Ediciones
del Oriente y del Mediterráneo edita “Iraq bajo ocupación:
Destrucción de la identidad y la memoria” (*)
La llamada
“estabilización” del país se sustenta en
cinco
millones de refugiados y un millón de muertos
Por Carlos
Varea (**)
IraqSolidaridad,
06/02/09
“Las
causas del desplazamiento interno de la población iraquí
(como las del éxodo hacia exterior) han ido sucediéndose,
entrelazándose y retroalimentándose: los operativos
militares de los ocupantes y la destrucción sistemática de
las infraestructuras; el deterioro de las condiciones básicas
de vida de la población debido al colapso del Estado, la
inseguridad, la rampante corrupción y el afianzamiento de
mafias locales; y, finalmente, la violencia, genéricamente
calificada como “sectaria” pero que responde a claves
políticas de control del territorio y que esencialmente ha
sido desarrollada a partir de 2005 por servicios de
seguridad, milicias y escuadrones de la muerte vinculados
todos ellos a las formaciones que integran el gobierno iraquí
y, por ende, en menor o mayor medida, a los ocupantes.”
La ocupación
de Iraq ha generado la mayor y más rápida crisis mundial
de refugiados de las últimas décadas. Según Naciones
Unidas, el reciente incremento mundial registrado en número
de personas refugiadas y desplazadas [en 2008] se debe a la
crisis que asola Iraq [1]. Iraq es hoy en día el país con
mayor número de personas que se han visto forzadas a
abandonar su hogar, casi cinco millones en total, según las
cifras más conservadoras [2]. Las más recientes –siempre
aproximadas– elevan hasta 2,77 millones el número de
desplazados internos iraquíes y a una cifra ligeramente
inferior –2,2 millones– la de aquellas personas que han
buscado refugio en el exterior de Iraq. Con una población
de 26,8 millones de ciudadanos, Iraq es asimismo el país
con mayor tasa de refugiados y desplazados del mundo: casi
el 18 por 100 de sus habitantes han perdido su hogar.
Comparativamente,
las cifras no dejan lugar a dudas: en los tres países con
mayor número de refugiados y desplazados tras Iraq,
Afganistán, Colombia y la República Democrática del
Congo, estas tasas son del 11,6, el 8,1 y el 4,4 por 100,
respectivamente. En la región de Oriente Próximo, el éxodo
provocado por la ocupación de Iraq ha superado numéricamente
al que generó en 1948 la creación del Estado de Israel
(entonces, 700.000 palestinos desplazados; en la actualidad,
4,6 millones de refugiados, según la agencia de Naciones
Unidas para los refugiados palestinos, UNRWA); fuera de la
región Iraq supera igualmente a la catástrofe humana más
reciente generada por un conflicto local, la de la región
de los Grandes Lagos de África (dos millones de ruandeses
refugiados en países vecinos y otro millón y medio más de
desplazados internos). De nuevo, según las estimaciones más
recientes –y ponderadas– del Alto Comisionado de las
Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), Iraq asume el
17,5 por 100 de todos los refugiados y desplazados del
planeta, cifrados en 2008 por el organismo internacional en
27,4 millones de seres humanos [3].
[…]
Naciones
Unidas calcula que la crisis de Iraq ha provocado que, como
media, 60.000 personas al mes (2.000 al día) se hayan visto
forzadas a abandonar sus hogares, convirtiéndose en
refugiadas en su propio país. La cifra global antes
avanzada de 2,77 millones de desplazados internos es oficial
y la más reciente en el momento de escribir estas líneas
[enero de 2009], pero ha de considerase, en cualquier caso,
aproximada dadas las dificultades de recopilación de
información veraz e independiente en Iraq.
Todas las
provincias de la geografía iraquí han generado refugiados
y desplazados y acogen desplazados internos, pero es la
provincia de Bagdad la que ocupa el primer lugar en los
movimientos forzados de población, sobre todo en los últimos
años, incluido 2008. Las causas del desplazamiento interno
de la población iraquí (como las del éxodo hacia
exterior) han ido sucediéndose, entrelazándose y
retroalimentándose: los operativos militares de los
ocupantes y la destrucción sistemática de las
infraestructuras; el deterioro de las condiciones básicas
de vida de la población debido al colapso del Estado, la
inseguridad, la rampante corrupción y el afianzamiento de
mafias locales; y, finalmente, la violencia, genéricamente
calificada como “sectaria” pero que responde a claves
políticas de control del territorio y que esencialmente ha
sido desarrollada a partir de 2005 por servicios de
seguridad, milicias y escuadrones de la muerte vinculados
todos ellos a las formaciones que integran el gobierno iraquí
y, por ende, en menor o mayor medida, a los ocupantes.
