Los documentos sobre la guerra de
Estados Unidos en Iraq publicados por WikiLeaks
contenían datos de 15.000 iraquíes asesinados en
incidentes no recogidos ni por los medios occidentales ni
por el Ministerio de Sanidad de Iraq y que, por tanto, no
figuraban en los recuentos de los muertos de guerra iraquíes
de Iraqbodycount.org. Los medios occidentales se han
puesto diligentemente a añadir estas 15.000 muertes a sus
supuestas “estimaciones” de la cifra total de iraquíes
asesinados en la guerra. Pero esa cifra es engañosa en
grado sumo. Lo que las muertes no recogidas demuestran es
que la metodología pasiva de esos recuentos es una forma
deplorablemente equivocada de calcular el número de muertos
en una zona de guerra. Esas 15.000 muertes son sólo la
punta de un iceberg de cientos de miles de iraquíes
asesinados de los que no se ha informado y que se han
detectado través de estudios epidemiológicos más serios y
científicos, pero que los gobiernos británico y
estadounidense habían logrado anular confundiendo a los
medios y a la gente acerca de sus métodos y exactitud.
No es nada inusual que en una zona de guerra se queden
sin registrar gran número de muertos. La experiencia de los
epidemiólogos que trabajan en las zonas de guerra por todo
el mundo corrobora ese hecho, que la “búsqueda pasiva de
información” de los muertos en una guerra sólo recoge
entre el 5% y el 20% de la cifra total de muertes. Esto es
consecuencia, parcialmente, de la transformada naturaleza de
la guerra moderna. Alrededor del 86% de las personas
asesinadas en la Primera Guerra Mundial eran combatientes
uniformados cuyas identidades fueron meticulosamente
registradas. El 90% de la gente asesinada en las guerras
recientes han sido civiles, haciendo que el recuento y su
identificación sea mucho más difícil.
En mi libro “Blood on our hands: the American invasión
and destruction of Iraq”, expliqué los esfuerzos para
contar los muertos en Iraq. Lo que expongo a
continuación es un fragmento bastante amplio del libro, y
les insto a leerlo si realmente quieren aprehender la medida
de la matanza masiva que nuestro país le ha infligido al
pueblo de Iraq:
“El Ministerio de Sanidad del gobierno interino
de Iraq empezó en 2004 a recoger cifras de mortalidad de
civiles en los hospitales, y en junio de aquel año, empezó
a desglosar las cifras de las personas muertas por las
fuerzas de la resistencia de las de los muertos por las
fuerzas ocupantes estadounidenses y sus aliados. A la
corresponsal de Knight Ridder, Nancy Youssef, se le
dieron cifras del período comprendido entre el 10 de junio
y el 10 de septiembre de 2004, que ella expuso en el artículo
del Miami Herald titulado ‘U.S. attacks, no
insurgents, blamed for most Iraqi deaths’ [Los ataques
estadounidenses, y no los insurgentes, son los culpables de
la mayoría de las muertes iraquíes] (135).
Durante ese período de tres meses, el Ministerio de
Sanidad contó hasta 1.295 iraquíes asesinados por las
fuerzas ocupantes y 516 en lo que el Ministerio denominó
como operaciones terroristas, pero se mostró conforme con
los responsables de los hospitales que le dijeron a Youssef
que esas cifras captaban sólo una parte del número total
de víctimas. La oficina de prensa de la CENTCOM
[Mando Central de EEUU] se negó a proporcionarle una
estimación alternativa, aunque admitió que el mando
estadounidense tenía una, y el Comité Internacional de la
Cruz Roja le dijo que no tenía en Iraq personal suficiente
como para poder recopilar esa información.
Youssef preguntó si algunos de los iraquíes registrados
como muertos por las fuerzas ocupantes podían haber sido
combatientes de la resistencia, pero el Dr. Shihab Yasim, de
la sección de operaciones del Ministerio de Sanidad le dijo
que el Ministerio estaba convencido de que casi todos los
muertos eran civiles, porque un miembro de una familia no iría
a informar al Ministerio de Sanidad, controlado por la
ocupación, que su familiar había muerto combatiendo para
el Ejército del Mahdi u otras fuerzas de la resistencia.
