¿Acuerdo
secreto entre la ONU y la OTAN?
Feroz
disputa por Afganistán
Por M. K.
Bhadrakumar (*)
Asia
Times, 15/10/08
Rebelión,
16/10/08
Traducido
del inglés para por Germán Leyens
Se
está creando una impresión de que existe una
“desavenencia” entre EE.UU. y Gran Bretaña respecto a
la ruta hacia la conciliación que involucra a los
talibanes. La pura verdad es que EE.UU., Gran Bretaña,
Arabia Saudí y Pakistán están juntos en este tenebroso
juego.
La esencia
del juego es hacer más eficiente y rentable la “guerra
contra el terror” en Afganistán. Con certeza, el modo de
ver oficial de EE.UU. es que tiene que haber alguna forma de
reconciliación con los talibanes. El Secretario de Defensa
de EE.UU., Robert Gates, lo admitió la semana pasada. Dijo:
“Tiene que haber en última instancia, y lo subrayo: en última
instancia, reconciliación como parte del resultado político
de esta [guerra].v Es en última instancia la estrategia de
salida para todos nosotros.”
Cuando uno
repite una palabra tres veces en cinco segundos, es algo que
se graba. Gates sugirió que no estaba insinuando en nada
una “estrategia de salida.” Por cierto, en una reunión
informal de los ministros de defensa de la OTAN, la semana
pasada en Budapest, Hungría, la alianza visualizó un
camino largo y difícil en Afganistán.
Reconciliación
con los talibanes
Cualquiera
reconciliación con los talibanes tendría que ver,
esencialmente, con recoger los hilos donde estaban en
octubre de 2001 cuando EE.UU. invadió Afganistán y derrocó
el régimen talibán.
El líder
talibán Mullah Omar prometió en el último momento en esos
desdichados días desde su escondite en Kandahar, a través
de intermediarios paquistaníes – que, sí, separaría
verificablemente su movimiento de al–Qaeda y pediría a
Osama bin Laden que abandonara el suelo afgano, siempre que
EE.UU. aceptara su antigua demanda de reconocimiento de su régimen
en Kabul en lugar de enfrentarlo selectivamente. El gobierno
de EE.UU. ignoró la oferta del clérigo y en su lugar siguió
adelante con el plan de lanzar una “guerra contra el
terror.”
Lo que
podemos esperar en el período por venir es un acuerdo por
el cual los talibanes “buenos” prometan separarse de
al–Qaeda, lo que sería gentilmente aceptado por EE.UU. y
sus aliados, y que, por su parte, los talibanes “buenos”
no insistan en la retirada de fuerzas occidentales como una
condición previa. Los saudíes lubricarían hábilmente un
tal acuerdo.
La pura
“inasequibilidad” de una guerra sin fin en Afganistán
influenciará el modo de pensar en Washington si se
profundiza la crisis de la economía en EE.UU. Pero aún
estamos a una cierta distancia de ese umbral. La guerra
debiera ser “asequible” si el nuevo jefe del Comando
Central de EE.UU., el general David Petraeus, puede de
alguna manera hacerla más “eficiente,” que es lo que
hizo en Iraq. Por el momento, los políticos estadounidenses
solo hablan de conducir vigorosamente la guerra.
No están
ni remotamente cerca de formular el tema fundamental: ¿Cuán
central es la guerra afgana para la lucha global contra el
terrorismo? La respuesta es clara como el agua. Afganistán
tiene muy poco que ver con los intereses nacionales básicos
de EE.UU. La violencia política en Afganistán está
arraigada primordialmente en temas locales, y el régimen de
los “señores de la guerra” es una característica
antigua. Es decir que los talibanes pueden formar parte de
la solución.
En última
instancia, los objetivos de la construcción de la nación y
del gobierno legítimo en un entorno de seguridad general
que permite actividades económicas y desarrollo sólo
pueden ser realizados adaptándose a las prioridades e
intereses nativos. Washington ha sido de lejos demasiado
preceptivo, al crear un sistema presidencial al estilo de
EE.UU. en Kabul y pasar luego a controlarlo.
Pero un régimen
semejante nunca será respetado por los afganos. El
despliegue de más soldados de la OTAN o la creación de un
ejército afgano no es la respuesta. La comunidad
internacional ha preferido prudentemente no disputar la
legitimidad del régimen de Hamid Karzai, pero existe una
crisis de liderazgo. Se necesita urgentemente un diálogo
entre afganos. Hay que permitir a los afganos que regeneren
sus métodos tradicionales de competición por el poder en
su contexto cultural y que negocien su cohabitación en su
contexto tribal.