[…]
[Se estima
que menos de un 5 por ciento de los refugiados iraquíes ha
retornado a su país en 2008. Los refugiados en el exterior
no han podido votar en las elecciones locales de febrero de
2008, y la estimación del número de desplazados internos
que han podido hacerlo es incierta, pero no sería superior
a la mitad de los potenciales votantes.]
La
violencia
En estos años
de ocupación, la imagen mediática dominante en la
conciencia internacional de Iraq es la de la comunidad shií
iraquí, marginada y reprimida históricamente por la sunní,
víctima de los ataques con coche–bomba de Al–Qaeda y
del revanchismo de los partidarios del depuesto régimen.
Ciertamente, la comunidad shií ha sufrido los atentados
masivos e indiscriminados, atribuidos a la red de Al–Qaeda
en Iraq, y la violencia de grupos radicales sunníes en
barrios de la capital y en ciudades de las provincias que
rodean Bagdad. Se han producido desplazamientos de población
shií desde áreas de mayoría sunní hacia el sur del país
o dentro de los propios barrios bagdadíes en busca de
seguridad pero también de una mayor estabilidad económica
y mejores condiciones de vida, condiciones gravemente
afectadas debido a la sostenida confrontación entre la
resistencia iraquí y las tropas de ocupación. Y, al igual
que en otras zonas del país, los operativos de las tropas
de ocupación estadounidenses contra las ciudades de Nayaf y
Kárbala en 2004 provocaron desplazamientos de sus
habitantes, mayoritariamente shiíes.
Asimismo,
en las siete provincias meridionales de Iraq, en las que el
predominio demográfico shií parecía preservar a esta
comunidad de las agresiones, los recurrentes enfrentamientos
habidos por el control del petróleo o por el control de las
administraciones locales entre las milicias confesionales
asociadas a grupos mafiosos y las fuerzas gubernamentales
han provocado igualmente el desplazamiento de población shií
y la destrucción infraestructural. Basora ha visto
aumentada su población en al menos medio millón de
desplazados rurales hasta alcanzar tres millones de
habitantes, agravando aún más con ello la ya precaria
situación de servicios e infraestructuras. Tras desalojar a
otras comunidades, en Bagdad y en las provincias del centro
y sur del país, las milicias shiíes –integradas por
milicianos desheredados cada vez más jóvenes– han
tornado su violencia contra sus propios correligionarios
imponiéndose a un tiempo, mediante el terror, como
guardianes de la ortodoxia religiosa (particularmente contra
las mujeres [4]) y como mafias locales, lo que genera más
desplazados.
En una
imagen especular, en las provincias de al–Anbar y Diyala
(al oeste y nordeste de Bagdad, respectivamente) y en
algunos barrios de la capital ha emergido un nuevo factor de
violencia en el seno de la comunidad sunní: el que enfrenta
militarmente a los takfiristas (anatermizadores) wahabíes
–muchos de ellos combatientes extranjeros– con la
población, que mayoritariamente rechaza tanto las
agresiones sectarias y los atentados indiscriminados como la
imposición del rigorismo islámico en el “Estado Islámico
de Iraq” declarado por Al–Qaeda. Así, ciudades emblemáticas
como Faluya y todo el arco de provincias de fuerte
implantación resistente en torno a la capital están
sufriendo recurrentes atentados con coche–bomba atribuidos
a Al–Qaeda en Iraq, un síntoma de su ya abierto
enfrentamiento con la resistencia y la población iraquíes,
y que Estados Unidos ha procurado utilizar a su favor
creando los denominados Consejos del Despertar (Sahwa) sunníes.
Particularmente
en Basora –antaño una ciudad cosmopolita– la presencia
histórica de los cristianos ha sido prácticamente
erradicada junto con la de los sectores secularizados de la
sociedad. La milicia del clérigo Moqtada as–Sáder ha
sido acusada de extorsionar y agredir a los cristianos en
Basora y Bagdad, mientras que grupos confesionales sunníes
vinculados a Al–Qaeda han hecho lo propio en la capital,
en la provincia de Nínive y en el nordeste del país.