Este punto de vista fue corroborado por el Dr. Yasin Mustaf,
administrador adjunto del Hospital al–Kimdi en Bagdad:
‘La gente que participa en el conflicto no viene al
hospital. Sus familias temen que les castiguen. Normalmente,
es la gente civil inocente la que viene al hospital. Eso es
lo que esas cifras reflejan’.
El Dr. Walid Hamed, otro responsable del Ministerio de
Sanidad dijo a Youssef: ‘Todo el mundo tiene miedo de los
estadounidenses, no de los combatientes. Y deberían
temerles también’. Otro doctor con quien habló había
perdido a su propio sobrino de tres años en un tiroteo en
un control, y un doctor de la morgue de Bagdad le habló de
una familia de ocho miembros asesinados por un helicóptero
de combate en una azotea a la que habían subido a dormir
para escapar de la canícula veraniega. En conjunto, las
autoridades atribuían el alto número de víctimas civiles
asesinadas por las fuerzas ocupantes más a los ataques aéreos
que a los disparos de las fuerzas terrestres.
También en septiembre de 2004, un equipo internacional
de epidemiólogos, dirigidos por Les Roberts y Gilbert
Burnham, de la Escuela Johns Hopkins de Sanidad Pública, y
los Dres. Lafta y Judhairi, de la Universidad Al–Mustansiriya
de Bagdad, dirigieron el primero de dos estudios mucho más
científicos sobre la mortalidad en Iraq. Ese estudio cubría
los primeros dieciocho meses de guerra. Roberts había
trabajado con un equipo conjunto del Centro para el Control
de Enfermedades y con Médicos Sin Fronteras en Ruanda en
1994, y había dirigido estudios parecidos en zonas en
guerra por todo el mundo. Las estimaciones de la mortalidad
que encontró en la República Democrática del Congo (RDC)
en 2000 fueron ampliamente citadas por los dirigentes británicos
y estadounidenses y, tras ese informe, el Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas redactó una resolución
que exigía la retirada de todas las fuerzas extranjeras de
la RDC.
En Iraq, los epidemiólogos hallaron que: ‘se habían
generalizado las muertes violentas… que se atribuían
principalmente a las fuerzas de la coalición. La mayoría
de las víctimas presuntamente asesinadas por esas fuerzas
eran mujeres y niños… Haciendo un cálculo conservador,
pensamos que ha habido un exceso de 100.000 muertos o más
desde que se produjo la invasión de Iraq en 2003. La
violencia responsable de la mayor parte del exceso de
muertes y los ataques aéreos de las fuerzas de la coalición
explican la mayor parte de las muertes violentas’. Ese
informe se publicó en The Lancet, la revista
médica británica, en noviembre de 2004 (136).
A la luz de las pruebas ya existentes que dejaban claro
que los ataques aéreos de la ‘coalición’ habían
matado a miles de civiles, tanto durante como después de la
invasión, no había nada sorprendente en sus conclusiones.
Sin embargo, los gobiernos británico y estadounidense
rechazaron velozmente ese informe. Los medios
estadounidenses, siguiendo con su tradición de deferencia
hacia sus autoridades, tomaron ejemplo del gobierno y más o
menos ignoraron el estudio. Tras la publicación del estudio
del segundo equipo epidemiológico en 2006 [*] que
cosechó un poco más de atención, el Presidente Bush dijo
tan sólo: ‘No lo considero un informe creíble’.
El cinismo de esos desprecios oficiales quedó expuesto
finalmente en otra serie de documentos británicos
filtrados. El 26 de marzo de 2007, la BBC publicó un
memorandum de Sir Roy Anderson, el científico
asesor–jefe del Ministerio británico de Defensa, en el
cual describía los métodos de los epidemiólogos como
‘lo más cercano a la buena práctica’ y el diseño del
estudio como ‘robusto’. Esos documentos incluían
memorandos enviados de ida y vuelta entre preocupados
funcionarios británicos, que decían cosas como: ‘¿Estamos
realmente seguros de que es probable que ese informe se
ajuste a la verdad? Eso es ciertamente lo que implica el
escrito’. Otro funcionario contestaba: ‘No aceptamos la
exactitud de las cifras que aparecen en la investigación de
The Lancet’, pero añadía, en el mismo email:
‘No podemos desechar la metodología de investigación
utilizada, se trata de una forma probada y contrastada de
medir la mortalidad en zonas de conflicto’ (137).
