La renuncia
del almirante Fallon reactiva las hostilidades en Irak
George W.
Bush se juega el todo por el todo
Por
Thierry Meyssan (*)
Red
Voltaire, 14/03/08
Contrariamente
a lo que nos dice la prensa dominante, el almirante William
Fallon no ha sido destituido por oponerse al presidente Bush
en cuanto a la posibilidad de un ataque contra Irán. Fallon
renunció voluntariamente luego de que la Casa Blanca
saboteara el acuerdo que él mismo había negociado y
concluido con Teherán, Moscú y Pekín. El camino que ha
escogido la administración Bush reactiva la guerra en Irak
y expone a los soldados estadounidenses que ocupan ese país
a arrastrar las consecuencias de una resistencia que contará
en lo adelante con el más amplio apoyo externo.
Casi a las
22 horas GMT del martes 11 de marzo de 2008, el comandante
en jefe del Central Command, almirante William Fallon,
anunció desde Irak la presentación de su dimisión.
Inmediatamente, en Washington, el secretario de Defensa, su
amigo Robert Gates, indicaba en una conferencia de prensa
improvisada que aceptaba la decisión con el mayor pesar.
Durante los siguientes minutos, el rumor de un posible
ataque contra Irán se extendió por el mundo. En efecto, al
parecer la Casa Blanca había exigido la renuncia del
almirante luego de la publicación en la revista mensual
Esquire de un reportaje [1] que recoge «francas»
declaraciones de este alto oficial sobre el presidente Bush.
Ese mismo artículo afirma que el despido del almirante sería
el último indicio de la guerra.
Esta
interpretación resulta errónea. Y es que ignora la evolución
de la correlación de fuerzas en Washington. Para una mejor
comprensión de lo que está en juego, se hace necesario
volver atrás. Nuestros lectores, a quienes hemos informado
periódicamente desde estas columnas sobre los debates que
se producen en Washington, seguramente recordarán las
amenazas de dimisión de Fallon [2], el amotinamiento de la
los oficiales superiores [3], lo sucedido entre bastidores
durante el encuentro de Annapolis [4] y de la infiltración
de la OTAN en el Líbano [5], hechos todos que reportamos en
estas columnas antes que nadie lo hiciera, revelaciones que
–aunque fueron puestas en duda en el momento de su
publicación– están hoy ampliamente demostradas. A todo
lo anterior agregamos ahora informaciones inéditas sobre
las negociaciones que dirigió el almirante Fallon.
El
Plan Fallon
El
establishment estadounidense aprobó el desencadenamiento de
la guerra contra Irak con la esperanza de sacar de dicho
conflicto sustanciales ganancias económicas, pero poco a
poco se fue desilusionando. Esta operación genera costos
directos e indirectos realmente desmesurados pero solamente
beneficia a unos cuantos. Desde el año 2006 la clase
dirigente se preocupa por poner fin a la aventura. Sus
reservas tienen que ver con el excesivo despliegue de
tropas, el creciente aislamiento diplomático y la
hemorragia financiera. Su expresión fue el informe
Baker–Hamilton que condenaba el proyecto de rediseño del
Gran Medio Oriente y aconsejaba una retirada militar de Irak
coordinada con un acercamiento diplomático a Teherán y
Damasco.
Bajo esta
amistosa presión, el presidente Bush se vio obligado a
despedir a Donald Rumsfeld y a reemplazarlo por Robert Gates
(proveniente de la propia Comisión Baker–Hamilton). Se
creo un grupo de trabajo bipartidista –la Comisión
Armitage–Nye– encargada de definir una nueva política
de forma consensuada. Pero resultó que el tándem
Bush–Cheney no había renunciado a sus proyectos y estaba
utilizando ese grupo de trabajo para apaciguar a sus rivales
mientras que continuaba preparando sus armas contra Irán.
Para contrarrestar esas maniobras, Gates dio carta blanca a
un grupo de oficiales superiores con los que se había
vinculado durante el reinado de Bush padre. El 3 de
diciembre de 2007, estos oficiales publicaron un informe de
las agencias de inteligencia que desacredita el discurso
plagado de mentiras de la Casa Blanca sobre la supuesta
amenaza iraní. Además, trataron de imponerle al presidente
Bush un reequilibrio de su política para el Medio Oriente a
expensas de Israel.
