Los trabajadores egipcios imponen una nueva agenda
Por Asma Aqbarieh–Zahalka
Challenge, N° 109, Mayo/Junio 2008
CSCAweb, junio 2008
Traducción de Lucas Antón
“No iba de turista. Lo que me llevó a Egipto junto a mi
compañera Samia Nassar fue la oleada de huelgas que, desde
diciembre de 2005, ha sacudido al régimen de Hosni Mubarak.
En el año 2007 se produjeron 580 huelgas, manifestaciones y
protestas, con la participación de entre 300.000 y 500.000
trabajadores. Es probable que las cifras de 2008 sean más
del doble, lo que refleja el enorme aumento de los precios
de los alimentos. Pasamos tres días sin parar de charlar de
la mañana a la noche con representantes de partidos políticos
y organizaciones sindicales. Un nombre aparecía una y otra
vez: Majala el Kobra, la ciudad textil, epicentro del nuevo
movimiento sindical.”
La carretera del aeropuerto al hotel deja la historia al
descubierto: los edificios modernos esconden parcialmente
estructuras abarrotadas y en ruinas que parecen a punto de
desplomarse. Los viejos armatostes van resoplando como por
inercia mientras los últimos modelos de lujo les sobrepasan
como centellas. Enormes vallas publicitarias anuncian
empresas multinacionales. Y todo esto junto a mezquitas
centenarias cuya belleza quita el aliento, testigos de una
época en la que Egipto era el centro de la cultura islámica,
y no tan sólo otro país del Tercer Mundo que ofrece al
globo mano de obra barata para ser explotada. Un flechazo:
ése fue mi primer encuentro con El Cairo.
No iba de turista. Lo que me llevó a Egipto junto a mi
compañera Samia Nassar fue la oleada de huelgas que, desde
diciembre de 2005, ha sacudido al régimen de Hosni Mubarak.
En el año 2007 se produjeron 580 huelgas, manifestaciones y
protestas, con la participación de entre 300.000 y 500.000
trabajadores. Es probable que las cifras de 2008 sean más
del doble, lo que refleja el enorme aumento de los precios
de los alimentos. Pasamos tres días sin parar de charlar de
la mañana a la noche con representantes de partidos políticos
y organizaciones sindicales. Un nombre aparecía una y otra
vez: Majala el Kobra, la ciudad textil, epicentro del nuevo
movimiento sindical.
Poblada por medio millón de personas, Majala se asienta en
el Delta del Nilo, a 120 kilómetros al norte del Cairo, y
cuenta con la mayoría de las fábricas textiles. Por
ejemplo, la empresa Misr, Tejidos e Hilaturas, fundada en
1927, emplea a 27.000 personas, lo que la convierte en una
de las fábricas más grandes del mundo. Sus trabajadores
–sobretodo, las mujeres– iniciaron la primera y ahora célebre
huelga de diciembre de 2006. Ni ésta ni tampoco ninguna de
las otras huelgas de la ola que vino a continuación
tuvieron el visto bueno del gobierno: eran todas ilegales.
Una de las mayores huelgas se produjo en septiembre de
2007, cuando los trabajadores de Tejidos Misr ocuparon
temporalmente la fábrica y establecieron una fuerza de
seguridad independiente para impedir la entrada de las
fuerzas de la dirección. Exigían las primas que se les habían
prometido en diciembre y aún no habían recibido. Exigieron
la destitución de la dirección que, según afirmaron, les
había engañado: la fábrica había tenido grandes
beneficios, pero no se les había repartido la parte
prometida en diciembre. Exigieron que se eliminara de los
comités de trabajadores a los fieles al régimen. Y se
apuntaron los tres tantos.
¿Por qué se avino Mubarak a todas estas demandas, pese a
la ilegalidad de las huelgas? Porque teme que el efecto de
los trabajadores del textil pueda contagiarse a otras
empresas. Los trabajadores egipcios son demasiado numerosos
y están demasiado desesperados. Más del 40% de los 80
millones de personas vive por debajo de la línea de
pobreza, establecida por la ONU en dos dólares diarios.
Por consiguiente, el aumento del precio de los alimentos se
considera una amenaza mortal. La respuesta de Majala ha señalado
el camino. Sus trabajadores del textil, los mejor
organizados del país, convocaron una nueva huelga para el 6
de abril.
