios abiertos pero pocos
clientes. En general la ciudad sigue congelada por el miedo.
El aumento en la cantidad de puntos de control no es una
noticia enteramente buena porque siempre ha sido una táctica
favorita de los secuestradores y de los escuadrones de la
muerte establecer puntos de control falsos para detener e
identificar a víctimas potenciales. Más reconfortante es
saber que los milicianos del Ejército Mehdi, el ala militar
del movimiento del clérigo chií Muqtada al–Sadr, que mató
a tantos suníes en el punto álgido de la matanza, siguen
respetando un cese al fuego de seis meses estrictamente
impuesto por su líder. Los asesinatos no han cesado, pero
hay menos.
Bagdad está enteramente dividida entre
suníes y chiíes y el sectarismo está tan profundamente
asentado como antes de la disminución de la violencia. En
muchas áreas, dicen amargamente los iraquíes, “la
matanza se detuvo porque no queda nadie a quien matar.”
Quedan muy pocos vecindarios mixtos. Bajo la superficie, el
Ejército Mehdi sigue existiendo como gobierno paralelo en
las áreas chiíes, o sea en la mayor parte de la ciudad. Un
amigo que trataba de vender una casa grande por 300.000 dólares
tuvo que pagar un soborno de 25.000 dólares a funcionarios
gubernamentales para que se registrara la venta. En cuanto
lo hizo, el Ejército Mehdi exigió otros 15.000 dólares
para que se realizara la venta, suma que pagó de mala gana
porque era demasiado arriesgado negarse. Bagdad sigue siendo
la ciudad más peligrosa del mundo. Eso explica por qué tan
pocos de los 2,2 millones de iraquíes que han huido al
extranjero, sobre todo a Jordania y Siria, o el millón
expulsado de sus casas dentro de Iraq, vuelven a casa, a
pesar de que numerosas familias subsisten miserablemente en
una sola pieza alquilada en Damasco o Amman.
Una vez más, el gobierno iraquí ha
tratado de probar lo contrario. En diciembre pasado pagó
por un convoy fuertemente publicitado de autobuses para
transportar a casa iraquíes desde Siria, un ejercicio que
apuntaba a dar la impresión de que un torrente humano volvía
a la pacífica Bagdad. Por desgracia, nunca tuvo lugar. Tres
meses después, a pesar de regulaciones sirias mucho más
estrictas para los visados, el flujo seguía ausente. Las últimas
cifras de la Alta Comisión para Refugiados de la ONU,
muestran que la cantidad de iraquíes que llegan a Siria fue
de 1.200 por día a fines de enero “mientras un promedio
de 700 vuelven a Iraq desde Siria.”
Bagdad está ahora dividida según líneas
sectarias como Beirut o Belfast. La oleada, junto con la
tregua del Ejército Mehdi, la emergencia de al–Sahwa, el
movimiento suní contra al–Qaeda, contribuyeron todos a
paralizar el resultado demográfico de la feroz batalla por
el control de Bagdad que tuvo lugar después del atentado
contra el lugar sagrado chií en Samarra el 22 de febrero de
2006. Fue una lucha ganada por los chiíes, y los suníes,
siempre en minoría, fueron rechazados hacia unos pocos
enclaves, sobre todo en el oeste de Bagdad u obligados
abandonar Iraq. Representan una cantidad desproporcionada de
los refugiados en Siria y Jordania y muchos de ellos,
particularmente los mejor educados, nunca volverán.
Los chiíes también sufrieron, pero
exceden tres a uno en número a los suníes en Iraq en su
conjunto y ahora controlan un 75% de la capital. Fue esta
batalla crucial por Bagdad e Iraq central la que, mucho más
que la oleada, ha determinado el paisaje político de Iraq
para el futuro previsible.
Los tiroteos podrán haberse calmado
por el momento, pero la carnicería de 2006 y de comienzos
del 2007 ha dejado un legado de odio y temor. Incluso los
suníes y chiíes de actitud más liberal ya no se sienten
bien en la compañía del otro. La historia de una familia
de al–Khudat, un vecindario suní de clase media en el
oeste de Bagdad, explica por qué la ciudad va a seguir
dividida. En este caso las víctimas eran chiíes, pero lo
que les sucedió, y cómo reaccionaron, es típico de
familias de refugiados en otros sitios de Iraq. La familia
había vivido en Khudat durante treinta años y se llevaban
bien con sus vecinos suníes. El padre de la familia falleció
hace dos años dejando a su viuda de cincuenta y cinco años,
Umm Hadi, que había sido maestra de escuela primaria, junto
con cuatro hijos y tres hijas. A comienzos de 2007 la
situación llegó a ser tan peligrosa en al–Khudat para
los chiíes que la familia huyó a Siria después de pedir a
los vecinos que cuidaran su casa. A Umm Hadi no le gustó la
vida allí. “Pensamos que sólo íbamos por poco
tiempo,” dice. “Los sirios nos trataron mal y nos
cobraron mucho dinero, así que decidimos volver a Bagdad a
comienzos de 2008.”