La metodología a la que los funcionarios británicos se
referían se había basado en una ‘investigación mediante
muestras de grupos’, el mismo tipo de estudio que Les
Robert había utilizado en la República Democrática del
Congo en 2000. El Primer Ministro Blair había citado públicamente
esas cifras del estudio en la Conferencia de 2001 del
Partido Laborista para justificar la política británica en
África, pero rechazó el estudio realizado en Iraq
declarando ante los periodistas en diciembre de 2004: ‘Las
cifras aportadas por el Ministerio iraquí de Sanidad, que
responden a una investigación realizada en sus hospitales,
son, bajo nuestro punto de vista, la investigación más
exacta existente’. Esto resulta de interés a la luz del
informe de Youssef. Blair rechazó las cifras totales del
informe de Lancet, pero evitó la pregunta, mucho más
sensible, de quién había matado a toda esa gente, cuestión
ésta en la que tanto el Ministerio de Sanidad como los
epidemiólogos estaban completamente de acuerdo.
Los medios occidentales han venido citando al Ministerio
de Sanidad iraquí a muy amplios niveles y a Iraqbodycount.org
como fuentes de las cifras de mortalidad civil, pero ambos
habían utilizado una metodología pasiva para contar las
muertes, añadiendo simplemente aquellas de las que se había
informado bien en los registros de los hospitales o en los
relatos de los medios occidentales. La experiencia de los
epidemiólogos que trabajan en las zonas de guerra por todo
el mundo corrobora ese hecho, que la ‘búsqueda pasiva de
información’ de las cifras de muertos en una guerra sólo
capta entre el 5% y el 20% del total de muertes. Por esa razón
es por la que han desarrollado la investigación por
muestreo para conseguir un cuadro más exacto del impacto
letal de los conflictos en los civiles, para así facilitar
que los gobiernos, las agencias de las Naciones Unidas y las
ONG respondan de forma más adecuada.
El método de investigación por muestreo utilizado en
zonas de guerra se adoptó a partir de la práctica
epidemiológica en otros tipos de crisis de sanidad pública,
mediante la investigación de una muestra representativa de
grupos de población para valorar la extensión total de un
problema sanitario que afecte a toda la población. Como Les
Robert señalaba: ‘En 1993, cuando el Centro para el
Control de Enfermedades de EEUU seleccionó al azar 613
hogares en Milwaukee y concluyó que 403.000 personas habían
desarrollado Cryptosporidum en el mayor brote jamás
recogido en el mundo desarrollado, nadie dijo que las 613
unidades familiares no fueran una muestra suficientemente
grande. Resulta extraño que la lógica de la epidemiología
abrazada cada día por la prensa en relación a nuevas
medicinas o riesgos sanitarios cambie de alguna manera
cuando el mecanismo que produce la muerte son sus fuerzas
armadas’ (138).
En Iraq, en septiembre de 2004, los equipos epidemiológicos
investigaron 988 unidades familiares en 33 grupos de
diferentes partes del país, tratando de equilibrar el
riesgo de los equipos de investigación con el tamaño
necesario para una muestra significativa. Michael O’Toole,
director del Centro Internacional de Salud en Australia,
dijo: ‘Es un tamaño clásico de muestra. No veo prueba
alguna de exageración significativa… En todo caso, creo
que las muertes deben haber sido más porque no han podido
trabajar con las familias donde todos sus miembros habían
muerto’.
Más allá de la falsa controversia en los medios acerca
de la metodología de esos estudios epidemiológicos, había
una cuestión importante en el estudio de 2004 en relación
con las cifras, que fue la decisión de excluir de los datos
a un grupo de Faluya debido al altísimo número de muertes
que se sabía se habían perpetrado allí (incluso aunque la
investigación se completara antes del ataque final contra
la ciudad en noviembre de 2004). Roberts escribió en una
carta a The Independent: ‘Por favor, comprendan que
fuimos extremadamente conservadores: hicimos una estimación
para el estudio de 285.000 personas muertas en los primeros
dieciocho meses de invasión y ocupación, y acabamos
informando que habían sido al menos 100.000’.