[…]
El Kurdistán
iraquí también ha generado desplazados: hasta 100.000 árabes
habrían abandonado esta zona desde el inicio de la ocupación
en una etapa muy temprana de limpieza étnica e intimidación
con la que se procuró revertir la política de arabización
de la región kurda desarrollada por parte del depuesto régimen
durante las décadas de 1980 y 1990. Como si de ciudadanos
de otro Estado se tratara, las autoridades autonómicas
kurdas imponen restricciones de residencia y movimientos en
las tres provincias del Kurdistán iraquí a los árabes,
incluso a aquellos con cónyuges kurdos. Del mismo modo, en
la provincia de at–Tamín las comunidades árabe y
turcomana (cuyos miembros son mayoritariamente shiíes)
sufren la violencia de los cuerpos de seguridad y de las
milicias kurdas (peshmerga) en una guerra encubierta por el
dominio de la riqueza petrolífera de la región en torno a
la capital, Kirkuk.
[…]
Los
objetivos: el dominio sobre Bagdad
Bagdad ha
sido el epicentro estratégico de la extrema violencia que
sufre Iraq. El área metropolitana de Bagdad
(administrativamente otra provincia) tiene un diámetro de
50 kilómetros y albergaba antes de la invasión al 20 por
100 de la población de Iraq, alrededor de seis millones de
habitantes de todas las confesiones y grupos nacionales, que
residían en barrios en su mayoría mixtos. La distribución
poblacional de la capital estaba marcada más por la
estructuración socioeconómica que por la comunitaria, si
bien es cierto que los barrios más desfavorecidos eran
predominantemente shiíes. La capital iraquí puede que haya
visto reducida su población a casi la mitad en los últimos
tres años. [Según los datos de Naciones Unidas] El perfil
predominante entre los refugiados iraquíes en los países
vecinos y entre los desplazados internos es el del árabe
sunní proveniente de Bagdad.
La
violencia contra los sunníes se ha presentado como la
respuesta defensiva de los shiíes frente a los recurrentes
atentados indiscriminados de la red Al–Qaeda en Iraq,
particularmente a partir de febrero de 2006 tras el atentado
contra la mezquita shií de Samarra. Sin embargo, fuentes
periodísticas occidentales y representantes internacionales
e incluso responsables sanitarios iraquíes habían
denunciado una espiral de terror llevada a cabo por milicias
paragubernamentales y cuerpos de seguridad en la capital
desde mediados de 2005, escalada de terror perpetrada con el
beneplácito de los militares estadounidenses.
De hecho,
la batalla por Bagdad más que sectaria ha sido política y
social, con perfiles que permiten intuir que la lógica de
sus promotores respondía a la determinación de erradicar
segmentos poblacionales –independientemente de su
adscripción comunitaria– opuestos a la ocupación y a su
proyecto de normalización política interna. Así, las víctimas
no han sido sólo los miembros de determinadas comunidades
religiosas, sino los sectores secularizados de la sociedad,
sus intelectuales y profesionales, al igual que los
dirigentes y activistas de las organizaciones civiles y políticas
del campo anti–ocupación. […] La dimensión de la
actuación de las milicias, grupos parapoliciales y
escuadrones de la muerte vinculados al gobierno iraquí e
indirectamente a las tropas de ocupación ha sido por tanto
de gran calado estratégico y limita –quizás ya de manera
irreversible– la capacidad interna de reconstrucción y
normalización de Iraq en cualquiera de sus aspectos, algo
que los 13 años de sanciones económicas no habían
logrado.
De igual
manera que se ha considerado a la comunidad shií la
principal víctima de la violencia sectaria, la percepción
internacional ha eludido el hecho de que los nuevos cuerpos
de seguridad iraquíes –la Guardia Nacional (el ejército)
y la policía, con hasta 480.000 efectivos en 2008–,
establecidos tras los edictos de desbaazificación y
disolución de los cuerpos de seguridad promulgados por la
Autoridad Provisional de la Coalición (APC), lo fueron a
partir, esencialmente, de las milicias shiíes y kurdas de
los partidos vinculados a los ocupantes, lo cual determinó
desde un primer momento que su actuación fuera
fundamentalmente sectaria y estuviera encaminada a lograr
claros objetivos estratégicos.
