La ocupación estadounidense
ha sumido a Iraq en el desmoronamiento de la seguridad y en el caos social y
político. Una guerra genocida se ha cobrado diariamente cientos de vidas y ha
minado el país de su potencial de recursos humanos al demoler el edificio del
Estado moderno y hacer que prevalezca la ley de la selva; una combinación que
acondiciona un terreno fértil para el terrorismo y la violencia con los que,
a su vez, se han justificado el comercio de servicios de seguridad y la invasión
“blanda”.
Desde el principio, diversos
sectores árabes se apuntaron a la empresa iraquí inspirados por la idea de
que congraciándose con Washington podrían adquirir un pedazo del pastel
iraquí. Hay indicios evidentes de que el pastel se va a cortar pronto en dos
mitades, kurda y árabe y, si eso no funciona, en ocho estados pequeños.
Algunos sectores árabes han estado realmente interesados en promover dichos
planes, a pesar de que su aplicación podría impulsar a la región entera al
borde de la guerra y al caos rampante, e inclinar la balanza regional e
internacional cada vez más lejos de los intereses árabes. Sin embargo parece
que, en estos días de desarraigo árabe, los defensores y promotores de la
partición han hecho un pacto con los mercaderes de la muerte y los fieles del
dólar de origen iraquí.
Estados Unidos se niega a
admitir el pecado estratégico que cometió al invadir Iraq, lo que hace que
la situación allí sea más compleja, especialmente a la luz de los valores
operativos, con todos sus efectos negativos y sus perniciosos instrumentos políticos
importados. Los expertos de los centros de investigación política y estratégica,
de los think tanks y de los centros de decisión de Estados Unidos, han
culpado a George W. Bush y a su equipo de ideólogos neoconservadores del
desastre político, de seguridad y humanitario que ha barrido Iraq, socavado
la eficacia de la política exterior de Estados Unidos y contribuido a la
expansión del ciclo de violencia y contra–violencia en Oriente Próximo.
Sin embargo, los
acontecimientos que vemos hoy en día sirven de sangriento testimonio de los
numerosos errores estratégicos que varios sectores del establishment
estadounidense han perpetuado durante décadas, al menos desde la era
posterior a la guerra de Vietnam. También dan testimonio, por supuesto, de la
parcialidad de Estados Unidos a favor de su principal aliado estratégico,
Israel, y la consiguiente priorización de la fuerza militar como medio para
alcanzar objetivos políticos.
Desde el comienzo de la
ocupación, Estados Unidos aplicó una política de “partición blanda” de
la sociedad iraquí a través del lamentable proceso político que puso en
marcha mediante la imposición de un conjunto de instrumentos jurídicos y órganos
ejecutivos diseñados a tal efecto. También hay una “partición dura” que
tiene como objetivo poner cuñas físicas entre los iraquíes en ciudades y
provincias a través de la creación de un clima de conflicto interno. El
proceso condujo a centenares de asesinatos, al desplazamiento de cientos de
miles de personas y a la eliminación de las élites educadas. Iba dirigido
contra la clase media en particular, porque de ella emergieron las fuentes técnicas
y el talento que habían gestionado anteriormente las instituciones del país.
El objetivo era destruir los componentes de un Estado unificado y fuerte, y su
efecto allanó el camino para la proliferación y la creciente ferocidad de
las milicias sectarias y étnicas.
Los decretos emitidos por el
famoso Bremer otorgaron al nuevo sistema una pátina de legitimidad política
y jurídica, dibujando las líneas rojas que las nuevas élites políticas,
incluso hoy en día, no están dispuestas a cruzar o a modificar. Las leyes y
los decretos de la administración del Estado, el desarraigo del Partido Baaz,
la disolución del antiguo ejército iraquí y la asimilación de las milicias
en las nuevas fuerzas armadas, la ley contra el terrorismo, la forma del nuevo
gobierno y, de hecho, la nueva Constitución, se han diseñado expresamente
con vistas a los planes de partición. Lo que sigue a continuación son los
planes oficiales para la partición de Iraq difundidos recientemente:
1– En julio de 2006, se
publicó en el Armed Forces Journal un proyecto del Pentágono para la
reestructuración de Oriente Próximo, “Fronteras de sangre: ¿Cómo sería
un mejor Oriente Próximo?”, escrito por el teniente coronel retirado Ralph
Peters, un exponente del pensamiento neoconservador estadounidense. El
proyecto plantea una visión para volver a dibujar el mapa de la región con
el objetivo de preservar el control de Israel sobre todos los territorios
ocupados árabes y palestinos, y salvaguardar la paz y la estabilidad
regionales por medio del poder de disuasión de la abrumadora superioridad
militar de Israel, por un lado, y a través de la fragmentación de Iraq,
Siria y Arabia Saudí en pequeños estados hostiles entre sí, por otro. El
plan prevé la creación de un “Gran Kurdistán”, integrado por las tres
provincias del norte de Iraq, incluida la rica en petróleo de Kirkuk, así
como secciones de Irán, Siria, Turquía, Armenia y Azerbaiyán. El pretexto
declarado es “restaurar los derechos históricamente maltratados de las
minorías”.
