Por
Txente Rekondo (*)
La Haine, 14/10/08
Las
ocupaciones militares de Iraq y Afganistán han desembocado
en una guerra abierta y permanente entre los diferentes
grupos de la resistencia local y las tropas de ocupación
lideradas por Estados Unidos.
La
sangrienta guerra que los ocupantes han llevado hasta esos
dos escenarios nos hace en ocasiones olvidarnos de un tercer
país, que junto a los anteriores conformarían una especie
de triángulo interrelacionado y del cual Pakistán le
podría corresponder el vértice del mismo.
La
situación en Iraq cada día deja entrever con mayor
claridad que los ocupantes buscan desesperadamente abandonar
la zona y acabar con la continúa lista de bajas y coste
económico que están afrontando (evidentemente la seguridad
y el futuro de la población local no entra entre los
parámetros para abordar la estrategia venidera). Adornando
la situación a través de un gobierno títere intentarán
salir de Iraq y dejar la situación abierta para que se
pueda producir un enfrentamiento "local".
Por su
parte, la situación afgana no presenta tampoco un panorama
alentador para las fuerzas de ocupación. Como bien ha
señalado recientemente un alto diplomático británico,
"la actual situación es muy mala, y los aspectos de
seguridad empeoran cada día, y luego está la corrupción
rampante, y un gobierno que ha perdido cualquier
credibilidad". Las fuerzas extranjeras están inmersas
en una labor de mantener por tanto un régimen que puede
reventar en cualquier momento, atrapándoles a ellos en su
caída. Por ello, no debe extrañar las últimas llamadas a
una posible salida negociada en Afganistán, con el papel de
intermediario privilegiado concedido a Arabia Saudí, pero
que de momento tan sólo ha echado a andar.
Numerosas
fuentes estadounidenses están señalando que la mayor
amenaza para sus intereses puede encontrarse en Pakistán, y
sobre todo en el rumbo que este país tome en el futuro
cercano. Lo cierto es que la intervención de Washington
ante el que hasta ahora era su aliado estratégico en la
región puede variar. Y de paso las relaciones entre ambos
actores también pueden seguir rumbos diferentes.
La llamada
intervención unilateral estadounidense se está
convirtiendo en uno de los mayores focos de tensión en
estos momentos, y está provocando una situación de la que
todos quieren sacar partido. El aumento de los ataques
estadounidenses en territorio paquistaní ha generado buena
parte de esa polémica. Sin embargo, conviene recordar que
no es una cosa nueva, ya que desde octubre del 2001, los
lanzamientos de misiles contra zonas de Pakistán o el vuelo
de aviones sin piloto sobre territorio de ese país han sido
una constante. Sin embargo, en estos momentos nos
encontraríamos ante lo que un analista de EEUU ha definido
como "el paso del aire a tierra".
En este
contexto cobra relevancia el ataque estadounidense del
pasado tres de septiembre en el sur de Waziristan. La
presencia militar norteamericana en suelo paquistaní y en
una operación contra la población local ha generado
airadas reacciones en buena parte de los diferentes
segmentos y actores del país. El hecho de que fuera llevada
a cabo sin previo aviso al gobierno o a los militares
paquistaníes es una fuente del importante malestar en el
status quo, al tiempo que ha generado el rechazo general y
ha supuesto un aumento del sentimiento anti-americano entre
la población.
Los
estrategas de Washington están meditando un cambio en la
relaciones como medida para forzar una mayor implicación de
Pakistán en la defensa de los intereses de EEUU, aún a
costa de la estabilidad del país asiático. Por un lado
está el informe de un importante instituto estadounidense,
el USIP, señalando que "el tiempo del cheque en blanco
ha concluido", y por otro lado está la destitución
del responsable del ISI y su sustitución por Ahmed Shuja
Pasha, conocido pos su simpatías hacia EEUU y su radical
oposición al movimiento taliban. Ese cambio ha estado
acompañado de otros en las ramas externas y locales del
ISI.
