Confesionalismo
y resistencia
Por
Nicolás Qualander, desde Beirut
Rouge N° 2244, 20/03/08
Revista Viento Sur, marzo 2008
Enviado por Correspondencia de Prensa
Traducción de Alberto Nadal
Con la
llegada de tres navíos de la VI Flota norteamericana a las
costas libanesas, el asesinato en Damasco del coordinador
militar de Hezbolá, Imad Moughnie, el pasado 13 de febrero,
y el llamamiento a la salida de los naturales saudíes y
kuwaitíes, los riesgos de una nueva guerra entre la
resistencia libanesa e Israel han aumentado estas dos últimas
semanas.
Americanos
e israelíes dudan aún en lanzar una nueva guerra contra el
Líbano. En primer lugar porque Israel no se ha recuperado aún
de su derrota militar contra el Hezbolá islamo-nacionalista
del verano de 2006 y que este último parece haberse
reorganizado y rearmado en el Líbano sur, disponiendo de un
arsenal de misiles de medio y largo alcance que colocan a
las principales ciudades israelíes bajo el fuego directo de
la resistencia. En segundo lugar, porque existe la amenaza
de desencadenamiento de una tercera Intifada palestina que
pudiera incluir, según los servicios de información israelíes,
a los palestinos de los territorios de 1948, es decir que
residen en el seno mismo del territorio israelí.
Finalmente, porque es fuerte la probabilidad de que el
propio Hamás, en Gaza, se haya dotado de misiles del tipo
Grad, que pueden golpear con dureza el sur de Israel. En
definitiva, es la amenaza de una multitud de frentes
abiertos, tanto en el Norte como en el Sur, y una correlación
de fuerzas militar más o menos reequilibrada lo que, por
primera vez en la historia, hace verdaderamente dudar al
estado mayor israelí sobre la posibilidad de ataques aéreos
y de una invasión terrestre del Líbano.
División
Desde
septiembre de 2004 y la adopción, por el Consejo de
Seguridad de la ONU, de la resolución 1559 que pedía a la
vez la retirada de las tropas sirias del Líbano y el
desarme de Hezbolá, la situación no ha dejado de
degradarse. Hasta entonces, la estrategia israelo-americana
era doble. Por un lado, se trataba de permitir a Israel
intervenir militarmente para golpear y eliminar a Hezbolá
en el Líbano sur, y crear una línea de demarcación al
norte del río Litani: tal era el objetivo de la guerra de
2006, que se saldó para Israel con un fracaso total,
habiendo sido derrotadas sus tropas de tierra por Hezbolá.
De otra parte, tenía por objetivo favorecer un proceso
gradual de guerra civil en el Líbano entre, por un lado, la
oposición nacional libanesa y, del otro, la mayoría
parlamentaria pro-occidental llamada del 14 de marzo. Esta
estrategia sigue estando al orden del día. Desde 2004, los
atentados de todo tipo, así como los enfrentamientos
continuos y regulares entre los partidarios de la oposición
antiamericana y los del 14 de marzo, no han dejado de
ampliarse.
En lo
esencial, la oposición nacional libanesa está constituida
por Hezbolá y Amal (chiítas), la Corriente Patriótica
Libre del general Michel Aoun -una de las formaciones más
implantadas en la comunidad cristiana maronita-, pequeñas
formaciones cristianas y sunitas -como el Frente de acción
islámica (sunita) en Trípoli (norte del país) o la
Corriente de los Maradas, en la ciudad cristiana de Zghorta
(no lejos de Trípoli)- y, en fin, de una multitud de
formaciones laicas, nacionalistas, de izquierda, baasistas o
nasseristas -como el Movimiento del Pueblo, del antiguo
diputado Najah Wakim, o la Organización popular nasseriana,
de Oussama Saad, muy implantada en Saida (Líbano sur).