2– A principios de mayo de
2008, Joseph Biden, quien era entonces senador demócrata de Delaware, y
Leslie Gelb, presidente honorario del Comité de Relaciones Exteriores del
Senado, pidieron la partición de Iraq en tres regiones autónomas, una kurda,
una suní y una chií.
3– “The case for soft
partition in Iraq” [El caso de la partición blanda de Iraq] es un documento
político emitido por el Saban Centre for Middle East Policy, que forma parte
de la Brookings Institution, en Washington. En el documento se discute la
viabilidad de dividir Iraq en regiones sectarias y étnicas vinculadas por un
gobierno federal. Además de evaluar los posibles riesgos y lo que se había
logrado hasta la fecha, el documento ofrece recomendaciones para superar las
dificultades que las distintas partes habrían de afrontar. El proyecto se ha
dado a conocer como “Plan B” por sus autores, Edward Joseph, profesor
visitante en la Brookings Institution, quien sirvió en las Fuerzas de
Mantenimiento de la Paz de las Naciones Unidas en los Balcanes, y Michael
O'Hanlon, especialista en seguridad nacional estadounidense y miembro la
Brookings Institución, quien también ha servido en fuerzas de mantenimiento
de la paz de la ONU en diversos países. Teniendo en cuenta este elemento común
en sus antecedentes no es de extrañar que [el establecimiento de] fuerzas
conjuntas de mantenimiento de la paz en las fronteras de las tres regiones
desempeñe un papel clave en su proyecto.
4– En un discurso
pronunciado en agosto de 2010 sobre la retirada de las tropas estadounidense
de Iraq, el vicepresidente Biden instó a kurdos, chiíes y suníes a
“compartir la riqueza y el poder y poner fin a sus diferencias”. La fórmula
es una clara referencia a los instrumentos políticos destinados a promover y
perpetuar el triángulo étnico–sectario del proyecto de partición.
Todos los iraquíes deben
estar en guardia contra los planes estadounidenses y sionistas dirigidos a
avanzar en el proyecto de partición de Iraq. A continuación se ofrecen los
antecedentes más relevantes sobre tales proyectos:
1. Norte
de Iraq:
Al abordar esta cuestión
somos absolutamente neutrales cuando manejamos los hechos que siguieron al
colapso del sistema anterior, una de cuyos signos más relevantes fue el
intento tenaz de los partidos separatistas kurdos de monopolizar el acceso al
poder, la capacidad de influir y las riquezas a expensas de un Estado de Iraq
unificado. Han tratado de reforzar su cultura nacional separatista a través
de diversas prácticas y exigencias que dividen a los iraquíes en ciudadanos
de primera, segunda y tercera categoría. Dichas influencias han creado una
generación política totalmente nueva, firme en la creencia de la secesión,
en el partidismo étnico y en un pequeño Estado independiente propio, a pesar
de que las milicias de los partidos kurdos estuvieron enfrentadas entre sí a
lo largo de la década de 1990 por razones relacionadas con disputas
familiares, riquezas y saqueos.
Además, en la era posterior
a la invasión, se aprecia un uso cada vez más frecuente del término “áreas
en disputa”. La noción desentona inquietantemente con el concepto y la
realidad de un Estado unificado. Pero con Kirkuk, productora de petróleo, la
fértil Mosul, y con todas las provincias que forman los depósitos estratégicos
de Iraq en el centro de la lucha, uno comienza a percibir por qué el término
ha ganado adeptos.
