Con
los talibanes en las montañas de la frontera
Zambulléndose
bajo las bombas de los B–52
Por Syed Saleem Shahzad (*)
Corresponsal
en Afganistán
Asia Times, 22/05/08
Rebelión,
23/05/08
Traducido
por Germán Leyens
La
semana pasada, cuando un avión no tripulado Predator lanzó
misiles contra un escondite en la localidad de Damadolah, la
Agencia Bajaur de Pakistán subrayó que el área surge como
un campo de batalla crucial en la insurgencia dirigida por
los talibanes en Afganistán, e incluso en la “guerra
contra el terror”.
Dicen
que el área tribal que bordea las provincias afganas de
Kunar y Nooristan es el terreno en el que se esconden los
cerebros de al Qaeda, Osama bin Laden y Ayman al–Zawahiri
y sus confidentes, y sirve como un corredor vital para los
talibanes.
El
ataque teledirigido de la semana pasada fue el tercero de su
especie, indicando que los servicios de inteligencia
monitorean de cerca el área, conscientes en extremo de su
importancia. El ataque tuvo un cierto éxito, ya que eliminó
a dos altos dirigentes de al Qaeda – Sheikh Osman,
conocido por su mano amputada, y Sheikh Soliman. Sin
embargo, un famoso comandante talibán, Dost Muhammad, escapó
indemne.
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El
corresponsal de Asia Times con los
combatientes talibanes |
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Los
influyentes miembros de al Qaeda habían viajado a Damadolah
para instruir a un grupo selecto de líderes talibanes en el
uso seguro de teléfonos satelitales.
La
pérdida del Sheikh Osman fue particularmente importante.
Era buscado por EE.UU. por su papel en las operaciones
globales de al Qaeda como mano derecha del doctor Junaid
al–Jazeri, identificado por Washington como el principal
motor tras las estrategias de al Qaeda en el Norte de África
y Europa. (Hace dos años, en otro ataque de avión no
tripulado contra Damadolah, Zawahiri escapó aparentemente
de cerca a la muerte después de abandonar temprano una
cena.)
Hay
una feroz discusión sobre cómo el avión pudo atacar
Damadolah. Los partidos de oposición paquistaníes afirman
que Islamabad jugó un rol crucial en el suministro de
información de inteligencia. Pero, como se verá, el tema
no es tan simple.
A
diferencia de la provincia Helmland, en Kunar los talibanes
no dirigen distritos independientemente. Sin embargo, entre
los farallones escarpados y los exuberantes bosques verdes,
han establecido refugios y también cuentan con el apoyo de
amplios sectores de la población. Esto permite que
mantengan una ventaja frente a las fuerzas estadounidenses
en el área, lanzando ataques diarios contra sus bases, así
como contra las del Ejército Nacional Afgano y los centros
de inteligencia.
Las
provincias Kunar y Nooristan también sirven como el
comienzo de una ruta natural hacia la provincia Kapisa del
noreste, desde donde los talibanes esperan terminar por
entrar a Kabul.
Todas
las agencias regionales de inteligencia están seguras de
que bin Laden y Zawahiri están todavía en esta área.
EE.UU. considera que es fundamental para el éxito de la
“guerra contra el terror”. Los talibanes, por otra
parte, han basado todos sus recursos en toda esta región. Y
ninguno de los dos lados quiere ceder.
En la profundidad del corredor
Una
ardua caminata nocturna desde la Agencia Bajaur nos llevó
al distrito Sarkano de la provincia Kunar. La ruta siguió
el Paso Nawa – un ascenso duro – que se ha convertido en
un punto álgido entre los talibanes y las fuerzas de EE.UU.
Mientras
respiraba agitadamente debido al esfuerzo, mi delgado guía
talibán se deslizaba desenvuelto, a pesar de cargar un
rifle AK–47 y munición, y gran parte de mi equipaje.
“Para
mí, esto es un viaje de unas pocas horas, para usted es un
viaje de ocho horas,” dijo Ibrahim, residente de la
provincia Kunar. Más tarde me confió que había pensado
que mi pasión por cubrir tierra talibán se habría
extinguido después de la primera subida dura. Hubo
ciertamente momentos, en los que dudé de la cordura del
viaje, en algunos de esos traicioneros senderos rocosos en
los que un desliz bajo la luz de la luna me habría enviado
a una caída de cientos de metros hacia un vasto valle.
“Despiértese,
hay un centro muyahidín a sólo 20 minutos. Podrá
descansar cuando lleguemos,” me gritó Ibrahim cuando traté
de echar una cabezada de cinco minutos sobre unas duras
rocas. Sabía que sus 20 minutos serían por lo menos una
hora en mi caso, y es lo que sucedió.