Por su
parte, el Partido Comunista Libanés (PCL) apoya a la
oposición en sus reivindicaciones nacionalistas, incluso si
critica la ausencia de programa social y de salida del
confesionalismo político. El cemento común de la oposición
sigue siendo el rechazo del plan americano del Gran Medio
Oriente y la defensa de las armas de la resistencia libanesa
de Hezbolá en el Líbano sur. La legitimidad de la
resistencia en esta zona proviene del hecho de que Israel
mantiene allí la ocupación de dos territorios: las granjas
de Chebaa y las colinas de Kfar Chouba. En fin, Israel sigue
manteniendo prisioneros libaneses. El carácter
transconfesional de la oposición, que reagrupa a la mayoría
de los musulmanes chiítas y una amplia parte de los
cristianos desde febrero de 2006, y la firma de un documento
de acuerdo entre Hezbolá y el PCL, así como su diversidad
política, (corrientes islámicas, nacionalistas, seculares,
de izquierda), le aseguran una real representatividad en el
país, y limitan, de hecho, las veleidades americanas de
guerra civil y de aislamiento de Hezbolá.
Resistencia
histórica
Por su
parte, el 14 de marzo pro-occidental, fuertemente apoyado
por Francia y los Estados Unidos, está compuesto por la
Corriente del futuro (musulmanes sunitas), dirigida por Saad
Hariri, hijo del antiguo Primer ministro asesinado en
febrero de 2005, Rafic Hariri, del Partido Socialista
Progresista de Walid Jumblat (drusos), y de los dos grandes
partidos de la derecha cristiana, las Falanges libanesas y
las Fuerzas libanesas. El 14 de marzo, que tiene en sus
manos las riendas del gobierno gracias al primer ministro,
Fouad Siniora, se declara antisirio y favorable a una doble
intervención americana y francesa en el Líbano, así como
a la creación de un tribunal internacional para juzgar el
asesinato de Rafic Hariri, de autor desconocido hasta hoy,
pero cuya responsabilidad hacen recaer sobre Siria.
El Líbano
hace pues el papel de caja de resonancia regional, entre los
partidarios de la presencia americana (Jordania, Arabia
Saudita, Egipto), y los que le son, al contrario, opuestos
(Siria, Irán y las organizaciones nacionalistas seculares o
islamo-nacionalistas de la región, más particularmente en
Palestina y en el Líbano). Pero el Líbano no es solo una
simple caja de resonancia: históricamente, es allí donde
se modificaron, en parte, las correlaciones de fuerzas
geopolíticas. De 1982 a 1990, las resistencias conjugadas
del Frente de la Resistencia nacional libanesa (FRNL, del
que el PCL constituía la fuerza principal), de Amal y de
Hezbolá, obligarían a las salidas sucesivas de las tropas
israelíes de Beirut, así como de las fuerzas francesas y
americanas del Líbano.
De 1990 a
2000, Hezbolá, único movimiento autorizado por Siria para
llevar armas, llevará a cabo la resistencia contra Israel
en el Líbano sur ocupado, lo que llevará al gran
acontecimiento histórico que fue la retirada unilateral de
las tropas israelíes de esa zona, en mayo de 2000. De 2000
a 2006, Hezbolá, partido originalmente inspirado por la
revolución iraní de 1979, pero que ha renunciado poco a
poco a la perspectiva de creación de un estado islámico en
el Líbano, obtendrá otras victorias de amplitud, como el
intercambio de más de 400 presos palestinos y libaneses,
entre ellos numerosos militantes del PCL, contra los cuerpos
de soldados israelíes y, finalmente, en 2006, la derrota en
tierra de las tropas israelíes, tras 33 días de guerra. En
la perspectiva de un Gran Medio Oriente y de un plan de
partición de los estados árabes, tal como fue teorizada
por los neoconservadores americanos tras el 11 de
septiembre, la existencia de una resistencia libanesa amplia
y continua desde hace más de 20 años, que tiene en su
activo victorias significativas, es una verdadera espina en
el pie del orden imperial.
