Afganistán:
la resistencia controla ya la mitad del país
Los
países occidentales dialogan con los talibanes
Amanecer
(del nuevo siglo), noviembre 2008
Fuentes
norteamericanas y afganas han anunciado que empezarían a
negociar con los talibanes el 27 de octubre. En las últimas
semanas, la situación en la frontera afgano–pakistaní se
ha deteriorado. Se dice que los talibanes pakistaníes y
afganos han ganado fuerza en estos meses y controlan ya la
mitad de Afganistán a pesar de las operaciones de EEUU y la
OTAN en el país. Una jirga (asamblea) se ha reunido en
Islamabad con el objetivo de buscar una solución negociada
al conflicto afgano. Sin embargo, los resultados podrían
ser problemáticos para Washington porque es probable que la
asamblea pida el fin de las presiones de la OTAN y EEUU en
Afganistán.
El analista
de los periódicos McClatchy, Saeed Shah, cree que la
Administración Bush “está dividida acerca de la
oportunidad de intentar negociar con los talibanes y también
de la idea de que se pueden separar a los talibanes más
moderados de sus colegas extremistas.” El Pentágono y los
militares estadounidenses están claramente a favor de las
negociaciones. Algunos expertos y jefes militares en
Afganistán y el extranjero afirman que los talibanes no
pueden ser derrotados en el campo de batalla. De este modo,
el secretario de Defensa de EEUU, Robert Gates, y el nuevo
jefe del Mando Central de EEUU, general David Petraeus,
creen que las negociaciones son el medio más efectivo de
pacificar Afganistán.
El
Washington Post informó recientemente de la existencia de
un nuevo plan norteamericano para poner fin a la guerra de
Afganistán. En un artículo, el escritor pakistaní Ahmed
Rashid afirmó que Petraeus ha creado un Equipo Conjunto de
Análisis Estratégico, del que Rashid es miembro, con el
fin de promover “una reconciliación del gobierno con los
insurgentes talibanes en Afganistán y Pakistán y poner en
marcha iniciativas conjuntas con países cercanos que tengan
influencia sobre la guerra.”
En los últimos
años, ha habido intentos de iniciar negociaciones que no
fueron sinceros. Un portavoz del presidente afgano Hamid
Karzai ha reconocido que los llamamientos del gobierno
afgano a favor de negociaciones en estos años buscaban
dividir a la insurgencia. Otros afganos sospechan que estos
llamamientos en favor del diálogo tienen más que ver con
el deseo de Karzai de conseguir apoyo de los pashtunes para
su candidatura para las siguientes elecciones
presidenciales.
Sin
embargo, esta vez el escenario es muy diferente. La postura
del gobierno se ha debilitado enormemente. Los insurgentes
afganos han incrementado sus operaciones este año, en el
que las bajas militares norteamericanas y los ataques de los
talibanes se han incrementado hasta alcanzar los mayores
niveles desde la invasión de 2001.
Los
talibanes se han aprovechado de los paisajes montañosos y
la existencia de un refugio seguro en las áreas fronterizas
pakistaníes, donde la población pashtun les proporciona
suministros y armas. Han decaído las esperanzas de que el
nuevo gobierno pakistaní pueda lanzar una ofensiva contra
estas áreas. Un artículo del New York Times, publicado a
principios de octubre, dijo que un borrador de la Estimación
Nacional de Inteligencia (NIE) –un informe escrito por
todas las agencias de inteligencia estadounidenses– señalaba
que el apoyo al gobierno en Kabul se está hundiendo rápidamente
debido a varios factores.
A
principios de febrero, la secretaria de Estado Condoleezza
Rice estuvo en Afganistán después de dos años de
ausencia. Ella se convenció allí de que la guerra iba mal.
Los militares estadounidenses le dijeron que los insurgentes
talibanes estaban utilizando tácticas más mortales y
efectivas y que la coalición de la OTAN era incapaz de
ganar la guerra. La NIE también advierte que los programas
multimillonarios de desarrollo financiados por los
occidentales están fracasando y que la corrupción está
muy extendida en las oficinas gubernamentales. Por otro
lado, EEUU está cada vez más preocupado por el declive de
su propia economía y no tiene suficientes recursos para
financiar dos guerras caras e interminables.
Además, la
situación internacional está empeorando también para
EEUU. El nuevo poder de Rusia, la inestabilidad en Pakistán
y la creciente independencia de América Latina han
debilitado la influencia norteamericana en el mundo y está
situación está ejerciendo presión sobre Washington para
que busque una solución en Afganistán que permita a EEUU
liberar tropas para que sean desplegadas en otras partes del
mundo.