En
concreto, la Organización Badr –brazo armado del poderoso
Consejo Supremo Islámico de Iraq [con anterioridad a 2007,
Consejo Supremo de la Revolución Islámica en Iraq] de
Abdul Aziz al–Hakim, muy vinculado a Irán– utilizó los
cuerpos especiales de la nueva policía para llevar adelante
una temprana guerra sucia contra comunidades religiosas
distintas de la shií y contra el campo asociativo civil
anti–ocupación. Andrew Buncombe y Patrick Cockburn,
periodistas británicos, relataban en el diario The
Independent la actuación de los escuadrones de la muerte en
2005, antes de la voladura de la mezquita de Samarra:
“Cientos
de iraquíes son torturados hasta la muerte o ejecutados
sumariamente todos los meses en Bagdad sólo a manos de
escuadrones de la muerte que trabajan para el Ministerio
[iraquí] del Interior, según ha revelado John Pace, el
responsable saliente de Naciones Unidas para los Derechos
Humanos. Pace, que abandonó Bagdad hace dos semanas,
manifestó el domingo [26 de febrero de 2006] que más de
las tres cuartas partes de los cadáveres amontonados en la
morgue de la ciudad tienen lesiones por disparos en la
cabeza, heridas causadas por objetos contundentes o
quemaduras de cigarrillos.” [5]
A partir de
febrero de 2006, en los meses inmediatamente posteriores a
la voladura de la cúpula de la mezquita de Samarra, esta
escalada de terror paragubernamental fue de tal magnitud que
sólo cabe comprenderla si se tiene en cuenta que pudo
llevarse a cabo gracias a la tolerancia, como mínimo, de
las fuerzas de ocupación de Estados Unidos y al tupido
entramado que forman las nuevas fuerzas de seguridad
policiales y militares iraquíes con las milicias armadas de
los partidos confesionales shiíes (además de kurdos)
integrantes del gobierno iraquí, como indicaban las fuentes
citadas por The Independent. Las autoridades de ocupación y
el gobierno de al–Maliki prohibieron por entonces que las
autoridades médicas de los centros sanitarios
proporcionaran datos sobre el número de cadáveres
abandonados hallados en las calles de la ciudad o
recuperados del río Tigris. Muchas fuentes coinciden en
afirmar que la intensificación de la violencia perpetrada
en la capital contra comunidades no shiíes (incluidos los
palestinos), contra los sectores más secularizados y contra
las mujeres se debió, a partir de ese momento, a la hegemonía
lograda en los barrios shiíes de Bagdad por el Ejército
del Mahdi –la milicia del clérigo Moqtada as–Sáder–,
cuya corriente ostentaba seis carteras en el gobierno de
al–Maliki hasta su salida del gabinete en 2007. Se
estimaba entonces que la Organización Badr y el Ejército
del Mahdi se repartían los 65.000 miembros de los distintos
cuerpos de seguridad del Ministerio del Interior desplegados
en Bagdad [6]. El Ejército del Mahdi recurrió además al
denominado Servicio de Protección de Instalaciones (SPI,
Facilities Protection Service), cuerpos privados de
seguridad establecidos en 2003 por Paul Bremer,
administrador civil de la ocupación, y que pueden contar
con un mínimo de 150.000 miembros. El Ejército del Mahdi,
con entre 60.000 y 100.000 efectivos armados, era entonces
la principal formación sectaria de Iraq, aun cuando la
centralidad de su mando sea discutible.
Así, “a
comienzos de 2006 las milicias han llegado a ser una grave
amenaza prácticamente en todas las provincias, ciudades y
zonas donde la resistencia tiene una presencia limitada”
[7]. Ya antes del verano de ese mismo año, mandos militares
estadounidenses en Iraq reconocían que la violencia
sectaria y social desarrollada por los paramilitares de
filiación confesional shií estaba causando nueve veces más
víctimas que los atentados con coches–bomba atribuidos a
la red de Al–Qaeda en Iraq [8]. […] Según el informe de
la UNAMI para el período de 1 de julio a 31 de agosto de
2006, el número de muertes de civiles en todo el país había
alcanzado la cifra récord de 100 diarias, un número sin
duda muy inferior al real. De ellos, al menos 60 al día
eran hallados en Bagdad, y en un 90 por 100 de los casos
mostraban signos de haber sido torturados antes de ser
ejecutados mediante disparos en la cabeza, por
estrangulamiento o a golpes, con las manos atadas y los ojos
arrancados, la dantesca marca de los escuadrones de la
muerte [9].