De nuevo,
se ha demostrado que EE.UU. se equivocó al creer que el
imperialismo podía triunfar sobre el nacionalismo. Al
contrario, la prolongada ocupación extranjera ha provocado
una repercusión negativa. La guerra nunca debería haber
escalado más allá de lo que debiera haber sido – una
contienda fratricida de baja intensidad, que ha sido un
rasgo recurrente en la historia afgana. En otras palabras,
una solución del conflicto tiene que hallarse
primordialmente entre afganos, llevando a un gobierno de
amplia base, libre de influencia extranjera, para lo cual la
comunidad internacional puede ser un facilitador y un
garante.
Rusia
arremete
Pero lo que
ofusca el juicio es la geopolítica de la guerra. La guerra
suministró un contexto para el establecimiento de una
presencia militar de EE.UU. en Asia Central; la primerísima
operación “fuera del área” de la OTAN; un territorio
desde el que se domina los dos Estados con armas nucleares
sudasiáticos India y Pakistán, Irán y la intranquila Región
Autónoma Uigur de Xinjiang de China. Han llegado a ser
factores adicionales que es un punto de apoyo útil sobre
una ruta de transporte potencial para la energía del Caspio
evitando Rusia e Irán, etc.; la política de “Gran Asia
Central” de EE.UU. y la estrategia de contención hacia
Rusia; la expansión de la OTAN. Sin duda, hay
consideraciones geopolíticas arraigadas incluso dentro del
actual intento de reanimar el rol mediador de los saudíes.
La
interacción de estos diversos factores geopolíticos ha
restado transparencia a la guerra. Importantes potencias
regionales – Rusia, Irán e India – no piensan que
EE.UU. o la OTAN estén considerando una retirada de
Afganistán en un futuro previsible. Teherán ha estado
afirmando que la estrategia de EE.UU. en Afganistán
consiste esencialmente en perpetuar su presencia militar.
Como
resultado, las declaraciones rusas respecto al papel de
EE.UU. en Afganistán han llegado a ser extremadamente críticas.
Moscú parece haber estimado que la guerra dirigida por
EE.UU. no llega a ninguna parte y que ha comenzado la busca
de los culpables. Lo que es más importante, Rusia ha
comenzado a identificar el “unilateralismo” de EE.UU. en
Afganistán.
En un
importante discurso reciente respecto a la seguridad europea
en la Conferencia de Política Mundial en Evian, Francia, el
presidente Dmitry Medvedev hizo una referencia mordaz, al
decir: “Después del derrocamiento del régimen talibán
en Afganistán, EE.UU. comenzó un capítulo de acciones
unilaterales...” Estaba señalando que el “deseo de
EE.UU. de consolidar su rol global” es irrealizable en un
mundo multipolar.
Por primera
vez en los siete años de la guerra, el ministro de
exteriores ruso utilizó el 27 de septiembre el foro anual
de la Asamblea General de Naciones Unidas para lanzar una
invectiva contra EE.UU. Sergei Lavrov dijo:
“Más y más
preguntas se están formulando sobre lo que sucede en
Afganistán. Primero, y ante todo, ¿cuál es el precio
aceptable para pérdidas entre civiles en la actual operación
antiterrorista? ¿Quién decide respecto a los criterios
para determinar la proporcionalidad del uso de la fuerza?
“Estos y
otros factores dan motivos para creer que la coalición
antiterrorista está ante una crisis. Considerando el núcleo
del problema, parece que esa coalición carece de
disposiciones colectivas – es decir la igualdad entre
todos sus miembros en la toma de decisiones sobre la
estrategia y, especialmente, las tácticas operacionales.
Sucede que a fin de controlar una situación totalmente
nueva como la que se desarrolló después del 11–S, en
lugar del necesario genuino esfuerzo cooperativo, incluyendo
un análisis conjunto y la coordinación de pasos prácticos,
comenzaron a utilizarse mecanismos establecidos para un
mundo unipolar, en el que todas las decisiones debían ser
tomadas por un solo centro mientras el resto sólo debía
seguirlas. La solidaridad de la comunidad internacional,
fomentada en la ola de lucha contra el terrorismo, resultó
ser en cierto modo «privatizada».”