Muchos se
extrañarán del carácter confesional de la historia política
libanesa. El confesionalismo político, oficialmente
institucionalizado durante el mandato colonial francés, de
1920 a 1943, permitió a las diferentes fuerzas mundiales y
regionales tomar apoyo en el Líbano levantando una
comunidad contra otras. Compuesto de 18 comunidades
religiosas, el país hace así función de eslabón débil
del Medio Oriente. En 1860, las tropas de Napoleón III
desembarcaron en el Líbano, oficialmente para proteger a la
comunidad cristiana maronita en guerra contra los drusos. En
1958, los Estados Unidos apoyaron a las fuerzas cristianas
maronitas del presidente Camille Chamoun contra los sunitas,
mayoritariamente partidarios del presidente nacionalista
egipcio Gamal Abdel Nasser. De 1975 a 1982, Israel apoyará
a las Falanges libanesas, maronitas cristianas, contra el
bloque constituido por los palestinos y las fuerzas
nacionalistas y de izquierda, de mayoría musulmana y drusa.
Desde 2004,
los americanos y los franceses se apoyan esencialmente en la
mayoría de los musulmanes sunnitas, contra los chiítas,
reflejando las tensiones regionales entre Arabia Saudita,
sunita, e Irán, chiíta. Institucionalizando el
comunitarismo político, que fuerza por ejemplo a los
libaneses a determinarse en función de sus confesiones y
obliga a las instituciones a respetar un estricto reparto
entre cristianos, chiítas y sunnitas (el presidente de la
República debe ser maronita cristiano, el Primer ministro
sunita y el presidente del Parlamento, chiíta), las
autoridades coloniales francesas sacralizaron un sistema
capaz, desde más de hace 60 años, de provocar guerras
civiles político-comunitarias de forma repetida.
Presiones
norteamericanas
Como en
1976, en la primera guerra civil que opuso al Movimiento
nacional libanés y sus aliados palestinos de la OLP a la
derecha cristiana maronita, el Líbano se vuelve a encontrar
desgarrado sobre su identidad nacional, y sobre el hecho de
saber si debe ser, como Israel, un enclave pro occidental en
Medio Oriente o, al contrario, si debe considerarse como
parte de una lucha de liberación a escala regional árabe.
Así, las configuraciones confesionales han cambiado -en un
país en el que la cuestión de la liberación nacional
sigue estando problemáticamente imbricada con las
configuraciones comunitarias-, la experiencia política y
militar de la resistencia se ha profundizado, mientras que
el liderazgo político antiimperialista no está ya
asegurado por la izquierda, sino por un partido nacionalista
de inspiración religiosa, Hezbolá.
Hoy, muchos
temen un conflicto civil entre sunitas y chiítas, estando
divididos los cristianos entre la mayoría y la oposición.
Unida a una intervención israelí, o a una nueva resolución
de la ONU que permita a las tropas extranjeras de la FINUL
hacer uso de la fuerza para desarmar a Hezbolá, una guerra
civil permitiría cercar a la resistencia libanesa. De ahí
la batalla institucional y seguritaria en curso en el Líbano:
sin gobierno nacionalmente reconocido desde la dimisión de
los ministros chiítas en diciembre de 2006, sin presidente
de la República desde la salida de Emile Lahoud, el pasado
23 de noviembre, ya está entablada la batalla entre el 14
de marzo y la oposición por el control de las
instituciones, pero también de las fuerzas armadas y de los
servicios de seguridad. La oposición sospecha que el
gobierno de Fouad Siniora y a los americanos quieren
modificar la composición confesional y política del ejército,
a fin de hacerle deslizarse a una posición contra Hezbolá.
La
manifestación del 27 de enero, en las barriadas del sur de
Beirut, contra el alza de los precios y los cortes de
electricidad, durante la cual los soldados abatieron a nueve
jóvenes chiítas, constituía un signo claro de las
divisiones del ejército libanés, incluso si numerosos
oficiales permanecen cercanos a la resistencia y la oposición.
Presidencia, ejército, gobierno, fuerzas de seguridad: el
conjunto de estos asuntos no parece poder ser arreglado en
los próximos meses, siendo tan fuertes las presiones de la
administración americana sobre sus aliados libaneses y
regionales.
|