La estúpida bravata afgana de Obama y
McCain
Por
Patrick Cockburn (*)
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Punch, 07/10/08
Rebelión,
09/10/08
Traducido por Germán Leyens
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Dice
el comandante de la fuerzas británicas:
"No
ganaremos en Afganistán"
Propone
negociar con los talibanes
Por Sebastian Usher
BBC News, 05/10/08
El
comandante de las fuerzas británicas en Afganistán, el
general de brigada Mark Carleton–Smith, advirtió que es
poco probable que se alcance una victoria militar decisiva
contra el Talibán. También señaló que sería necesario
llegar a un acuerdo con los militantes islámicos para poner
fin a su insurgencia.
En
una entrevista que concedió al periódico británico Sunday
Times, el jefe militar indicó que se deberían disminuir
las expectativas de lo que se puede lograr en Afganistán.
"No
vamos a ganar esta guerra", dijo. "Se trata de
reducirla a un nivel manejable de insurgencia, que no
constituya una amenaza estratégica y de la que se pueda
hacer cargo el ejército afgano", explicó.
"No
creo que la gente deba hacerse ilusiones de que, cuando nos
vayamos, no quedarán bandas errantes de hombres armados en
esta parte del mundo. Eso no sería realista", añadió.
Carleton–Smith
dijo que "la naturaleza del debate" debería pasar
de las armas a las negociaciones. "Si los talibanes
estuvieran dispuestos a sentarse al otro extremo de la mesa
y a hablar sobre un acuerdo político, ese sería
precisamente el tipo de progreso que pone fin a insurgencias
como ésta", señaló.
Sus
comentarios tienen lugar después de que se filtrara una
información de que el embajador británico en Kabul
supuestamente le dijo a un diplomático francés que la
actual estrategia en Afganistán está condenada al fracaso.
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Las primeras conversaciones serias
entre el gobierno afgano y los talibanes tuvieron lugar hace
diez días en La Meca bajo los auspicios del rey Abdullah de
Arabia Saudí. Durante las discusiones, todas las partes
acordaron que la guerra en Afganistán va a ser resuelta por
el diálogo y no mediante combates. El líder talibán
Mullah Omar no estuvo presente, pero sus representantes
dijeron que ya no está aliado con al–Qaeda.
La admisión durante el fin de semana
de un importante general británico, Mark Carleton–Smith,
de que una victoria militar absoluta en Afganistán es
imposible ha sido sobrepasada por las conversaciones en La
Meca. “Si los talibanes estuvieron dispuestos a sentarse
al otro lado de la mesa y a hablar de una solución política,
es precisamente el tipo de progreso que concluye
insurgencias como ésta,” dijo el general
Carleton–Smith. “Eso no debiera causar que la gente se
incomode.”
Suena como si la última aventura
militar británica en Afganistán va a terminar en una
retirada sin que ninguno de sus mal definidos objetivos haya
sido logrado. En EE.UU. han tardado más en comprender la
verdadera situación en el terreno. John McCain y Barack
Obama siguen hablando como si unas pocas brigadas más de
soldados estadounidenses enviadas para perseguir a los
talibanes por las montañas del sur de Afganistán fueran a
cambiar el resultado de la guerra.
La política de EE.UU. en Iraq después
del derrocamiento de Sadam Husein ha sido constantemente
denigrada como una receta para un desastre auto–infligido.
Pero la política del presidente Bush en Afganistán después
de la caída de los talibanes también fue un error catastrófico.
En ambos países la agenda del gobierno estuvo orientada
sobre todo a utilizar la victoria militar para asegurar que
los republicanos ganaran elecciones en el interior del país.
Los talibanes siempre han dependido
manifiestamente de Pakistán y del servicio de inteligencia
militar paquistaní (ISI). Fue el ISI el que impulsó al
poder a los talibanes en los años noventa y dio
secretamente un refugio a sus militantes después de su
retirada de Afganistán en 2001, posibilitando que se
reagruparan y contraatacaran.
Pero justo cuando esto tenía lugar
Bush alababa al gobierno paquistaní del general Pervez
Musharaf, que había auspiciado a los talibanes, como gran
aliado de EE.UU. en su guerra contra el terror. En EE.UU. no
se han dado cuenta del desatino contraproducente de esa política,
en la medida en la que lo hicieron respecto a la debacle en
Iraq, a pesar de que es obvio que los talibanes nunca serán
derrotados mientras tengan una vasta zona montañosa en el
interior en la cual establecer sus bases,. La presencia de
tropas extranjeras fue siempre más popular en Afganistán
que en Iraq. Los afganos sienten un profundo desprecio por
sus señores de la guerra. Pero ninguna fuerza de ocupación
extranjera sigue siendo popular durante mucho tiempo,
particularmente si se basa en ataques aéreos mal dirigidos
e involucrados en los combates. Esto es particularmente
verdad si las tropas, en los hechos, no logran generar
seguridad.
Mientras tanto, su presencia significa
que los combatientes talibanes pueden presentarse como
patriotas que luchan por su país y su fe.
El derrocamiento de los talibanes en
2001 nunca fue lo que parecía. Poco después de que
renunciaran a la lucha, conduje de Kabul a Kandahar por una
de las carreteras peor construidas del mundo. Los talibanes
estaban cambiando hábilmente de lado o yéndose a casa
mientras se elaboraban acuerdos locales. Las víctimas de
ambos lados eran felizmente bajas. En la antigua ciudad de
Ghazni un acuerdo al terminar el poder de los talibanes sólo
fue retrasado por un desacuerdo sobre cuantos coches del
gobierno podrían conservar. En una aldea afuera de Kandahar
pregunté a un dirigente local si podía juntar a algunos ex
talibanes para que me reuniera con ellos y en media hora la
casa de huéspedes se llenó de combatientes seguros de sí
mismos y de aspecto peligroso. Pensé que no les costaría
mucho volver a la escena.
Sin embargo, no hubieran podido hacerlo
sin los disparates de la Casa Blanca y del Pentágono. Al
invadir Iraq, convencieron al general Musharaf que era
seguro dar de nuevo apoyo a los talibanes. Había
suficientes tropas extranjeras en Afganistán como para
deslegitimar al gobierno afgano, pero no suficientes como
para derrotar a sus enemigos. La persecución de los
combatientes talibanes por el interior, año tras año, sólo
llevaría a una expansión de la insurgencia.
Las conversaciones en Arabia Saudí están
lejos de ser negociaciones pero son una señal de que el
actual callejón sin salida podría estar comenzando a
abrirse. La admisión abierta del general Carleton–Smith
de que no puede haber una victoria militar categórica también
muestra realismo. La mejor ruta para Gran Bretaña y EE.UU.
en Afganistán es tener objetivos modestos y alcanzables,
combinados con el reconocimiento de que en su lucha por la
supervivencia el gobierno afgano debe librar y ganar sus
propias batallas.
(*) Patrick Cockburn es autor
de "Muqtada – Muqtada Al–Sadr, the Shia Revival,
and the Struggle for Iraq”.
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