Pero
después de horas caminando, estaba deshidratado, y
simplemente tuve que detenerme y refrescarme en un riachuelo
que corría por la ladera de la montaña.
“¿Dónde
está ese centro?” pregunté después de un rato a
Ibrahim, ya que sólo veía siluetas de montañas y densos
grupos de árboles.
“Queda
a cinco minutos. Muy cerca,” respondió Ibrahim. Y
entonces me di cuenta de la magia de este terreno. Sea a la
luz del día o por la noche, uno descubre repentinamente una
casa de barro oculta en forma segura a la sombra de las
montañas y la selva.
Habíamos
llegado a un refugio secreto talibán. Un lecho de pasto
seco en una pequeña pieza con muros de barro resultó ser más
confortable que ningún hotel de cinco estrellas y dormí
tres horas hasta que me despertó Ibrahim para las plegarias
de la mañana.
Mientras
comenzábamos un desayuno de pan seco y té, dos talibanes
se unieron a nosotros. “Varios grupos se sumarán a
nuestro campo y realizaremos un ataque esta noche,” dijo
uno de ellos, sin dar detalles.
“A
usted lo pondremos sobre una altura en un sitio seguro desde
el que podrá cubrir el evento,” dijo el otro. Ninguno dio
su nombre. Sólo dijeron que pertenecían al campo de
"Shah Khalid". Al romper el alba, reiniciamos el
camino.
“Saleem,
tenemos que apurarnos y pasar por este terreno antes de la
salida del sol. Una vez que el sol haya salido, la gente lo
reconocerá como extranjero, y unas pocas casas de aquí
albergan informantes para los estadounidenses,” me reprochó
Ibrahim cuando me detuve para comer unas frutas de un moral.
“Hace
unos pocos días, matamos a un informante. Pero quedan
muchos debido a la pobreza. Los estadounidenses pueden fácilmente
pagar mil dólares por cualquier información. Es mucho
dinero para ellos, con él pueden hacer cualquier cosa,”
dijo Ibrahim.
Ibrahim
explicó que, con la excepción de unas pocas aldeas que están
enteramente en manos de los talibanes, los estadounidenses
tratan de “comprar todas y cada piedra” en la provincia
Kunar para que informe sobre los talibanes. Era de esperar,
ya que Washington cree que el sector alberga a bin Laden y
Zawahiri.
Finalmente
llegamos a nuestro destino, una aldea en el distrito
Sarkano, y fuimos a la casa de Zubair Mujahid, portavoz
talibán en Kunar.
Lo
primero que vi fue un gran retrato de un hombre de barba
negra, aunque estaba parcialmente cubierto por una cortina.
“Es mi hijo mayor, Abdul Rahman," me dijo el anciano
padre de Zubair, Enayat.
“Era
el orgullo de la aldea. Era talibán. Después que EE.UU.
invadió Afganistán [en 1991], se nos acercó el gobernador
de la provincia mediante ancianos de la tribu para decir que
Abdul Rahman debiera entregarse. Nos prometieron que no sólo
sería perdonado, sino que lo nombrarían comandante de la
policía local.
“Después
de muchas garantías, lo enviamos a que se entregara. Fue
saludado por el gobernador, pero luego vinieron las fuerzas
estadounidenses y lo arrestaron. Cuatro días después, su
cuerpo muerto fue enviado a nuestra aldea. Lo habían matado
con el peor tipo de tortura. Desde ese día, toda la aldea
juró tomar las armas para luchar contra los
estadounidenses,” dijo Enayat.
“Cada
segundo mes no ofrecen una tregua y amistad, pero por la
muerte de Abdul Rahman nadie está dispuesto a creerles [a
los estadounidenses]. Una o dos veces por mes las fuerzas
especiales estadounidenses vienen a arrestar a los jóvenes
de la aldea, pero estos son suficientemente astutos como
para eludirlos cada vez,” dijo Enayat.
Al
llegar la tarde fue evidente que la aldea sólo contenía
mujeres y hombres ya mayores, y algunos niños. Unos pocos
trabajadores agrícolas eran los únicos jóvenes en el área.
Trabajaban en el principal cultivo del área –
adormideras. La aldea también estaba repleta de morales.
Un
poco más tarde, llegó mi contacto, Zubair, e
inmediatamente instruyó a los peones que abandonaran los
campos y tomaran las armas en posiciones dentro y alrededor
de la aldea.
Entonces,
Zubair se volvió hacia mí: “Siento un cierto peligro, así
que pasaremos la noche en algún otro sitio.” Partimos de
nuevo en una breve caminata por un terreno escarpado y
terminamos en otra casa de barro, ésta construida sobre la
cresta de una montaña.
