Cinco años después de la invasión, el corresponsal de El Mundo (Madrid)
logra entrar en Faluya tras verse obligado a obtener un
permiso para moverse por las calles de la ciudad iraquí.
Situada a 70 kilómetros de Bagdad, continúa cercada por
muros y alambradas. Javier Espinosa visita los hospitales y
a las familias cuyos hijos han muerto o sobrevivido con
monstruosas deformidades debidas a los bombardeos masivos.
Las jóvenes de esta ciudad iraquí están aterrorizadas por
la posibilidad de quedarse embarazadas. Decenas de bebés
están naciendo deformes. La razón, según ONGs y médicos
expertos, son las bombas arrojadas por los americanos en
2004. El periodista se atreve a viajar hasta allí y
consigue fotos impublicables.
En el carné de identidad iraquí 283.678 tan sólo se aprecia el diminuto
rostro de un bebé. Shukriya y Jassem decidieron ocultar su
terrible condición cubriendo el cuerpo de la pequeña con
una toalla. El documento asegura que Fatma, la menor de los
seis hijos de la pareja iraquí, nació el 27 de abril del
2006. «Los otros nacieron antes de la guerra [del 2003] y
ninguno antes ha tenido problemas de salud», explica la
madre de la pequeña.
Cuando los doctores del hospital de Faluya le hicieron la pertinente ecografía
le anunciaron que iba a tener trillizos. «Vieron tres
cabezas», dice Shukriya.
Pero el día de la cesárea la esperanza de la mujer mudó a pesadilla. Los
doctores extrajeron primero un monstruo sin vida. Un cráneo
casi sin cuerpo, unido sólo a un pingajo de carne. Después
se encontraron con Fatma. Tenía dos cabezas. Carecía de
paladar y mostraba un agujero en el corazón.
En sus repetidas visitas a los centros hospitalarios de Faluya, Shukriya
descubrió que el caso de su hija no era único. Que en la
ciudad iraquí estaba naciendo un inexplicable número de
bebés deformes o afectados por raras anomalías congénitas.
Fue la misma conclusión a la que llegaron los doctores del
Hospital General de Faluya y por ello comenzaron a
documentar con fotografías estos extraños padecimientos.
Crónica ha tenido acceso a decenas de estas instantáneas, imposibles de
publicar por su crudeza. Son imágenes que reflejan lo que
semeja ser «un gran desastre», en expresión entresacada
del estudio que ha realizado al respecto la ONG Centro de
Conservación del Medio Ambiente de Faluya. Fotos de
criaturas con un solo ojo, con dos cráneos, hinchadas y con
los intestinos fuera (una inusual condición llamada
exomphalos), con parte de la columna vertebral al aire libre
(espina bífida), repletos de escamas o sin alguna de sus
extremidades.
«Las jóvenes de Faluya están aterrorizadas por la posibilidad de tener un
hijo ante el incremento del número de bebés nacidos con
deformaciones grotescas». Éste era el mensaje que lanzaba
la misiva que envió el pasado día 12 de octubre a la
Asamblea General de Naciones Unidas un grupo de activistas y
expertos internacionales liderados por la ex ministra de
Asuntos de la Mujer de Irak, Nawal Al–Samarrai, para
llamar la atención sobre lo que está ocurriendo en la
villa árabe.
Septiembre:
75%, deformes
El documento ofrecía una angustiosa estadística que Samarrai atribuyó a
cifras recopiladas en el citado Hospital General de Faluya.
Según estos guarismos, en septiembre nacieron en dicho
centro 170 bebés, de los cuales el 24% falleció en menos
de una semana. Un 75% de los recién nacidos que murieron
fueron catalogados como «deformes». Remontándose a agosto
del 2002, el escrito contabilizaba 530 nacimientos, seis
muertes en los primeros siete días de vida y sólo un caso
de deformidad.
«Empezamos a oír hablar de este problema durante el Gobierno de Iyad
Allawi (junio 2004–abril de 2005), pero nunca se hizo
nada. En varias ocasiones intenté que se ayudara a las
familias afectadas pero los ministros tenían miedo de los
americanos», precisa Samarrai, que renunció a su cargo en
febrero. «No nos cabe duda de la relación que existe entre
estos bebés deformes y el uso de armas como el fósforo
blanco y el uranio empobrecido. Es sólo un ejemplo de los
crímenes de guerra que cometieron los americanos y por eso
le hemos pedido a la ONU que se abra una investigación
internacional», asegura.
De
Vietnam a Faluya
La guerra golpeó Faluya como un ciclón. El ejército estadounidense se
empleó a fondo en abril y especialmente en noviembre y
diciembre del 2004 en una batalla calle por calle que los
expertos equiparan sólo a los feroces combates que libraron
en la ciudad vietnamita de Hue en 1968.
Según las estadísticas locales, casi 36.000 de las 50.000 viviendas de la
ciudad fueron arrasadas o sufrieron graves daños, además
de 60 colegios y 65 mezquitas.
