La
India también interviene
Las
líneas de batalla se mueven de Cachemira a Kabul
Por
M. K. Bhadrakumar
Asia
Times, 09/08/08
Rebelión, 12/08/08
Traducido por
Germán Leyens
Analistas
de estrategia y editores diplomáticos indios aclaman el
hecho de que según ellos Nueva Delhi ha logrado una
importante victoria diplomática en Afganistán y que su
“influencia” en Kabul ha llegado a un punto máximo.
Esta victoria tiene lugar después de la inclinación estratégica
de Washington a favor de India y, en el período desde fines
de 2001 hasta la fecha, la asignación por India de
asombrosos 1.200 millones de dólares como ayuda para la
“reconstrucción” afgana.
Algunos
animadores indios exponen la tesis de que un aspirante a
gran potencia se caracteriza por “aprender primero a
convertirse en un proveedor de seguridad regional” – y
que Delhi por lo tanto debe intervenir y dar una mano para
solucionar el problema afgano. Otros ven a Afganistán
ofreciendo una “oportunidad única” para ser útil a
EE.UU., y que Delhi terminará por beneficiarse de la
retribución de una superpotencia agradecida, que
seguramente tendrá lugar. Sin embargo, otro punto de vista
indio es que simplemente vale la pena molestar a Islamabad
creando espacio para el presidente afgano Hamid Karzai. Un
odioso argumento indio es que Delhi debiera utilizar suelo
afgano para tomar represalias por el apoyo de Islamabad a
militantes de Cachemira.
Tal vez sea
útil evitar la memoria histórica en asuntos diplomáticos.
Puede que los archivos contengan sólo crónicas de tiempo
perdido. Muy pocos analistas estratégicos indios que
pontifican actualmente sobre Afganistán parecen tener
aunque sea una remota conciencia de como a fines de los años
ochenta, el jefe de Estado de aquel entonces en Kabul,
doctor Mohammad Najibullah, era un visitante frecuente en
Delhi, tal como lo hace Karzai.
También se
trataba de una zona muerta en la guerra afgana de 30 años,
cuando el conflicto, como el actual, padecía
desasosegadamente en la sombra. Por suerte para Delhi, sin
embargo, el lento golpe que se gestó lentamente en el
laberinto afgano durante meses antes de culminar con el
derrocamiento de Najib en la mañana del 16 de abril de
1992, no fue una sorpresa total. Los diplomáticos indios
comenzaron pronto a buscar diligentemente a los muyahidín
afganos en las peligrosas montañas del Hindu Kush, para
explicar a esos nuevos amos la fría lógica de la amistad
excesivamente calurosa de India con Najib.
Explicaron
pacientemente que se trataba después de todo una relación
estricta de Estado a Estado, de gobierno a gobierno, con
Najib, despojada de ideología, religión o compromisos.
Ahmed Shah Massoud, de la Alianza del Norte, todavía miraba
hacia otro lado mientras elementos de su milicia saqueaban
sistemáticamente la Embajada India, obligando a sus diplomáticos
a huir de Kabul.
Sin
embargo, muy pronto, a mediados de los años noventa,
Massoud se había convertido en el aliado clave afgano de
India o, en la medida en la que podía ser aliado de
alguien. Ciertamente, sigue siendo una propuesta tentadora
si hubiera sido posible derrocar el régimen talibán con
toda la ayuda india, si no fuera por la histórica decisión
de al Qaeda de atacar Nueva York y Washington en septiembre
de 2001.
Históricamente,
nunca faltó la justificación lógica para que India se
involucrara en Afganistán. En los días de la yihád afgana
de los años ochenta contra los soviéticos, la política
india mantuvo que India secular tenía todo que perder con
la llegada del islamismo a la región – alentada como un
factor de geopolítica de la Guerra Fría por EE.UU. – y
que Najib representaba un baluarte contra los muyahidín
islamistas basados en Peshawar en Pakistán. Pero Delhi
cambió rápidamente de dirección después de la toma del
poder de los muyahidín en 1992.
