David
Kilcullen, artífice de la doctrina contrainsurgente en el
país ocupado
Estados
Unidos tiene su propio Dr. Strangelove en Iraq
Por
Tom Hayden
The
Huffington Post, 26/06/08
Rebelión,
26/06/08
Traducido
por Sinfo Fernández
En
lo más álgido de la Guerra Fría, Stanley Kubrick creó el
personaje de un científico notoriamente demente, el Dr.
Strangelove, cuya pasión era lanzar bombas atómicas. Ahora
está apareciendo en los medios y en el interior de Beltway
[*] una fascinación cada vez mayor hacia un nuevo Dr.
Strangelove, cuya pasión es imponer una ciencia enloquecida
para combatir a la contrainsurgencia en Iraq.
Su
nombre es David Kilcullen, académico australiano y veterano
del ejército, a quien Thomas Ricks, del Washington Post,
describió una vez cono el “asesor–jefe” del General
David Petraeus sobre la doctrina contrainsurgente que
subyace en el incremento de tropas en Iraq.
En
2004, Kilcullen defendió un denominado “programa Phoenix
global” en un oscuro periódico del ejército, “Small
Wars”. Para los no iniciados o despreocupados con la
historia, Phoenix fue un programa, en gran parte
extraoficial, de detención, tortura y asesinato aplicado a
decenas de miles de survietnamitas a quienes los informantes
habían identificado como integrantes de la
“infraestructura civil” del Vietcong”. La operación
quedó tan desacreditada que el Congreso estadounidense la
denunció y la anuló tras las vistas llevadas a cabo en la
década de 1970.
Pero
Kilcullen dice ahora que el programa Phoenix fue
“injustamente calumniado” y que actualmente sería un éxito.
Tan inflamada fue su defensa en algunos círculos que cogió
y revisó el documento de 2004 y renombró el programa
Phoenix como “Desarrollo revolucionario”.
Además,
defiende una “ciencia social armada” en la que antropólogos
y toda una fauna de psiquiatras jugarían un papel clave a
la hora de “explotar las vulnerabilidades físicas y
mentales de los detenidos” [1].
El
largo artículo de George Packer en el New Yorker describía
a Kilcullen como un ser encantador, excéntrico y una
especie de genio aislado. Parece ser además que, los círculos
culturales de Washington de los think tank dedicados a temas
de seguridad nacional, se le considera un personaje familiar
y amigable.
Su
fan más reciente en los medios es David Ignatius, del Post,
quien informó de una sesión informativa que Kilcullen
ofreció en “una sesión privada” en el Centro de
Estudios Estratégicos Philip Merrill. Fue un debate sobre cómo
salir de Iraq quedándose dentro, expresada en la fórmula
Kilkullen: “Des–escalada abierta, desorganización
secreta” [2]. Kilcullen defiende que la presencia de
tropas estadounidenses es tan inmensa que es
contraproductiva y que sólo sirve para inflamar las
sensibilidades iraquíes. Lo que se necesita es combinar la
retirada de las tropas de combate estadounidenses con las
operaciones “negras” especiales para “cazar
terroristas”, más las operaciones especiales
“blancas” de entrenamiento de tropas empotradas con las
fuerzas de seguridad iraquíes, haciendo que unas tribus se
vuelvan contra otras allá donde sea posible. La guerra
secreta es el futuro: “a largo plazo, necesitamos abaratar
costes, ser silenciosos y dejar pocas huellas”. Y, podría
haber añadido, permaneciendo fuera de las pantallas de
televisión y de las primeras páginas de los periódicos.
A
lo que Kilkullen se refiere es a una especie de guerra
basada en el engaño que entra en contradicción con la
democracia misma, con sus instrumentos en los medios de
comunicación críticos, con la vigilancia del Congreso y
con la divulgación pública de los costes que supone en
sangre, impuestos y honor. Dice que, a nivel militar, la
clave está en asegurar a la población civil frente a los
insurgentes, en Vietnam del Sur mediante “aldeas estratégicas”,
en Iraq a través de las “comunidades cerradas” con
controles, altos muros, alambradas eléctricas, huellas
dactilares, escáner de retina y listados de la población
casa a casa. Mientras tanto, hay que cazar y matar cuando
sea necesario a los insurgentes, y detenerlos
indefinidamente sin cargos en campos de prisión controlados
o mantenidos por los estadounidenses, sin que puedan tener
contacto con abogados, periodistas, observadores de los
derechos humanos o miembros de sus familias. En la mayoría
de los casos, no hay acusaciones contra ellos. El General de
División Antonio Taguba, que dirigió la investigación en
Abu Ghraib, ha sugerido más de una vez que en esos campos
se está perpetrando un “régimen sistemático de
tortura”. Ahí no estarían incluidos los lugares secretos
de las entregas de la CIA ni las prisiones secretas de
Bagdad bajo control del Ministerio del Interior de Iraq
aunque financiadas por EEUU, como anteriormente había
informado el New York Times.