Bajo
un cielo lleno de estrellas y una clara luz de luna pudimos
escuchar el ruido ocasional de los aviones B52 y de los
aviones no tripulados. Nos quedamos para dormir brevemente,
el mayor ruido era ahora el de unos asnos inquietos atados
cerca de mi cama.
Despertamos
antes del alba y encontramos una nota dejada por Zubair, en
la que explicaba que los talibanes no habían podido
realizar un ataque durante la noche, y que lo harían por la
tarde.
La
información general sobre los ataques es dada a última
hora a los diferentes grupos talibanes que operan en la región.
Pero aspectos específicos, como ser donde y cuando ocurrirá
un ataque, son conocidos solamente por los grupos que
participarán en la acción.
Lo
que sucedió por la tarde del 15 de mayo: Nuestro grupo de
cuatro – que ahora vamos de vuelta a Pakistán – había
partido después de decir las plegarias de la tarde durante
el crepúsculo. Cuando comenzamos a subir hacia las montañas,
escuchamos a los B–52 volando cerca a baja altura. Según
los talibanes, esos vuelos a baja altura significan
operaciones de bombardeo. Pronto hubo un ruido constante
alrededor de nosotros, incluyendo el de aviones no
tripulados. Nos refugiamos entre algunos árboles y grandes
rocas.
“Generalmente,
los helicópteros llegan después de un ruido semejante. Y
si detectan algún movimiento, lanzan a fuerzas especiales
que ya han acordonado el área,” explicó Zubair,
agregando que más valía que nos fuésemos – rápido.
El
padre de Zubair me había dado un bastón, que resultó ser
invaluable para ayudarme a no deslizarme por las rocas. Pero
ahora el ruido de los aviones y de los aparatos
teledirigidos estaba muy cerca. Los perros en el valle
ladraban incesantemente.
Pronto
desapareció la cobertura de los árboles y tuvimos que
quedarnos lo más alto posible en las montañas. Fue duro.
Mi garganta estaba seca y me dolían los músculos, pero no
había caso de detenernos. Se sentía una tensión palpable
creada por los ruidosos monstruos en el cielo, entre ellos
volaban ahora helicópteros.
La
tensión aumentó cuando estalló un tiroteo hacia el norte,
tan cerca que podíamos ver los destellos de las bocas de
los cañones de los fusiles.
“Debe
ser un ataque en el área Karghal," conjeturó
Zubair.”Tendremos que detenernos brevemente en un centro
muyahidín cercano para que poder obtener información sobre
lo que sucede exactamente. Luego podremos pasar a través de
las selvas. La selva es segura. Incluso si las fuerzas
especiales han acordonado el área, tendremos montones de
cuevas para ocultarnos,” dijo Zubair.
Una
vez que estuvimos en el refugio nos alimentaron con agua,
pan fresco y té. Zubair usó su radio para obtener
información confidencial. Los talibanes habían atacado
desde diversas direcciones en el área Karghal, así como en
el Paso Nawa cerca de la frontera con Pakistán – la ruta
que habíamos usado para entrar en Afganistán. Tendríamos
que tomar la ruta larga para volver.
Zubair
comprendió rápidamente que me estaba cansando, así que
alquiló un asno para mí. Pero después de sólo unos pocos
minutos sobre el torpe animal, supe que era probable que me
cayera del miserable asunto y me rompería los huesos. Volví
a caminar, aunque el asno se quedó con nosotros en caso de
que yo llegara a un punto de agotamiento.
Ahora
estábamos en la selva profunda que nos servía de buena
cobertura, pero era duro seguir adelante, especialmente por
los arbustos espinosos que destrozaban las vestimentas y la
piel.
Un
ascenso por un abrupto acantilado hacia la cima de una montaña
marcó nuestro retorno a suelo paquistaní, pero mi alivio
fue breve: había estallado otro tiroteo frente a nosotros,
esta vez entre insurgentes talibanes y el ejército afgano.
Los aviones sin tripulación también habían vuelto en
masa. El pobre asno estaba asustadísimo y comenzó un
rebuznar lamentable – un ruido tan alarmante como los cañones
y los aviones.
Cambiamos
de dirección y nos dirigimos hacia Agencia Bajaur, donde
dos días antes había tenido lugar el ataque de los aviones
teledirigidos contra Damadolah. Pronto nos acogió la fría
brisa matinal y dejamos atrás el ruido de los aviones y de
los cañones.Pero aunque el mundo se había silenciado a mi
alrededor, sólo podía pensar en el clamor que embargará
el área en los meses por venir cuando los talibanes y las
fuerzas de la coalición dirigida por EE.UU. luchen hasta
morir.
(*) Syed Saleem Shahzad es jefe del Buró de Pakistán de
Asia Times Online.
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