«Cuando volvimos, los gatos y los perros estaban gordísimos debido a la
cantidad de carne humana que habían comido», recuerda
Ismail Abdul Karim, presidente de la ONG local Alakhiyar,
otra de las agrupaciones que están intentado quebrar el
silencio informativo que se ha creado en torno a los bebés
deformes.
Desde un primer instante los residentes de Faluya denunciaron que las
fuerzas estadounidenses habían usado todo tipo de armas
devastadoras: desde uranio empobrecido (conocido por las
siglas DU) a fósforo blanco.
Sólo un año más tarde y después de que la RAI italiana ofreciera imágenes
concluyentes sobre dicha práctica en el documental Faluya:
la masacre oculta, Washington admitió haber utilizado fósforo
blanco pero «sólo contra enemigos combatientes», explicó
el coronel Barry Venable, portavoz del Pentágono.
«El fósforo blanco es una munición convencional, no es un arma química.
No es ilegal ni está prohibida», clamó este militar.
A cinco años de aquella fecha todavía es fácil descubrir habitáculos
reducidos a escombros en las calles de esta población sita
70 kilómetros al oeste de Bagdad. La ciudad que antaño
albergó a 600.000 personas continúa cercada por muros,
alambradas y controles. Cualquier visitante –incluido el
reportero de Crónica– debe obtener un permiso para
acceder al interior. Ello no ha impedido que se reactive la
violencia en los últimos meses ni el retorno de la
desquiciada acción de los suicidas.
Campo
de lápidas
El símbolo del pavoroso legado que ha dejado este conflicto en la población
es el llamado «cementerio de los mártires». El antiguo
estadio de fútbol de Faluya que, al igual que pasó en
Sarajevo, tuvo que ser usado como necrópolis durante las
ofensivas del 2004.
Los sepultureros del improvisado camposanto recuperan de su memoria
acontecimientos más próximos. Se acuerdan perfectamente de
Fatma. «Sí, tenía una cabeza muy grande», rememora Jamsa
Mohamed Saleh. El empleado del recinto deambula entre las
hileras de tumbas y comienza a señalar las pequeñas lápidas
que marcan las que están dedicadas a infantes. Hay docenas
de ellas. «Desde hace dos años no dejan de llegar niños.
Enterramos entre 30 y 50 al mes. La mayoría nacen ya
muertos. Llevo trabajando aquí desde 1989 y nunca había
visto algo igual. Dicen que son las armas que usaron los
americanos», apunta.
Su compañero Kamel Yassem Mohamed se encarga de lavar los cuerpos siguiendo
la tradición del Islam. «Muchísimos son bebés deformes»,
asevera.
Desbordados por un fenómeno que no comprenden, los padres de las víctimas
decidieron reunirse el año pasado en un colegio local. «Hicimos
un llamamiento y aparecieron 350 niños», relata Ismail
Abdul Karim. En una grabación que se realizó sobre aquella
protesta se aprecia al grupo de afectados bajo una pancarta
que reza: «Niños incapacitados víctimas de las
operaciones militares». También se pueden ver varias de
las criaturas. Uno de los chiquillos muestra unas piernas
reducidas a muñones que semejan aletas.
La pequeña Tiba Aftan llora desconsolada bajo el agobio que le produce el
tumor que tiene en la cara. Durante sus primeras semanas de
vida, Tiba parecía ser un bebé sano. Pero su madre relató
a la cadena de televisión Al Yazeera cómo su hija pasó de
ser una entrañable recién nacida a un ser desfigurado.
«Tres días después de su nacimiento me di cuenta de que tenía unas pequeñas
arterias sobre el ojo. La gente decía que era sólo una
marca de nacimiento», explicó. Cuando Aftan tenía un mes
de vida, las ramificaciones comenzaron a crecer y
extenderse. Surgieron como una masa de color violeta y
aspecto turbador que le cubrió medio rostro. «Los médicos
me dijeron que no había cura, que tenía un tumor en los
vasos sanguíneos», añadió la madre. Afta tuvo suerte.
Tras deambular por múltiples hospitales pudo trasladarse a
Jordania donde los doctores le extirparon la protuberancia.
Agujeros
en el corazón
Son incontables los casos de niños que no han sido tan afortunados. Basta
con realizar una visita al nuevo y flamante hospital de
Faluya, uno de los escasos proyectos de reconstrucción que
parecen haberse materializado en Irak desde la invasión
estadounidense. Aquí, doctores como Ali Abdel Hamid
reconocen no comprender el incremento de bebés que nacen
con trastornos incompatibles con la vida.
«Las anomalías congénitas ocurren en todos los países, pero en Faluya el
número es asombroso. El problema más común ahora es lo
que llamamos enfermedades cardíacas hereditarias. Los bebés
nacen con los dos ventrículos del corazón comunicados por
un agujero. Es algo habitual en el resto del mundo pero
también lo es que ese agujero se cierre cuando el bebé
crece, pero aquí no pasa eso. Los niños se nos mueren. Los
agujeros en el corazón son enormes. Ayer murió otra niña
de esa misma dolencia. Antes de la guerra teníamos tres o
cuatro de este tipo al mes; ahora es la misma cifra pero por
semana», denuncia el facultativo.