El dilema al que se enfrentaron fue éste: en los 33
grupos investigados, 18 informaron de muertes no violentas
(incluido uno situado en Ciudad Sadr), los otros 14 grupos
informaron de un total de 21 muertes violentas y la muestra
de Faluya informó de 52 muertes violentas. Esta última
cifra es conservadora por la razón subrayada por Michael
O’Toole. Como el informe afirmaba: ‘23 hogares de los 52
visitados habían sido temporal o definitivamente
abandonados. Los vecinos entrevistados describieron una gran
mortalidad en la mayor parte de los hogares abandonados pero
no pudieron dar detalles precisos como para poder incluirlos
en la investigación’.
Dejando a un lado este último factor, había tres
posibles interpretaciones de los resultados de Faluya. La
primera, que fue la que los epidemiólogos adoptaron, era
que el equipo había tropezado al azar con una muestra de
hogares donde el número de muertos era tan alto que no
resultaba representativo y por tanto no era importante para
la investigación. La segunda posibilidad era que ese
resultado considerado entre los 33 grupos, en el que la
mayor parte de las víctimas pertenecían a un grupo y
muchos otros daban cero víctimas, era una representación
precisa de la distribución de víctimas civiles en un país
sometido a bombardeo aéreo de ‘precisión’. La tercera
posibilidad, que incorporaba eficazmente las dos anteriores
era que el grupo de Faluya era atípico, pero no lo
suficientemente anormal como para justificar su exclusión
total del estudio, por eso el número real de exceso de
muertes está en algún lugar entre las cifras de 100.000 y
285.000.
Sin embargo, en cada caso, esas cifras eran sólo el
punto medio de un registro estadístico, dejando una
considerable incertidumbre acerca del número actual de
muertos. Los epidemiólogos hallaron, con un 95% de
seguridad, que el exceso de muertes como resultado de la
guerra, excluyendo el 3% del país representado por la
muestra de Faluya, estaba en algún punto entre 8.000 y
194.000. En sí mismo, esto no apenas podía ser una
conclusión sólida o satisfactoria.
No obstante, era muy improbable que el número actual de
muertos estuviera cercano a cualquiera de esos extremos y
había un 90% de probabilidades de que fueran más de
44.000.
La muestra de Faluya, al representar estadísticamente al
3% más devastado del país, informaba de 52 del total de 73
muertes violentas halladas en la investigación. Incluso
aunque esta no fuera una representación perfecta de la
distribución de las muertes violentas, por definición,
esas zonas del país sufrieron considerablemente mucho más
que otras áreas y, sin embargo, la estimación publicada de
100.000 muertes violentas incluía efectivamente cero
muertes violentas en esas zonas. El equipo investigador que
visitó Faluya informó que ‘inmensas zonas de la ciudad
habían quedado tan devastadas en igual o peor grado que la
zona que había elegido al azar para investigar’, por
tanto el área elegida pareció de hecho ser representativa
de muchas zonas gravemente bombardeadas. Uno podía por
tanto llegar a la estimación de ‘alrededor de un exceso
de 100.000 muertes o más’ al estudiar los datos de la
investigación de varias formas, lo que hizo que los autores
confiaran firmemente en su interpretación. Hubo otros
sesgos conservadores integrados en el estudio, como el de
ignorar las casas vacías y bombardeadas, como Michael O’Toole
indicaba, pero no se hizo ninguna crítica seria de que su método
pudiera provocar una sobrevaloración de muertes. La
principal crítica, formulada por políticos y periodistas,
fue que estos estudios producían estimaciones más altas
que las del recuento pasivo, pero eso es exactamente lo que
uno podía esperar.
Una investigación más amplia que produjo menores cifras
de mortalidad civil fue la denominada Iraq Living
Conditions Survey [Investigación sobre las Condiciones
de Vida en Iraq, ICVI]. Fue el Ministerio de Planificación
y Cooperación para el Desarrollo de la Autoridad
Provisional de la Coalición quien la llevó a cabo en abril
y mayo de 2004 y el Programa para el Desarrollo de las
Naciones Unidas (PNUD) la publicó en mayo de 2005. El
imprimátur del PNUD y el amplio tamaño de la muestra
dieron credibilidad a su tranquilizadora baja cifra de
alrededor de 24.000 ‘muertes por la guerra’ (139).
No obstante, su estimación del número de muertos por la
guerra se derivaba de una única pregunta planteada a las
familias en el curso de una entrevista de 90 minutos de
duración sobre las condiciones de vida dirigida por los
funcionarios del gobierno de la ocupación. A diferencia,
los estudios sobre mortalidad publicados en The Lancet
se diseñaron con el único propósito de averiguar cifras
exactas de mortalidad e incluían grandes precauciones para
garantizar el anonimato de los entrevistados y para
tranquilizarles sobre la independencia de los equipos
investigadores.
