“Obama y Bush son las dos caras de la
misma moneda”
La oleada nacionalista
Por Patrick Cockburn
CounterPunch, 08/08/08
Rebelión, 11/08/08
Traducido por Sinfo Fernández
Bagdad.- A Barack Obama le sonrió la
fortuna en los momentos en que estuvo de visita en Iraq.
Llegó justo después de que el primer ministro iraquí
Nouri al–Maliki se hubiera negado a aceptar un nuevo
Acuerdo sobre el Estatuto de Fuerzas (SOFA, siglas en inglés)
por el que se habría institucionalizado la ocupación
estadounidense. El gobierno iraquí no se define claramente
cuando dice que desea una retirada definitiva de las tropas
de combate de EEUU, pero su portavoz, Ali al–Dabagh,
declaró que deberían salir en el 2010. Esta fecha entra
dentro del mismo período de tiempo de la promesa que Obama
hizo de ir retirando cada mes una brigada de combate a lo
largo de dieciséis meses. De repente, la proclama de John
McCain de que las tropas estadounidenses deberían
permanecer allí hasta alguna victoria indefinida sonaba
poco viable y periclitada.
El gobierno iraquí parecía casi
sorprendido de sus propias decisiones. En absoluto se siente
tan seguro como pretende de poder sobrevivir sin el apoyo de
EEUU, pero inesperadamente se encontró a sí mismo dejándose
llevar por una oleada de nacionalismo.
La ocupación estadounidense ha sido
siempre impopular entre los árabes iraquíes desde sus
mismos primeros momentos en 2003.
Una encuesta dirigida en febrero de
este año por ABC News, la BBC y otras cadenas de televisión
mostraba que el 61% de los iraquíes estiman que la
presencia de las fuerzas estadounidenses hace que la
seguridad esté continuamente empeorando en Iraq y el 27%
opina que la mejoran. El único segmento grande de apoyo a
la ocupación estadounidense se encuentra entre los kurdos,
que suponen la quinta parte de la población. Entre los árabes
iraquíes, las otras cuartas partes, el 96% de los sunníes
y el 82% de los chiíes dicen que no confían en las fuerzas
ocupantes. La impopularidad de la ocupación ha sido el
hecho político fundamental en Iraq desde el derrocamiento
de Saddam Hussein hace cinco años.
Los políticos, diplomáticos y
soldados estadounidenses y británicos fracasaron al
apreciar esa realidad. En respuesta a las cifras de la
encuesta, que año tras año han ido mostrando que los iraquíes
odian la ocupación, ellos mismos se guisan y se comen sus
propias explicaciones, diciendo en privado que los “iraquíes
dirán siempre que no quieren que nos vayamos de
inmediato”. Entonces van y proclaman, frente a todas las
evidencias, que eso significa que los iraquíes, en secreto,
no quieren que las fuerzas de la ocupación se vayan.
Autoengaños como ese hacen que los comentaristas
estadounidenses hablen con frecuencia de la extensión y
calendario de una retirada de tropas estadounidense como si
fuera exclusivamente una decisión de EEUU, algo a decidir
según el resultado de las elecciones presidenciales
estadounidenses.
“Los iraquíes pueden estar
profundamente divididos en líneas sectarias, étnicas,
tribales y de facción”, escribe Anthony Cordesman del
Centro para Estudios Internacionales y Estratégicos en
Washington y uno de los pocos comentaristas estadounidenses
que entiende algo de política iraquí. Y añade, pero los
iraquíes “tienen conciencia nacional, mucho orgullo
nacional y no quiere estar ‘ocupados’ o tener una
presencia estadounidense más allá de lo necesario”. Es
posible que decayera el nacionalismo, durante la guerra
civil sectaria entre sunníes y chiíes en Bagdad en
2006–2007, pero en el momento mismo en que la carnicería
sectaria disminuyó empezó a reafirmarse de nuevo.
Hay una actitud de gran tensión tanto
en el gobierno iraquí como entre los iraquíes normales de
a pie. El número de cadáveres que se recogen de las calles
de Bagdad ha disminuido bastante desde hace un año, pero
nadie sabe cuánto va a durar esto. “Por el momento la
vida es mejor, pero todo el mundo sigue lleno de temor”,
me dijo una mujer chií. Y el descenso en la violencia es sólo
comparable al anterior baño de sangre. Alrededor de 554
iraquíes fueron asesinados el pasado mes junio, cifra que
aunque fue un 66% más baja que la del año anterior, sigue
haciendo de Iraq el país más peligroso sobre la tierra.