El
almirante William Fallon ejerce una autoridad moral sobre
ese grupo de oficiales –que incluye al almirante Mike
McConnell (director nacional de inteligencia), al general
Michael Hayden (director de la CIA), al general George Casey
(jefe del estado mayor de las fuerzas terrestres), y que
contó con la posterior incorporación del almirante Mike
Mullen (jefe del estado mayor conjunto). Hombre de sangre fría
y de una brillante inteligencia, Fallon es uno de los últimos
grandes jefes de las fuerzas armadas estadounidenses que
estuvo destacado en Vietnam. Preocupado ante la multiplicación
de teatros de operaciones, la dispersión de las fuerzas y
el agotamiento de las tropas, puso abiertamente en tela de
juicio un liderazgo civil cuya política sólo puede
conducir Estados Unidos a la derrota.
Al
prologarse el amotinamiento, este grupo de oficiales
superiores fue autorizado a negociar una salida honorable a
la crisis con Irán y a preparar una retirada de Irak. Según
nuestras fuentes, imaginaron entonces un acuerdo que
comprende tres aspectos:
1. Estados Unidos impondría en el Consejo de Seguridad la
adopción de una última resolución contra Irán, para no
quedar en ridículo. Pero se trataría de una resolución
vacía de contenido real y Teherán se acomodaría a su
adopción.
2. Mahmud Ahmadinejad viajaría a Irak, donde proclamaría los
intereses regionales de Irán. Pero se trataría de un viaje
puramente simbólico, al cual se acomodaría Washington.
3. Teherán ejercería toda su influencia para normalizar la
situación en Irak y lograr que los grupos que ha venido
apoyando pasaran de la resistencia armada a la integración
política. Dicha estabilización permitiría que el Pentágono
retirase sus tropas sin derrota. A cambio, Washington
suspendería su propio apoyo a los grupos armados de la
oposición iraní, específicamente a los Muyaidines del
Pueblo.
También
según nuestras fuentes, Robert Gates y este grupo de
oficiales, bajo la dirección del general Brent Scowcroft
(ex consejero de seguridad nacional), pidieron ayuda a Rusia
y China para que apoyaran dicho proceso. Después del primer
momento de perplejidad, Moscú y Pekín se aseguraron de
obtener la forzada confirmación de la Casa Blanca antes de
responder de forma positiva, sintiendo el alivio de haber
evitado así un conflicto incontrolable.
Vladimir
Putin se comprometió a no tratar de aprovecharse en el
plano militar de la retirada estadounidense, pero exigió
consecuencias políticas. Se acordó así que la conferencia
de Annapolis sólo tendría resultados mínimos y que se
organizaría en Moscú una conferencia global sobre el Medio
Oriente para destrabar los problemas que la administración
Bush ha estado agravando constantemente.
Al mismo
tiempo, Putin aceptó facilitar el compromiso entre Irán y
Estados Unidos pero expresó inquietud por la presencia de
un Irán demasiado fuerte en la frontera sur de Rusia. A
modo de garantía, se decidió que Irán aceptara lo que
siempre había rechazado: no fabricar él solo su propio
combustible nuclear.
Las
negociaciones con Hu Jintao resultaron más complejas ya que
los dirigentes chinos estaban desagradablemente sorprendidos
luego de descubrir hasta qué punto la administración Bush
les había mentido sobre la supuesta amenaza iraní. Había
que restablecer, primeramente, la confianza bilateral. Por
suerte, el almirante Fallon, que había sido hasta hace poco
el comandante del PacCom (la zona del Pacífico), mantenía
relaciones corteses con los chinos.
Se decidió
que Pekín permitiría la adopción de una resolución
antiiraní puramente formal en el Consejo de Seguridad, pero
que la formulación de dicho texto no obstaculizaría en lo
más mínimo el comercio entre China y Irán.
El
sabotaje
A primera
vista, parecía que todo estaba funcionando. Moscú y Pekín
aceptaron el papel de figurantes en Annapolis y votaron la
resolución 1803 contra Irán. Mientras tanto, el presidente
Ahmadinejad saboreó su visita oficial a Bagdad, donde se
reunió en secreto con el jefe del estado mayor conjunto
estadounidense, Mike Mullen, para planificar la reducción
de la tensión en Irak. Pero el tándem Bush–Cheney, que
no se daba por vencido, saboteó el bien engrasado mecanismo
en cuanto se le presentó la ocasión de hacerlo.
