Demostraciones
de fuerza de los talibán: el teatro de la guerra se
extiende de
las áreas tribales a los principales centros
urbanos paquistaníes
Fallan
planes de la OTAN de aprovechar
la crisis política
Por
Syed Saleem Shahzad (*)
Asia
Times, 27/08/08
Rebelión,
30/08/08
Traducido
por Germán Leyens
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Afganistán:
genocidio tolerado
La Jornada,
24/08/08
Se han
hecho ya habituales los despachos procedentes de Afganistán
en los que se da cuenta de bombardeos de la coalición
invasora contra objetivos civiles, que dejan,
invariablemente, elevados saldos trágicos. Por citar sólo
unos cuantos episodios recientes, a mediados del mes pasado
se informó de un ataque de la aviación estadunidense
contra un poblado de la provincia de Farah que causó la
muerte a cuatro mujeres y a cinco niños; el 10 de agosto,
en la población de Juibar, 11 personas no combatientes
murieron a consecuencia de bombardeos aéreos lanzados por
los invasores, en el marco de combates entre las fuerzas de
la OTAN y “milicianos enemigos”, como los definió el
ministro de Defensa del país ocupado, Mohamed Zahir; el
viernes pasado, en el pueblo de Aziz Abad, en la provincia
occidental de Herat, la fuerza aérea estadunidense mató a
más de siete decenas de mujeres y de niños. En esa misma
región, en abril del año pasado, 51 civiles fueron
asesinados por ataques aéreos de la misma procedencia.
En
contraste con las masacres de población civil perpetradas
por fuerzas irregulares o gubernamentales en diversos
conflictos de África, Asia y Europa, que dan lugar a
justificados movimientos de repudio, la carnicería que se
perpetra en Afganistán, igualmente condenable, es vista,
sin embargo, casi con normalidad por la opinión pública de
los países industrializados, como si las muertes de afganos
inocentes a manos de la coalición que invadió y mantiene
ocupado ese país desde fines de 2001 fueran un derecho legítimo
de Occidente o, a lo sumo, sucesos fortuitos lamentables
pero ajenos a la responsabilidad de gobiernos específicos,
empezando por el de Washington.
Hasta
ahora, los mandos de las fuerzas invasoras se han negado a
reconocer los hechos comentados o bien los han atribuido a
errores inevitables por parte de los militares ocupantes,
circunstancia en la cual los muertos vienen a resultar
“bajas colaterales” que no generan ninguna clase de
responsabilidad penal a sus victimarios intelectuales y
materiales. La inmoralidad es tan inocultable que incluso
Hamid Jarzai, el presidente títere de las fuerzas militares
extranjeras, se ha visto obligado a protestar por la
barbarie que llevan a cabo sus mentores.
Fuera de
Afganistán se establece, por otra parte, un círculo
vicioso entre la insensibilidad de las sociedades
industrializadas ante el drama afgano y la impunidad con la
que operan los militares y los gobernantes civiles de sus países
en esa nación centroasiática tres veces destruida en el
curso de otras tantas guerras.
Desde otro
punto de vista, la persistencia de los combates en suelo
afgano, así como la sostenida brutalidad de las fuerzas
ocupantes, evidencian las dificultades para poner fin a una
guerra que George Walker Bush declaró ganada hace casi
siete años. Como ocurre con la intervención militar en
Irak, en Afganistán los invasores se han empantanado en un
conflicto bélico de inocultable carácter colonialista. Y,
al igual que en el país árabe, el callejón sin salida en
el que se han metido los ocupantes de Afganistán no sólo
es de índole militar sino, ante todo, moral, porque lo que
Estados Unidos y sus aliados europeos hacen allí representa
la negación de los principios éticos, legales y políticos
que pregona Occidente.
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Karachi.–
La renuncia, hace una semana, de Pervez Musharraf como
presidente fue una oportunidad para sus aliados occidentales
de dar un paso adelante con la “guerra contra el terror”
trabajando con el nuevo gobierno de coalición civil en
Pakistán.
Pero ese
gobierno ha sido ahora llevado a la confusión después del
retiro el lunes del segundo partícipe por su tamaño, la
Liga Musulmana de Pakistán (PML–N) del ex primer ministro
Nawaz Sharif. El Partido del Pueblo de Pakistán (PPP) de
Asif Ali Zardari cuenta con suficiente apoyo en el
parlamento para mantener una mayoría simple, pero ahora que
Sharif está en la oposición, sus días están contados.
Sharif
retiró su partido por lo que dijo eran las promesas rotas
de Zardari de restituir a sus puestos a docenas de jueces
despedidos el año pasado por Musharraf.
Con la acción
de Sharif, volvieron a aparecer las líneas divisorias ideológicas
entre los liberal–laicos (PPP) y los conservadores
derechistas (PML–N) que habían sido desdibujadas durante
el período de casi nueve años de Musharraf. Los antiguos
apoyos de Musharraf, la Liga Musulmana de Pakistán
Quaid–i–Azam, y el PML–N ya se han puesto en contacto
para trabajar en una “futura estrategia política
conjunta”.
El PML–N
de Sharif ha propuesto ahora su propio candidato (el ex
presidente de la corte suprema Saeeduz Zaman Siddiqui) para
que enfrente el 6 de septiembre a Zardari, viudo de la
primera ministra Benazir Bhutto, cuando el parlamento elija
un nuevo presidente.
En otra
evolución, Jamaat–i–Islami, un partido político
islamista que boicoteó las elecciones generales de febrero,
invitó a Sharif a unirse al Movimiento Democrático
Pan–Paquistaní, una alianza opositora, y es probable que
Sharif lo haga.