Se ha vuelto a vender abiertamente
alcohol, mostrando que los tenderos que lo venden ya no
tienen el miedo que tenían en otros momentos a los
milicianos islámicos. Pero sunníes y chiíes ya no se
visitan los unos a los otros en sus distritos. Bagdad sigue
dividida en ghettos sectarios aislados unos de otros por
altos muros de hormigón. Los 2,4 millones de refugiados que
huyeron a Siria y Jordania no están volviendo en cifras
significativas. Cuando lo hacen es a menudo porque cada vez
resulta más difícil obtener visados de residencia en
Damasco y Ammán. Los chiíes, mayoría en Bagdad, se
hicieron con gran parte del resto de la capital a través de
una guerra salvaje emprendida hace dos años por asesinos y
escuadrones de la muerte.
No hay indicios de que estos cambios
demográficos vayan a alterarse
Cuando sunníes y chiíes intentan
volver a sus casas en zonas que han sido purgadas por la
otra comunidad, se encuentran con el peligro inmediato de
que los maten. Cuando un marido y una mujer, ambos chiíes,
fueron a visitar la casa de la que habían escapado en el
muy poblado distrito al–Mekanik en Dora, al sur de Bagdad,
se les disparó de inmediato produciéndoles la muerte y
decapitando al conductor que les llevaba. Puede que las
milicias hayan salido de las calles, pero no se han ido muy
lejos.
Los dignatarios que visitan la Zona
Verde, ya sea George Bush, Tony Blair o Barack Obama, rara
vez son conscientes de la amplitud de las operaciones
militares que hay que desplegar para protegerles, ni del
impacto que las mismas tienen sobre los iraquíes. No es
sorprendente que tales visitantes saquen una impresión
exagerada del progreso hacia la normalidad en Bagdad. El
pasado año, los empleados de la embajada estadounidense en
el corazón de la Zona Verde se quejaban de que se le había
ordenado no llevar chalecos antibalas ni cascos si se les
fotografiaba o filmaba junto a John McCain, porque su atavío
podría contradecir la proclama de que Bagdad era un lugar más
seguro de lo que se decía.
Cuando el vicepresidente Cheney estuvo
allí de visita, se prohibió que en la Zona Verde sonara la
sirena que normalmente avisa unos cuantos segundos antes de
la llegada de una serie de cohetes o morteros. Los
funcionarios del equipo de Cheney pensaron que el aullido
amenazante de las sirenas podía sugerir a los televidentes
en EEUU que no todo iba tan bien en Iraq como proclamaba el
vicepresidente. En el caso de la visita de Barack Obama del
21 de julio, gran parte del Bagdad central fue clausurado
para garantizar su seguridad, aunque no iba a moverse de lo
más profundo de la Zona Verde. Un amigo, de nombre Gaylan,
había sacado su coche para recoger un aire acondicionado
que le estaban arreglando en el distrito de Karada, al este
de Bagdad, cuando las tropas estadounidenses pararon todo el
tráfico a las 12,15 del mediodía.
Atrapado bajo el tórrido calor del
verano iraquí, no se permitió que nadie se moviera de de
nuevo hasta las seis de la tarde. “Había helicópteros
sobrevolando nuestras cabezas controlando todo desde el
cielo”, dijo Gaylan. “Bloquearon la calle Abu Nawas, que
está en el lado opuesto a la Zona Verde y registraron todas
las casas de la calle. Después se trasladaron al hotel
Babilonia y tomaron posiciones en lo alto del tejado. Estuve
atrapado en medio del tráfico toda la tarde”. Durante su
larga espera, Gaylan tuvo todo el tiempo del mundo para
preguntar a los otros conductores lo que pensaban de Obama y
su visita.
Sus opiniones rezumaban amargura, lo
que no es precisamente sorprendente. “¿Qué nos importa a
nosotros si un hombre blanco o negro gana las elecciones
presidenciales estadounidenses?”, replicó un airado
conductor. “Obama y Bush son las dos caras de la misma
moneda, una moneda estadounidense”. Otro preguntó: ¿A qué
viene aquí? ¿Qué es lo que va a hacer por nosotros? ¿Nos
va a asegurar la electricidad? Tan sólo viene por motivos
electorales”. Un tercer conductor mostró sus dudas sobre
el plan de Obama para llevarse a los soldados
estadounidenses. “Dice que retirará las tropas de Iraq,
pero no me lo creo”, dijo. “Los estadounidenses tienen
planeado apoderarse de Iraq durante un tiempo muy largo para
así proteger a Israel de Irán y saquear todo nuestro petróleo”.
