Colonizando Iraq
La doctrina Obama
Por Michael Schwartz (*)
Tom
Dispatch, 09/07/09
Global
Research, 15/07/09
Traducido por Germán Leyens
Introducción
del editor de Tom Dispatch: Colonialismo del siglo XXI en
Iraq
Una de las primeras metáforas que el presidente George W. Bush y algunos de
sus máximos funcionarios utilizaron en los primeros días
inexpertos después de la invasión en Iraq, tuvo que ver
con bicicletas. La pregunta era: ¿Le sacamos las
“rueditas de aprendizaje” a la bicicleta iraquí (de la
democracia)? El entonces secretario de defensa Donald
Rumsfeld, por ejemplo comentó con aire de suficiencia que
la manera de “enderezar” a Iraq era como enseñar a tu
niño a andar en bicicleta:
“Están aprendiendo, y vas corriendo por la calle tocando la parte trasera
del asiento. Sabes que se podría caer si sacas la mano, así
que sacas un dedo y luego dos dedos, y pronto apenas lo
tocas. No puedes saber al ir corriendo por la calle cuántos
pasos tendrás que dar. No podemos saberlo, pero empezamos
bien.”
Esa imagen (condescendiente como la que más) del pequeño niño iraquí que
va pedaleando con un padre estadounidense corriendo detrás,
fue abandonada cuando resultó que al dar vuelta a la
primera esquina lo esperaba un insurgente con una granada
propulsada por cohete. Muchos años y muchos desastres después,
sin embargo, los estadounidenses, sea en el gobierno de
Obama, en la expertocracia de Washington, o en los medios
todavía tienen problemas para no ser condescendientes
cuando se trata de Iraq. Tomemos un ejemplo reciente de
“análisis de noticias” en el New York Times de una
periodista perfectamente perspicaz, Alissa J. Rubin. Llevaba
el título impreso “El nuevo papel de EE.UU. en Iraq lleva
a una búsqueda de medios de influencia” y se concentraba,
en parte, en el reciente viaje del vicepresidente Joe Biden
a ese país, supuestamente para “apaciguar” sentimientos
iraquíes de que son “colocados en el último lugar.”
Rubin escribe (y algo semejante ha sido escrito innumerables veces) que los
estadounidenses buscan ahora un “nuevo tono” en sus
tratos en ese país. (En los años de Bush, lo llamaban a
menudo – en otra extraña metáfora imperial – “poner
una cara iraquí” a las cosas.) “Tienen,” comenta,
“la reputación de ser torpes, de decir a los iraquíes lo
que deben hacer en lugar de preguntarles lo que quieren.”
Pero, por supuesto, como deja en claro el artículo, sea
cual sea su tono, Biden llegó a Iraq a decir a los iraquíes
lo que deben hacer – o cómo ella lo dice, para tratar de
“resolver” los “problemas… que frustraron a tres
previos embajadores y al presidente George W. Bush":
las continuas animosidades sectarias, la aprobación de una
ley petrolera iraquí, y el problema kurdo.
Estos problemas, parecen seguir siendo nuestro lastre y realmente no puedo
imaginarlo de algún modo diferente. Como dejan en claro los
iraquíes citados en el artículo de Rubin, los ocupados –
especialmente la elite – resienten el papel dominante
jugado por EE.UU., sienten desprecio por los ocupantes,
incluso si les cuesta imaginar la vida sin ellos.
Lo menciono sólo porque el tono de la escritura y del pensamiento
estadounidense sobre Iraq siempre ha sido matizado con lo
que según Michael Schwartz, colaborador regular de
TomDispatch y autor de un excelente estudio: “War Without
End: The Iraq War in Context,” [Guerra sin fin: la guerra
de Iraq en contexto] es un profundo deseo colonial, que por
desgracia podría no estarse desvaneciendo, incluso cuando
aumenta la discusión sobre una retirada militar de EE.UU.
de Iraq. (Tom Engelhardt)
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Colonizando Iraq
La
doctrina Obama
Por Michael Schwartz (*)
Los periodistas Steven Lee Myers y Marc Santora del New York Times
describieron la tan pregonada retirada estadounidense de
ciudades de Iraq de la semana pasada:
“Gran parte del complicado trabajo de desmantelar y remover millones de dólares
de equipamiento de los puestos avanzados de combate en la
ciudad fue hecho en medio de la noche. El general Ray
Odierno, el comandante estadounidense de todo Iraq, ordenó
que una cantidad creciente de operaciones básicas –
convoyes de transporte y de reabastecimiento, por ejemplo
– se realicen de noche, cuando menos iraquíes vean que la
retirada estadounidense no es total.”