La gente de otras ciudades se unió para brindarles su
apoyo. Por medio de Facebook, mensajes de móvil y blogs, un
total de 70.000 jóvenes llevó a cabo una campaña con el
lema "¡Quédate en casa!", Es decir, no vayas a
trabajar, ni a la universidad ni hagas la compra el 6 de
abril. La gente se quedó en casa. Las calles del Cairo
aparecieron visiblemente tranquilas el 6 de abril. Diversos
partidos políticos trataron de sacar partido de la campaña
y proclamar una huelga general, incluso una revuelta civil,
pero los trabajadores evitaron estas convocatorias
prematuras.
La policía del régimen, de paisano, se anticipó a los
disturbios y entró en Majala tres días antes. Ocuparon las
fábricas más conflictivas, esperaron a los empleados y les
acompañaron hasta las máquinas, amenazando con encarcelar
a cualquiera que no trabajase. Después de que la empresa añadiera
la zanahoria al palo, prometiendo aumentos de sueldo, los
trabajadores postergaron la huelga. Con todo, las
manifestaciones comenzaron a media tarde del 6 de abril, y
el número de los que protestaban ascendió a 20.000 o más,
entre trabajadores, familiares, desempleados y gente en la
cola del pan. Entonaron lemas contra el aumento de precios
por parte del gobierno y la brutalidad policial. Al menos
tres manifestantes resultaron muertos por disparos de la
policía, hubo docenas de heridos y cientos de detenidos.
Enfrentados a la policía, los manifestantes exigieron la
liberación de los prisioneros. (1)
Cuando Samia Nassar y yo llegamos a Egipto tres semanas
después (el 24 de abril), se palpaba la tensión en Majala,
la policía continuaba la ocupación y no pudimos entrar.
Hablamos con activistas del Cairo, que todavía
reflexionaban sobre lo que había sucedido.
Puede que el origen de las huelgas se encuentre en la
decisión del gobierno en 1991 de sumarse a la globalización.
Tras la firma de acuerdos con el Fondo Monetario
Internacional y el Banco Mundial, el régimen procedió a
privatizar empresas, bancos, hoteles e incluso cadenas de
almacenes que eran propiedad del Estado. Los intentos de
privatización que tuvieron lugar entre 1991 y 2002 no
fueron, sin embargo, definitivos y quedaron congelados entre
2002 y 2004. Mubarak designó después a Ahmad Nazif como
primer ministro y éste impulsó de modo enérgico el
proceso. Ya en su primer año, Nazif privatizó 17 empresas.
Hoy continúa con ello.
Las industrias del algodón y el textil pertenecen en su
mayoría al sector público, herencia de los días de Gamal
Abdel Nasser. La empresa Misr, Tejidos e Hilaturas, no ha
sido todavía privatizada, si bien los trabajadores se
muestran muy preocupados por esta posibilidad: Temen que
conduciría a despidos, como en otras partes. Su protesta se
centra asimismo en otros asuntos, sobre todo en los bajos
salarios y el alza de los precios de la alimentación. Otra
queja se refiere al sindicato oficial. El Comité de
Trabajadores de Tejidos Misr pertenece a la Federación
Sindical Egipcia, a la que critican por su amistosa relación
con el Partido Nacional Democrático de Mubarak. Hay
intentos valerosos de crear comités alternativos de
trabajadores en las fábricas de Majala. Estos comités, si
bien independientes, encuentran apoyo en partidos políticos
y movimientos, entre ellos los de algunas de las personas
con las que conversamos.
Tómese, por ejemplo, la cuestión salarial. Un trabajador
cualificado de Tejidos Misr gana unos 80 dólares al mes,
pluses, complementos y horas extra incluidos. Puesto que de
un trabajador egipcio dependen, como media, 3,7 personas, un
salario de 80 dólares mensuales significa 0.72 dólares por
persona y día. Ante la perspectiva de la huelga del 6 de
abril, la compañía estuvo de acuerdo en elevar el salario
base mensual a los trabajadores de todos los niveles, pero
aunque se cumpla este acuerdo, los trabajadores mejor
pagados de Misr Tejidos (los que son licenciados
universitarios) ganarán –con primas– sólo 180 dólares
al mes, lo que está aún muy por debajo de la línea de
pobreza (224 dólares).