Jon Pederson, el diseñador noruego de la ICVI, dijo él
mismo que sus cifras de mortalidad eran ciertamente
demasiado bajas. Los equipos de investigación que volvieron
a las mismas casas y preguntaron sólo sobre las muertes de
niños se encontraron con casi el doble de las que aparecían
en la encuesta principal. Esto sugería precisamente que
existía resistencia a informar de las muertes violentas que
Roberts y sus colegas trataron de superar haciendo mucho
hincapié en su imparcialidad. Y en abril o mayo de 2004,
una pregunta sobre los “muertos de la guerra” podía
todavía interpretarse que se refería sólo a la invasión
misma, en oposición a la larga guerra de guerrillas que la
siguió. Esta interpretación se apoya en el hecho de que más
de la mitad de las muertes informadas en la ICVI se habían
producido en la región sur de Iraq, que se llevó la peor
parte de la invasión pero que posteriormente estuvo más
tranquila que otras regiones.
En enero de 2005, el Ministerio de Sanidad proporcionó a
la BBC un extracto de la investigación hecha en su
hospital durante los seis meses anteriores que describía un
cuadro similar al que se le dio a Nancy Youssef, del Knight
Ridder, en septiembre. Recogía 2.041 civiles asesinados
por las fuerzas estadounidenses y sus aliados, y 1.233 por
supuestos insurgentes. Después de que la BBC transmitiera
esas cifras por todo el mundo, recibió una llamada del
Ministro de Sanidad del gobierno de la ocupación afirmando
que el informe de su ministerio estaba falseado y que el número
de muertos atribuido a las fuerzas ocupantes no era exacto.
La BBC se retractó y el Ministerio de Sanidad dejó
de proporcionar desgloses de cifras que atribuyeran
cualquier responsabilidad a las fuerzas ocupantes por las
muertes de civiles (140).
Otro recuento a nivel nacional de civiles asesinados lo
publicó un grupo llamado Iraqiyun el 12 de julio de
2005. Iraqiyun era un grupo humanitario iraquí
dirigido por el Dr. Hatim Al–Alwani y afiliado al partido
político del presidente interino Ghazi Al–Yawer. Recogía
en aquel momento 128.000 muertes violentas, de las cuales el
55% eran mujeres y niños menores de 12 años. El informe
especificaba que incluía sólo muertes confirmadas de las
que se había informado a los familiares, omitiendo cifras
importantes de personas que habían sencillamente
desaparecido sin dejar huella alguna en medio de la
violencia y el caos. Era muy improbable que un esfuerzo como
ese recogiera todos y cada uno de los muertos que hubieran
podido producirse pero era un recuente importante, por las
razones ya mencionadas (141).
Después, entre mayo y julio de 2006, Roberts, Burnham y
Lafta dirigieron un segundo estudio epidemiológico en Iraq
para actualizar su estimación de al menos 100.000 muertes
entre marzo de 2003 y septiembre de 2004. Aumentaron el tamaño
de su muestra a 1.849 hogares, que comprendían 12.801
individuos en 47 grupos. Investigaban en esta ocasión los
resultados de cuarenta meses de guerra. Estos factores les
permitieron limitar el alcance estadístico de sus
resultados. Esta vez pudieron decir, con el 95% de certeza,
que entre 426.000 y 794.000 iraquíes habían muerto
violentamente como consecuencia de la guerra. Estimaron que,
en el mejor de los casos, había habido un exceso de 655.000
muertes, de las cuales alrededor de 600.000 fueron muertes
violentas. Pudieron validarse los resultados de la anterior
investigación de que en octubre de 2004 habían muerto al
menos 100.000 iraquíes, con una nueva estimación de exceso
de muertes, para ese período, de 112.000. Esto validó
también el supuesto conservador de que la muestra de Faluya
era inusual pero no irrelevante (142).
Encontraron también algunos cambios en el modelo de
muertes violentas. Los tiroteos eran ahora la causa más común
en el número global de muertes, y ‘la proporción de
muertes atribuidas a la coalición había disminuido en
2006, aunque las cifras actuales habían ido aumentando cada
año’. Sin embargo, su conclusión global fue que: ‘La
cifra de gente que muere asesinada en Iraq sigue
aumentando’.
