Acorralada
en Afganistán, la OTAN organiza un atentado en Islamabad
«El
atentado es el 11 de septiembre de Pakistán»
Por
Thierry Meyssan (*)
Red
Voltaire, 24/09/08
El
eslogan que compara el atentado de Islamabad con el 11 de
septiembre es más realista de lo que parece. Esta carnicería,
cuya responsabilidad nadie reclama, favorece única y
exclusivamente los intereses de la OTAN. La alianza atlántica
necesita apoderarse urgentemente del control del paso
pakistaní de Khyber para poder garantizar el
avituallamiento de sus tropas en Afganistán. Si la OTAN
solamente logra un restablecimiento parcial de su logística,
Washington estaría dispuesto a sacrificar a las tropas
aliadas.
El 21 de
septiembre de 2008, un atentado de violencia sin precedentes
en ese país devastó el hotel Marriott de Islamabad. Un
camión lleno de explosivos, cuya potencia se estima en al
menos 600 kilogramos de TNT, dejó un enorme cráter, más
de 60 muertos y por lo menos 226 heridos. Al comentar el
hecho por televisión, el redactor jefe de Daily Times
declaró: «Es el 11 de septiembre de Pakistán». Las
agencias de prensa occidentales han retomado la frase.
Aunque ninguna organización ha reclamado su autoría, las
autoridades han atribuido el atentado a la nebulosa Al
Qaeda. Como reacción, el presidente Zardari anunció que no
dimitirá y que intensificará su lucha contra el
terrorismo.
Al
analizarlos en su contexto, estos hechos no tienen, por
desgracia, nada de sorprendente.
Aprovechando
el derrumbe de la Unión Soviética y la independencia de
los Estados de Asia central, las grandes compañías
petroleras occidentales intensificaron los planes de
explotación de los yacimientos de hidrocarburos de la
cuenca del Mar Caspio. La firma californiana UNOCAL lanzó
dos grandes proyectos. El primero (llamado BTC) consistía
en conectar la cuenca del Caspio con la región del Mar
Negro pasando por Azerbaiyán, Georgia y Turquía,
esencialmente con la ayuda de la compañía británica BP.
El segundo proyecto debía conectar la región del Mar
Caspio con el Océano Índico pasando por Turkmenistán,
Afganistán y Pakistán, con la ayuda de la empresa saudita
Delta Oil.
Si el BTC
se construyó sin muchas dificultades no ha pasado lo mismo
con el oleoducto transafgano. UNOCAL tuvo que enfrentar el
caos reinante en Afganistán y recurrió a la Casa Blanca
para obtener la estabilización de la región. La compañía
contrató como consultante a Henry Kissinger y confió la
dirección del proyecto a los embajadores John J. Maresca y
Robert B. Oakley y a dos expertos: Zalmay Khalilzad y Hamid
Karzai. Washington compró la ayuda de los talibanes, que
controlaban la mayor parte del país. Para ello, el
Departamento de Estados les otorgó una subvención de 43
millones de dólares en mayo de 2001. Con el asentimiento
del G8 (en la cumbre Génova, del 20 al 22 de julio de
2001), se abrió en Berlín una ronda de negociaciones
multilaterales con el Emirato islámico, que ni siquiera
contaba con el reconocimiento de la comunidad internacional.
Pero los talibanes presentaron nuevas exigencias y las
conversaciones fracasaron.
Estados
Unidos y Gran Bretaña planificaron entonces la invasión de
Afganistán. A fines de agosto del 2001, ambas potencias
concentraron sus fuerzas navales en el mar de Omán y
enviaron 40 000 hombres a Egipto. El 9 de septiembre de 2001
fue asesinado el líder tayiko Shah Massoud, pero la noticia
se mantuvo en secreto. El 11 de septiembre de 2001, el
presidente Bush acusó a los talibanes de estar implicados
en los atentados que acababan de producirse en Nueva York y
Washington y les lanzó un ultimátum. Después, los
anglosajones derrocaron a los talibanes y tomaron el control
del país durante la operación «Libertad inmutable» [1].
Siete años
más tarde, el oleoducto siguen sin construirse y el país
sigue siendo presa del caos. Chevron absorbió a UNOCAL, con
la bendición de Condoleezza Rice; John J. Maresca se
convirtió en el jefe del Business Humanitarian Forum que se
ocupa activamente del cultivo de la amapola en Afganistán
con fines medicinales (sic); Robert B. Oakley está
encargado de proponer un plan de reorganización de las
instituciones militares; Zalmay Khalilzad se convirtió en
embajador de Estados Unidos en la ONU; y Hamid Karzai utilizó
su doble nacionalidad para convertirse en presidente de
Afganistán, país transformado en un narco–Estado.
El Pentágono,
que se hunde en el pantano iraquí, delegó ampliamente la
ocupación militar de Afganistán en sus aliados de la OTAN.
Para poder aprovisionar a sus tropas, la alianza atlántica
firmó un protocolo con la Organización del Tratado de
Seguridad Colectiva (durante la cumbre de Bucarest, el 4 de
abril de 2008). La logística llega entonces a través de
Rusia, Uzbekistán y Tayikistán. Al comentar esta extraña
concesión a la OTAN, el ministro ruso de la Relaciones
Exteriores Serguei Lavrov recordó la importancia de la
cooperación internacional contra el terrorismo. Más
directo, el embajador Zamil Kabulov declaró a Vremya
Novostei que era de interés de Moscú que los occidentales
se atascaran en Afganistán y que murieran allí.