Los trabajadores del textil se encuentran entre los peor
pagados del sector público (un sector que cuenta 6 millones
de personas, de una fuerza laboral total de 22 millones),
pero los demás también se encuentran en la pobreza. Hemos
oído de médicos que tienen trabajos nocturnos como
taxistas. En el sector privado, el salario es ligeramente
mejor, pero la inseguridad en el empleo es alta y las
condiciones son miserables.
Hasta diciembre de 2006, la mayoría de los trabajadores se
abstuvieron de crear problemas, prefiriendo la seguridad en
empleos de bajos salarios a la incertidumbre de las empresas
privatizadas. Ahora ya no pueden echarse atrás: el coste
total de los alimentos se ha incrementado en un 26% en el último
año. Los precios del pan y los cereales han subido un 48%,
los de las frutas y verduras en un 20%, la carne, un 20% y
el pollo un 146%, lo que hace que la gente esté a punto de
estallar.
Entre los líderes con los que nos entrevistamos había
miembros del Comité de Coordinación de los Trabajadores
por los Derechos Sindicales, formado por varias
organizaciones de izquierda, que aconseja y asesora a los
trabajadores en huelga. También nos vimos con gente del
partido Tayammu, el partido nasserista al–Karama, el Comité
de Solidaridad con el Campesinado por la Reforma Agraria, Médicos
Sin Derechos, Ingenieros contra la Opresión y otros.
No esconderé la emoción que sentimos al reunirnos con los
veteranos dirigentes de la izquierda egipcia, que
respondieron modesta y pacientemente a nuestras cuestiones.
Ala Kamal, que se prestó como voluntaria a organizar los
encuentros, quedó asombrada al comprobar que la gente
estaba dispuesta a hablar con nosotros. En Egipto no se
puede dar esto por hecho. Al fin y al cabo, somos
representantes de organizaciones en las que árabes y judíos
trabajan juntos, a saber, la Organización de Acción Democrática
(nuestra formación política) y el Centro de Asesoría a
los Trabajadores. En la última década, el "Movimiento
contra la Normalización" egipcio ha cultivado una
actitud hostil no sólo contra Israel sino incluso contra su
población árabe, metiéndonos a todos en el mismo saco
sionista.
Desde nuestro primerísimo encuentro pudimos atisbar esta
actitud. Tras dejar claro que veníamos a expresar nuestra
solidaridad con los trabajadores egipcios, un veterano
izquierdista que prefirió permanecer en el anonimato, nos
confió: "Vuestra tarea no será fácil. Personalmente,
soy comunista e internacionalista, y estaré encantado de
hablar con vosotros, pero la violencia a la que ha recurrido
Israel recientemente, más el discurso islámico y nacional
dominante, han sembrado la confusión en las filas de la
izquierda. En el pasado éramos más precisos y distinguíamos
entre sionismo y judaísmo. Hoy la situación es
distinta".
No obstante, el hielo se rompía enseguida en todos
nuestros encuentros. Prevalecía el interés común, y no
por casualidad. El despertar de los trabajadores ha
introducido un nuevo diálogo de solidaridad.
Hubo acuerdo general en que las luchas iniciadas en Majala,
y que se extienden a nuevos sectores, son los vagidos de
nacimiento de un movimiento sindical.
Este movimiento es espontáneo. Se une en torno a demandas
concretas de derechos económicos, como aumentos salariales
y libertad de organización. No está dominado por ninguna
de las fuerzas políticas existentes, incluyendo la
izquierda. Están surgiendo líderes naturales.
Un nuevo diálogo
Saber Barakat, una figura descollante del Comité de
Coordinación, nos confió que "los resultados de la
privatización han sido demoledores para los trabajadores y
los pobres. Entre 1996 y 2006, se jubiló a 750.000
trabajadores, recibiendo cada uno un pago único de entre 20
y 30 mil libras egipcias [entre 3.700 y 5.500 dólares]. A
finales de los años 90, el régimen llegó incluso a
ofrecer a los propietarios feudales las tierras que había
confiscado Nasser. Entre 2003 y 2005, muchos de los
campesinos pobres se vieron expulsados de sus tierras al no
poder mantenerse al corriente de los pagos y se quedaron sin
medios de subsistencia. Sin otra elección, se encaminaron a
las ciudades, viviendo como marginados, lo que se sumó al
paro y las penalidades". (2)
La privatización ha resultado ser un bumerán, pues tan
pronto como los trabajadores comprendieron que no tenían
nada que perder, se quebró la barrera del temor. Hamdi
Hussein, uno de los dirigentes de sindicales de Majala, se
entrevistó con nosotros en El Cairo. Declaró que
"desde 1994 hasta diciembre de 2006, el movimiento
sindical estuvo congelado. En estos años no se
desarrollaron cuadros con conciencia política ni la energía
necesaria para organizar una huelga. Pero todo cambió en
diciembre de 2006. Apareció un nuevo fenómeno: los
trabajadores militantes, aún sin trasfondo político. Entre
ellos destacaban muchas mujeres. En general, no pertenecen a
ninguna organización ni partido. Había necesidad de
empezar desde cero, de crear comités activos con el
objetivo de educar a los trabajadores, de dar charlas y
organizar cursos de liderazgo".