Actuar en medio de la noche, en los hechos, parece captar de un modo
particularmente impactante la naturaleza de los planes
estadounidenses para Iraq. La semana pasada, a pesar de la
muerte de Michael Jackson, Iraq volvió a las noticias de la
televisión mientras los iraquíes celebraban una altamente
publicitada retirada militar estadounidense de sus ciudades.
Hubo fuegos artificiales, algunos iraquíes se reunieron
para bailar y vitorear; la primera parada militar desde los
días de Sadam Hussein (en la fortificada Zona Verde, ya que
las calles ordinarias son demasiado peligrosas para cosas
semejantes); EE.UU. entregó numerosas pequeñas bases y
puestos avanzados; y el primer ministro Nouri al–Maliki
proclamó un día festivo nacional – “día de la soberanía,”
lo llamó.
Todo esto se ajusta a un guión presentado de modo promisor por el
presidente Barack Obama en su campaña presidencial de 2008.
Más recientemente, en su muy elogiado discurso a los
estudiantes de la Universidad de el Cairo en Egipto, prometió
que EE.UU. no mantendría bases en Iraq, y ciertamente
retiraría sus fuerzas militares del país para fines de
2011.
Por desgracia, no sólo para los iraquíes, sino para el público
estadounidense, lo que cuenta es lo que está sucediendo
“a oscuras” – más allá del brillo de las luces y de
las cámaras de televisión. Aunque muchos críticos de la
Guerra de Iraq han estado dispuestos a darle algo de cuerda
al gobierno de Obama mientras su equipo de política
exterior y los militares de EE.UU. se preparan para esa
retirada definitiva, parece estar ocurriendo algo distinto
– algo más inquietante.
Y no fue sólo que el presidente se haya andado con rodeos sobre la retirada
de tropas estadounidenses “de combate” de Iraq, ampliada
ahora de 16 a 19 meses, – que, en todo caso, representan sólo
un tercio de los 130.000 soldados de EE.UU. que permanecen
en el país. Tampoco fue el re–etiquetamiento de algunos
de ellos como “asesores” para que pudieran, en los
hechos, quedarse en las ciudades evacuadas, o el rediseño
de las líneas fronterizas de la capital iraquí, Bagdad,
para excluir a un par de bases esenciales que los
estadounidenses no estaban dispuestos a abandonar.
Después de todo, no puede caber duda de que la política del gobierno de
Obama es ciertamente reducir lo que el Pentágono podría
llamar la “huella” militar de EE.UU. en Iraq. Para
decirlo de otro modo, los principales funcionarios de Obama
parecen optar, no por el torpe militarismo al estilo de Bush,
sino por lo que podría ser considerado como un empuje
administrativo en Iraq, que el vicepresidente Joe Biden ha
llamado “un programa mucho más agresivo frente al
gobierno iraquí para impulsarlo a la reconciliación política.”
Un alto funcionario anónimo del Departamento de Estado describió como
sigue esta nueva política de “la oscuridad de la noche”
a la reportera del Christian Science Monitor Jane Arraf:
“Uno de los desafíos de esa nueva relación es cómo
EE.UU. podrá seguir teniendo influencia en decisiones
cruciales sin que se note que lo hace.”
Sin que se note que lo hace. En esto el general Odierno y el funcionario anónimo
están de acuerdo. Y también, parece, Washington. Como
resultado, lo esencial que se puede decir sobre la
planificación militar y civil del gobierno de Obama hasta
ahora es lo siguiente: olvida los titulares, los fuegos
artificiales, y las multitudes alborozadas de iraquíes en
tu pantalla de televisión. Deja de lado por el momento toda
esa habla de retirada y – si echas una mirada de cerca,
dejando que tus ojos se ajusten a la oscuridad – lo que
ves vagamente es la silueta de una nueva postura
estadounidense en Iraq. Piensa en ella como Doctrina Obama.
Y lo que no ves es algo que se parezca a la postura de una
potencia ocupante que se prepara para cerrar el negocio y
partir a casa.
