Medio Oriente

Por fin llegan a las noticias las megabases de EE.UU. en Iraq

La mayor historia nunca contada

Por Tom Engelhardt
Tom Dispatch, 15/06/08
Rebelión, 19/06/08
Traducido por Germán Leyens

Es sólo un contrato por 5.812.353 dólares – calderilla para el Pentágono – y ni siquiera uno de esos tristemente célebres contratos “sin licitación”. El Cuerpo de Ingenieros del Ejército solicitó noventa y ocho ofertas y 12 fueron recibidas antes de que fuera adjudicado el contrato para “instalaciones de reemplazo para la Base de Operación Avanzada Speicher, Iraq, el 28 de mayo, a Wintara, Inc.de Fort Washington, Maryland.” Según un comunicado de prensa del Departamento de Defensa, se espera que el trabajo en las “instalaciones” que deben ser reemplazadas en la base cercana a Tikrit, la ciudad natal de Sadam Husein, será completado el 31 de enero de 2009, sólo unos 11 días después de que un nuevo presidente entre al Despacho Oval. Es sólo un modesto recuerdo de que, cuando el nuevo gobierno llegue a Washington, las bases estadounidenses en Iraq, grandes y pequeñas, todavía estarán pasando por la especie de reparación y mejora que ha estado teniendo lugar durante años.

En los hechos, durante los algo más de cinco años pasados, incontables miles de millones de dólares de los contribuyentes han sido gastados en la construcción y mejora de esas bases. Cuando preguntaron en el otoño de 2003, sólo días después de la caída de Bagdad en manos de las tropas de EE.UU., al teniente coronel David Holt, ingeniero del ejército que entonces “estaba encargado del desarrollo de instalaciones” in Iraq, indicó orgullosamente que “varios miles de millones de dólares” ya habían sido invertidos en esas bases en construcción acelerada. Incluso entonces, se maravilló como se debía, comentando que “las cifras son asombrosas.” Imaginemos lo que podría haber dicho, apenas dos y medio años después, cuando según los informes EE.UU. tiene 106 bases, entre mega y micro, en todo el país.

Ahora, miles de millones se han ido evidentemente en grandes, masivas megabases, como la base aérea de EE.UU. en Balad, a unos 100 kilómetros al norte de Bagdad. Es una “fortaleza de 41,5 kilómetros cuadrados,” que posiblemente alberga a 40.000 soldados, contratistas, individuos de operaciones especiales, y empleados del Departamento de Defensa. Como señaló Tom Ricks, del Washington Post, quien visitó Balad en 2006 – en un raro artículo sobre una de nuestras megabases – es esencialmente “una pequeña ciudad estadounidense justo en medio de la parte más hostil de Iraq.” En aquel entonces, el tráfico aéreo en la base ya era comparado con el del Aeropuerto Internacional O’Hare de Chicago o Heathrow de Londres – y hay que considerar que Balad ha sido constantemente mejorada desde entonces para apoyar una ‘oleada aérea’ que, a diferencia de la ‘oleada’ de 30.000 soldados en tierra del presidente en 2007, aún no ha terminado.

Construyendo zigurats

Aunque los periodistas estadounidenses piensan pocas veces que valga la pena informar sobre esas bases – los hechos más esenciales en el terreno de EE.UU. en Iraq – la prensa militar escribe regularmente y con orgullo al respecto. Esos artículos abren una pequeña mirilla hacia lo ocupado que está el Pentágono en su trabajo por actualizar y mejorar lo que ya son guarniciones al último nivel de la técnica. Lo que sigue es sólo un indicio de lo que ha estado pasando recientemente en Balad, una de las mayores bases en suelo extranjero del planeta, y sólo una de posiblemente cinco megabases en ese país.

Consideremos, por ejemplo, la siguiente descripción de una mejora de la pista de aterrizaje en una información de la Fuerza Aérea de EE.UU., intitulada: “Los 'Dirt Boyz' [cuerpo de ingenieros para trabajos pesados] pavimentan pista para aviones, aviadores”:

“En menos de cuatro meses, los Dirt Boyz de la Base Aérea Balad han colocado y terminado más de 3.800 metros de hormigón y agregado aproximadamente 8.300 metros cuadrados de pavimento al aeropuerto... Sin el pavimento adicional por cortesía de los Dirt Boyz, la Base Aérea Bala podría recibir y mantener menos aviones. Menos aviones en la base afectarían directamente la capacidad de la Fuerza Aérea de mantener en el aire recursos de vigilancia y lanzar municiones sobre objetivos. Los actuales proyectos de la Base Aérea Balad incluyen extensiones del la plataforma de hormigón que asegurará superficies ocupadas por múltiples aviones de varios tipos.”