No todos los visitantes oficiales
llegan siquiera hasta Bagdad. Una semana antes de que Obama
llegara, se esperaba que el Rey Abdullah de Jordania hiciera
su primera visita oficial a Iraq. Este hecho revestía
alguna importancia porque en el pasado se le había
advertido a Abdullah del peligro de que el chiísmo
revolucionario barriera todo el Oriente Medio. Junto con
otros gobernantes árabes sunníes, había observado con
horror cómo, tras el derrocamiento del régimen
predominantemente sunní de Saddam Hussein, se establecía
un gobierno kurdo–chií en Bagdad bajo protección
estadounidense.
Su visita para abrir una nueva embajada
en Bagdad que sustituyera a la dinamitada en agosto de 2003,
era una señal importante de que los dirigentes árabes sunníes
estaban empezando a aceptar que el nuevo gobierno iraquí
estaba aquí para quedarse. Pero la visita se canceló en el
último momento por ‘preocupaciones de seguridad’ según
dijeron los funcionarios jordanos. La policía iraquí
declaró que la seguridad jordana, para comprobar la
seguridad de la ruta, había hecho circular un convoy de
prueba con cuatro vehículos multirruedas negros blindados
especiales a través del distrito de al–Mansur antes de
que el rey llegara. Cuando el convoy pasaba a toda velocidad
por las calles de al–Mansur, los jordanos escucharon el
sonido cercano de un tiroteo y temieron que pudiera ser un
intento de asesinato del rey por parte de pistoleros.
“En realidad”, explicó un oficial
del ejército iraquí de la 6ª División encargada de
proteger a Abdullah, “habíamos cerrado herméticamente
las calles para que pasara el convoy del rey cuando apareció
un anciano conduciendo su coche desde una carretera
secundaria que se dirigía hacia la calle principal, por eso
los soldados empezaron a disparar al aire para llamar su
atención y hacerle retroceder”. Evidentemente, los
jordanos no aceptaron del todo esa benigna explicación del
tiroteo y se apresuraron a cancelar la visita. La confianza
en el gobierno iraquí tiene aún poco camino andado.
Hace cuatro meses, parecía que el
primer ministro Nouri al–Maliki estaba a punto de ser
depuesto. “En marzo, la mayor parte de los partidos políticos,
incluidos nosotros mismos, estábamos preparados para
deshacernos de él”, dijo un funcionario kurdo. “Pero
entonces consiguió el triunfo en Basora y en Ciudad Sadr y
desde entonces se ha mostrado muy seguro de sí y apenas
escucha lo que tenemos que decirle”. El éxito del
gobierno contra los milicianos del Ejército del Mahdi de
Muqtada al–Sadr no fue para tanto como parecía. En los
primeros combates allí del ejército iraquí, algunas de
sus unidades se amotinaron y entregaron sus armas. Fueron
las tropas estadounidenses las que más se encargaron de los
combates en Ciudad Sadr y proporcionaron la logística y
apoyo aéreo y de la artillería en Basora.
Nadie sabe lo que hubiera ocurrido si
el ejército iraquí hubiera que tenido que combatir al Ejército
del Mahdi por sí solo. Hay todavía mil soldados en Basora
y otro batallón apoyando al ejército iraquí en la
provincia de Amara, que fue una vez el baluarte del Ejército
del Mahdi en el sur de Iraq. El punto de inflexión en esos
combates no sólo fue la intervención militar
estadounidense sino el llamamiento de al–Sadr a sus
hombres para que salieran de las calles y el apoyo de Irán
al gobierno de Maliki. Ese fue un tanto que se apuntó Ahmed
Chalabi, el muy maligno pero muy astuto oponente de Saddam
Hussein, en sus bien defendidos cuarteles en Bagdad.
“La gente no se da cuenta de que el
éxito del ‘incremento’ fue consecuencia de un acuerdo tácito
entre Estados Unidos e Irán”, dice. Esto fue verdad
cuando Muqtada, que necesitaría del apoyo iraní si se
dispusiera a emprender una guerra real contra el gobierno
iraquí apoyado por EEUU, declaró una tregua a comienzos
del incremento el pasado año. Irán no quiere hacer nada
que debilite o destruya al primer gobierno chií en el mundo
árabe desde que Saladino derrocara a los Fatimidas en El
Cairo de hace ochocientos años.