[…]
Con tal
panorama, al concluir 2006 los máximos mandos militares de
Estados Unidos dieron por fin su visto bueno a un nuevo
incremento de tropas en Iraq (entonces, 140.000 soldados),
respaldando así, aunque a regañadientes, el plan del
presidente Bush de relanzar la guerra en la capital y en su
periferia oeste y norte.
[…]
Oficialmente,
el incremento de tropas en Iraq tenía como objetivo poner
punto final a la violencia sectaria que había afectado
esencialmente a la capital, una limpieza étnica y social
que durante 2005 y 2006 habían desarrollado impunemente,
ante las tropas estadounidenses, los escuadrones de la
muerte asociados a las formaciones del gobierno de al–Maliki
y sus nuevos cuerpos de seguridad, un hecho del dominio público.
Pero desde los primeros combates desarrollados en Bagdad en
enero quedó claro que las tropas de ocupación tenían como
objetivo cercar y aislar los barrios que aún estaban fuera
del dominio de las milicias paragubernamentales, es decir,
culminar la fragmentación sectaria de la capital y el
aislamiento de su periferia, de muy fuerte implantación
resistente. El despliegue de los nuevos contingentes de
tropas de Estados Unidos en Bagdad fue acompañado del
anuncio del fin de las operaciones armadas en la capital por
parte de la milicia de as–Sáder, el Ejército del Mahdi,
el principal actor del terrible remonte de asesinatos
sectarios y selectivos del anterior año y medio en la
ciudad. […] Hasta la reanudación en abril de 2008 de los
combates en Basora y en otras ciudades del centro y sur, y
en la capital, la prolongación de la tregua de as–Sáder
otorgó al primer ministro al–Maliki y a las tropas de
ocupación un respiro en la escalada de violencia sectaria
que permitió al Pentágono centrar su mortífera actuación
en los barrios resistentes de la capital y al presidente
Bush presentar su nueva estrategia de incremento de tropas
como un éxito.
El balance
de lo que al inicio de 2007 se denominó la “Nueva batalla
por Bagdad” es ambiguo. Ciertamente, en 2007 y 2008 hubo
una discreta reducción de los asesinatos sectarios en la
capital respecto a 2006, si bien siguieron apareciendo cadáveres
con signos de tortura, según testimonios de responsables
hospitalarios de la capital. Sin embargo, la reducción del
número de asesinatos en Bagdad se debió esencialmente a
que ya a comienzos de 2007 Bagdad estaba segmentada en
cantones que redistribuían a las comunidades sunníes y shiíes
en uno y otro margen del río Tigris [10]. Bagdad estaba
entonces ya en sus tres cuartas bajo control de fuerzas de
filiación confesional shií, ya fueran paramilitares o
fuerzas de seguridad asociadas a las tropas estadounidenses:
“En algunos lugares de mayoría shií, como en el barrio
de Hurriyah, situado al noroeste de la capital, la lucha ha
cesado simplemente porque ya no hay, literalmente, más sunníes
a los que asesinar” [11].
La mejora
de la seguridad en la capital, que ocupantes y autoridades
iraquíes pregonan, se ha logrado gracias al terror y al
incremento en el número de desplazados a lo largo de 2007 y
en los primeros meses de 2008. En agosto de 2007, el
Creciente Rojo Iraquí señalaba que el aumento de tropas de
Estados Unidos y la reactivación de la actividad militar en
la capital (el Pentágono multiplicó por cinco los
bombardeos aéreos en 2007) habían determinado que desde
febrero de ese año y hasta ese mes el número de
desplazados se hubiera duplicado, alcanzando una media de
100.000 al mes [12]. Avanzado el año, de nuevo el Creciente
Rojo Iraquí informaba que tan solo en septiembre casi
370.000 iraquíes se habían visto forzados a abandonar sus
hogares, y en octubre al menos otros 100.000, la mayoría de
ellos, nuevamente, habitantes de Bagdad, convertida en una
ciudad fantasma. En 2007 y 2008, como ya ocurriera al
comienzo de la ocupación de Iraq, el desplazamiento masivo
de población se debió esencialmente a la actuación de las
fuerzas de ocupación y no a la denominada violencia
sectaria, la cual, en una nítida secuencia, sirvió a los
mandos militares de Estados Unidos para poder afianzar su
dominio sobre la capital y lanzar su nueva ofensiva.