Hamid acompaña al periodista en un recorrido por las habitaciones del
hospital, donde se multiplican los casos de pequeños
afectados por estos defectos.
Con sólo 29 días de vida, Sharaf Sabah ha tenido que ser operada de espina
bífida. Cerca de ella descansa Malak Ahmed, que nació hace
cinco jornadas. Su cráneo parece abombado. «Le está
supurando el cerebro. Se le está llenando de líquido»,
aclara la doctora Samira Telfah Abdel Gani.
En otra habitación se encuentra Hudeifa Udei, un bebé que vino al mundo
hace sólo 48 horas. Tiene las piernas contrahechas, como si
fueran las extremidades de un sapo. «Si preguntas a
cualquier experto o lees libros de medicina, te dicen que
estas deformaciones son producto de la contaminación del
medio ambiente. Pero no tenemos pruebas definitivas sobre la
relación que tengan con las armas que usaron los
estadounidenses», dice Abdel Gani.
En
urgencias
Desde hace días Samira es la encargada de certificar con fotografías la
presencia de estas enfermedades congénitas. Tan sólo en
las primeras 10 jornadas contabilizó hasta 14 bebés con
deformidades. Lo normal sería encontrar de tres a cuatro
casos por cada 100 alumbramientos. «La mayoría son
problemas de corazón pero también hay niños con el cráneo
deformado o con seis dedos», revela.
La conversación queda interrumpida temporalmente cuando los facultativos
son convocados con premura a la sala de urgencias. Acaba de
estallar una bomba en la ciudad. No se conoce el número de
víctimas. «No tenemos tiempo de realizar una investigación
formal sobre estas anormalidades porque el día a día es éste.
Bombas y guerra», se apresura a decir la doctora.
Aunque también admite que no dispone de evidencias definitivas, otro doctor
del hospital, Anis Ahmed, recuerda que al regresar a la
ciudad en 2004, tras la arremetida norteamericana, «los
propios soldados nos dijeron que no se nos ocurriera comer
la comida que encontrásemos en las casas, ni beber el agua
del grifo ni siquiera utilizar la ropa que habíamos dejado
en los armarios. Que lo tirásemos todo. Sólo querían que
bebiéramos de unos tanques de agua potable que trajeron a
la villa. ¿Por qué?, me pregunto. Al llegar nos
encontramos con decenas de pájaros muertos por las calles.
Mi opinión es que hay un vínculo evidente entre las armas
que usaron y lo que está pasando».
Las incógnitas que se plantea la población de Faluya no dejan de
acrecentarse. Lo mismo que los casos de malformaciones. El
Hospital de Faluya no es ni mucho menos el único centro
sanitario que ha constatado la expansión de estas
enfermedades infrecuentes.
El oculista Abdula Melhem revisa cada semana varios casos de recién nacidos
con «párpados deformes y atrofia ocular». También», añade
el doctor, «son muy comunes las cataratas, los daños en
los nervios (ópticos) y hasta deformidades de toda la órbita
(ocular). A veces los bebés nacen con un ojo pequeño y
algunos incluso sin ojos».
Pese a que el diagnóstico de los médicos fue siempre muy sombrío,
Shukriya nunca dejó de luchar por la supervivencia de
Fatma. La llevó a especialistas de Bagdad y de Ramadi.
Todos le explicaron que la única opción para salvar a la
niña era una compleja operación imposible de realizar en
Irak. «Tuve que empeñar todas mis joyas de oro [el ajuar
que suelen acumular las féminas árabes para el
matrimonio]. Más de 3 millones de dinares [más de 2.500
euros, una pequeña fortuna en este país]».
–¿Le explicaron los doctores la razón de esta malformación?
–Todos decían que fue a causa de las armas que usaron los
norteamericanos.
–¿Recuerda algún caso parecido en la familia de sus hermanos, padres,
abuelos?
–No, nunca nos habíamos enfrentado a nada igual.
El día
del fin
La agonía de Fatma alcanzó su clímax en febrero. «Sufría mucho. Le
empezó a crecer la cabeza. Los médicos me dijeron que se
acercaba el final. Una noche vi cómo le cambiaba la cara.
No podíamos ir al hospital porque habían decretado el
toque de queda. Parecía que la cabeza le iba a estallar».
Jassem fue el primero en darse cuenta de que al menos el
padecimiento de la pequeña había concluido. Le agarró una
mano y vio que ya no tenía vida. «Nos pasamos la noche
rezando el Corán al lado de su cuerpo. Por la mañana,
cuando se acabó el toque de queda, la llevamos a enterrar».
La foto de Fatma, la niña de las dos cabezas, cuelga ahora de algunos
recintos como la sede de la ONG Alakhiyar. Se ha convertido
en un emblema turbador. Sus padres coinciden con el resto de
las familias de Faluya azotadas por este flagelo. Exigen
respuestas. Una averiguación oficial. «Y que los
americanos paguen por el sufrimiento y el dolor que tuvo que
soportar Fatma», zanja Shukriya.
Con
información de Daniel Postico.