El comandante saliente estadounidense,
el General David Petraeus, sigue diciendo que el descenso en
la violencia y la extensión del control gubernamental en
Iraq son ‘frágiles y reversibles’. Su cautela se basa
en la experiencia. En Mosul, en 2004, Petraus, entonces
comandante de la 101 División Aerotransportada, parecía
haber pacificado la norteña ciudad de Mosul. Pero ocho
meses después de que se fuera, los insurgentes se hicieron
con la ciudad, la policía y el ejército cambiaron de bando
o se fueron a casa y se capturaron treinta comisarías además
de un alijo de armas por valor de 41 millones de dólares.
No es probable que le hubiera ocurrido
lo mismo al gobierno de Maliki. Pero algunos políticos
iraquíes creen que el Ejército del Mahdi está
sencillamente reservándose y que podría tomar medio Bagdad
en cuarenta y ocho horas. Por el momento, los sadristas se
han ido al campo. Muqtada está sentado en su casa de la
ciudad santa de Qom en Irán donde dice proseguir sus
estudios religiosos. Su estrategia consiste en no lanzarse a
la lucha antes de que los estadounidenses se vayan o
disminuyan sus fuerzas. Cuando las muchedumbres que
asistieron en julio a las mezquitas bajo control sadrista en
Ciudad Sadr empezaron a tirar abajo las barreras colocadas
en la calle por el ejército iraquí, fueron los
predicadores sadristas los que les suplicaron que se fueran
a casa y evitaran la confrontación. “Él [Muqtada] no es
el tipo de hombre”, dice su portavoz Salah al–Obaidi,
“que arranca la fruta antes de que madure”.
El gobierno iraquí, por su parte, está
ansioso por liquidar el movimiento sadrista, a pesar de sus
profundas raíces en las empobrecidas masas chiíes,
mientras que el ejército iraquí está apoyado por el
potencial armamentístico estadounidense. Las divisiones de
clase son profundas en la comunidad chií y a la clase media
chií le gustaría ver permanentemente aplastado al
movimiento sadrista. La persecución es implacable. En
Basora, la policía ha dicho a los hombres que solían
vender casetes de canciones alabando a Muqtada que los tiren
y vendan en su lugar música gitana.
En Amara, el ejército está bajo
continuas presiones del gobierno de Maliki para que arresten
a cualquier sadrista que encuentren. El gobierno sadrista ha
sido arrestado, la provincia está efectivamente bajo la ley
marcial e incluso los sadristas que se beneficiaron de una
amnistía están siendo arrestados. Pero los sadristas y el
Ejército del Mahdi dependen finalmente del núcleo de
militantes comprometidos que sobrevivieron a la mucha más
feroz persecución bajo Saddam Hussein. Será difícil
eliminarles.
El mismo Muqtada es aún reverenciado
en millones de hogares chiíes, aunque su foto resulta menos
evidente. Bashir Ali y Ahmed Mohammed, dos poderosos sheijs
tribales anti–sadristas de Ciudad Sadr, me dijeron que
pensaban que “la corriente sadrista había perdido gran
parte de su apoyo en Ciudad Sadr y que no tiene fuerza para
llevar a cabo un levantamiento”. Son apenas observadores
imparciales porque admiten libremente que los sadristas habían
reducido el poder de las tribus y estaban ansiosos por
devolverles el golpe. Pero, mientras proclamaban que los
sadristas habían perdido popularidad, admitieron que no se
atrevían a criticarles en público “porque nos dispararían
la próxima vez que vayamos a la mezquita a orar”.
El rencor entre Maliki y los sadristas
se profundiza porque fueron sus miembros parlamentarios los
que le hicieron primer ministro. Sus ministros se retiraron
de su gobierno en 2007 porque el primer ministro no le había
pedido a Bush un calendario de retirada de los
estadounidenses. Las muchedumbres sadristas se están
manifestando todos los viernes exigiendo una retirada
estadounidense. Paradójicamente, el gobierno de Maliki está
ahora pidiendo una retirada estadounidense para los próximos
años siguiendo los esquemas de Muqtada.
El nacionalismo iraquí, junto con la
reaparición del fervor religioso y el populismo socialista,
es lo que ha permitido que los sadristas puedan hacer un
llamamiento tan amplio. En gran medida porque Maliki no quería
que le denigraran como títere de EEUU fue por lo que rechazó
tan vigorosamente el nuevo acuerdo militar o SOFA que habría
institucionalizado la ocupación estadounidense y sustituido
el actual mandato de Naciones Unidas. Puede que le ponga
nervioso pensar qué haría sin el apoyo estadounidense,
pero no hay otro dirigente iraquí alternativo con el que
sustituirle. Ni tampoco sería esto tan fácil de llevar a
cabo como hace dos años. En aquel momento, el embajador de
EEUU ayudó a desembarazarse del predecesor de Maliki como
primer Ministro, Ibrahim al Yaafari, diciendo que Bush ‘no
quiere, no apoya y no acepta’ que Yaafari dirija el
gobierno. Desde entonces, el estado iraquí, con todo lo
destartalado que está, ha recorrido un largo camino para
reconstituirse a sí mismo con alrededor de medio millón de
hombres en armas y unos ingresos del petróleo que el próximo
año serán de 150 millones de dólares.