O la siguiente orgullosa descripción de lo que el Destacamento 6 del 732 Escuadrón Expedicionario de Ingenieros Civiles hizo en su reciente viaje en Balad:

“Construimos más de 2.232 metros cuadrados de edificios de vivienda, alimentación y operaciones partiendo de cero,” dijo el sargento John Wernegreen… “Este proyecto dio al 3er Escuadrón, del 2º Regimiento Stryker de Caballería del ejército de EE.UU. y a [soldados] del ejército iraquí un sitio desde el cual pueden realizar su misión de controlar el terreno de batalla alrededor de la Provincia Oriental Divala.”

Y una leyenda, que acompaña una foto de la Fuerza Aérea del trabajo en Balad: “Aviadores del equipo de reparación de equipamiento del 407 Escuadrón Expedicionario de Ingenieros Civiles repararon el 11 de junio el suministro eléctrico. El equipo reemplazó aproximadamente 30 metros cúbicos de concreto sobre cables eléctricos recientemente instalados.” Y otro: “Un operador de equipo pesado del Escuadrón Expedicionario de Ingenieros Civiles, modela una nueva acera aquí, el 10 de junio. La reparación de aceras es realizada en toda el área residencial de la base para eliminar riesgos de tropiezos.” (Las aceras en esas bases vienen con rutas de autobuses, semáforos, y multas por exceso de velocidad – en un país al que EE.UU. ha ayudado a convertir en poco más que un gigantesco hoyo.)

O como esta leyenda para una foto de militares en trabajo de mejora de cables de cobre como “parte de las nuevas tiendas para el proyecto de remolques.” No es de extrañar que, en otra rara publicación, el corresponsal de defensa de NPR, Guz Raz, haya informado, en octubre de 2007, que Balad era “un gigantesco proyecto de construcción, con nuevas carreteras, aceras, y estructuras... todo con vistas a las próximas décadas.”

Hay que pensar en esto como la mayor historia estadounidense nunca contada de estos años – o para ser más exacto, ya que ha habido unas pocas informaciones sobre un par de estas megabases – que nunca ha sido mostrada. Después de todo, ha sido una construcción épica: la construcción por el Pentágono de toda una serie de ciudades estadounidenses fortificadas, cada una de alrededor de entre 20 y 30 kilómetros, con muchas de las comodidades que hay en EE.UU., incluyendo franquicias renombradas de comida rápida, supermercados para el personal militar, y cosas semejantes, en un país hostil, en medio de la guerra y de la ocupación. En cuanto a tropas, el presidente podrá haber puesto en juego la estrategia de la ‘oleada’ recién en enero de 2007, pero su Pentágono ha estado ‘haciendo oleadas’ en la construcción de bases desde abril de 2003.

Ahora bien, imaginad también como cientos de miles de estadounidenses han pasado por estas megabases, incluyendo la enorme Base Aérea al–Asad (apodada sardónicamente “Campo Tortita” por sus comodidades) en el desierto occidental de Iraq, y el mal llamado (o nunca rebautizado) Campo Victoria al borde de Bagdad. Soldados llegaron como una ‘oleada’ a estas bases, por cierto. Los contratistas privados también, en abundancia. Sicarios. Funcionarios del Pentágono. Comandantes militares. Altas personalidades del gobierno. Delegaciones en visita del Congreso. Candidatos presidenciales. Y, por supuesto, periodistas.

Ha sido, por ejemplo, un lugar común de estos años que aparezca un corresponsal de la televisión informando sobre la situación en Iraq, o lo que los militares estadounidenses hayan tenido que decir sobre Iraq, desde el enorme Campo Victoria de Bagdad. Y, sin embargo, si piensas en ello, esa cámara, que fotografiaba a la excelente periodista de ABC, Martha Raddatz, o a otros periodistas en similares escalas, nunca se pasea por la base en sí. Ni siquiera te ofrece un vistazo, a menos que tengas acceso a vídeos hechos en casa por soldados o propaganda producida por el Pentágono.