(*) Los
autores: Bahira Abdulatif es escritora y traductora,
y con anterioridad fue profesora en el Departamento de Español
de la Universidad de Bagdad; Santiago Alba es
escritor y ensayista; Teresa Aranguren es periodista
y escritora, y en la actualidad es miembro del Consejo de
RTVE; Fernando Báez es investigador venezolano,
doctor en Bibliotecología y autor de numerosos trabajos
sobre patrimonio cultural; Hana al–Bayati es
documentalista iraquí; Joaquín M. Córdoba Zoilo es
profesor de Historia de Oriente Antiguo de la Universidad
Autónoma de Madrid y dirige excavaciones arqueológicas en
Oriente Próximo y Asia Central; Pedro Martínez Montávez
es arabista y catedrático emérito de la Universidad Autónoma
de Madrid; Rosa Regàs es escritora; y Carlos
Varea es profesor de Antropología en la Universidad Autónoma
de Madrid. Paloma Valverde y Esther Sanz,
junto con Carlos Varea, han preparado la edición de este
libro, editado con el apoyo de la Universidad Autónoma de
Madrid y de la Campaña Estatal contra la Ocupación y por
la Soberanía de Iraq.
(**) De su
contribución al libro “Muerte y éxodo: la ocupación y
la violencia sectaria en Iraq (2003–2008)”
Notas:
1.
Declaraciones del Alto Comisionado de Naciones Unidas para
los refugiados, António Gutierres, el 17 de junio de2008,
nota informativa del ACNUR de ese mismo día.
2.
UNHCR, 2008. 2007 Global Trends: Refugees, Asylum–seekers,
Returnees, Internally Displaced and Stateless Persons; y
UNHCR, junio de 2008. Internally Displaces Persons in Iraq.
Update (24 March 2008), IDP Working Group, Amán, 24 de
marzo de 2008.
3. En abril
de 2003, antes de la invasión de Iraq medio millón de
iraquíes vivían fuera de su país. Tras el inicio de la
ocupación y hasta 2005, en torno a 300.000 expatriados
iraquíes regresaron a su país, principalmente desde Irán.
Luego, el flujo se invirtió.
4. El
ministerio iraquí de Derechos Humanos ha aportado por
primera vez una estimación oficial de las mujeres
asesinadas, 2.334 entre 2005 y 2007, la mayoría muertas por
milicias confesionales (az–Zaman, 1 de julio de 2008). En
2007, al menos 133 mujeres fueron asesinadas en Basora por
milicias confesionales shiíes, 79 de ellas por supuestas
violaciones de la ley islámica y 47 por los denominados
“asesinatos de honor”, según datos de Naciones Unidas
recogidos en CNN, 8 de febrero de 2008, A. Damon,
“Violations of 'Islamic Teachings' Take Deadly Toll on
Iraqi Women”.
5.
A. Buncombe, P. Cockburn, P, «And Now Come the Death Squads»,
The Independent, 7 de febrero de 2006.
6.
A.H. Cordesman, Iraqi Force Development and the Challenge of
the Civil War, CSIS, Washington, noviembre de 2006.
7. Idem.
8. Los Ángeles
Times, 7 de mayo, 2006.
9. Según
declaraciones del doctor Abdul Razzaq al–Obeidi,
subdirector de la morgue central de la capital, recogidas en
al–Jazeera, 9 de agosto de 2006.
10. Las
tropas estadounidenses llevaron a cabo la culminación de
esta lógica sectaria a lo largo de 2007 erigiendo muros de
tres a cuatro metros de altura en torno a los barrios aún
fuera de su dominio, una práctica iniciada con el de
Adamiya.
11.
L. Frayer, “2,3 Million Flee to Elsewhere in Iraq”, AP,
5 de noviembre de 2007.
12.
J. Glanz, S. Farrell, “More Iraqis Said to Flee Since
Troop Increase”, The New York Times, 24 de agosto de 2007
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