Cuando Umm Hadi volvió de Siria
descubrió que una familia suní de al–Amel, otra área
asediada, se había apoderado de su casa y se negaba a
partir. Umm Hadi y sus hijos, todos crecidos, tenían
demasiado miedo como para llamar a la policía o a los
estadounidenses. En lugar de hacerlo, se fueron a Hurriya en
el noroeste de Bagdad, que otrora fue mixto pero que ahora
está controlado por el Ejército Mehdi y los chiíes. Hadi,
el hermano mayor, que trabaja como carpintero, se sentía
deprimido cuando le preguntaron el 1 de febrero lo que lo
que quería hacer. “Nos quedamos tan sorprendidos,”
dijo, “de que se hubieran apoderado de nuestra casa y que
nuestros queridos vecinos lo hayan permitido. No hay nada
que podamos hacer para obligar a esa gente a irse porque
podrían tomar represalias atacándome a mí o a mis
hermanos, o incluso volar la casa.” Fue interrumpido por
su madre, Umm Hadi, con su cara temblante de furia, quien
dijo que no se iba a rendir con tanta facilidad. “Es
verdad,” dijo la antigua maestra de primaria, “que somos
gente pobre, pero eso no significa que seamos débiles.
Podemos apelar a nuestro fuerte brazo chií [refiriéndose
aparentemente al Ejército Mehdi] para recuperar nuestra
casa. Tengo información de que uno de los hijos de la
familia que la tomó trabaja en una gasolinera. Sería un
buen mensaje enviarles su cadáver si insisten en
quedarse.” En ese momento, sus hijos la interrumpieron
diciendo que “ha sufrido mucho desde que volvimos a Iraq;
es una mujer bondadosa y no lo dice en serio.” Una semana
después, sin embargo, el 8 de febrero, el padre de la
familia suní que se había apoderado de su casa, fue
hallado muerto a tiros en su coche en el oeste de Bagdad.
La perplejidad entre los no iraquíes
sobre lo que sucede en Iraq proviene sobre todo de la
incapacidad de comprender que desde la caída misma de Sadam
Husein ha habido dos guerras en el país. Una fue entre las
fuerzas de ocupación de EE.UU. y los suníes, gobernantes
de Iraq durante siglos. Esa guerra se desarrolló
sorprendentemente bien para los suníes. Infligieron
importantes pérdidas, que ahora llegan a los 4.000 muertos,
al ejército de EE.UU., las que aunque no fueron de
consecuencias catastróficas desde el punto de vista
militar, fueron políticamente insostenibles en EE.UU. Pero
los suníes también estaban librando una segunda guerra,
contra la mayoría chií, la que estaban perdiendo de mala
manera. Habían perdido el control de la maquinaria estatal
iraquí con la caída del antiguo régimen. Las elecciones
de 2005 dieron a los chiíes, en alianza con los kurdos, el
control del parlamento, del gobierno, el ejército y la
policía aunque, como se sabe, esto sucedió bajo un
tutelaje parcial estadounidense. Los suníes llegaron a
considerar al Ministerio del Interior como cuartel de los
escuadrones de la muerte. Se pensaba que el Ministerio de
Salud tenía cámaras de tortura para suníes en su sótano.
Si esto no bastara, los suníes eran presionados por los
asesinos de al Qaeda, que mataban a todo el que se les
opusiera, y que se proponían establecer un enclave similar
al talibán que se llamaría el Estado Islámico de Iraq.
A fines de 2006 muchos dirigentes suníes
comenzaban a ver que no podían permitirse tantos enemigos.
Los grupos de guerra suníes no controlados por al Qaeda
estaban menos fragmentados de lo que parecía, su origen común
como baazistas, antiguos agentes militares y de seguridad, y
líderes tribales, les facilitó la toma de decisiones
colectivas. Formaron al–Sahwa, el movimiento del
Despertar, que se oponía a al Qaeda y se alió a los
estadounidense. También, aunque al Sahwa y los militares de
EE.UU. le restaron importancia, estaba contra el gobierno
iraquí o no estaba bajo su control. Los propios
estadounidenses se sorprendieron por la rapidez con la que
el movimiento se expandió hasta que llegaron a existir unos
80.000 combatientes de al Sahwa, armados y pagados por
EE.UU., que constituyen una poderosa milicia suní.
EE.UU. llamó a los combatientes de al
Sahwa “Ciudadanos Locales Preocupados” y luego “Hijos
de Iraq,” tratando de dar la impresión de que se trataba
de simple gente tribal que se había vuelto contra al Qaeda.