Apenas se había aclarado el
humo de la invasión cuando los representantes de las empresas petroleras
extranjeras y sus adjuntos políticos se apresuraron hacia el norte de Iraq,
donde obtuvieron incentivos financieros para que introdujeran disposiciones en
la Constitución iraquí a favor de la privatización de los activos estratégicos
del país y de que éstos pudieran ser entregados a los jefes de los partidos
de estructura familiar del norte.
La milicia kurda Peshmerga
cuenta con más de ochenta mil efectivos fuertes y atestados de armas del
antiguo ejército iraquí incautadas en 1991 y 2003. En el otoño de 2008,
tres aviones C–130 cargados con armas ligeras aterrizaron en Suleimaniya.
Poco después estalló un enfrentamiento entre los milicianos kurdos y las
fuerzas del gobierno central en Janqin y en pueblos cercanos. Ni el gobierno
ni la prensa mencionaron esta escaramuza.
Las fuerzas de ocupación han
entrenado a las milicias kurdas durante algún tiempo. ¿Pero por qué, para
qué y en qué condiciones? Responsables estadounidenses han manifestado
abiertamente temores de una guerra árabe–kurda. El embajador de Estados
Unidos, Ryan Crocker, transmitió esta preocupación en el curso de su
observación de los acontecimientos relacionados con la formación del
gobierno. También se trajo a colación en [la revista] Foreign Policy bajo el
título “Lo que Estados Unidos ha dejado en Iraq”. El artículo habla de
las aspiraciones kurdas de tomar el control de las zonas árabes y la explosión
inminente del “barril de pólvora árabe–kurdo”. Ese fantasma se cierne
cada vez más cerca, a juzgar por la alarmante evolución política actual.
2. Sur de
Iraq
Las peticiones de ayuda desde
el sur de Iraq han generado tal carrera de armamentos en las provincias del
sur que se ha llegado al punto febril de que el precio de las armas se ha
multiplicado hasta cinco veces. Esto está ocurriendo en el contexto de la
proliferación de autoridades religiosas, del estruendo de sus ideologías y
su propaganda, de la ferocidad creciente de su lucha por el poder e
influencia, y de la expansión de sus milicias. En la actualidad hay al menos
14 milicias de alianzas, orientación ideológica y fuentes de financiación
diferentes, además de una presencia del gobierno ideológicamente partidista
y que dispara con fervor sectario.
El sur de Iraq no sólo se ha
convertido en el terreno de un semillero de milicias como si de una nueva
profesión se tratase, sino también de olas de detención, tortura sistemática
y un intenso rearme de la región. El caos armado rebosa peligros
impredecibles, el menor de los cuales no es que se reproduzcan los síndromes
libanés o somalí, que podrían provocarse deliberadamente alimentando
conflictos o incluso alentando una guerra civil en respuesta aparente a las
voces que se escuchan en la actualidad pidiendo la secesión de Basora o de la
Provincia del Sur, sin incluir la Provincia Central Éufrates que se está
internacionalizando en la actualidad como “el Vaticano chií”.
3. Centro
de Iraq
El centro y norte de Iraq se
tambalea desde 2005 por el azote de una guerra civil. En un contexto en el que
los partidos sectarios han monopolizado los instrumentos de poder y las nuevas
instituciones de gobierno, la política de exclusión, las violaciones de los
derechos humanos, la limpieza étnica, el hambre forzosa, las detenciones
masivas y los asesinatos sistemáticos proliferan desenfrenadamente. Si tuviéramos
acceso al número incalculable de personas que son detenidas cada día, nos
encontraríamos con que la mayoría lo es por razones que tienen que ver con
lealtades sectarias y celos de clase, y que si se formulan cargos contra ellas
no se fundamentan en ninguna prueba concreta. El reciente incidente de Faluya
ofrece el testimonio más evidente. La preferencia por la represión, por el
uso de la tortura y otras formas de maltrato físico y psicológico es el
denominador común de los nuevos políticos.