Esta tendencia general era extremadamente preocupante,
con cada período recogiendo más muertes violentas que en
el anterior y con una proliferación de los tipos de
violencia según pasaba el tiempo. Los ataques aéreos eran
ahora causa de sólo el 13% del total de muertes violentas,
pero seguían siendo responsables de las muertes de
alrededor de la mitad de todos los niños asesinados en Iraq,
resaltando la naturaleza inherentemente indiscriminada del
potente armamento lanzado desde el aire. Se había
registrado un inmenso aumento en las muertes violentas entre
los varones de edades comprendidas entre los 15 y los 44 años,
reflejando ahora el 59% de todas las muertes violentas, pero
los epidemiólogos decidieron no intentar diferenciar entre
muertes de combatientes y de no combatientes. Con gran parte
de la población implicada ahora en la resistencia armada
frente a la ocupación, sentían que hacer preguntas sobre
este extremo podía poner a los equipos de la investigación
ante graves riesgos y que las respuestas no iban a ser en
ningún caso fiables.
Los hogares atribuyeron el 31% de las muertes violentas a
las fuerzas de la coalición, lo que suponía una estimación
de al menos 180.000 personas asesinadas directamente por los
estadounidenses y otras fuerzas extranjeras ocupantes. Sin
embargo, el informe señalaba que: ‘No se clasificaron
algunas de las muertes como provocadas por las fuerzas de la
coalición si en los hogares habían algún tipo de
incertidumbre sobre la parte responsable; en consecuencia,
la cifra de muertes y la proporción de muertes violentas
atribuibles a la coalición se ajusta a criterios
conservadores’. Asimismo, las fuerzas iraquíes reclutadas
y entrenadas por las fuerzas de EEUU y bajo su mando jugaron
un papel cada vez mayor en la guerra, en particular en el
reino del terror lanzado en Bagdad en mayo de 2005. Esas
fuerzas fueron responsables de las ejecuciones sumarias de
miles de hombres jóvenes y adolescentes, pero esas muertes
no se atribuyeron en ese estudio a las fuerzas de la
‘coalición’.
En enero de 2008, se publicaron dos estudios más sobre
la mortalidad en Iraq. El primero fue la Iraq Family
Health Survey [Investigación sobre la Salud Familiar en
Iraq, ISFI), que realizó el mismo grupo (COSIT, por sus
siglas en inglés) que había dirigido el estudio de 2004,
la ICVI citada arriba. Este estudio se centró
exclusivamente en la cifra de muertos y contó con alguna
cooperación de la Organización Mundial de la Salud. Se
publicó en el New England Journal of Medicine. Investigó
las muertes habidas sólo hasta junio de 2006, para
proporcionar una comparación con la segunda investigación
de Roberts, Burnham y Lafta. Aunque también encontró
pruebas de un inmenso incremento en la tasa de mortalidad
desde la invasión, la ISFI concluyó con una estimación
mucho más baja, alrededor de 150.000 muertes violentas (143).
Lamentablemente, hay varias razones para dudar de la
exactitud de esta cifra más baja. Al igual que la ICVI de
2004, este estudio lo llevaron a cabo los empleados de un
gobierno que formaba parte de la violencia que se intentaba
cuantificar. Por tanto, podía predecirse que las cifras
reales iban a subestimarse. En segundo lugar, sus cálculos
acerca de la tasa de mortalidad anterior a la invasión para
el año 2002 fue de alrededor de la tercera parte de la tasa
oficial de mortalidad recogida por la OMS. En tercer lugar,
no encontró incrementos en la tasa de muertes violentas de
año en año entre 2003 y 2006. Cualquier otra serie de
datos de que se dispuso, desde los estudios de mortalidad a
las estadísticas sobre violencia en Iraq del Pentágono,
mostraban que la violencia aumentaba año tras año. En
cuarto lugar, se halló que sólo una de cada seis muertes
tras la invasión se debía a la violencia, frente a la
mayoría de muertes por la violencia de otros estudios
epidemiológicos y de investigaciones independientes en los
cementerios.