De la misma manera, el año pasado, el presidente aterrizó, seguido por periodistas, en Campo Tortita para una reunión con el primer ministro iraquí Nuri al–Maliki. Pudiste ver fotos de su persona bajando del avión (como lo hace por todas partes), haciéndose el tonto con soldados, o apretando la mano del primer ministro iraquí pero, que yo sepa, ninguno de los periodistas que lo acompañaban se quedó para darnos una idea de la propia base.

Imaginad que nadie haya sabido que habían construido las pirámides. Ídem para la Gran Muralla de China, los Jardines Colgantes de Babilonia, el Coliseo, la Torre Eiffel, la Estatua de la Libertad. O cualquier otra maravilla arquitectónica del mundo que se os ocurra.

Después de todo, esas bases gigantescas, levantadas en la cuna destruida de la civilización occidental, no fueron sólo erigidas sobre (y a veces usando trozos de) antiguas ruinas de ese país, sino son zigurats funcionalmente modernos. Son los monumentos preciados del gobierno de Bush. Incluso si sus portavoces se han negado regularmente a utilizar la palabra “permanente” en relación con ellas – de hecho, en relación con cualquier base de EE.UU. en el planeta – han sido construidas para sobrevivir de por mucho tiempo al propio gobierno de Bush. Fueron, en los hechos, destinadas claramente para ser guarniciones clave de una Pax Americana en Oriente Próximo durante generaciones futuras. Y, como era de esperar, saben a permanencia. Son la esencia inevitable – a menos que no sepáis que existen, como la mayoría de los estadounidenses – de la planificación del gobierno de Bush en Iraq. Sin ellas, ninguna discusión de la política iraquí de este país tiene realmente sentido.

Y eso, por cierto, es lo que hace que su condición de desaparecidas en combate en el paisaje estadounidense sea tan sorprendente. Es verdad que un par de buenos periodistas estadounidenses han escrito artículos sobre una o dos de ellas, pero la mayoría de los estadounidenses, como sabemos, recibe sus noticias de la televisión y – aunque nadie puede mirar todas las noticias que fluyen día y noche a las salas de estar de EE.UU., es una apuesta razonable que un porcentaje inmenso de los estadounidenses no ha tenido nunca la oportunidad de ver esas notables estructuras en Iraq ocupado que han sido pagadas, y siguen pagando, con los dólares de sus impuestos.

Es algo que se puede esperar de prisiones, o gulags, o campos de concentración en ultramar, al estilo de Bush. Y, sin embargo, los estadounidenses han visto regular y repetidamente cómo es Guantánamo. Han visto algo de la prisión Abu Ghraib en Iraq. Pero no las bases. Tal vez una explicación sea la siguiente: En raras ocasiones, cuando los encuestadores preguntan a los estadounidenses si desean “bases permanentes” en Iraq, mayorías importantes responden por la negativa. Sólo cabe suponer que, como en numerosos otros temas, el gobierno de Bush prefirió volar por debajo de la pantalla de radar en este asunto – y los medios generalmente lo consintieron.

Y recordemos una base más, aunque nunca es llamada de esa manera – la masiva embajada imperial, tal vez la mayor del planeta, que está siendo construida, por casi 750 millones de dólares, en un sitio que tiene casi el tamaño del Vaticano, casi 42 hectáreas dentro de la Zona Verde en Bagdad. Albergará a 1.000 “diplomáticos.” Costará algo como 1.200 millones de dólares al año, sólo en costes operativos. Con sus propios sistemas eléctricos y de agua, sus defensas contra misiles, recreación, áreas de “comercio minorista y compras,” y espacios de trabajo “a prueba de explosiones,” es esencialmente una ciudadela fortificada, una base dentro del corazón fortificado estadounidense de la capital de Iraq. Como las megabases, emite un aura de “soberanía” estadounidense, no iraquí. También, es construida “para los tiempos futuros.”

