Irán–EEUU:
Cómo compartir el Medio Oriente
Análisis
de Trita Parsi (*)
Inter Press Service (IPS), abril 2008
Washington.– Al mediar en una
tregua entre el gobierno de Iraq y la insurgencia chiita, Irán
dejó a Estados Unidos en una situación embarazosa y
fortaleció su imagen como un estabilizador más eficaz que
la potencia ocupante.
Las
gestiones de Irán en Iraq dejaron otra vez en evidencia
que, a pesar de las acusaciones del gobierno de George W.
Bush sobre el papel del de Mahmoud Ahmadinejad como azuzador
de la violencia chiita, la influencia de Irán allí es
bastante más compleja que eso, innegable y multifacética.
A
medida de que Washington comienza a aceptar esa realidad,
Medio Oriente se acerca al momento de la verdad: ¿Estados
Unidos está preparado a compartir el poder en la región
con Irán?
El
riesgo de guerra entre la potencia mundial y la regional cayó
en los últimos meses, a pesar de la identificación de Irán
como principal amenaza a Estados Unidos por parte de Bush.
Mientras, se consolida un módico optimismo para las
relaciones entre los dos países hacia el año próximo.
La
mala relación impidió que se exploraran áreas de interés
recíproco. Con un nuevo presidente en la Casa Blanca a
partir del 20 de marzo de 2009, y tras las elecciones en Irán
fijadas para marzo, los dos países tendrán nuevos jefes de
gobierno a mediados del año próximo.
Eso
abrirá una oportunidad de reducir las tensiones y de
comenzar a resolver las diferencias.
Pero
Estados Unidos e Irán tienen gran experiencia en eso de
perderse oportunidades políticas. Sobre todo del lado
estadounidense, donde falta una redefinición estratégica.
El
candidato del gobernante Partido Republicano a la
presidencia, John McCain, y la aspirante al cargo del
opositor Partido Demócrata, Hillary Rodham Clinton, parecen
inclinados a mantener la actual política estadounidense
hacia Irán.
McCain
ha aflojado su posición desde que el año pasado sugirió
que atacaría a Irán, y sostiene ahora que la guerra sería
el absoluto último recurso. Pero también criticó al
aspirante demócrata Barack Obama por favorecer la
diplomacia directa entre los dos países.
Clinton
se inclina por el diálogo, pero prefiere fortalecer, como
primera opción, la política de contención. En el debate
televisado del día 16 con Obama, la senadora propuso
proteger a todo Medio Oriente con un "paraguas nuclear
disuasivo que cubra mucho más que sólo Israel".
"Hagámosle
saber a los iraníes que debe relegar sus ambiciones
nucleares y que un ataque contra Israel desataría una
represalia masiva, pero también un ataque contra los países
dispuestos a quedar protegidos por el paraguas de
seguridad", dijo.
Obama
sigue siendo el único aspirante a la presidencia que
articula una estrategia más amplia sobre Irán, centrada en
la diplomacia. Pero tampoco sabe, al parecer, si sabe qué
esperaría el régimen de Ahmadinejad en una negociación.
La
discusión en Washington sobre cualquier eventual apertura a
Teherán se concentra en incentivos económicos, con la
esperanza de que las zanahorias, y no los palos, logren un
cambio de actitud.
A
veces, surge la idea de ofrecer garantías de seguridad como
aliciente para restarle incentivos para desarrollar armas
nucleares disuasivas contra Estados Unidos.
Pero,
si bien estos factores son necesarios, no son suficientes.
Lo hubieran sido en tiempos pasados.
Lo
que sucede hoy en el terreno es muy diferente al de hace
algunos años. La influencia regional de Irán es
incuestionable. Aventar su predicamento en Afganistán,
Iraq, Líbano y, tal vez, también en Gaza ya no es una opción
realista.
La
pregunta ya no es, si lo fue alguna vez, qué incentivos
económicos requiere Irán para cambiar su conducta.
Alcanzar
un acuerdo que ayude a estabilizar Iraq, impedir la
resurrección del movimiento islamista Talibán en Afganistán,
lograr la pacificación de Líbano y mejorar el clima en el
diálogo árabe–israelí obliga ahora a Estados Unidos a
reconocerle a Irán el protagonismo en la región y
concentrarse en influir sobre su gobierno, más que
minimizarlo.
Ni
Washington ni Teherán pueden desear que el otro
desaparezca. Los días de Estados Unidos en Iraq parecen
contados. Pero no queda claro que vaya a abandonar Medio
Oriente en el corto plazo.
Estados
Unidos tampoco puede continuar desarrollando políticas
basadas sobre la idea de que Irán puede ser excluido. Tarde
o temprano, ambos países deben aprender a
"compartir" la región.
Pero
Washington no ha llegado al punto de pensar en eso, ni en términos
políticos ni económicos. Reconocer el rol de Teherán
tendría repercusiones inmediatas en el orden de la región
y en la situación de aliados de Estados Unidos que se
benefician del actual statu quo.
La
potencia mundial no está preparada par este escenario.
Después de todo, Irán ha sido notoriamente incapaz, o no
ha estado dispuesto, a definir su propio papel en la región
ni a considerar las consecuencias de sus diversas opciones
en sus vecinos o en Estados Unidos.
Con
Teherán reticente a manifestar lo que quiere, Washington sólo
puede suponer. La incógnita permite a los rivales de Irán
a describir su proyecto como hegemónico.
De
todos modos, la realidad obliga a Estados Unidos a comenzar
a considerar qué alcance podrá acordar con sus aliados
para el poder de Irán en la región. Es decir, un nuevo
equilibrio.
(*) Trita Parsi es autor de
"Treacherous Triangle –– The Secret Dealings of
Iran, Israel and the United States" ("Triángulo
traicionero: Las relaciones secretas de Irán, Israel y
Estados Unidos", Yale University Press, 2007). También
es presidente del Consejo Nacional Iraní Estadounidense.
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