Pasó
adelante lo de atrás
Por
Juan Gelman
Rodelu.net, 03/08/08
Las
elecciones en EE.UU., los sucesos de Irak, las amenazas de
guerra contra Irán empujaron a una orilla de la atención pública
mundial un detalle no pequeño: Afganistán. Un hecho lo ha
devuelto a su antigua calidad de primicia: los talibán
–casi barridos en dos meses a finales de 2001, un año y
medio antes de la invasión de Irak– están causando allí
más bajas norteamericanas que en Irak.
En el mes
de julio pasado, el número de militares estadounidenses caídos
en Afganistán fue de 20 y de 11 en Irak
(//icasualties.org/oif, 30-7-08). Hay actualmente 30.000
efectivos de EE.UU. a los que se suman otros 22.000 de la
OTAN y, en conjunto, no pueden controlar la situación.
Bastaron algunos centenares de comandos para derrocar al régimen
talibán. La insurgencia es otro asunto.
El
presidente Bush, los candidatos presidenciales Obama y
McCain y los “halcones-gallina” de todo pelaje reclaman
a gritos el incremento de tropas en Afganistán. Obama pidió
15.000 hombres más, el Pentágono habla de enviar 10.000,
pero las condiciones del país, con zonas habitadas por
tribus dispersas ingobernables y una extensa frontera con
Pakistán de 2600 km mal vigilados, crean una paradoja: a más
efectivos, más blancos para los talibán.
Bien lo
saben los soviéticos, que fueron derrotados y debieron
retirar sus 100.000 soldados, casi el doble de los efectivos
de la coalición aliada y el triple de los que el actual
gobierno afgano podría desplegar. No pocos veteranos rusos
de esa guerra sonreirán para sus adentros.
Es verdad
que los talibán de entonces recibieron una robusta ayuda de
EE.UU. en armas, dinero, inteligencia. Pero los soviéticos
no conocieron los avances tecnológicos de la insurgencia:
bombas sofisticadas al borde del camino, así como actos
suicidas incesantes, otras fuentes de financiación y el
empleo de nuevas tácticas a las que hoy debe hacer frente
el ocupante.
Grupos de
hasta cien o más talibán no se limitan a emboscar y
desaparecer: ahora reocupan aldeas y pueblos, sobre todo en
el sur del país, y dan batalla frontal. Los bombardeos aéreos
contra la insurgencia se han casi duplicado, como espejo de
los ataques insurgentes: aumentaron un 52 por ciento en el
primer semestre de 2008 en comparación con el mismo período
del año anterior (www.cfr.org, 24-7-08).
También
crece, desde luego, el número de civiles muertos bajo los
cazas F-18 que no distinguen entre grupos guerrilleros y
procesiones familiares que acompañan a una novia a
encontrarse con su futuro esposo. El 6 de julio pasado, 47
hombres, mujeres y niños fueron así muertos y los
sobrevivientes esperan todavía los resultados de la
eventual investigación prometida por los mandos
estadounidenses. Es la cuarta vez que sucede y esto no
contribuye precisamente a ganar “mentes y corazones” en
Afganistán. Para la población, los bombardeos
norteamericanos no son de laya diferente a los que
padecieron bajo la ocupación soviética.
El gasto en
esta guerra asciende, para EE.UU., a más de 2800 millones
de dólares por mes. Aun así, para algunos analistas
militares un aumento de tropas en Afganistán nada
solucionaría: tal vez los talibán nunca triunfen, pero la
coalición encabezada por EE.UU. terminaría retirándose
por mero desgaste, como tuvo que hacer el Reino Unido en
1921 tras enfrentar tres guerras independentistas. Aparte,
pero no separada, se cuece la cuestión de los insurgentes
en Pakistán: de sus filas salen muchos que cruzan
tranquilamente la frontera y combaten con la resistencia
afgana. No sólo pasan hombres, claro está.
La
influencia de los talibán se ha extendido en el territorio
tribal paquistaní lindante. El nuevo gobierno de coalición
de Islamabad ha iniciado negociaciones con los pro talibán
locales, pero su ejército sigue combatiéndolos: la presión
de EE.UU. y de algunos países de la OTAN se exacerba por
las bajas que les infligen. El primer ministro paquistaní,
Yousaf Raza, se comprometió con W. Bush a asegurar las
porosas fronteras de su país con Afganistán, pero asoma
otro problema: el ISI, servicio de espionaje de Pakistán
estableció fuertes vínculos con los talibán cuando éstos
combatían a la ocupación soviética, vínculos que, al
parecer, no se han debilitado mucho. Tal vez facilitaron el
ataque suicida contra la Embajada de la India en Kabul que
causó la muerte de 58 personas.
La
financiación de los talibán afganos no es un secreto y aquí
se tropieza con una doble paradoja: cuando estaban en el
poder, prohibieron el cultivo de la amapola opiácea que la
CIA, una vez derrocados, alentó para subvencionar sus
propios operativos. Hoy Afganistán produce más del 80 por
ciento de la heroína que va al mercado mundial. Financia
también a los talibán que impusieron su veda.
Hace 24
siglos, Alejandro Magno peleó tres años contra las tribus
afganas para conquistar el país. Infructuosamente. Se casó,
entonces, con la hija del jefe enemigo y así pudo. Esta
solución tampoco está al alcance de W. Bush.
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