Petroleras
en Irak, pacto con el diablo
Por
Noam Chomsky
Rodelu.net, 20/07/08
El
acuerdo que negocian el Ministerio de Hidrocarburos de Irak
y cuatro empresas petroleras occidentales plantea graves
cuestiones acerca de la naturaleza de la invasión y ocupación
del país árabe por parte de Estados Unidos. Esas
cuestiones ciertamente serán presentadas por los candidatos
presidenciales, seriamente discutidas en Estados Unidos, y
por supuesto en el Irak ocupado, donde al parecer la población
tiene un escaso papel en determinar el futuro de su país.
En
la actualidad se realizan negociaciones para que Exxon
Mobil, Shell, Total y BP –socios originales hace varias décadas
en la Compañía de Petróleo de Irak, a los que se han
sumado Chevron y compañías petroleras más pequeñas–
renueven las concesiones perdidas en el proceso de
nacionalización cuando los productores de crudo se hicieron
cargo de sus propios recursos. Los contratos, sin licitación,
aparentemente redactados por las corporaciones petroleras
con la ayuda de funcionarios estadunidenses, prevalecieron
sobre ofertas de más de otras 40 compañías, entre ellas
empresas de China, India y Rusia.
“Hubo
sospechas en muchas partes del mundo árabe y entre sectores
del pueblo estadunidense de que Estados Unidos había ido a
la guerra con Irak precisamente para asegurarse la riqueza
petrolera que esos contratos intentan extraer”, escribió
Andrew E. Kramer en el diario The New York Times.
La
alusión de Kramer a “sospechas” es el eufemismo del año.
Aún más, es bastante probable que la ocupación militar
tomó la iniciativa en restablecer las actividades de la
odiada Compañía de Petróleo de Irak, que, como señaló
Seamus Milne en el London Guardian, fue impuesta durante el
mandato británico para “extraer la riqueza de Irak en un
acuerdo célebre por su explotación”.
Los
últimos informes indican que hay demoras en los acuerdos.
Mucho de lo que ocurre está envuelto en el secreto y no sería
sorprendente que emerjan nuevos escándalos.
La
demanda es muy intensa. En Irak existen posiblemente las
segundas reservas más grandes de petróleo del mundo. Además,
el petróleo iraquí es barato de extraer. No hay capa de
hielo permanente, arenas de alquitrán o prospección en las
profundidades marinas. Para los planificadores
estadunidenses es imperativo que Irak continúe bajo su
control como un obediente Estado dependiente que albergue
sus bases militares en el corazón de las importantes
reservas energéticas.
Que
ésa fue la causa principal de la invasión resultó siempre
clara pese a los pretextos sucesivos de las armas de
destrucción masiva, los vínculos de Saddam Hussein con Al
Qaeda, la promoción de la democracia y la guerra contra el
terrorismo que, tal como se pronosticó, se agudizaría drásticamente
a raíz de la invasión.
En
noviembre, esas preocupaciones se hicieron explícitas
cuando el presidente George W. Bush y el primer ministro de
Irak, Nuri Maliki firmaron una Declaración de Principios
ignorando al Congreso de Estados Unidos y al Parlamento
iraquí, así como a la población de ambas naciones.
La
declaración dejó abierta la posibilidad de una presencia
militar estadunidense en Irak que se prolongaría de manera
indefinida. Eso incluiría, al parecer, grandes bases aéreas
que están siendo construidas en diferentes partes del país
y la “embajada” en Bagdad, una ciudad dentro de una
ciudad, que no se parece a ninguna otra sede diplomática en
el mundo. Esas instalaciones no van a ser construidas para
después abandonarlas.
En
la declaración se señaló también, de manera osada, que
era necesario explotar los recursos de Irak. Se indicaba que
la economía iraquí, esto es sus recursos petroleros, debe
abrirse a la inversión extranjera, “especialmente a las
inversiones estadunidenses”.
La
seriedad de este compromiso quedó subrayada en enero,
cuando Bush signó una “declaración firmada” indicando
que rechazaría todo proyecto de ley que restrinja el
financiamiento “destinado a establecer alguna instalación
militar o base con el propósito de proveer el emplazamiento
permanente de las fuerzas armadas de Estados Unidos en
Irak” o a “ejercer el control de los recursos petroleros
de Irak por parte de Estados Unidos”.