Esas
palabras desacostumbradamente tajantes subrayan la disipación
del consenso regional sobre la guerra. Después, el 28 de
septiembre, en una conferencia de prensa en la sede de la
ONU, Lavrov afirmó que en un espíritu de “sesgo lleno de
prejuicios,” EE.UU. está bloqueando la posible ayuda para
estabilizar Afganistán de la Organización del Tratado de
Seguridad Colectiva, encabezada por Moscú.
También
implicó que EE.UU. trató en vano de bloquear toda
referencia al combate contra el narcotráfico en la última
resolución del Consejo de Seguridad de la ONU sobre
Afganistán a fin de denegar un papel a Rusia. Dijo: “No
se da plena consideración a las evaluaciones y a los análisis
de todos los miembros de la comunidad mundial cuando se
toman decisiones muy importantes que después afectan la
situación de todos.”
Una
disputa ha estallado posteriormente respecto a un acuerdo de
cooperación
ONU–OTAN
en relación con la guerra afgana, supuestamente firmado
“en secreto” por un dócil secretario general, Ban
Ki–moon, y su homólogo de la OTAN, Jaap de Hoop Scheffer,
el 23 de septiembre en Nueva York. Rusia ha amenazado con
presentar el asunto en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Para citar a Lavrov: “Nosotros [Rusia] preguntamos a ambos
secretariados [de la ONU y de la OTAN] cuál podría ser el
significado de este hecho y estamos esperando una respuesta,
pero advertimos a la dirigencia de la ONU del modo más
estricto que cosas de este tipo deben ser hechas sin
mantener secretos ante los Estados miembro y sobre la base
de poderes y autoridad de los secretariados.”
El enviado
ruso ante la OTAN, Dmitry Rogozin, dijo el miércoles que
Moscú consideraría “ilegítimo” el acuerdo
Ban–Scheffer, y como nada más que un reflejo de la
“opinión personal” de Ban. Como era de esperar, Ban
guarda silencio, mientras Scheffer disputó la afirmación
rusa. Ciertamente, comienzan a aparecer grietas en el
entendimiento entre EE.UU. y Rusia sobre la campaña contra
el terrorismo en Afganistán. El resultado es una lucha
territorial – Washington está determinado a excluir a
Rusia de Afganistán y Moscú insiste en su legítimo rol.
Postura
iraní
Del mismo
modo, Teherán también ha subido las apuestas respecto a
Afganistán. Después de haber apoyado la intervención de
EE.UU. en Afganistán en 2001, han aparecido recientemente
varias declaraciones extremadamente críticas de la guerra
dirigida por EE.UU. en Afganistán, atribuidas a la
dirigencia iraní. La última declaración prominente fue la
crítica por el presidente de la Asamblea de Expertos, Akbar
Hashemi Rafsanjani, en una reunión con el visitante ex
secretario general de la ONU, Kofi Annan, en la que lamentó
que los “ocupantes” que crearon “inseguridad” en
Afganistán y Pakistán ahora sean “incapaces de
detenerla.”
De peor agüero
es que Teherán haya invitado a visitar Irán al ex
presidente afgano Burhanuddin Rabbani, quien dirigió la
coalición contra los talibanes (Alianza del Norte) en los años
noventa. Al recibirlo en Teherán el domingo, el presidente
del parlamento (Majlis) iraní Ali Larijani, dijo a Rabbani:
“La situación en Afganistán es triste y lamentable.”
Dijo que la presencia de fuerzas extranjeras está creando
“inseguridad” por la pérdida de vidas inocentes y está
causando un narcotráfico fuera de control.
Dos días
antes, en otra declaración en el Majlis, Larijani condenó
los ataques de EE.UU. contra áreas tribales paquistaníes
en Waziristán. Fue la primera vez que un dirigente iraní
se ha referido negativamente a las operaciones militares de
EE.UU. en territorio paquistaní. Dijo que Irán está
preocupado por la amplitud de la devastación y el número
de víctimas fatales en Waziristán y que EE.UU. ha excedido
los límites de la Convención de Ginebra en la lucha contra
el terrorismo. “Cada día que pasa, hay víctimas civiles
de la lucha dirigida por EE.UU. contra el terrorismo,”
dijo, agregando que EE.UU. está “destruyendo” Waziristán
bajo el “pretexto de combatir el terrorismo.”