Sin
embargo, el 8 de agosto de 2008 Estados Unidos e Israel
lanzaron a las tropas georgianas contra la población rusa
de Osetia del Sur. En respuesta, el ejército ruso bombardeó
los dos aeropuertos militares israelíes en Georgia y el
oleoducto BTC. Luego, el presidente Medvedev reunió a la
Organización del Tratado de Seguridad Colectiva y esta
derogó el protocolo que la ligaba a la OTAN. Finalmente,
los medios públicos rusos comenzaron de pronto a poner en
duda el supuesto vínculo entre los atentados del 11 de
septiembre de 2001 y la colonización de Afganistán por la
OTAN.
Este cambio
en la situación es especialmente grave para la OTAN, que ha
venido sufriendo una derrota tras otra. El 54% del
territorio afgano está en manos de los insurgentes. Para
hacerles frente, el general David McKiernan exige el envío
de 3 brigadas más (unos 15 000 hombres que saldrían del
contingente que se encuentra en Irak). Pero nadie piensa
mandarle refuerzos cuando los 47 600 hombres que ya se
encuentran en Afganistán no están recibiendo
avituallamiento y se encuentran por lo tanto en grave
peligro.
Para lograr
restablecer su cadena logística, la alianza atlántica
tiene que encontrar urgentemente cómo encaminarla. Y no hay
una solución satisfactoria que puede implementarse en poco
tiempo. En sus esfuerzos por salvar en primer lugar a los
militares estadounidenses atrapados en Afganistán, el
secretario de Defensa Robert Gates se explayó en enfáticas
consideraciones sobre la falta de coordinación entre el
ISAF, las Fuerzas Especiales estadounidenses y el ejército
afgano para acabar proponiendo una modificación de la
cadena de mando. Todas las tropas, incluyendo las de los
aliados, estarían bajo las órdenes directas del CENTCOM.
En otras palabras, los aliados no tendrán el menor derecho
a expresar sus opiniones y el Pentágono pudiera limitarse a
aprovisionar a las tropas anglosajonas (Estados Unidos, Gran
Bretaña, Canadá y Australia) y que los soldados de los demás
países (Alemania, Francia, Italia, holanda, etc.) se las
arreglen como puedan.
Una elevada
barrera montañosa cierra el este de Afganistán, así que
el único corredor de aprovisionamiento viable es el paso de
Khyber, en territorio pakistaní. Anteriormente el paso se
utilizaba sólo para el abastecimiento en combustible.
Durante el largo fin de semana de celebración del
nacimiento del Profeta (el 23 de abril de 2008), unos 60
camiones cisterna se acumularon en el puesto fronterizo de
Torkham. Los insurgentes lanzaron un RPG contra el camión
que se encontraba en el medio y todos se incendiaron
formando una gigantesca antorcha. Desde aquel momento, los
convoyes únicamente se mueven bajo fuerte escolta.
Para
garantizar la seguridad en el paso de Khyber, el 3 de
septiembre el Pentágono bombardeó blancos sospechosos en
territorio pakistaní. El 5 de septiembre, el ultra
proestadounidense Ali Asif Zardari fue electo presidente de
Pakistán. El 15 de septiembre, el jefe del Estado Mayor
conjunto estadounidense, el almirante Mike Mullen, llegó
por sorpresa a Pakistán. Exigió que Pakistán cediera a
Estados Unidos el control del paso de Khyber.
El 21 de
septiembre, el presidente Zardari pronunció su discurso de
investidura ante el Parlamento. Se comprometió a apoyar los
esfuerzos del Pentágono contra los «terroristas» afganos.
Después de la ceremonia, los miembros del gobierno y los
diputados fueron invitados al iftar (ruptura del ayuno del
ramadán) en la residencia del primer ministro. La mayoría
estaban furiosos, a la vez porque el nuevo presidente no había
confirmado su compromiso de reintegrar a los jueces de la
Corte Suprema y porque había dado a entender que iba a
renunciar a la soberanía sobre el paso de Khyber.
Durante la
recepción un camión lleno de explosivos se estrelló
contra el hotel Marriott, donde el iftar estaba previsto
inicialmente. Los diputados sólo podían interpretar el
atentado como una advertencia de que la OTAN no vacilaría
en eliminarlos si se oponían a sus planes. En el plano mediático,
el atentado justifica que Estados Unidos tome el control de
una parte del territorio pakistaní, de la misma forma en
que los atentados del 11 de septiembre sirvieron para
justificar la invasión de Afganistán.
Najam
Sethi, el redactor jefe del diario liberal Daily Times,
exclamó en la televisión: «Es el 11 de septiembre de
Pakistán». El señor Sethi es un periodista conocido por
su alineamiento con Washington y ha apoyado todas las
incoherencias estadounidenses. En 1999, Najam Sethi aprobó
el golpe de Estado militar del general Musharraf, en nombre
del «orden», y hoy defiende al nuevo peón estadounidense,
Ali Asif Zardari, esta vez en nombre de la «democracia».
Cuando fundó el Daily Times, a principios de 2002, lo hizo
con capitales estadounidenses.
Como quiera
que sea, con este atentado la guerra de Afganistán se
extiende a Pakistán y pone en peligro el equilibrio
regional.
(*)
Periodista y escritor, presidente de la Red Voltaire con
sede en París, Francia. Es el autor de “La gran
impostura” y
del “Pentagate”.
|