Naturalmente,
en la guerra de contrainsurgencia no es fácil trazar la
distinción entre civiles y resistentes. Además de los que
ya murieron asesinados, hay estimaciones bastante realistas
de que son alrededor de 100.000 detenidos los que se pudren
actualmente en ese tipo de instalaciones en Iraq y Afganistán,
con muy pocos cargos, por no decir ninguno, contra ellos.
Esas instalaciones son incubadoras de futuras insurgencias.
La pasada semana, por ejemplo, tras una larga huelga de
hambre, 1.100 detenidos escaparon de una cárcel afgana una
vez que los talibanes volaron sus muros. El plan del Pentágono
es construir un nuevo centro de detención permanente en
cuarenta acres con un presupuesto de 60 millones de dólares.
Sería mucho más conveniente que ese dinero se gastara en
abogados que atiendan a los actuales e indefensos detenidos.
Esas
son las enmascaradas realidades que subyacen tras la casi
sensual descripción de una “fuerza residual más ligera,
más pequeña y más hábil” del resumen de Ignatius
acerca del escenario Kilcullen.
¿Cómo
es posible que la nación que un día tuvo los mejores periódicos
llegue virtualmente a santificar –y a ofuscar el
significado real– de esas doctrinas militares como si no
hubiera otras alternativas? Es imposible de entender. Pero
la aceptación carente de sentido crítico, e incluso la
promoción, de la contrainsurgencia como una alternativa
racional y realista ante el statu quo o la retirada, colocan
al Times y al Post mucho más próximos a la misma operación
de manipulación de las noticias del Pentágono de lo que
han revelado últimamente. Desde el reclutamiento de tropas
de 2002 a la invasión de 2003 al actual giro hacia la
contrainsurgencia, los medios dominantes rara vez han
publicado ni siquiera críticas antibelicistas de dirigentes
protestando contra la política militar estadounidense Muy
al contrario, ambos, el Post y el Times publican con
regularidad los puntos de vista de impenitentes
neoconservadores sin tan siquiera experiencia militar. Las
únicas voces válidas “antibelicistas” parecen ser las
de antiguos militares o funcionarios de la Casa Blanca que
se han vuelto contra sus antiguos empleadores. El espectro
de la “página editorial” está recayendo en aquellos
que cuentan con información privilegiada en el espacio de
centro–derecha. Como consecuencia, la frontera salvaje de
la blogosfera ha explotado como el único espacio donde
disentir, con o sin documentación. Los dos lados opuestos
en el debate sobre Iraq están ahora habitados por mundos
separados, al haber sido expulsadas las voces antibelicistas
de los medios dominantes por adoptar prematuramente tal
condición o por no encontrarse entre los asistentes a
lugares como el Centro de Estudios Estratégicos Philip
Merrill.
En
la era del Dr. Strangelove, el sociólogo C. Wright Mills
descargó su rabia contra los intelectuales de la seguridad
nacional como “realistas de ideas descabelladas”. Pocos
se dieron cuenta entonces [o ahora] de que nuestras vidas y
futuro están en peligro a causa de la naturaleza
desequilibrada de nuestro diálogo nacional, incluido el
inmenso abismo entre el reportaje estadounidense y el del
resto del mundo.
¿Pondrá
fin la elección de Barack Obama en noviembre a la monotonía
de sentido único del debate sobre la seguridad nacional?
Fervientemente lo deseo así. Obama parece estar a favor de
la retirada de las tropas de combate y de la diplomacia con
Irán en vez de la destrucción. Obama y John McCain parecen
tener puntos de vista totalmente opuestos sobre Iraq. Pero a
un nivel más profundo, Obama parece estar dirigiéndose
hacia la trampa de la contrainsurgencia: planeando dejar
detrás “una fuerza residual más ligera, más pequeña y
más hábil” en un páramo de detenciones preventivas,
gulags secretos y asesores del tipo David Kilcullen. Si los
medios y la gente no aciertan a reconocer, evaluar y debatir
este futuro probable durante la campaña presidencial, vamos
a tener que enfrentarnos con algo que no queramos y que se
sitúa más allá de la tragedia o de la farsa.
Enlaces con artículos referidos en el texto:
[1]
www.newyorker.com/archive/2005/07/11/050711fa_fact4?currentPage=2
[2]
www.washingtonpost.com/wp–dyn/content/article/2008/06/18/AR2008061802635.html?hpid=opinionsbox1
N.
de la T.:
[*]
Beltway: denominación de la carretera que circunvala
Washington.
|