A medida que tus ojos se acostumbren a la oscuridad, comenzarás a
identificar un esfuerzo creciente para asegurar que Iraq
siga siendo un Estado cliente de EE.UU., o, como lo describió
el general Odierno a la prensa el 30 de junio: “un socio a
largo plazo de EE.UU. en Oriente Próximo.” Queda por ver
si el equipo nacional de seguridad de Obama tendrá éxito
en lograrlo, pero, a primera vista, lo que aparece en el
centro de atención parece ser algo que no deja de ser
familiar para estudiantes de historia. En otro tiempo, solía
tener un nombre: colonialismo.
Colonialismo
en Iraq
El colonialismo tradicional se caracterizaba por tres rasgos: la toma de
decisiones en última instancia estaba en manos del poder
ocupante en lugar del gobierno cliente indígena; el
personal de la administración colonial estaba gobernado por
leyes e instituciones diferentes que la población colonial;
y la economía política local estaba conformada para servir
los intereses de la potencia ocupante. Todos los rasgos del
colonialismo colonial se conformaron en los años de Bush en
Iraq y ahora, por lo visto, sigue siendo lo mismo, en
algunos casos incluso con más fuerza, en los primeros meses
de la era de Obama.
La embajada de EE.UU. en Iraq, construida por el gobierno de Bush con unos
740 millones de dólares, es de lejos la mayor del mundo.
Está poblada ahora por más de 1.000 administradores, técnicos
y profesionales – diplomáticos, militares, de
inteligencia, y otros – por más que se refieran a todos,
aunque sea con un eufemismo, como “diplomáticos” en
declaraciones oficiales y en los medios. Ese nivel de
personal – 1.000 administradores para un país de unos 30
millones – es mucho más que la norma clásica de control
imperial. A comienzos del Siglo XX, por ejemplo, Gran Bretaña
utilizó menos funcionarios para gobernar a una población
de 300 millones en el Raj Indio.
Una semejante concentración de burocracia extranjera en un centro de
comando regional tan gigante – y por el momento no se ve
ninguna reducción o retirada en su caso – ciertamente
muestra un propósito imperial más amplio de Washington:
tener a mano suficiente poder laboral administrativo para
asegurar que los asesores estadounidenses permanezcan
significativamente arraigados en el proceso de toma de
decisiones políticas iraquí, en sus fuerzas armadas, y en
los ministerios clave de su economía (dominada por el petróleo).
Desde los primeros momentos de la ocupación de Iraq, ha habido funcionarios
estadounidenses sentados en las oficinas de políticos y burócratas
iraquíes, dando líneas directivas, entrenando a los
responsables de decisiones, y mediando en disputas internas.
Como consecuencia, los estadounidenses han estado
virtualmente involucrados, directa o indirectamente, en toda
toma de decisiones significativas del gobierno.
En un reciente artículo, por ejemplo, el New York Times dice que
funcionarios de EE.UU. “cabildean silenciosamente” para
eliminar un referéndum nacional obligatorio sobre el
Acuerdo del Estatus de las Fuerzas (SOFA) negociado entre
EE.UU. e Iraq – un referéndum que, si es derrotado,
obligaría por lo menos en teoría a la retirada inmediata
del país de todas las tropas de EE.UU. En otro artículo,
el Times informó que funcionarios de la embajada “han
intervenido a menudo para mediar entre bloques
enfrentados” en el parlamento iraquí. En otro, el periódico
militar Stars and Stripes mencionó de pasada que un
funcionario de la embajada “asesora a los iraquíes en el
manejo del aeropuerto de un valor de 100 millones de dólares”
que acaba de ser terminado en Najaf. Y así van las cosas.
Vida
segregada
La mayoría de los regímenes coloniales establecen sistemas en los cuales
los extranjeros involucrados en tareas de ocupación son
servidos (y disciplinados) por una estructura institucional
separada de la que gobierna a la población indígena. En
Iraq, EE.UU. ha estado estableciendo una tal estructura
desde 2003, y el gobierno de Obama muestra todos los signos
de estarla ampliando.
Como en todas las embajadas del mundo, los funcionarios de la embajada de
EE.UU. no están sujetos a las leyes del país anfitrión.
La diferencia es que, en Iraq, no se dedican simplemente a
sellar visas y cosas semejantes, sino están ocupados en
proyectos cruciales que los involucran en la miríada de
aspectos de la vida diaria y del gobierno, aunque como una
casta esencialmente separada de la sociedad iraquí. El
personal militar forma parte de esa estructura segregada: el
recientemente firmado SOFA asegura que los soldados
estadounidenses seguirán siendo virtualmente intocables por
la ley iraquí, incluso si matan a civiles inocentes.
