Irán,
en la carrera nuclear
Por
Alberto Piris (*)
La Estrella Digital, 05/08/08
La
credibilidad de las grandes potencias, cuando pretenden
imponer al resto del mundo ciertos patrones de
comportamiento en lo relacionado con la producción y uso de
la energía nuclear, está tan bajo mínimos que no es extraño
que el gobierno iraní –tan reprobable por otros muchos
aspectos– no tome en serio las amenazas y presiones con
las que se intenta controlar el desarrollo de su industria
nuclear.
No son
fiables las repetidas declaraciones del presidente iraní de
que no aspira a poseer armas nucleares sino que lo que Irán
desea es gestionar, según su libre y soberana decisión,
todas las fuentes de energía, incluida la nuclear. No se
puede descartar que el desarrollo de esta energía con fines
pacíficos derive, en un futuro no muy lejano, hacia la
experimentación y el desarrollo de armas nucleares.
Pero
tampoco merece crédito el Consejo de Seguridad, que por una
parte hizo a Irán una razonable y verosímil oferta de
ayuda al desarrollo energético y de suspensión de las
sanciones internacionales, a la vez que enfáticamente
declaraba que, si Irán aceptara sus condiciones y detuviera
las actuales actividades nucleares, se alcanzaría "un
Oriente Medio libre de armas de destrucción masiva".
Para Teherán
y para cualquier observador medianamente informado de la
situación real en la zona, es engañosa y falaz tan idílica
conclusión. Quienes la proclaman saben de sobra que Oriente
Medio no puede estar libre de armas de destrucción masiva
desde el momento en que Israel las posee y bastantes de sus
dirigentes no han ocultado la intención de utilizarlas,
llegado el caso.
Ninguno de
los miembros del Consejo de Seguridad que exigen a Irán la
paralización de su programa nuclear ha insinuado siquiera
que Israel se deshaga de sus armas nucleares, tan ilegales,
peligrosas y desestabilizadoras para esta región como lo
serían las iraníes. Es grande el cinismo que a veces se
observa al tratar de este asunto: cuando hace unos meses se
preguntó en el Parlamento británico al ministro de Defensa
sobre esta cuestión, esta fue su respuesta: "Todo lo
que yo conozco es que Israel no admite poseer armas
nucleares". Y se quedó tan fresco. Nadie pidió su
dimisión.
Tampoco es
frecuente señalar que en Irán existe un legítimo recelo
ante las armas nucleares de Israel y que esa es la razón
por la que se aspira a disponer de un arsenal, aun mínimo,
de tales armas. Si Francia oficialmente confía todavía en
la disuasión nuclear ¿por qué Irán no habría de
hacerlo? Lo que está ocurriendo en Oriente Medio es una
etapa más de la ya conocida carrera nuclear que se
desencadenó y se alimentó durante la Guerra Fría por las
grandes potencias. Está comprobado que el recelo ante un país
provisto de tales armas puede inducir a otros a obtenerlas.
El ejemplo de India y Pakistán es tan elemental que no habría
necesidad de citarlo.
Entre los
muy variados asuntos aludidos por Barak Obama en su reciente
gira internacional –con gran brillantez retórica y bien
estudiado apoyo mediático– no se le ha oído hablar de
las causas de la inestabilidad nuclear del ya de por sí
inestable Oriente Medio. Hubiera sido una interesante
novedad y nos hubiera hecho pensar que, con Obama, "el
cambio" del que tanto alardea sí sería posible.
No es solo
la existencia de armas nucleares en Israel lo que quita
fuerza al discurso occidental frente a terceros países. Es
también el incumplimiento reiterado, por las grandes
potencias, del Tratado de no proliferación nuclear, que
exige a los países oficialmente nuclearizados "avanzar
hacia un desarme general y completo". Si los que
hicieron el tratado son los primeros que lo incumplen, es
difícil ejercer fuerza moral para que los demás lo
respeten. Así que solo queda la fuerza de la coacción o la
violencia que, lejos de resolver los conflictos, los
prolonga y agrava.
Ha perdido
también todo su valor el tradicional argumento de que las
armas nucleares en "nuestras manos" son factor de
estabilidad y seguridad, mientras que en "manos
ajenas" solo pueden conducir al desastre. Esto se debe
a la irracional estrategia de la guerra preventiva, aceptada
explícita o implícitamente por varias de las grandes
potencias. La consecuencia es que los países oficialmente
nuclearizados no respetarán ya la cláusula de no servirse
de esas armas contra los que no las poseen, como ha venido
ocurriendo desde el comienzo de la era nuclear. Esto muestra
que el equilibrio nuclear es hoy más inestable que durante
la Guerra Fría.
Como el
lector podrá observar, estamos ante un juego poco limpio y
peligroso, en el que algunos Estados solo tienden a promover
sus propios intereses aun a riesgo de desacreditar el
principal tratado que, si bien de modo poco justo y bastante
imperfecto, intentaba frenar la alocada carrera nuclear que
EEUU inició en Hiroshima un día como mañana, 6 de agosto,
hace 63 años.
(*)
General de Artillería en la Reserva del Estado español.
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