Apropiación de tierras, al estilo estadounidense

El tema de las megabases en Iraq salió a la luz por primera vez sólo días después de la caída de Bagdad. Para ser exacto, fue el 20 de abril de 2003, y Thom Shanker y Eric Schmitt escribieron en la primera plana del New York Times en un artículo intitulado: “El Pentágono espera un acceso a largo plazo a bases cruciales en Iraq” que: “Responsables militares estadounidenses, hablaron en entrevistas durante esta semana, de mantener posiblemente cuatro bases en Iraq que podrían ser utilizadas en el futuro,” incluyendo la que se convirtió en Campo Victoria. La historia, y la idea misma de bases “permanentes,” fueron rápidamente desmentidas por el Secretario de Defensa Ronald Rumsfeld – y luego desaparecieron esencialmente de las noticias durante años. (Hasta hoy, de nuevo que yo sepa, el New York Times nunca ha vuelto a escribir un importante artículo de primera plana sobre el tema.)

Sin embargo, las bases llegan, repentina y sorprendentemente, a las noticias (y, por cierto, se escribe sobre ellas y son discutidas en la televisión como si hubieran sido desde hace tiempo parte del análisis mediático de todos los días). Esta semana, en los hechos, llegaron a la primera plana del Washington Post, debido a protestas de dirigentes iraquíes cercanos al gobierno de Bush. Se enojaron e hicieron como condenados filtraciones al respecto, debido a tácticas de intimidación estadounidenses en negociaciones para un Acuerdo de Estatus de Fuerzas (SOFA) a largo plazo que implantaría oficialmente bases controladas por EE.UU. en Iraq a largo plazo, potencialmente ataría las manos de un futuro presidente estadounidense respecto a la política en Iraq, y representaría una apropiación de soberanía de primera clase. (Un comentario típico de un político iraquí favorable a Maliki en ese artículo del Post: “Los estadounidenses están haciendo exigencias que conducirían a la colonización de Iraq...”)

Las crecientes protestas iraquíes – en las calles, en el parlamento, y entre los negociadores – ciertamente ayudaron a provocar la cobertura del asunto en este país. Un persistente e intrépido periodista británico, Patrick Cockburn de The Independent, ayudó a revelar la historia de las exigencias del gobierno de Bush días antes de que fueran noticias significativas en EE.UU.

Pero la mayor parte del crédito debería realmente ir al propio gobierno de Bush que, a pesar del flujo a largo plazo de los eventos en Iraq, todavía lo quería todo. Codicia, combinada con desesperación, parecen haberlo logrado. En todos los años de la ocupación, los responsables de este gobierno han mostrado su incapacidad de darse cuenta de la era post colonial en la que viven. Nunca ha penetrado su conciencia que la mayor historia del Siglo XX fue que los pueblos previamente sometidos y colonizados habían conquistado (o reconquistado) su soberanía.

El gobierno lo mostró, en 2003, con su sueño mismo de asentar sus tropas en una nación árabe importante, potencialmente hostil, intensamente nacionalista, en el corazón de las tierras petrolíferas del planeta. Que la construcción de enormes bases estadounidenses y el asentamiento de tropas en la relativamente pacífica Arabia Saudí después de la Primera Guerra del Golfo haya llevado al desastre – pensad en Osama bin Laden – no tuvo ni la menor importancia para los máximos responsables del gobierno.

No podría haber sido más obvio lo poco que les importaba la soberanía o el orgullo de Iraq cuando L. Paul Bremer III, el representante personal de George W. Bush y virrey en Bagdad, antes de “devolver la soberanía” oficialmente a los iraquíes en junio de 2004, firmó la infame (aunque, en este país, poco percibida) Orden 17. Como ley de Estado en Iraq aseguró, entre otras cosas, que todos los extranjeros involucrados en el proyecto de la ocupación recibirían “libertad de movimiento sin retardo en todo Iraq,” y que ni sus naves, ni sus vehículos, ni sus aviones serían “sometidos a inscripción, matrícula o inspección por el gobierno [iraquí].” Tampoco serían sometidos en sus viajes: diplomáticos, soldados, consultores, guardas de seguridad extranjeros, o ninguno de sus vehículos, naves, o aviones a “tasas, aranceles, o cobros, incluyendo pagos por aparcamiento o aterrizaje,” etc.

En cuanto a importaciones, incluyendo las de “sustancias controladas,” no habría aranceles o inspecciones de aduana, impuestos, o cualquier otra cosa; ni habría el menor cobro por el uso de “cuarteles, campos y otras propiedades” ocupadas, ni por el uso de electricidad, agua, u otros servicios. Y todos los contratistas privados tendrían inmunidad total contra procesos judiciales en cualquier parte del país. La Orden 17 habría parecido familiar a cualquier colonialista europeo del Siglo XIX. Otorgó lo que solía ser llamado “extraterritorialidad” a los estadounidenses. Hay que verla como una gigantesca carta “Sal de la cárcel gratis” para una nación ocupante.