Versiones de esta inmunidad se extienden a todos los que están asociados
con la ocupación. Contratistas privados de seguridad, de la
construcción y comerciales empleados por las fuerzas de
ocupación no están protegidos por el acuerdo SOFA, pero a
pesar de ello están protegidos contra las leyes y
regulaciones que aplicadas a residentes iraquíes normales.
Como dijo un funcionario del FBI basado en Iraq al New York
Times, las obligaciones de los contratistas son definidos
por “nuevos acuerdos entre Iraq y EE.UU. que regulan el
estatus legal de contratistas.” En un caso reciente en el
cual cinco empleados de un contratista de EE.UU. fueron
acusados del asesinato de otro contratista, el caso fue
investigado conjuntamente por la policía iraquí y
“representantes locales del FBI,” y la jurisdicción
final fue negociada por funcionarios iraquíes y de la
embajada de EE.UU. El FBI ha establecido una presencia
importante en Iraq para implementar esos “nuevos
arreglos.”
El trato especial se extiende a empresas que se ocupan de los miles de
millones de dólares gastados mensualmente en Iraq en
contratos de EE.UU. La responsabilidad primordial de un
contratista es seguir “líneas directivas que los
militares de EE.UU. entregaron en 2006.” En todo esto, la
ley iraquí tiene un papel claramente secundario. En un caso
que aparentemente es típico, un contratista kuwaití
contratado para alimentar a soldados estadounidenses fue
acusado de encarcelar a sus trabajadores extranjeros y
luego, cuando protestaron, los envió a casa sin paga. El
caso fue tratado por funcionarios estadounidenses, no por el
gobierno iraquí.
Más allá de esta segregación legal, EE.UU. también ha estado erigiendo
una infraestructura segregada dentro de Iraq. La mayoría de
las embajadas y bases militares del mundo se basan en el país
anfitrión para alimentación, electricidad, agua,
comunicaciones y suministros diarios. No así la embajada de
EE.UU. o las cinco principales bases que están en el centro
de la presencia militar estadounidense en ese país. Todas
tienen sus propios sistemas de generación de electricidad y
de purificación de agua, sus propias comunicaciones
dedicadas, y alimentos importados del exterior del país.
Ninguna, naturalmente, sirve cocina iraquí autóctona; la
embajada importa ingredientes para restaurantes
estadounidenses relativamente sofisticados, y las bases
militares ofrecen comida rápida estadounidense y comida de
restaurantes en cadena.
EE.UU. incluso ha creado los rudimentos de su propio sistema de transporte.
Los iraquíes son demorados a menudo cuando viajan dentro
de, o entre ciudades, por un laberinto de puntos de control
creados por la ocupación (y que ahora a menudo tienen
personal iraquí), barreras de hormigón y calles y
carreteras destruidas por las bombas; por otra parte, los
soldados y oficiales de EE.UU. en ciertas áreas pueden
movilizarse rápidamente, gracias a privilegios especiales e
instalaciones segregadas.
En los primeros años de la ocupación, grandes convoyes militares que
transportaban suministros o soldados simplemente tomaban
posesión temporal de las carreteras y calles iraquíes. Los
iraquíes que no se apartaban rápidamente eran amenazados
por un poder de fuego letal. Para pasar por las filas que a
veces duraban horas en los puntos de control, los
estadounidenses recibían tarjetas de identidad especiales
que “garantizaban paso rápido… en pistas separadas,
pasando a los iraquíes a la espera.” Aunque el “paso rápido”
supuestamente debía terminar con la firma del SOFA, el
sistema sigue operando en muchos puntos de control, y los
convoyes siguen transitando por las comunidades iraquíes y
los “conductores iraquíes se siguen apartando en masa.”