Primeramente,
la conferencia de Moscú desapareció en las arenas
movedizas de los espejismos orientales incluso antes de
lograr concretarse. En segundo lugar, Israel se lanzó al
asalto de Gaza y la OTAN desplegó su flota frente a las
costas del Líbano reactivando así el incendio generalizado
del Gran Medio Oriente, mientras que Fallon se esforzaba por
apagar los focos de incendio uno a uno. En tercer lugar, la
Casa Blanca, de costumbre tan dispuesta a sacrificar a sus
peones, se negó a abandonar a los Muyaidines del Pueblo.
Exasperados,
los rusos concentraron su propia flota al sur de Chipre para
vigilar los navíos de la OTAN y enviaron a Serguei Lavrov
de gira por el Medio Oriente, dándole la misión de armar a
Siria, al Hamas y al Hezbollah para reequilibrar el Levante.
Mientras tanto, los iraníes, furiosos ante el engaño,
estimulaban a la resistencia iraquí a retomar los ataques
contra los soldados estadounidenses.
Viendo sus
esfuerzos reducidos a cero, el almirante Fallon dimitió, lo
cual era la única vía que le quedaba de conservar su
propio honor y su credibilidad ante sus interlocutores. La
entrevista de Esquire, que se publicó dos semanas antes [de
su renuncia], no es otra cosa que un pretexto.
El
momento de la verdad
Durante las
tres próximas semanas, el tándem Bush–Cheney se jugará
el todo por el todo en Irak recurriendo al lenguaje de las
armas. El general David Petraeus intensificará a fondo su
programa de contrainsurgencia para presentarse victorioso
ante el Congreso, a principios de abril. Simultáneamente,
la resistencia iraquí, ahora con el apoyo simultáneo de
Teherán, Moscú y Pekín, multiplicará las emboscadas y
tratará de matar la mayor cantidad posible de soldados
ocupantes.
Será
entonces el establishment estadounidense quien tendrá que
sacar las conclusiones de lo que suceda en el campo de
batalla. O estima que los resultados de Petraeus sobre el
terreno son aceptables, y el tándem Bush–Cheney termina
entonces su mandato sin problemas, o tendrá que castigar a
la Casa Blanca para evitar el espectro de la derrota y se
verá obligado a retomar entonces, de una u otra manera, las
negociaciones que Fallon estuvo llevando a cabo.
Simultáneamente,
Ehud Olmert interrumpirá las negociaciones iniciadas con el
Hamas a través de Egipto y calentará la región hasta la
visita de Bush, prevista para mayo.
Esta fiebre
regional debería redinamizar el dispositivo de Bush, tanto
en lo tocante a las inversiones en el sector
militaro–industrial del fondo Carlyle, al borde de la
quiebra, como en lo que se refiere a la campaña electoral
de John McCain.
Visto desde
Washington ¿resulta realmente necesario seguir sacrificando
las vidas de los soldados estadounidenses en una guerra que
ya ha costado 3 billones de dólares y provocar el odio
hacia Estados Unidos, incluso entre sus más fieles
partidarios, cuando este conflicto sólo ha beneficiado a
unas pocas sociedades pertenecientes al clan Bush y a sus
amigos?
(*)
Periodista y escritor, presidente de la Red Voltaire con
sede en París, Francia. Es el autor de “La gran
impostura” y del “Pentagate”.
[1]
«The Man Between War and Peace» por Thomas P.M. Barnett,
Esquire, marzo de 2008.
[2] «La
Maison–Blanche sacrifiera–t–elle la Ve flotte pour
justifier la destruction nucléaire de l’Iran?», por
Michael Salla, Réseau Voltaire, 18 de noviembre de 2007.
[3] «Washington
décrète un an de trêve globale», por Thierry Meyssan, y
«Pourquoi McConnell a–t–il publié le rapport sur
l’Iran?», Réseau Voltaire, 3 y 17 de diciembre de 2007
[4] «La
‘solution à deux États’ sera bien celle de
l’apartheid », por Thierry Meyssan, Réseau Voltaire, 13
de enero de 2008.
[5] «La
discrète arrivée de l’OTAN au Liban», por Thierry
Meyssan, Réseau Voltaire, 10 de marzo de 2008.
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