De mayor
significación es que Teherán ha roto su silencio sobre los
esfuerzos estadounidenses–británicos–saudíes por
negociar una reconciliación con los talibanes. Esto ha
ocurrido, de modo bastante curioso, a través de una
declaración del poderoso presidente de la Comisión de
Seguridad Nacional y Política Exterior del Majlis, Alaeddin
Broujerdi.
Antiguos
observadores de la escena afgana reconocerán a Broujerdi
como el principal planificador y arquitecto de la Alianza
del Norte y un estratega crucial de la resistencia contra
los talibanes en el período 1996–1998.
Es
concebible que Teherán haya enviado una señal
significativa al escoger a Broujerdi para hablar de los
esfuerzos occidentales por reconciliarse con los talibanes.
Broujerdi repudió firmemente la reciente propaganda
estadounidense de que Teherán se ablanda hacia los
talibanes. Hablando el domingo con una delegación
parlamentaria francesa dirigida por el dirigente socialista,
Jean–Louis Bianco, subrayó la continua oposición de
Teherán a los talibanes. Criticó fuertemente a los países
europeos por adoptar una actitud conciliatoria hacia los
talibanes. Les aconsejó que en su lugar debieran dar un
apoyo inequívoco al “gobierno popular” en Kabul
dirigido por Karzai.
Broujerdi
señaló que la actitud de Occidente y su modus operandi
hacia los talibanes, que forman parte de un grupo
extremista, “dañará la estabilidad y la seguridad
regionales.” Dijo que el problema esencial es la presencia
permanente de fuerzas extranjeras y que una solución sólo
será posible cuando se retiren.
Broujerdi
puede haber señalizado que Irán cuestionará y se opondrá
a todo intento occidental de invitar a los saudíes a volver
al tablero de ajedrez afgano y de asimilar a los talibanes a
fin de perpetuar la presencia militar de EE.UU. y de la
OTAN. Podemos deducir que la oportunidad de la visita de
Rabbani a Teherán tiene el propósito de mostrar que Irán
todavía tiene reservas de influencia con los grupos de la
Alianza del Norte, a pesar de la estimación estadounidense
de que esos grupos contrarios a los talibanes se han
dispersado o han sido comprados por los servicios de
inteligencia occidentales.
Rabbani
parece haberse puesto a la altura de las circunstancias.
También sumó su voz a la condena de la presencia continua
de fuerzas extranjeras en suelo afgano. “Al principio,
ellos [las fuerzas occidentales] entraron a Afganistán con
la consigna de que establecerían la seguridad y combatirían
el terrorismo y la droga, pero ahora los afganos presencian
una escalada del terrorismo y un aumento en la producción
de droga,” dijo el inescrutable líder muyahidín a
Larijani.
Lo
desconcertante fue la observación de Rabbani: “La única
solución a la crisis afgana yace en la creación de la
unidad entre todas las fuerzas nacionales y yihadistas [léase
muyahidines] en el país y en el establecimiento de la
reconciliación nacional entre todas las tribus, sin
prejuicios étnicos, tribales y religiosos.” Era la misma
plataforma política proclamada por la Alianza del Norte.
Sin duda, Irán se opondrá a toda estratagema de los
servicios de inteligencia de EE.UU. y Gran Bretaña para
resucitar el paradigma de los años noventa a fin de colocar
a los talibanes en el poder para “pacificar” Afganistán
y crear un cierto grado de estabilidad, necesaria para el
desarrollo de rutas de transporte para la energía del
Caspio.
En
circunstancias en las que se espera que los fabulosos
yacimientos petrolíferos Kashagan en Kazajstán comiencen a
producir en 2013, cuando Washington confía en revertir la
corriente de la cooperación energética entre Rusia y
Turkmenistán, y cuando la volatilidad en el sur del Cáucaso
impide el progreso de los nuevos conductos tras–Caspio,
Afganistán renace como la ruta más realista y viable para
la energía del Caspio evitando Rusia e Irán – siempre
que la situación en el terreno pueda ser estabilizada y se
logre seguridad, lo que inversionistas y compañías
petroleras considerarían algo reconfortante.
Dilema
indio
Tanto Rusia
como Irán observarán atentamente como India, que fue un
alma gemela a fines de los años noventa, al apoyar
incondicionalmente la alianza contra los talibanes,
reacciona ante la actual actividad estadounidense–británica–saudí.