El oportunismo y la codicia
son también rasgos comunes. Un gobierno árabe ha estado trabajando para
convertir la provincia de Al–Inbihar en una región aparte para lo cual ha
contratado a un equipo de mercenarios políticos locales y mercaderes de la
muerte. El diseño está condenado al fracaso porque la gente de Al–Inbihar
está en guardia en contra el proyecto. También hay un intento en curso de
que se reconozca internacionalmente la separación de Kirkuk en una provincia,
de conformidad con una propuesta del representante de la ONU. La sugerencia
hecha por el Saban Centre for Middle East Policy de que sean la ONU y la Liga
Árabe quienes se encarguen de la partición de Iraq y Sudán dan testimonio
de estos proyectos.
En resumen, hay muchas
razones para temer que los think tanks y las empresas de mercenarios
occidentales sigan empeñados en alimentar conflictos y en que se prenda la
guerra civil mediante las divisiones étnicas y sectarias en Iraq. ¿A dónde
conduciría ello a Iraq y al pueblo iraquí? Evidentemente a una especie de
tubo de ensayo de reproducción de Somalia encaminado a la partición del
Estado. Con docenas de milicias que operan fuera del control de las
autoridades centrales, sujetas únicamente a las órdenes de sus partidos y
con ganas de actuar, y con los elementos terroristas que se han infiltrado en
el país, el terreno es propicio para tales experimentos.
Casi siete meses después de
la farsa de las elecciones iraquíes patrocinadas por Estados Unidos, Iraq
experimenta un aumento de la agitación política que amenaza a todo el pueblo
iraquí. Ese clima alienta tanto a la clase de mercenarios, demagogos,
traficantes del sectarismo y de la sangre iraquí, como a quienes se están
subiendo a bordo del tren patriótico con el propósito de engañar al pueblo
iraquí, de cegarlo ante el complot que se está incubando para dividir Iraq y
en el que están en connivencia entre bastidores.
Mientras tanto, nada ha
cambiado realmente en la trágica escena de Iraq. La cruel ocupación aún
pesa sobre el pueblo iraquí en todo el país a pesar de la sistemática campaña
de propaganda. Las cámaras pueden mostrar imágenes de la retirada de tropas,
pero en realidad lo que está teniendo lugar es una disminución de unidades,
traslados a Afganistán y sutiles cambios en el modo de hacer la guerra. Al
mismo tiempo, el controvertido entramado jurídico sigue vigente, aún cuando,
éste también, ha sido completamente socavado por diversas maquinaciones políticas,
a excepción de la privatización de los partidos sectarios del primer
ministro, del inmortal aunque oficialmente expirado Artículo 140, de la
clonada Ley Antiterrorista estadounidense, aplicada fanática y
prejuiciosamente para silenciar a los opositores políticos, y de su
contraria, la Ley de Amnistía, que se utiliza para absolver a los ladrones y
los asesinos que han conseguido medrar en la escala del gobierno. En cuanto a
las denominadas fuerzas armadas gubernamentales, basan su acción en rumores
sectarios de espías a sueldo.
Hay millones de iraquíes
desplazados, tanto en Iraq como en el extranjero, que son víctimas del
terrorismo internacional y del de las milicias. Hay un millón de viudas y
cinco millones de huérfanos. Decenas de miles de detenidos han muerto o se
pudren en las cárceles iraquíes. El ejército de parados alcanza al 70% de
la población, sin embargo, Iraq importa mano de obra extranjera. Si estas
cifras se refiriesen a víctimas estadounidenses todo el mundo protestaría
airadamente. Vimos al presidente Obama felicitando a su ejército, pero no
dirigió ni una palabra de disculpa al pueblo iraquí por su holocausto. Al
parecer, los pueblos del tercer mundo no son más que combustible y forraje
para las guerras de Estados Unidos.
Por consiguiente, animamos al
pueblo iraquí a que no caiga en la trampa de la partición y del
enfrentamiento civil, y a que destruya los perniciosos pilares del sectarismo
político. El verdadero y auténtico pueblo iraquí debe unir sus fuerzas para
luchar contra los planes que tienen como objetivo desmantelar Iraq, dividir a
su pueblo, y tomar el control sobre sus fuentes de riqueza. Con este fin se
debe desarrollar y seguir un plan de trabajo que reactive el poder de Iraq
para restablecer y salvaguardar la estabilidad y el equilibrio en la región y
en el mundo. Después de todo, las claves del poder y de la influencia iraquí
siguen estando allí, si emplazamos a la determinación colectiva para
usarlos.
(*)
Muhannad al–Azawi es Director del Centro Saqr de Estudios Estratégicos.