Pakistán tras las
elecciones
Inestabilidad y
violencia
Por
Mariano Aguirre (*)
Transnational
Institute,
20/02/08
Las
elecciones celebradas el 18 de febrero en Pakistán difícilmente
traerán estabilidad al país. La violencia ha marcado la
campaña electoral, desde el asesinato de la candidata
Benazir Bhutto a los atentados y enfrentamientos entre
grupos.
Todo parece
indicar que los dos mayores partidos políticos son los
ganadores de las elecciones legislativas. Aunque el
escrutinio aún no ha terminado se puede determinar que el
Partido del Pueblo de Pakistán (PPP) de la asesinada ex
primera ministro Benazir Bhutto se perfila como el vencedor.
El segundo lugar lo ocuparía la Liga Musulmana de Pakistán
del también ex primer ministro, Nawaz Sharif. Le sigue a
gran distancia, la agrupación política del Presidente
Pervez Musharraf, la Liga Musulmana de Pakistán Qaid–e–Azam
Posiblemente no
emerja un triunfador claro entre los tres partidos
principales, y todo parece indicar que el presidente Pervez
Musharraf no ha logrado la legitimación que ha buscado en
el último año, con el apoyo masivo de Estados Unidos, para
permanecer en el poder.
Incesable inestabilidad
La inestabilidad
política ha acompañado a Pakistán en sus seis décadas
desde que fue creado como Estado, con una sucesión de
golpes de Estado, asesinatos, corrupción y rupturas entre
los sectores civiles y los militares, entre el secularismo y
el islamismo, y entre el poder central y las etnias que
dominan diferentes provincias.
La conexión entre
Pakistán y Afganistán, la pugna con India por Cachemira,
las divisiones étnicas y el crecimiento del Islam radical
han situado a este país como uno de los centros de la
crisis global. "Pakistán, decía hace pocos días un
artículo en The Times of India, potencia nuclear y refugio
de terroristas se ha convertido en un problema para la región
y para el mundo entero".
Desconfianza general
El asesinato de la
ex primera ministra Bhutto ha acentuado esta percepción de
gigantesco Estado frágil, que el presidente Musharaff
quiere borrar con las elecciones. De hecho, si no se
hubiesen celebrado la oposición habría interpretado que
había una conexión entre la muerte de Benazir Bhutto y la
prolongación de la dictadura militar. Pero el proceso
electoral se lleva a cabo en un profundo clima de
desconfianza y acusaciones de fraude. El resultado posible
es que nadie gane suficientes votos y pocos tengan confianza
en el futuro gobierno. Algunos analistas políticos tratan
de ver este resultado como una posible solución: un
gobierno de coalición que saque al país del estancamiento
violento. Pero la mayor parte tiene una profunda
desconfianza.
Las razones para
desconfiar no son pocas. En 2007 presidente Musharaff, hasta
hace pocos meses líder de las fuerzas armadas, modificó la
Constitución a su medida, disolvió la Corte Suprema cuando
le puso obstáculos para presentarse a las elecciones,
persiguió a la oposición, no garantizó la seguridad de
Bhutto y tomó por asalto violentamente una Escuela Islámica
(Madrassa) desde la que los islamistas radicales le
desafiaron durante semanas. Además, el centralismo contra
las etnias y provincias, el uso de la tortura y la
intimidación, el encarcelamiento sin juicio a miembros de
la oposición son prácticas cotidianas.
Estas medidas
enlazan con el poder que tienen las fuerzas armadas,
especialmente el servicio de inteligencia, desde hace décadas:
controlan sectores claves de la economía y un poderoso
servicio de inteligencia. Una parte de estas fuerzas de
seguridad apoyan a los islamistas radicales que controlan la
Provincia de la Frontera del Noroeste y desde donde operan
en Afganistán. Igualmente, el Área Federal de Administración
Tribal, en el Oeste del país está controlada por los Talibán
de Pakistán. Las fuerzas armadas, o una parte de ellas,
también han dado apoyo a los movimientos islamistas que han
operado militarmente en Cachemira o realizado atentados
dentro de la India.
Los grandes problemas
El país tiene
tres grandes problemas. Primero, la crisis política.
Segundo, el déficit económico y la falta de inversiones
que agudizan una situación de pobreza y exclusión de
amplios sectores de la población. Tercero, la falta de
seguridad, especialmente en la zona noroeste. Los partidos
que se disputan el poder carecen de planes concretos para
esos problemas.
El Partido Popular
de Pakistán, que ahora lidera el corrupto viudo de Benazir
Bhutto, funciona como una mafia jerárquica. La Liga
Musulmana de Pakistán–Q es el partido del Presidente,
creado para que logre reciclarse del poder militar al civil.
Y la Liga Musulmana de Pakistan–N, del ex primer ministro
Nawaz Sharif, tampoco tienes sistemas y formas democráticas
internas. Una sociedad civil cada vez más activa, a la vez,
mira con desconfianza a estos partidos. De todos modos, la
política en Pakistán es fundamentalmente local, y se basa
en negociaciones y acuerdos entre líderes regionales.
En el supuesto de
que el partido de Mushararraf se hubiera alzado con la
victoria sería acusado de fraude. Un problema muy grave y
que podría tener implicaciones étnicas. La élite militar
y política pertenece desde 1947 al grupo de los Pendjabis,
que representan el 45% de la población, y que es visto como
opresor por el resto de las identidades. Si no gana, como
parece haber sido el caso, habrá posiblemente un gobierno
de coalición, con los militares actuando de árbitros.
(*) Mariano
Aguirre, socio del Transnational Institute, es Director de
Paz y Seguridad de FRIDE, Madrid.
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