Los dirigentes indios nunca se cansaron de subrayar que no
hay un “buen talibán” ni un “mal talibán.” Eso fue
hasta hace un año. Sin embargo, es probable que haya
inquietud tanto en Moscú como en Teherán sobre cuál es
exactamente la posición de Delhi en la actual coyuntura de
la geopolítica regional.
Una cosa es
clara: un conducto de petróleo/gas patrocinado por EE.UU. a
través de Afganistán conviene a India, aunque eso pueda
perjudicar a Rusia e Irán en las apuestas energéticas.
Según
todos los informes, hubo discusiones entre los establishment
de la seguridad de India y de EE.UU. durante los últimos
meses respecto a una participación militar de India en
Afganistán. Washington ha estado presionando por un
importante papel indio. Un equipo indio de dos miembros, que
visitó Kabul a comienzos de septiembre, afirmó que iban en
una misión auspiciada por el gobierno para hacer una
evaluación de la disposición para una participación
militar india. Al parecer el equipo tuvo discusiones con
altos diplomáticos y responsables militares estadounidenses
basados en Kabul.
Evidentemente,
Delhi no tenía idea sobre la mediación secreta con los
talibanes del rey saudí Abdullah. Esa falla de los
servicios de inteligencia era inevitable. Los diplomáticos
indios se han mostrado algo petulantes respecto a la
influencia sin precedentes que esgrimieron sobre el régimen
de Kabul, y como sucede en tiempos apasionantes, comenzaron
a creer de modo insulso en la durabilidad de la actual
configuración afgana.
Trabajaron
hombro a hombro con sus homólogos estadounidenses en Kabul
y la manera de pensar estadounidense comenzó
inevitablemente a colorear las percepciones de Delhi. Parece
que la osmosis intelectual terminó por ser unilateral. Bajo
constante aliento de EE.UU., la idea embriagadora de un
importante papel militar en Afganistán y de participar en
el “gran juego” se infiltró en el cálculo indio. Delhi
parece haber perdido cada vez más contacto con el bazar
afgano y las realidades en el terreno.
El plan
estadounidense–británico–saudí de dar cabida a los
talibanes en la estructura del poder en Kabul crea un dilema
para los responsables políticos indios. Es ridículo dar
media vuelta y comenzar a distinguir a los talibanes
“buenos.” Será visto como si estuvieran rindiendo
pleitesía a EE.UU. y será difícil de justificar. La
antipatía contra los talibanes está firmemente establecida
en la forma de pensar india, ya que sin que importe el carácter
real del “islamismo” de los talibanes, la percepción de
una amenaza ganó terreno en la opinión india respecto al
“terror islámico” desde Afganistán. El establishment
indio contribuyó sin querer a esto al insistir en la
omnipresente “mano extranjera” en las actividades
terroristas en India. Tomará tiempo para dar marcha atrás
con esta tesis.
Además,
India considera a los talibanes como un instrumento político
de los servicios de inteligencia paquistaníes y como dañinos
para sus intereses de seguridad regional. Con todo, Delhi se
sentirá muy aliviada si EE.UU. abandona su plan de asimilar
a los talibanes “buenos.”
En el
contexto mencionado, tanto Teherán como Moscú esperarán
tener consultas a nivel de ministros de exteriores con Delhi
en las próximas semanas. El Ministro de Exteriores indio,
Pranab Mukherjee, debe visitar Teherán a principios de
noviembre. De nuevo, en noviembre, en los preparativos para
la visita de fines de año del presidente Dmitriy Medvedev a
India, Lavrov y el primer ministro Vladimir Putin tendrán
consultas en Delhi.
La realidad
geopolítica, sin embargo, es que los tres países se han
transformado en los últimos años y que sus prioridades y
orientaciones en política exterior también han cambiado.
Se relacionan actualmente con la hegemonía de EE.UU. en
Afganistán desde perspectivas diferentes de sus intereses
nacionales.
(*)
El embajador M K Bhadrakumar fue diplomático de carrera del
ministerio de Asuntos Exteriores indio. Estuvo destinado en
la Unión Soviética, Corea de Sur, Sri Lanka, Alemania,
Afganistán, Pakistán, Uzbekistán, Kuwait y Turquía.
|