Por su
parte, el nuevo mando militar estadounidense para la zona,
el general David Petraus, ha apuntado la necesidad de
repetir la experiencia iraquí, donde afirma que se tuvo que
negociar con una parte de la resistencia ante la
imposibilidad de acabar con la misma. Esta posición
vendría a complementar la de aquellos que apuestan por una
intervención directa en Pakistán para mantener a salvo los
intereses norteamericanos. De momento, Petraus se ha
encontrado con el rechazo de los talibanes locales, que
lejos de aceptar esos cantos de sirena han incrementado sus
acciones.
El ataque
contra el hotel Marriott el pasado día veinte ha supuesto
un importante salto cualitativo en la inestabilidad de
Pakistán. Independientemente de saber quienes han sido sus
autores, éstos han conseguido incrementar la sensación de
inseguridad tanto entre la diplomacia extranjera como entre
la población local, que ha sido la que ha sufrido la mayor
parte del ataque (empleados civiles, elementos de la clase
política). Por otro lado han logrado una amplia cobertura
mediática y han demostrado su capacidad para atacar zonas
que en teoría se suponen las más vigiladas del país (la
residencia presidencial se encuentra a escasa distancia del
mismo).
Otro
aspecto que ha podido sacar a la luz ese atentado es la
creciente inestabilidad política de Pakistán. La decisión
del presidente Zardari de mantener su viaje a Washington
poco después del ataque ha sido mal visto por la clase
política local y la población que le acusa de falta de
sensibilidad.
Y todo ello
se enmarca dentro de la ruptura del pasado agosto de la
coalición gubernamental que apenas ha durado cinco meses, y
que ha contribuido a acrecentar el vacío político. Si a
ello unimos las múltiples insurgencias y enfrentamientos
violentos que se suceden en Pakistán (los baluches por un
estado propio, las pugnas entre chiítas y sunitas, la
insurgencia en las zonas tribales, la presencia de
militantes islamistas extranjeros en torno a al-Qaeda, el
auge del movimiento taliban paquistaní) es evidente que nos
encontramos ante la posibilidad de "una peligrosa
ramificación de todo ello tanto en la estructura política
como económica del país".
Las
diferencias entre los dos partidos mayoritarios, el PPP de
Zardari y la PML-N de Sharif han desencadenado la nueva
crisis. Los segundos pretenden restaurar en sus puestos a
los jueces apartados por Musharraf, pero el actual
presidente, Zardari, teme que con esa medida se anule la
amnistía que le aplicaron a él y que le ha permitido
hacerse con la presidencia y que se cierren al mismo tiempo
los casos de corrupción contra él (no olvidemos que al
nuevo presidente se le conoce como el "señor 10%"
por las cantidades que cobraba a cambio de favores
políticos).
Zardari ha
maniobrado estas semanas para atraer a los que antes eran
sus enemigos políticos. Así, ha nombrado embajador en
Washington a Husain Haqqani, que dirigió la campaña contra
Bhutto en 1988. Además ha logrado, con el nombramiento de
Hussain Haroon como representante permanente ante Naciones
Unidas, el apoyo de la poderosa familia Haroon, enemiga
tradicional del partido de Zardari. Por último, está
buscando acuerdos con antiguos apoyos de Musharraf y con el
influyente movimiento religioso, Jamiat-i-Ulema-i-Islam de
Fazlur Rahman.
Para echar
más leña al fuego, las recientes declaraciones de Zardari,
acusando de terrorismo a los movimiento armados de Kashmir
puede añadir un nuevo factor desestabilizador, si éstos
deciden responder violentamente esas palabras.
La
potencialidad nuclear, el vacío político, las mil y un
luchas armadas, la presencia de al Qaeda, son ya de por sí
elementos que no ayudan a generar un clima de paz, y a todo
ello añadimos la intervención interesada de Estados Unidos
nos podemos encontrar con un nuevo frente de guerra, esta
vez con el epicentro en Pakistán.