En realidad, eran los mismos guerrilleros suníes que habían
estado combatiendo contra EE.UU. durante cinco años. Sus
dirigentes tienen una idea muy clara sobre lo que están
haciendo y por qué. El 26 de enero fui a ver a Abu Marouf,
cuyo nombre completo es Karim Ismail Husein al–Zubai, líder
de 13.000 combatientes de al Sahwa entre Faluya y Abu Ghraib
al oeste de Bagdad, un área estratégicamente importante
que ha vivido los combates más pesados en la guerra. Conté
27 puntos de control entre el centro de Bagdad y el cuartel
de Abu Marouf en una villa semidestruida, fortificada
precipitadamente con emplazamientos de ametralladoras
pesadas, al final de profundos surcos que corren entre
canales de irrigación y campos de caña cerca de la aldea
de Khandari. Expresó cólera contra el gobierno iraquí por
no ofrecer a él y a sus hombres “puestos a largo plazo en
los servicios de seguridad” y hacia los estadounidenses
por no pagar a sus hombres. Amenazó con la guerra contra
ambos dentro de tres meses a menos que se satisfagan sus
exigencias. De cara delgada, en un traje marrón y corbata,
dijo que fue agente de seguridad bajo Sadam y posteriormente
combatiente contra los estadounidenses. No quiso decir a qué
grupo de guerrilla pertenecía, pero se cree que ha sido
comandante en las “Brigadas de la Revolución de 1920”.
“Si los estadounidenses creen que pueden usarnos contra al
Qaeda,” dijo, “y luego echarnos a un lado, se
equivocan.” Expresó desprecio por el gobierno de Nouri
al–Maliki como “el peor gobierno del mundo.” De las 13
divisiones en el ejército iraquí, la mayoría eran chiíes
y la mitad estaba compuesta por milicianos controlados por
Irán.
No cabe duda de que estos antiguos
guerrilleros suníes tienen considerable control de Faluya,
hacia el sur, en un área que solía ser conocida como el
‘triángulo de la muerte’ cerca de Yusufiyah. La ciudad
de Faluya en sí, escena de la culminante batalla entre
combatientes suníes y los marines de EE.UU. en noviembre de
2004, es dirigida por el coronel de la policía Feisal
Ismail Hussain al–Zubai, quien es el hermano mayor de Abu
Marouf. Como él admite francamente que hasta el fin de
2006, cuando fue nombrado a su puesto actual, “estaba
combatiendo a los estadounidenses,” dijo. “Si su país
estuviera ocupado, ¿qué haría usted?” Junto a él,
sobre su escritorio, hay una foto de su persona en uniforme
como joven oficial, junto a otros oficiales, en las Fuerzas
Especiales del ejército iraquí en las que sirvió desde
1983. Él y su hermano utilizan la palabra ‘milicia’
para describir a las instituciones dominadas por chiíes. Al
preguntarle por qué había pasado de combatir contra los
estadounidenses a combatir junto a ellos, el coronel Feisal
dijo: “Decidimos que, si comparamos a los estadounidenses
con la milicia y al Qaeda, debíamos elegir a los
estadounidenses.”
La actual estrategia estadounidense
podrá parecer una política hábil en Washington. Más vale
pagar a milicianos suníes 300 dólares al mes para que
protejan la ruta que el que coloquen bombas en ella para
volar Humvees estadounidenses. EE.UU. está perdiendo un
soldado muerto por día en comparación con tres o cuatro
muertos cada día hace un año. Ya que las bajas
estadounidenses constituyen el principal barómetro según
el cual el electorado de EE.UU. mide el éxito o el fracaso
en Iraq, son cifras importantes en un año electoral. La
disminución de las pérdidas estadounidenses también
refleja un importante cambio político en Iraq. Los suníes
y chiíes se odian y se temen más los unos a los otros que
a los estadounidenses. Esto coloca a EE.UU. en una posición
más fuerte porque puede controlar el equilibrio del poder
entre las dos comunidades. Los suníes en Bagdad preferirían
que los soldados estadounidenses derriben su puerta en la
mitad de la noche que al ejército y la policía chiíes que
probablemente los torturarán y asesinarán. De muchas
maneras, la posición de EE.UU. en Iraq es similar a la de
Siria en el Líbano, que se parece a Iraq en su fragmentación
étnica, entre 1976 y 2005 cuando ocupó parcialmente el país.
El ejército sirio evitó que escalara la guerra civil, pero
también impidió que se resolviera alguna cosa entre las
diferentes comunidades.
Probablemente EE.UU. no puede jugar
durante tanto tiempo este papel de intermediario. A fin de
cuentas ni los suníes ni los chiíes árabes quieren que
EE.UU. se quede. Sería muy fácil para cualquiera de la miríada
de grupos armados en Iraq lanzar una ofensiva y aumentar
vertiginosamente las bajas militares estadounidenses. Con el
crecimiento de al Sahwa, una poderosa milicia suní, el país
está más dividido que nunca. Los suníes tienen ahora su
propio ejército privado como los chiíes y los kurdos.
El mayor éxito de la oleada ha sido en
las relaciones públicas. Repentinamente existe la percepción
en EE.UU. de que “las cosas están mejorando en Iraq,”
aunque van mejor sólo en comparación con las muertes en
masa de 2006. En la lucha por quién tendrá el poder en
Iraq en el futuro no se ha decidido nada y combates, tan
feroces como cualquier cosa que hayamos visto en el pasado,
podrían estallar en cualquier momento.
(*) Patrick Cockburn es autor de
'The Occupation: War, resistance and daily life in Iraq',
finalista en el National Book Critics' Circle Award para el
mejor libro de no ficción de 2006. Su próximo libro
'Muqtada! Muqtada al–Sadr, the Shia revival and the
struggle for Iraq' será publicado por Scribner en abril.
|