Ahora bien, imaginad que, incluso después de años de desastre, incluso en un estado de descontrol, con suministros globales inseguros de petróleo que llegan a 140 dólares por barril, el gobierno de Bush sigue manteniendo la misma actitud mental de la Orden 17. Comenzó con esa actitud sus negociaciones con los iraquíes. Cockburn (y después de él otros periodistas) informó que pedían una inmunidad al estilo de la Orden 17 para los militares de EE.UU. y todos los contratistas privados que estuvieran en el país, así como el uso de hasta 58 bases, a pesar de que “sólo” tenían 30 bases mayores en el país. (Un destacado político de la Organización Badr afirmó que los negociadores de EE.UU. presionaron realmente por el uso de una cantidad asombrosa de 200 instalaciones en todo el país.)

También insistieron evidentemente en el control del espacio aéreo iraquí hasta 8.839 metros de altura, el derecho a ingresar y sacar tropas del país sin informar a los iraquíes, y el derecho a “realizar operaciones militares en Iraq y de detener a individuos cuando sea necesario por razones imperativas de seguridad,” de nuevo sin notificación a los iraquíes, y menos todavía aprobación de algún tipo. Pueden haber insistido incluso en la libertad de atacar a otros países desde sus bases iraquíes, de nuevo sin consulta o aprobación. Además, informó Cockburn, intentaban obligar a sus homólogos iraquíes a aceptar un acuerdo semejante con la amenaza de negarles por lo menos 20.000 millones de dólares en fondos del petróleo iraquí depositados en el Banco de la Reserva Federal de Nueva York.

Gulf News informó también que, según la versión estadounidense del acuerdo: “instituciones iraquíes de seguridad como los ministerios de Defensa, Interior y de Seguridad Nacional, así como los contratos de armamento, estarían bajo supervisión estadounidense durante diez años.” Esto fue confirmado en parte por Walter Pincus del Washington Post, quien informó sobre un contrato plurianual que acaba de ser adjudicado a un contratista privado por el Pentágono para suministrar “mentores para funcionarios en los ministerios de Defensa e Interior de Iraq... [quienes] ‘asesorarían, entrenarían, [y] ayudarían... a ciertos funcionarios iraquíes.’”

Si el gobierno de Bush hubiera mostrado la más mínima limitación, podría haber elaborado una versión mucho más cosmética del establecimiento permanente de fuerzas militares en Iraq. Podría haber entregado oficialmente las megabases a los iraquíes y haber vuelto a alquilarlas por casi nada. Podría haber dejado que los hechos sorprendentes que había creado en el terreno hablaran por sí mismos. Podría haber ofrecido “comandos conjuntos” y otros remedios paliativos (como evidentemente considera hacerlo ahora) que habrían hecho que su apropiación a largo plazo de la soberanía pareciera menos significativa – sin necesariamente serlo. Pero su capacidad de crear estrategias fuera del palco (de Bush) ha sido limitada desde hace mucho tiempo.

Hay que pensar en ellos como la “generación del yo” adicta a esteroides, global e imperial. O reconocer su consecuencia. Son soñadores dementes que todavía no logran despertar, incluso cuando se ven en una sala llena de sales aromáticas.

En lugar de hacerlo, han intentado volar bajo las pantallas de radar tanto del Congreso de EE.UU. como del pueblo iraquí, mediante sus negociaciones secretas SOFA. Querían implantar a perpetuidad bases permanentes y una política de ocupación en Iraq, sin dejar que el tema tuviera el valor de un tratado. (Por ello, sin requerir ni la opinión ni el consentimiento del Senado de EE.UU.)

No es sorprendente que este episodio, otro más, amenace terminar en una debacle. La jefatura iraquí se encuentra en una revuelta virtual. En todo el espectro político, como ha escrito Tony Karon del blog Rootless Cosmopolitan, las negociaciones han impuesto a los iraquíes una especie de “encuesta instantánea o sondeo informal... sobre la presencia a largo plazo de EE.UU., y los objetivos para Iraq” de los que es probable que los estadounidenses emerjan como perdedores.