EEUU cometió un error al presionar por
un SOFA con Iraq en el momento que lo hizo. Cuando EEUU
presentó su primer proyecto de acuerdo de seguridad en
marzo, contemplaba sencillamente proseguir la ocupación en
la que EUU sería el gran señor colonial. El acuerdo que
EEUU tenía en mente fue comparado por los iraquíes con el
tratado anglo–iraquí de 1930, bajo el cual Gran Bretaña
retuvo bastante autoridad en Iraq como desacreditar a los
gobiernos iraquíes, que fueron considerados por muchos
iraquíes como títeres del poder imperial. “Lo que los
estadounidenses nos están ofreciendo en términos de
soberanía real es incluso aún menor que lo que los británicos
nos ofrecieron hace ochenta años”, dijo un dirigente
iraquí.
El acuerdo fue apoyado por los kurdos e
inicialmente por el ala pro–estadounidense del Consejo
Supremo Islámico de Iraq, dos de los apoyos principales del
actual gobierno, que querían encastillarse en el apoyo
estadounidense para su actual elevado estatus. Pero EEUU,
junto con muchos de sus aliados en la Zona Verde, ha tendido
siempre a subestimar la amplitud con la que los iraquíes de
fuera del Kurdistán rechazan la ocupación. No es que el
gobierno quiera que los estadounidenses se vayan rápido.
“El gobierno carece de fe en sí mismo y quiere estar
abrigado por el ejército estadounidense”, dijo Mahmoud
Ozman, un veterano e influyente parlamentario que admite
libremente que sus sentimientos como kurdo son diferentes de
sus sentimientos como iraquí. Se opuso al SOFA con EEUU
diciendo: “Creo que tenían tanta prisa porque EEUU quería
un acuerdo para esta administración a fin de beneficiar con
él en las elecciones al partido republicano”.
El fallido intento de llegar a un
acuerdo entre Iraq y EEUU ayudó a cristalizar el
resentimiento iraquí ante la ocupación: las bases
militares, la inmunidad de los contratistas y soldados
estadounidenses, los 23.000 prisioneros retenidos por EEUU,
la capacidad de las tropas de EEUU para arrestar iraquíes y
desarrollar operaciones militares a voluntad. La amplitud de
la violenta reacción de los iraquíes sorprendió tanto al
gobierno de Maliki como a Washington. Pero había otras
fuerzas también en juego. Los iraníes habían jugado un
papel central al mediar en los meses de marzo y mayo para
conseguir el fin de los combates entre el ejército iraquí
y el Ejército del Mahdi. Los iraníes dejaron también
claro que no iban aceptar el nuevo acuerdo de seguridad
Iraq–EEUU. Lo que nunca entendieron los partidarios del
‘incremento’ como John McCain fue que su éxito, en
cuanto a lo que por tal puede entenderse, dependía de la
cooperación de Irán. El nuevo acuerdo de seguridad
destruiría esta cooperación.
“Los iraníes se oponen
implacablemente al acuerdo”, dijo Chalabi, que acababa de
reunirse con los dirigentes iraníes en Teherán.
“Consagra la presencia masiva de EEUU en Iraq y amenaza su
seguridad. Dicen que más que ‘acuerdo de seguridad’ lo
que será es un ‘acuerdo de no seguridad’”. La
voluntad creciente de Maliki de enfrentarse a EEUU a causa
del acuerdo puede bien haber sido consecuencia de las
seguridades ofrecidas por Irán de que no tendrían que
enfrentarse a un levantamiento del Ejército del Mahdi en el
sur de Iraq si así lo hacían. La lucha por el poder en
Iraq está entrando en una nueva fase. Puede que EEUU no
haya conseguido el acuerdo que querían con Iraq, pero
siguen permaneciendo en el país como poder militar
dominante. Los EEUU siguen controlando en gran medida el ejército
iraquí. Ya sea Obama o McCain quien gane las elecciones
presidenciales, la batalla por ver quién gobierna realmente
en Bagdad proseguirá.
|