Un quinto factor que seguramente contribuyó a la baja
cifra de mortalidad de la ISFI fue que era imposible
investigar la mortalidad en las zonas más peligrosas, el
11% de Iraq. Se intentó compensar esto basándose en la
distribución regional de muertes violentas de Iraqbodycount.org
(IBC), que registra las muertes recopilándolas a partir
de los informes de los medios internacionales. Sin embargo,
como las áreas no investigadas eran también las más
peligrosas para los periodistas internacionales,
inevitablemente, IBC desestimaba también las muertes de
esas zonas. Y la ISFI utilizó todo ese modelo distorsionado
basado en la información pasiva para hacer su estimación
sobre las muertes en las partes más letales del país.
La otra investigación, publicada en enero de 2008, la
dirigió entre agosto y septiembre de 2007, Opinion
Research Business (ORB), una firma de encuestas británica,
conjuntamente con el Instituto Independiente de Iraq para la
Administración y Estudios de la Sociedad Civil.
Investigaron en 2.414 hogares y les preguntaron si habían
perdido a algún miembro de la familia a causa de la
violencia desde que se produjo la invasión. No pudieron
investigar en tres provincias (Anbar, Karbala e Irbil), y la
mayoría del 8% de los hogares que se negaron a contestar
pertenecía a Bagdad, donde las tasas de mortalidad eran de
las más altas. Estos factores contribuyeron a crear un
sesgo conservador en sus estimaciones. A pesar de todo esto,
ORB halló que alrededor del 20% de los hogares investigados
habían perdido al menos a uno de sus miembros, y estimaron
que habían muerto en la guerra alrededor de 1,03 millones
de personas. Sin tratar de compensar los sesgos
conservadores mencionados, sus datos y el tamaño de la
muestra otorga un 95% de fiabilidad a una cifra de muertos
de entre 946.000 y 1,12 millones (144).
Tras la publicación del segundo estudio epidemiológico
en The Lancet (*), la escala de muertes
violentas que reveló fue gradualmente reconociéndose entre
los círculos educados de Occidente, incluido Estados
Unidos. La investigación de ORB proporcionó confirmación
independiente del nivel de violencia. También sugería que
las muertes habían continuado aumentando durante al menos
otro año tras la publicación del citado segundo estudio de
The Lancet y que es muy probable que la cifra total
superara el millón de muertes violentas.
El trabajo de todos estos investigadores mostró que
Estados Unidos y otros gobiernos modernos no pueden
desencadenar un tipo de violencia así en ningún otro país
sin tener que hacer frente finalmente a las consecuencias de
la preocupación de la opinión pública por la naturaleza y
magnitud de sus efectos. Y, aunque las autoridades
estadounidenses nunca lo admitan en público, la publicación
de estos estudios servirá probablemente para refrenar
algunos de sus más violentos impulsos de los
comportamientos en una guerra.
(*) Véase traducción informe completo investigación
2006 de The Lancet en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=39504
(N. de la T.)
Notas:
135.
Nancy Youssef: "U.S. attacks, not insurgents, blamed
for most Iraqi deaths”, Miami Herald, 25 septiembre 2004:
http://www.commondreams.org/headlines04/0925-02.htm
136.
Les Roberts et al.: "Mortality before and after the
2003 invasion of Iraq: cluster sample survey”, The Lancet,
Vol. 364, 20 noviembre 2004.
137.
Owen Bennett-Jones: "Iraq deaths survey was robust”,
BBC World Service, 26 marzo 2007: http://news.bbc.co.uk/1/hi/uk_politics/6495753.stm
138.
Nicolas J. S. Davies: "Burying the Lancet report” Z
Magazine, febrero 2006.
139.
http://www.iq.undp.org/ilcs.htm
140.
"BBC obtains Iraq casualty figures”, BBC News, 28
enero 2005. Informe original en: http://www.informationclearinghouse.info/article7906.htm
141.
"Iraqi civilian casualties”, United Press
International, 12 julio 2005. http://www.upi.com/Security_Terrorism/Analysis/2005/07/12/iraqi_civilian.2280/
142.
Gilbert Burnham et al.: "Mortality after the 2003
invasion of Iraq: a crosssectional cluster sample survey”,
The Lancet, 11 octrubre 2006.
143.
Iraq Family Health Survey Study Group, "Violence-related
mortality in Iraq from 2002 to 2006”, New England Journal
of Medicine, Vol. 358: 484-493, 31 enero 2008.
144.
http://www.opinion.co.uk/Newsroom_details.aspx?NewsId=88