Saber Barakat añadió que "desde los primeros años
de esta década, hemos pensado en crear sindicatos
independientes. El Comité de Coordinación constituye en
cierta medida la puesta en práctica de esta idea. Se fundó
en 2001, mucho antes de la ola de huelgas. Yo mismo dejé el
Sindicato de Trabajadores del Acero después de ocho años
como Secretario General. Había llegado a la conclusión de
que eran inútiles sindicatos así. Apelamos a la construcción
de sindicatos democráticos que fueran independientes del
partido gobernante, es más, de todos los partidos lo mismo
que de los empresarios. Por otro lado, está claro que el
sindicato tendrá que enfrentarse a los problemas derivados
de la falta de libertad de expresión".
El movimiento de los trabajadores ha impuesto un nuevo
orden del día. La lucha por el poder se ha librado hasta
ahora entre el régimen de Mubarak y la Hermandad Musulmana.
Por consiguiente, el discurso ha sido nacional o islámico.
Hemos oído hablar de las restricciones impuestas a los
escritores liberales y de la controversia sobre el velo.
Ahora sucede algo nuevo. Desde que los trabajadores han
levantado la cabeza, ya no hay modo de ignorarlos. Se han
hecho visibles gracias a ellos mismos.
La importancia del nuevo movimiento sindical radica en su
independencia de todas las fuerzas políticas existentes, ya
se trate del régimen de Mubarak, los Hermanos Musulmanes y
la izquierda y sus diversas ramas. La clase obrera ha
enarbolado una nueva agenda que ha pasado a situarse en el
centro de la discusión pública.
Hasta el momento, la escena política podía resumirse del
siguiente modo: el régimen contra los Hermanos Musulmanes.
Esta ecuación dejaba a la izquierda tradicional con las
manos atadas, como le sucedió al Tayammu. Y no queriendo
aparecer ligados a los Hermanos Musulmanes, se encontraron a
menudo alineados junto a Mubarak.
El movimiento liberal Kifaya ("¡Basta!") desafió
esta política bipolar en 2004, cuando salió a manifestarse
contra el dominio unipersonal de Mubarak. Pero Kifaya perdió
impulso paralelamente al aminoramiento de la presión
norteamericana en favor de la democratización. Kifaya era
reflejo de estratos intelectuales y pequeñoburgueses que
exigían, básicamente, derechos políticos. La cuestión
económico–social no figuraba en su orden del día. Kifaya
no se condecía con las penurias diarias de la población,
aunque a día de hoy presta su apoyo al nuevo movimiento
sindical.
La ventaja de este movimiento, por contraste, es que la
demanda de salarios justos, del derecho a organizarse y de
libertad de expresión suponen la posibilidad de unir a
todos los niveles sociales, y no sobre la base de la religión
sino de una amplia agenda democrática. Esta agenda le
conviene a trabajadores del textil, empleados, médicos,
ingenieros: en resumen, a personas de toda clase y condición.
Esto es lo que aterra al régimen de Mubarak, y por esta
razón ha movilizado a todas sus fuerzas para sofocar el
nuevo movimiento sindical. Comprende que Majala el Kobra se
ha convertido en un símbolo de todo Egipto. No obstante, en
interés de su propia supervivencia política, no puede
ignorar lo que sucede. Se ha visto forzado a regresar una y
otra vez a la situación económica. De acuerdo con ello, el
Primero de Mayo prometió públicamente aumentar los
salarios del sector público en un 30%. Que se cumpla ya es
otra historia.