Recientemente, la ocupación también se ha estado apropiando de diversas
calles y carreteras para su uso exclusivo (una idea que
pueden haber copiado de los 40 años de ocupación israelí
de Cisjordania). Esta innovación ha hecho que el transporte
sin convoy sea más seguro para funcionarios de la embajada,
contratistas y personal militar, mientras degrada aún más
el sistema de carreteras de Iraq, que ya está en mal
estado, al clausurar vías públicas utilizables. Paradójicamente,
también ha permitido que los insurgentes coloquen bombas al
borde de la ruta con la seguridad de que éstas sólo
afecten a extranjeros. Un incidente semejante en las afueras
de Faluya ilustra lo que ahora se ha convertido en políticas
de la era de Obama en Iraq:
“Los estadounidenses iban conduciendo por una carretera utilizada
exclusivamente por los militares estadounidenses y los
equipos de reconstrucción cuando estalló una bomba, que
los funcionarios locales de seguridad iraquíes describieron
como un artefacto explosivo improvisado. No se permite que
ningún vehículo iraquí, ni siquiera los del ejército o
de la policía, utilice la carretera en la que ocurrió el
ataque, según los residentes. Hay un punto de control a sólo
200 metros del sitio del ataque, para impedir el paso de vehículos
no autorizados, dijeron los residentes.”
No es claro si esa carretera será devuelta a los iraquíes, incluso si la
base que sirve es clausurada. De todos modos, la política
en general parece estar bien establecida – la designación
de carreteras segregadas para dar cabida a los 1.000 diplomáticos
y a las decenas de miles de soldados y contratistas que
implementan sus políticas. Y es sólo un aspecto de una
infraestructura dedicada diseñada para facilitar la
continua participación de EE.UU. en el desarrollo,
implementación, y administración de políticas político–económicas
en Iraq.
¿A quién obedecen los militares?
Una manera de “liberar” a los militares estadounidenses para la retirada
sería, claro está, si los militares iraquíes pudieran
manejar solos la misión de pacificación. Pero no hay que
esperarlo para dentro de poco. Según los informes en los
medios no es probable que, si todo va bien, eso ocurra por
lo menos en una década. Una señal reveladora es la
presencia omnipresente de asesores militares estadounidenses
que todavía están empotrados en las unidades de combate
iraquíes. Por ejemplo, el teniente Matthew Liebal, “está
todos los días” junto al teniente coronel Mohammed Hadi,
“comandante de la 43ª Brigada del Ejército iraquí que
patrulla el este de Bagdad.”
Cuando se trata de los militares iraquíes, este tipo de supervisión no será
temporario. Después de todo, las fuerzas armadas que EE.UU.
ayudó a crear en Iraq todavía carecen, entre otras cosas,
de suficiente capacidad logística, artillería pesada, y
una fuerza aérea. En consecuencia, las fuerzas de EE.UU.
transportan y reabastecen a los soldados iraquíes,
posicionan y disparan la munición de alto calibre, y
suministran apoyo aéreo cuando es necesario. Ya que los
militares de EE.UU. no están dispuestos a permitir que
oficiales iraquíes comanden a soldados estadounidenses, es
obvio que estos no pueden tomar decisiones sobre el disparo
de artillería, el uso y dirección de aviones de la Fuerza
Aérea de EE.UU., o el envío de personal logístico de
EE.UU. a zonas de guerra. Por lo tanto, todas las misiones
iraquíes están condenadas a ser acompañadas por asesores
y personal de apoyo estadounidenses por un período futuro
desconocido.
No se espera que las fuerzas armadas iraquíes obtengan modernos aviones
caza (o que tengan los pilotos entrenados para pilotarlos)
hasta por lo menos 2015. Esto significa que, dondequiera esté
estacionado el poder aéreo de EE.UU., incluida la masiva
base aérea en Balad al norte de Bagdad, constituirá, de
hecho, la fuerza aérea iraquí en el futuro previsible.
Incluso las funciones más elementales de mantenimiento del orden público
de los militares pueden ser problemáticas sin la presencia
estadounidense. Típicamente, cuando el periodista del New
York Times, Steven Lee Myers, preguntó a un comandante de
batallón iraquí “si necesitaba respaldo estadounidense
para un arresto criminal, respondió simplemente:
‘evidentemente.’” John Snell, asesor australiano de
los militares de EE.UU., fue igual de directo, cuando dijo a
un periodista de Agence France Presse que, si EE.UU. retira
sus tropas, las fuerzas armadas iraquíes “se desintegrarían
rápidamente.”
En un artículo en World Policy Journal del invierno pasado, John A. Nagl,
experto militar y ex asesor del general David Petraeus,
expresó una opinión comúnmente compartida de que tardará
por lo menos una década antes de que haya fuerzas armadas
iraquíes independientes.