En su lugar
se vio conectada con un grupo muyahidín que estaba
fenomenalmente arraigado en el Islam político –
Jamiat–i–Islami, parte de Akhwan–ul–Muslimeen,
basada en Afganistán, que tenía fuertes vínculos con la
Hermandad Musulmana en Egipto.
Después de
la aparición de los talibanes a mediados de los años
noventa, India se puso confiadamente de parte de la Alianza
del Norte. En términos políticos, esa fase significó una
aceptación general de los islamistas, ya que la Alianza del
Norte incluía una variedad de grupos islamistas radicales
(incluyendo a grupos muyahidín intransigentes como
Ittihad–i–Islami, que seguía la ideología wahabí y
gozó de un financiamiento generoso durante la yihád afgana
de parte de acaudalados benefactores saudíes, incluyendo a
Osama bin Laden).
La nueva
justificación lógica fue que los talibanes representaban a
las fuerzas tenebrosas del “oscurantismo” y del
“extremismo”, que representaban una amenaza para la
seguridad y la estabilidad regionales. Sin embargo, desde el
derrocamiento de los talibanes en 2001, Delhi se distanció
cada vez más de la Alianza del Norte. En su lugar, Delhi
comenzó a apoyar a la estructura del poder en Kabul
respaldada por EE.UU. La política pro–estadounidense fue
justificada en términos de la próxima lucha contra el
“terrorismo” proclamada por el presidente de EE.UU.,
George W Bush.
Nadie sabe
qué parte de su excedente de capital terminó por gastar
Delhi en varios grupos afganos durante las tres décadas –
y, lo que es más importante, qué dividendo durable obtuvo
India. Por desgracia, el sistema político indio no insiste
en realizar balances de la situación. El parlamento indio,
de 59 años, todavía tiene que desarrollar un sistema de
audiencias a puertas cerradas, que es una característica
redentora en la mayoría de las democracias serias del
mundo, incluyendo el vecino Irán.
Durante
todas esas dolorosas vicisitudes, la política india hacia
Afganistán estuvo impregnada de pragmatismo y se mantuvo en
gran parte centrada en Pakistán. Pero las cosas parecen
estar cambiando. Los horizontes parecen haberse expandido
considerablemente. Según el escritor paquistaní Ahmed
Rashid, Kabul está “reemplazando a Cachemira como el área
principal de antagonismo” entre India y Pakistán. El
establishment paquistaní de la seguridad se ha convencido
de que las agencias de inteligencia india y afgana están
empeñadas en socavar la seguridad de Pakistán. Analistas
estadounidenses dicen que Afganistán se ha convertido explícitamente
en un teatro de relaciones antagónicas entre Pakistán e
India.
Pero hay
una dimensión mucho más amplia. El establishment paquistaní
también está evaluando la nueva realidad geopolítica –
el giro sin precedentes de EE.UU. a favor de India en la política
regional de EE.UU. Le cuesta hacer frente al consenso
trilateral entre Kabul, Delhi y Washington, que pone en la
picota a Islamabad como “el principal y casi único
alborotador” en la región. El establishment paquistaní
no puede aceptar que mientras sigue siendo un socio crucial
para Washington en la “guerra contra el terror”, sea
India la que está en camino a convertirse en participante
en las estrategias globales de EE.UU.
Por cierto,
el documento de Estrategia de la Defensa Nacional publicado
por el Pentágono en Washington el 31 de julio confirma las
peores sospechas paquistaníes. “Nosotros [EE.UU.] miramos
hacia India para que asuma una mayor responsabilidad como
participante en el sistema internacional, en proporción con
su creciente poder económico, militar y blando.” India es
el único país aclamado de esa manera en todas las 29 páginas
del documento.
El Pentágono
parece haber pasado por alto cómo un pronunciamiento tan
vehemente de estrategia de defensa nacional de EE.UU.,
citando a India como un país fundamental, sería recibido
por los generales paquistaníes. Sin duda, Delhi considera
que la doctrina de EE.UU. es inmensamente atractiva. Es como
la elite india siempre quiso que EE.UU. viera a India. Pero
la perspectiva paquistaní ve las ecuaciones regionales
emergentes como una tendencia peligrosa hacia la
superioridad militar y la “hegemonía” regional de
India. ¿Cómo toleran un desafío semejante los militares
paquistaníes, acostumbrados a sentimientos antagónicos
hacia India?