A los Hermanos Musulmanes también les ha sorprendido la
fuerza del movimiento sindical. Después de intentar
minusvalorar los acontecimientos del 6 de abril, anunciando
incluso que no tomarían parte en la huelga, hubieron de
volver grupas. ¡Ahora pretenden que están dirigiendo el
movimiento!
Los trabajadores ven la globalización como un problema
económico y político, mientras que los Hermanos Musulmanes
lo contemplan, a través de su prisma ideológico, como algo
cultural. La globalización es mala a sus ojos, no porque
privatice empresas y empobrezca a los trabajadores, sino
porque representa a Occidente, los valores y permisividad de
los infieles.
Precisamente por esta razón, el régimen prefiere el
extremismo de los Hermanos Musulmanes, cuya visión
religiosa del mundo no amenaza los cimientos del orden económico
y no puede unir a toda la población tras de sí. Además,
los Hermanos Musulmanes son radicalmente antidemocráticos.
No presentan alternativa alguna al régimen y la privatización
capitalistas. Aún más, el régimen los utiliza para
atemorizar a la gente respecto a los valores occidentales,
la democracia entre ellos.
Puesto que los Hermanos Musulmanes no cuestionan el orden
económico existente, los trabajadores los consideran parte
del problema. Esto es lo que le oímos a Bashir Saker,
representante del Comité de Solidaridad con el Campesinado
por la Reforma Agraria: "Están con los patronos en
contra de los trabajadores, con los señores feudales en
contra de los campesinos, y su propaganda desmoraliza al
movimiento de resistencia de los campesinos".
Una oportunidad para la izquierda
El despertar del sindicalismo ha sorprendido no sólo al régimen
sino también a los diversos movimientos izquierdistas. La
izquierda egipcia cuenta con un amplio espectro de
nasseristas nacionales y organizaciones socialistas. Han
actuado entre bastidores, pero nunca como fuerza organizada.
Ninguno de los muchos grupos de izquierda con los que nos
vimos negaba este hecho. Por el contrario, se mostraban fácilmente
de acuerdo.
El Partido Comunista es ilegal, pero hace 30 años Anuar El
Sadat estableció un partido llamado Tayammu y anunció a
los izquierdistas que podía ser el suyo. La legalidad,
empero, tenía su precio. Tayammu se volvió cada vez menos
atractivo y relevante a ojos vista para la población. Así
se reflejaba, por ejemplo, en su declive electoral, de 5
escaños en el año 2000 a sólo 2 en el 2005 (el partido
gobernante dispone de 311 escaños y la Hermandad Musulmana,
de 88). La difusión del diario del partido, al–Ahali, cayó
de 120.000 a 30.000 ejemplares. Pero los últimos
acontecimientos en el frente sindical han abierto nuevos
horizontes. El Tayammu continuará como partido legal, pero
algunos de sus miembros, ante este nuevo campo en el que
trabajar, han pasado a la clandestinidad, reorganizándose
como el ilegalizado Partido Comunista.
Más importantes resultan las organizaciones socialistas
que han decidido permanecer fuera del Tayammu debido a la
cercanía de éste al régimen. Siguen hoy activas en el
Comité de Coordinación y tratan de construir partidos de
izquierda dentro de la legalidad. Hay también otro signo
alentador. Hasta ahora, a falta de un movimiento de
trabajadores, la parte de la izquierda que trataba de
distanciarse de Mubarak no tenía con quién trabajar, de
modo que limitaba su actividad a apoyar al movimiento
nacional palestino. En el año 2000 respaldó la Intifada, y
sobre todo a Hamas, a quien veían como dirección de la
resistencia. Ahora, no obstante, la huelga de los
trabajadores ha hecho posible un nuevo enfoque, que no es ni
nacional ni islámico. Abre una tercera alternativa
internacionalista. Desde los albores de su despertar, el
movimiento sindical ha proporcionado a la izquierda su hábitat
natural, y se palpa la sensación de que las fuerzas de
izquierda están de nuevo en pie.
El nuevo movimiento sindical egipcio ha hecho visible la
clase obrera, tanto a escala local como en todo el mundo árabe,
que se debate en condiciones políticas, sociales y económicas
semejantes. Los ecos han llegado a todo el mundo. Se trata
del logro más importante del movimiento hasta la fecha. Ha
demostrado que las opciones del mundo árabe no se limitan
al fundamentalismo islámico o la dictadura secular.
Nota del traductor: se han adaptado algunos nombres árabes
a la fonética española.
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