¿A quién pertenece la economía?
Terry Barnich, víctima de la bomba mencionada al borde de la ruta en Faluya,
personificaba el arraigo económico de la ocupación. Como
director adjunto del Departamento de Estado de EE.UU. para
la Oficina de Ayuda a la Transición para Iraq y máximo
asesor del Ministerio de Electricidad de Iraq, cuando murió
iba “volviendo de una inspección de una planta de
tratamiento de aguas servidas que se está construyendo en
Faluya.”
Su doble papel como alto responsable en el proceso de formulación de políticas
y “máximo asesor” de uno de los principales ministerios
de infraestructura de Iraq refleja la postura continua de
EE.UU. respecto a Iraq en los primeros meses de la era de
Obama. Iraq sigue siendo, aunque a disgusto, un gobierno
cliente; aspectos significativos del poder de decisión en
última instancia siguen en manos de las fuerzas de ocupación.
Nótese, a propósito, que es evidente que Barnich ni
siquiera viajaba con funcionarios iraquíes.
La presencia intrusiva de la embajada en Bagdad se extiende a la crucial
industria petrolera, que actualmente suministra un 95% de
los fondos del gobierno. Cuando tiene que ver con la energía,
la ocupación ha tratado hace tiempo de conformar la política
y de transferir la responsabilidad operaciones de empresas
estatales iraquíes de los años de Sadam Hussein a
importantes compañías petroleras internacionales. En 2004,
en uno de sus esfuerzos más exitosos, EE.UU. entregó un
exclusivo contrato por 1.200 millones de dólares para
reconstruir las decrépitas instalaciones de transporte de
petróleo del sur de Iraq (que manejan un 80% de su flujo de
petróleo) a KBR, la tristemente célebre antigua
subsidiaria de Halliburton. La supervisión de ese contrato
fenomenalmente mal administrado, que todavía no ha sido
terminado después de cinco años, fue entregada al
Inspector General de EE.UU. para la Reconstrucción de Iraq.
El gobierno iraquí, en los hechos, todavía ejerce un control notablemente
pequeño sobre los ingresos petroleros “iraquíes”. El
Fondo de Desarrollo para Iraq (cuyos ingresos son
depositados en el Banco de la Reserva Federal de Nueva York)
fue establecido bajo auspicios de Naciones Unidas después
de la invasión y recibe un 95% de los ingresos de las
ventas de petróleo iraquí. Todos los retiros de dinero del
gobierno son luego supervisados por el Consejo Asesor y
Controlador Internacional aprobado por la ONU, un panel de
expertos nombrados por EE.UU., procedentes en su mayoría de
las industrias petroleras y financieras globales. La
transferencia de esa función supervisora a un organismo
nombrado por iraquíes, que supuestamente debería tener
lugar en enero, ha sido retardada por el gobierno de Obama,
que afirma que el gobierno iraquí todavía no está listo
para asumir una responsabilidad semejante.
Mientras tanto, continúa la campaña para transferir la administración de
operaciones esenciales del petróleo a las grandes compañías
petroleras. A pesar de la resistencia de los trabajadores
iraquíes del petróleo, los administradores de las dos
compañías petroleras nacionales, un bloque de mayoría en
el parlamento iraquí, y la opinión pública de ese país,
EE.UU. ha mantenido la presión sobre el gobierno al–Maliki
para que promulgue una ley petrolera que haría obligatorios
instrumentos de licencia llamados acuerdos de coparticipación
en la producción (PSA).
Si fueran promulgados esos PSA asegurarían, sin transferir la propiedad
permanente a las compañías petroleras, el control efectivo
sobre los campos petrolíferos de Iraq, dándoles arbitrio
total para explotar las reservas de petróleo del país,
desde la exploración hasta las ventas. La presión de
EE.UU. ha ido del continuo “consejo” entregado por
funcionarios estadounidenses estacionados en los ministerios
iraquíes correspondientes a amenazas de confiscar parte o
todo el dinero del petróleo depositado en el Fondo de
Desarrollo.
Por el momento, el gobierno iraquí intenta un paso más limitado; subastar
contratos de administración a compañías petroleras
internacionales en un esfuerzo por aumentar la producción
en ocho campos existentes de petróleo y gas natural. Aunque
las compañías ganadoras no obtendrían un derecho total
para explorar, producir y vender el petróleo de algunos de
los campos petrolíferos potencialmente más ricos del
mundo, por lo menos obtendrían un cierto control
administrativo en la modernización del equipamiento y en la
extracción de petróleo, posiblemente hasta durante 20 años.