Este
pesimismo es compartido por los gobiernos europeos, que están
cada vez menos dispuestos a mantener su presencia militar en
Afganistán. Incluso el más fiel aliado de EEUU, el Reino
Unido, parece harto de esta situación y se niega a apoyar
la estrategia de Washington. Recientemente, el jefe militar
británico en Afganistán, el general de brigada Mark
Carleton–Smith, dijo al periódico de Londres Sunday Times
que la guerra afgana no podía ser ganada. El Reino Unido ha
firmado en el pasado acuerdos locales con los talibanes y
está considerado como uno de los promotores de las actuales
conversaciones con la insurgencia afgana.
De este
modo, los gobiernos occidentales están tratando ahora de
hacer frente a la crisis política y militar que les está
llevando a librar una guerra más dura y les está costando
más soldados y dinero de lo que habían imaginado antes. La
mayoría de estos gobiernos están pagando ahora en sus
propios países un alto precio por su implicación en la
guerra de Afganistán ya que la opinión pública muestra un
rechazo cada vez mayor a la participación en el conflicto.
Ellos creen que una solución militar no es posible y que un
acuerdo negociado es la única forma de poner fin a la
guerra. Esto es por lo que ellos están dispuestos ahora a
negociar con la insurgencia. Estos gobiernos occidentales
han sido también convencidos por Pakistán y Arabia Saudí
de que deben hablar con los talibanes.
Las
negociaciones con los líderes talibanes no serían posibles
sin una sólida garantía de que ellos estarán dispuestos a
cortar sus vínculos con Al Qaida, el principal objetivo de
las operaciones antiterroristas de Washington en todo el
mundo. “Tenemos que estar seguros de que no vamos a hablar
con nadie de Al Qaida,” manifestó el secretario de
Defensa de EEUU, Robert Gates. En el encuentro, que tuvo
lugar en Meca (Arabia Saudí) en los días 24 al 27 de
septiembre, los talibanes afirmaron que ellos habían
cortado tales vínculos.
Algunas de
las demandas de los talibanes serán consideradas
probablemente como inaceptables por la Administración
norteamericana. Rustam Shah Mohmand, un participante en el
encuentro y antiguo embajador pakistaní en Afganistán,
manifestó a los periódicos McClatchy que hay dos
condiciones para que las conversaciones tengan éxito: el
fin de la presencia norteamericana en Afganistán y las
negociaciones con los grupos armados que no estén
dispuestos a desarmarse. “Puedes hablar con gente que ha
tomado las armas y te está combatiendo: no puedes ser un
escapista y decir que sólo hablarás con los que están
dispuestos a abandonar las armas,” señaló Mohmand. “En
el contexto de Afganistán y las áreas tribales, eso
resulta ridículo. La gente no depone sus armas en esta
cultura.”
Washington
ha rechazado también la demanda de los talibanes en favor
de negociaciones directas con los países extranjeros que
tienen tropas en Afganistán y no con el gobierno afgano.
Gates ha declarado que él apoya un proceso de negociación
con “gente que esté dispuesta a trabajar con el gobierno
afgano.” Sin embargo, no muchos insurgentes están
dispuestos a hacer eso. Un portavoz talibán manifestó a
Reuters que las ofertas “del esclavo y marioneta
presidente Hamid Karzai” no tenían ningún valor. Él
insistió en que Karzai “sólo dice y hace lo que los
norteamericanos le dicen” y no está en posición de
negociar. Los talibanes también negaron cualquier contacto
con el gobierno afgano y afirmaron que los informes acerca
de la existencia de conversaciones políticas son un complot
dirigido a generar confusión.
El Pentágono
tiene planes para el caso de que las negociaciones fracasen.
En primer lugar, la Administración Bush ha prometido enviar
a algunos miles de soldados más a Afganistán. Por su
parte, Gates, que ha advertido que una mayor presencia
militar extranjera en el país podría ser contraproducente,
ha respaldado públicamente los planes para doblar el número
de soldados afganos en los próximos tres años. No
obstante, este esfuerzo podría costar más de 2.000
millones de dólares al año. La Administración
estadounidense ha dicho a sus aliados que si ellos no
quieren luchar en Afganistán deberían pagar para que las
tropas afganas lo hagan. Sin embargo, el número de
deserciones en el ejército y la policía afganos se han
incrementado en los últimos meses y su eficiencia y lealtad
al gobierno afgano han sido ampliamente cuestionadas. De
este modo, EEUU tendrá una difícil salida para abandonar
Afganistán y salvar su cara al mismo tiempo.
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