Esta
fragmentación ha destruido los planes occidentales de
utilizar la política interior paquistaní en la “guerra
contra el terror” ya que la oposición, que también se
opone a la participación de Pakistán en la “guerra
contra el terror,” opondrá una enérgica resistencia a la
decisión de Islamabad de aumentar las operaciones militares
contra combatientes del talibán y de al–Qaeda en las áreas
tribales de Pakistán.
Nueva
cara contra los talibanes
Tal como
van las cosas, Zardari, respaldado por una coalición de
partidos laicos y liberales, será presidente. Es
importante, ya que el presidente es también comandante
supremo de las fuerzas armadas con poder de contratar y
despedir.
Se espera
que Zardari, con presión permanente de los estadounidenses,
controle al servicio secreto, a menudo desafiante,
Inteligencia Inter–Servicios (ISI), así como a los
militares, acusados regularmente por Occidente de no hacer
lo suficiente contra los guerrilleros, si no de apoyar a los
talibanes. Ninguna de esas tareas será fácil, si no
imposible.
El lunes,
Pakistán “declaró la guerra” a los talibanes; fue
prohibido Tehrik–i–Taliban Pakistan (TTP), el principal
grupo representante de los militantes talibanes, sus cuentas
bancarias y bienes congelados y se prohibió su aparición
en los medios. También anunciaron que habían puesto precio
a las cabezas de destacados líderes de TTP.
La escena
está preparada para otra vuelta contra los combatientes en
Pakistán, considerados como clave para derrotar la
insurgencia en Afganistán, que recurre fuertemente a sus
bases en las áreas tribales de Pakistán para mantener su
capacidad combativa.
Sin
embargo, el teatro de la guerra se extiende de las áreas
tribales a los principales centros urbanos. Después de
ataques suicidas contra una fábrica de armas en Wah, a 30
kilómetros al noroeste de la capital Islamabad, y un
fracasado ataque con bomba contra un importante responsable
policial antiterrorista en la ciudad sureña de Karachi, los
talibanes declararon el fin de semana un cese al fuego en
Agencia Bajaur. Los ataques de los talibanes tuvieron lugar
como reacción ante fuertes bombardeos de la fuerza aérea
en Bajaur durante las últimas semanas.
El poderoso
asesor del Ministerio del Interior, Rehman Malik, rechazó
rotundamente la oferta de los talibanes y prometió
continuar las operaciones militares contra los combatientes
sin concesión alguna.
Los
guerrilleros mostraron su fuerza el domingo en su segundo
centro después de las áreas tribales de Waziristán –
Karachi, el centro financiero del país. Un camión
contenedor que cargaba dos transportes blindados de personal
fue atacado e incendiado a la salida del puerto de Karachi
por unos 25 jóvenes armados. Los transportes iban en camino
hacia tropas de la OTAN en Afganistán como parte de uno de
los mayores envíos de la OTAN – 530 contenedores – que
hayan llegado de Jabal–i–Ali en los Emiratos Árabes
Unidos en ruta hacia Afganistán. (Asia Times Online reveló
la historia de que al–Qaeda planificaba derrotar a la OTAN
cortando sus líneas de suministro en Karachi.)
Asia Times
Online ha averiguado que altos comandantes de la shura
[consejo] talibán, incluyendo al adjunto del líder Mullah
Omar, Mullah Bradar, Ameer Khan Muttaqi y Akhtar Mansoor
visitaron recientemente Karachi, y que algunos de ellos
permanecieron en la ciudad para planificar más ataques.
Washington
ha proyectado un plan con Islamabad según el cual los
militares paquistaníes coordinarán independientemente con
comandantes de la operación de la OTAN en Afganistán la
realización de acciones contra combatientes en Pakistán.
Pero fuera de bombardeos aéreos, cualquier acción militar
contra los guerrilleros será difícil, considerando que los
cuadros a niveles inferiores no están dispuestos a combatir
contra los miembros de las tribus, sobre todo debido a sus
lazos étnicos pastunes.
Secuencias
en vídeo hechas por los talibanes y vistos por Asia Times
Online muestran operaciones militares desde agosto de 2007 a
comienzos de 2008 en las áreas tribales. Hay secuencias
detalladas de la facilitad con la que fuerzas armadas
paquistaníes depusieron sus armas. Después de rendirse,
una vez que fueron alejados sus comandantes, se mezclaron
con los combatientes.
Esto sucede
porque la mayoría de los hombres desplegados en las áreas
tribales son étnicamente pastunes y se muestran poco
dispuestos a combatir contra pastunes locales. Los punjabíes,
la población mayoritaria del país, y también en las
fuerzas armadas, no pueden desempeñarse en las áreas
tribales ya que no entienden el lenguaje ni el área.
Bombardeos
aéreos indiscriminados intimidan y desestabilizan un área,
como se ha visto en Bajaur, pero aparte de enviar a los
guerrilleros a refugios temporales, su efectividad es
discutible. Pakistán afirmó que había muerto al alto
dirigente de al–Qaeda, Sheikh Saeed conocido como Abu
Mustafa al–Yazeed, pero resultó que no era verdad; para
comenzar, Saeed nunca ha vivido en Bajar. Por cierto, la única
víctima fue la población local: más de 250.000 personas
fueron obligadas a abandonar el área y el resultado ha sido
que el odio contra el nuevo gobierno y el ejército ha
aumentado a un nivel nunca antes visto.
Podría ser
el punto crucial de la futura batalla entre Zardari y los
militantes – si el ejército sigue al hombre que vaya a
ser presidente o, como lo ha hecho tan a menudo durante años,
si se vuelve contra sus amos políticos.
(*) Syed
Saleem Shahzad es jefe del buró en Pakistán de Asia Times.
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