Primero,
Pakistán hará valer sus intereses legítimos en Afganistán,
cueste lo que cueste. Que no nos quepa la menor duda. Los
generales paquistaníes saben lo que resultó cuando
mandamases estadounidenses y británicos se reunieron el mes
pasado en Gran Bretaña para intercambiar notas sobre
Afganistán. El cónclave analizó que existían inmensos
problemas con el funcionamiento del régimen de Karzai y que
la guerra podría durar otros 30 años, lo que es un
escenario desesperanzado, ya que en los aliados de la OTAN
se impone el “cansancio de guerra” y la marea de la
opinión pública se vuelve contra la guerra. Pero eso no es
todo.
Desde la
perspectiva paquistaní, mientras en el pasado India
desarrolló esencialmente su propia línea hacia Kabul,
ahora actúa de acuerdo con EE.UU. Mientras tanto, India
también trabaja para establecer vínculos formales con la
OTAN. Por primera vez, el Pentágono invitó a India a
participar en el ejercicio aéreo de dos semanas Red Flag,
que actualmente se realiza en Nevada. Y en septiembre, la
OTAN desplegará en el sur de Afganistán uno de sus siete
aviones ultra–sofisticados AWACS, capaz de mirar profundo
dentro de Pakistán.
En la víspera
de ejercicios militares de EE.UU. e India en Nevada, que
también incluyen participación de la OTAN, citaron al
comandante en jefe de la fuerza aérea de Rusia, general
Alexander Zelin, diciendo que los bombarderos estratégicos
rusos podrían comenzar pronto a patrullar el Océano Índico.
Un destacado analista estratégico del Instituto de Economía
Mundial y Centro Internacional de Relaciones para Seguridad
Internacional en Moscú, de la Academia Rusa de Ciencias,
Vladimir Yevseyev, comentó que la declaración de Zelin tenía
el propósito de “advertir” a India, ya que EE.UU. ha
“llegado a considerar el Océano Índico como una zona de
sus intereses prioritarios.”
En otras
palabras, aunque la retórica india sobre Afganistán está
cuidadosamente expresada en términos de contraterrorismo,
Pakistán no lo ve de esa manera. En su lugar, la ve en términos
mucho más amplios, como una arremetida india, apoyada por
EE.UU., como sobresaliente poder regional en el Sur de Asia.
En las últimas semanas, los militares paquistaníes
elevaron las apuestas a lo largo de la Línea de Control que
bordea el Estado indio de Jammu y Cachemira. La resurgencia
de tensiones parece ser una acción calculada. Islamabad está
enviando algunas señales.
Nasim
Zehra, una voz relativamente moderada, sensata, en la
comunidad estratégica paquistaní, escribió recientemente:
“Es hora de que Pakistán declare categóricamente: basta
de ataques contra Pakistán, basta de vacuas moralizaciones
kantianas en un mundo hobbesiano, basta del mantra de hagan
más, y basta de análisis parcializados, basta de
percepciones selectivas, basta de dobles raseros... Pakistán
jugará ‘tan limpio como el mundo que lo rodea.’ Tómenlo
o déjenlo. No vale ‘una actuación aislada’ para
ninguno de los vecinos de Pakistán.”
“No
importa cuál pueda ser el PIB [producto interno bruto] de
quienquiera o su arsenal nuclear, estamos metidos juntos en
este lío... Ese es el mensaje de la creciente militancia...
La región se desintegrará si los gobiernos en el área y
los extraños involucrados como Washington no hacen causa
común para trabajar en conjunto para encarar las causas de
la creciente militancia. La respuesta reside en una solución
regional.”
El mensaje
es simple. Si Pakistán se hunde, se llevará consigo a
India. No existe algo como la seguridad absoluta.
(*)
El embajador M K Bhadrakumar fue diplomático de carrera en
el Foreign Service indio. Sus puestos incluyeron a la Unión
Soviética, Corea del Sur, Sri Lanka, Alemania, Afganistán,
Pakistán, Uzbekistán, Kuwait y Turquía.
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