No
resulta sorprendente que la declaración causó de inmediato
objeciones en Irak, entre otros sectores, en los sindicatos,
que sobreviven bajo duras leyes antilaborales que Saddam
instituyó y que la ocupación preserva.
En
la propaganda de Washington, quien está arruinando la
dominación de Estados Unidos en Irak es Irán. La
secretaria de Estado estadunidense Condoleezza Rice tiene
una simple solución: los “ejércitos extranjeros” deben
ser retirados de Irak: los de Irán, no los nuestros.
La
confrontación por los programas nucleares de Irán aumenta
las tensiones. La política de “cambio de régimen” del
gobierno de Bush hacia Irán es acompañada de amenazas de
fuerza (en ese tema ambos candidatos presidenciales se unen
a Bush). La política, según se ha informado, también
incluye acciones terroristas dentro de Irán. Según los
amos del mundo, esas acciones son legítimas.
La
mayoría del pueblo estadunidense está en favor de la
diplomacia y se opone a la utilización de la fuerza. Pero
la opinión pública parece irrelevante, y no solamente en
este caso.
Una
ironía es que Irak se está convirtiendo en un condominio
estadunidense–iraní. El gobierno de Maliki es el sector
de la sociedad iraquí más respaldado por Irán. El llamado
ejército iraquí, que es apenas otra milicia, está en
buena parte basado en la brigada Badr, que fue entrenada en
Irán y luchó junto con los iraníes en la guerra entre
Irak e Irán.
Nir
Rosen, uno de los más astutos e informados corresponsales
en la región, observa que el principal objetivo de los
operativos de Estados Unidos y de Maliki, el clérigo
Muqtada Sadr, tampoco es visto con simpatía por Irán. Sadr
es independiente y tiene apoyo popular. Por lo tanto, es
peligroso.
Irán
“claramente respaldó al primer ministro Maliki y al
gobierno iraquí contra lo que calificó de ‘grupos
armados ilegales’ (del Ejército del Mehdi de Sadr) en el
reciente conflicto en Basora”, señala Rosen. “Y eso no
es sorprendente, dado que su principal representante en
Irak, el Consejo Supremo Islámico, domina el Estado iraquí
y es el principal respaldo de Maliki.”
En
la revista Foreign Affairs, Steven Simon señala que la
actual estrategia de contrainsurgencia de Estados Unidos
“está acicateando las tres fuerzas que de manera
tradicional han amenazado la estabilidad en los países de
Medio Oriente: el sectarismo, el caudillismo y la mentalidad
tribal”. El resultado podría ser “un Estado fuerte,
centralizado, gobernado por una junta militar que recordaría”
al régimen de Saddam.
Si
Washington concreta sus objetivos, entonces sus acciones se
justifican. Las reacciones son muy diferentes cuando
Vladimir Putin tiene éxito en pacificar a Chechenia en un
grado muy superior al que el general David Petraeus ha
alcanzado en Irak. Pero de un lado están ellos, y del otro
lado, nosotros. Los criterios son totalmente diferentes.
En
Estados Unidos los demócratas se mantienen silenciosos
debido al supuesto éxito de la ofensiva militar en Irak.
Ese silencio refleja el hecho de que no hay críticas de la
guerra basadas en principios. Para ese punto de vista, si
alguien concreta sus objetivos, la guerra y la ocupación
están justificadas. Y los acuerdos petroleros forman parte
de esa justificación.
Pero
lo cierto es que toda la invasión fue un crimen de guerra,
en realidad, el supremo crimen internacional. Y difiere de
otros crímenes de guerra en que abarca toda la maldad que
sigue, en términos del juicio de Nuremberg. Ése es uno de
los tópicos que no pueden ser discutidos, en el curso de la
campaña presidencial, o en otra parte. ¿Por qué estamos
en Irak? ¿Qué le debemos a los iraquíes por haber
destruido su país? La mayoría del pueblo de Estados Unidos
está en favor de la retirada de Irak. ¿Interesa su opinión?
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