La idea de itinerarios para la partida estadounidense vuelve a ser presentada en Iraq. Según Reuters: “Una mayoría del parlamento iraquí ha escrito al Congreso rechazando un acuerdo de seguridad a largo plazo con Washington si no está vinculado al requerimiento de que partan las fuerzas de EE.UU.,” y responsables estadounidenses anónimos comiezan ahora a refunfuñar que no se logrará un acuerdo SOFA antes de que el gobierno de Bush deje su mandato.

El hombre del gobierno estadounidense en Bagdad, el primer ministro Maliki, ha declarado que la propuesta inicial de EE.UU. está “en una calle sin salida” e incluso ha comenzado a amenazar con solicitar que las fuerzas estadounidenses se vayan cuando su mandato de la ONU expire a fin de año. (Aunque gran parte de esto puede ser un alarde de su parte, ¿qué alternativa le queda? Considerando las actitudes iraquíes ante la posibilidad de un establecimiento permanente de militares de EE.UU., ningún dirigente iraquí podría permanecer en su puesto o incluso entregar el poder y aceptar condiciones semejantes. Sería como estampar y sellar su propia orden de ejecución.)

Los sadéristas están en las calles protestando contra la presencia estadounidense y su líder acaba de llamar a una “nueva ofensiva de las milicias” contra las fuerzas de EE.UU. Los baderistas – pro–iraníes, pero respaldados por los estadounidenses, están indignados. (“Hay soberanía para Iraq” – ¿O no la hay? Si quedara en las manos de ellos [el gobierno de Bush], pedirían inmunidad hasta para los perros estadounidenses.”) Los iraníes votan vehementemente que no. La opinión en la región, sea chií o suní, parece pensar lo mismo. El Congreso de EE.UU. protesta, exigiendo más información y orientándose posiblemente hacia audiencias sobre el acuerdo SOFA y las bases. El candidato presidencial Barack Obama ha insistido en que todo acuerdo sea sometido al Congreso, precisamente algo cuya prevención ha sido organizada durante un año por gobierno de Bush.

Y, milagro de milagros, los medios dominantes finalmente están escribiendo sobre las bases como si fueran de importancia. Algún día, antes de que todo esto haya pasado, todos nosotros podremos ver realmente lo que fue construido en nuestro nombre y con nuestros dólares. Será un choque, especialmente si se considera lo que el gobierno de Bush ha sido incapaz de construir, o reconstruir, en Nueva Orleans y en otros sitios en este país. Mientras tanto, el presidente parece estar en camino a una derrota auto–infligida más.

Fuentes para trabajo y más lectura:

En sus recientes artículos, como en sus pasados reportajes no–empotrados, Patrick Cockburn, ha mostrado lo que un buen periodista puede hacer por el resto de nosotros. Gracias especiales van a Nick Turse por su excelente y rápida investigación para este trabajo y a Christopher Holmes por su excelente corrección de pruebas a pedido. Al reunir material, también me he basado en una serie de sitios, incluyendo el invaluable blog de Juan Cole Informed Comment (que visito sin falta a diario), a esos espléndidos recolectores–cazadores de noticias en Antiwar.com y en el diario Media Patrol de Cursor.org, el excelente blog de Dan Froomkin White House Watch en el Washington Post, y en los ojos de lince de Paul Woodward en su blog War in Context. Para aquellos de vosotros que queráis ver un poco más de sentido en las interminables actividades de construcción de bases del gobierno de Bush, revisad la locuaz hoja informativa (pdf) de la Redhorse Association, “un grupo de miembros pasados y presentes de las unidades de ingenieros en combate Prime Beef y Red Horse de la Fuerza Aérea de EE.UU.”


(*) Tom Engelhardt dirige Tomdispatch.com del Nation Institute, es cofundador del American Empire Project (http://www.americanempireproject.com/). Ha actualizado su libro: “The End of Victory Culture” (University of Massachussetts Press) en una nueva edición. Editó, y su trabajo aparece en, el primer libro de lo mejor de Tomdispatch: “The World According to Tomdispatch: America in the New Age of Empire” (Verso), que acaba de ser publicado. Concentrado en lo que no ha sido
publicado por los medios dominantes, es una historia alternativa de los demenciales años de Bush.