Más
incertidumbre sobre el complejo
escenario paquistaní
Por
Txente Rekondo (*)
La Haine, 19/08/08
El
presidente paquistaní, Pervez Musharraf ha anunciado públicamente
que abandona su cargo, y el anuncio se produce poco tiempo
después de que los partidos en el gobierno pusieran en
marcha un proceso de destitución en contra suya. En su
aparición televisiva, Musharraf aprovechado para defenderse
públicamente de las acusaciones que se han venido vertiendo
contra su persona y contra la labor que ha "desempeñado
en un cargo o en otro desde hace nueve años", y al
mismo tiempo ha acusado al gobierno de "tejer toda una
serie de mentiras" contra su persona.
En los últimos
días la actividad diplomática y política tras el telón
paquistaní ha sido muy intenso y en ese oscuro escenario
parece que se habría estado gestando una salida para el
hasta la fecha presidente del país, todo ello con la
supervisión y el apoyo de Estados Unidos y Arabia Saudita.
En ese sentido, algunas fuentes locales, en medio de la
especulación que siempre preside este tipo de
acontecimientos, señalan que tras la dimisión,
"Musharraf podría abandonar el país rumbo a la
capital saudita, donde permanecería al menos durante tres
meses", hasta que la situación se aclare un poco en
Pakistán.
Desde hace
varios meses la situación en aquel país asiático no
atraviesa por sus mejores momentos. La frontera noroeste con
Afganistán está cada día más en manos de las milicias
locales talibanes, que prestan apoyo a sus vecinos afganos
en los ataques de éstos contra las tropas del gobierno de
Kabul y sus aliados occidentales. Al mismo tiempo en esa
conflictiva región, la ley que impera es la que impulsan
los talibanes paquistaníes, y la presencia gubernamental
brilla por su ausencia. Los intentos militares por acabar
con esa situación no han hecho más que debilitar aún más
las posiciones del gobierno central ante las tribus locales.
Junto a
todo ello el país está haciendo frente a otras crisis de
hondo calado estructural. La economía está sufriendo su
peor situación desde hace décadas, con un aumento de la
inflación anual, pérdidas de los valores mercantiles y con
un enorme receso de las inversiones extranjeras, lo que
unido al aumento de la inseguridad política no anticipa
buenos tiempos para el conjunto del país.
Además los
precios están disparándose, sobre todo en el sector de los
alimentos, los cortes de luz y agua son cada día más
largos (en la ciudad de Karachi son cada día más los que
no tiene agua durante la mayor parte del día), lo que hace
que la población más pobre sea la que más sufra las
consecuencias de este abanico de crisis.
Otro factor
preocupante en ese ya de por sí complejo escenario es la
vuelta de la tensión entre Pakistán e India. El reciente
ataque con bomba contra la embajada india en Kabul y el auge
de las intermitentes hostilidades entre ambos estados en
torno a la Línea de Control en Cachemira, tras cinco años
de relativa calma, son dos ejemplos claros de ese nuevo
rumbo que podrían estar alcanzando las tensiones en la
zona, unid sin duda alguna a los movimientos que desde
Washington se estarían impulsando.
La
participación de actores extranjeros en esta ecuación es
evidente. El principal actor, Estados Unidos, lleva varios
meses maniobrando para lograr acuerdos estratégicos con
India, algo que desde Islamabad se ve con mucho recelo.
Hasta la fecha, el aliado clave de la política
estadounidense en la región ha sido Pakistán, y su
personaje clave Musharraf, sin embargo ese aparente giro de
la política exterior de la Casa Blanca habría incitado a
determinados protagonistas locales (el ISI) a actuar para
evitar lo que se estaría gestando.
En este
contexto llama la atención la acusación de la CIA contra
sus otrora aliados de los servicios secretos paquistaníes,
a los que públicamente identificó como partícipes del
atentado de Kabul. Mientras que otras medidas, como el
incremento de la ayuda económica (no militar) de Washington
se acaba de multiplicar por tres, y desde Arabia Saudita se
baraja perdonar la deuda del petróleo.
El reciente
viaje del primer ministro Gilani a EEUU se interpreta como
el intento del gobierno de convencer a los dirigentes
estadounidenses de que la "guerra contra el terror
seguirá con el apoyo de su país tras la marcha de
Musharraf".
La actitud
del ejército volverá a ser clave. En estos momentos la
institución militar tiene demasiados frentes abiertos
(India, EEUU, el gobierno, la insurgencia local y las
diferencias internas), y su popularidad no goza de sus
mejores momentos (lo que puede llevarle a centrarse en
recuperar su maltrecha imagen). Además, algunos informes señalan
que el descontento hacia el general Ashfaq Kayani va en
aumento, y dentro de sus propias filas se le percibe como un
peón de los intereses de EEUU dentro del ejército.
En esa
misma línea habrá que ver cuál es la reacción de los
poderosos servicios secretos (ISI) que lleva meses
manteniendo un pulso muy duro con los partidos del gobierno,
dispuestos a hacerse con el control de los mismo, algo que
no han logrado de momento.
El futuro
del propio gobierno, y del conjunto del escenario político
paquistaní sigue siendo una incógnita. Hay dudas de que la
coalición gubernamental pueda continuar tras la marcha de
Musharraf, y hasta la fecha han sido incapaces de aportar
soluciones a las graves crisis que afronta el país, más
allá de su política de deshacerse como sea del hasta ahora
presidente.
Como señalaba
recientemente un prestigioso medio occidental, "hay más
preocupaciones que Musharraf". La incertidumbre sobre
Pakistán ante este nuevo escenario se incrementa cada día
que pasa. El descontento popular ante las sucesivas crisis,
que soportan mayoritariamente las clases más desfavorecidas
de la sociedad, es otro factor a tener en cuenta en los próximos
meses. Ganarse la confianza de las mismas puede ser un
factor para que unos actores u otros maniobren para poder
mantener sus privilegios o volver a recuperarlos.
(*)
Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN).
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