Si la subasta termina por tener éxito (lo que no es en nada seguro, ya que
la primera vuelta produjo sólo un acuerdo que aún no ha
sido firmado), la industria petrolera iraquí se arraigaría
aún más profundamente en el aparato de ocupación, no
importa lo que suceda oficialmente con las fuerzas
estadounidenses en ese país. Entre otras cosas, es casi
seguro que la embajada estadounidense sería responsable de
la inspección y la orientación del trabajo de los que
obtengan los contratos, mientras los militares y
contratistas privados serían los garantes de su seguridad
en el terreno. Fayed al–Nema, director ejecutivo de South
Oil Company, habló por la mayoría de los oponentes a tales
acuerdos cuando dijo al periodista de Reuters, Ahmed Rasheed,
que si fueran aprobados los contratos, “encadenaría a la
economía iraquí y aherrojaría a su independencia durante
los próximos 20 años.
¿Quién es el dueño?
En 2007, Alan Greenspan, ex jefe de la Reserva Federal, dijo al periodista
del Washington Post, Bob Woodward que “eliminar a Sadam
fue esencial” – algo que señaló en su libro “The Age
of Turbulence “– porque EE.UU. no podía “depender de
fuentes potencialmente inamistosas de petróleo y gas” en
Iraq. Es exactamente la forma de pensar que sigue existiendo
en los círculos políticos de EE.UU.: la Estrategia
Nacional de Defensa de 2008, por ejemplo, especifica el uso
del poder militar estadounidense para mantener “el acceso
y el flujo de recursos energéticos vitales para la economía
mundial.”
Después de sólo cinco meses en el poder, el gobierno de Obama ya ha
suministrado una evidencia significativa de que, como su
predecesor, sigue comprometido con el mantenimiento de ese
“acceso y flujo de recursos energéticos” en Iraq,
incluso mientras coloca su principal apuesta militar en la
victoria en la guerra en expansión en Afganistán y Pakistán.
No puede caber duda de que Washington está empeñado ahora
en un esfuerzo por reducir significativamente su huella
militar en Iraq, pero sin, si todo va bien para Washington,
reducir su influencia.
Esto parece ser un intento de una versión de la dominación colonial en el
Siglo XXI, posiblemente a bajo precio, mientras los recursos
son transferidos al ala oriental del Gran Oriente Próximo.
No existe, claro está, ninguna garantía de que esta nueva
estrategia – tal vez mejor considerada como colonialismo
light o Doctrina Obama – tenga más éxito que el de las
numerosas ofensivas militares en primera línea emprendidas
por el gobierno de Bush. Después de todo, en la atmósfera
incierta, todavía violenta, de Iraq, incluso las grandes
compañías petroleras han dudado antes de apresurarse a
participar, y la subasta de contratos petroleros comienza a
parecer incierta, incluso cuando otras iniciativas
“civiles” siguen, en el mejor de los casos, incompletas.
Mientras el gobierno de Obama sigue enfrentado a la realidad de tratar de
satisfacer la ambición del general Odierno de convertir a
Iraq en “un socio a largo plazo de EE.UU. en Oriente Próximo”
mientras trata de librar una gran guerra de
contrainsurgencia en Afganistán, podría encontrar también
un dilema familiar enfrentado por las potencias coloniales
del Siglo XIX: que sin la aplicación de una fuerza militar
abrumadora, la colonia deseada puede orientarse hacia la
independencia soberana. Si es así, el lúgubre pronóstico
del corresponsal militar Thomas Ricks, ganador del premio
Pulitzer, de que EE.UU. recién va “a mitad de camino por
esta guerra” – podría resultar demasiado exacta.
(*) Profesor de sociología en la Universidad del Estado Stony Brook, Michael
Schwartz es autor de “War Without End: The Iraq War in
Context” (Haymarket Books), que explica como la geopolítica
militarizada del petróleo condujo a EE.UU. a desmantelar el
Estado y la economía de Iraq mientras alimentaba una guerra
civil sectaria. El trabajo de Schwartz apareció en
numerosos medios académicos y populares. Es colaborador
regular de TomDispatch.com. Su dirección de correo electrónico
es: ms42@optonline.net.
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