La miseria y la adicción a las drogas
aumentan en Afganistán
Por Soraya Sarhaddi Nelson
Rawa.org, 16/04/09
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Un número cada vez mayor de afganos –incluidos niños– tratan de
escapar del dolor de la guerra y la pobreza utilizando opio
o heroína, que pueden conseguir por tan sólo un dólar al
día.
Se teme en amplios niveles que la investigación que Naciones Unidas empezó
este mes muestre que al menos una de cada doce personas en
Afganistán abusa de la droga, duplicando la cifra hallada
en la última investigación realizada hace cuatro años.
Los expertos dicen que la alarmante tendencia no está siendo abordada por
el gobierno afgano ni por sus socios internacionales, aunque
la mayor parte de los funcionarios reconocen que el azote de
la droga amenaza a largo plazo la estabilidad de Afganistán.
Muchos de los adictos, especialmente las mujeres, alimentan en secreto ese hábito
dentro de los muros de los recintos familiares afganos de
suelos de barro.
Una
madre afgana enganchada
Una adicta, una mujer llamada Karima, comparte su hogar con sus padres, que
también son adictos y otros familiares en una pobre
barriada situada en las laderas de una colina en Kabul. Los
consejeros locales contra la droga manifiestan que en la
barriada hay miles de adictos.
En una tarde reciente, Karima corre las cortinas de la ventana de la
habitación que comparte con sus seis niños. Sus manos
tiemblan, saca un viejo sobre de debajo de un tapete de plástico.
Dentro hay bolitas de opio, que aplasta dentro del papel de
un cigarro vaciado que enciende.
“Cuando fumo esto ya no siento desdicha alguna. Mis nervios se calman. Si
no lo hago me vuelvo loca”, dice Karima.
Sus niños, de corta edad, sufren los efectos de estar bañados por el humo
del opio y la heroína desde que nacieron. No asisten al
colegio.
La mayor es Fahima. A sus doce años, tiene el tamaño de un niño de seis.
Tiene grandes ojos marrones y varias calvas en la cabeza
debido a la desnutrición.
Fahima es la persona a quien su madre envía fuera de casa a comprar las
drogas para alimentar su hábito.
“Mamá no deja de darme la lata para que le consiga hashish y opio para
poderse sentir feliz. Si no los usa, se enfada y nos pega a
todos”, dice Fahima.
Los crecientes porcentajes de abuso de drogas están en parte motivados por
el extendido desempleo y la agitación social en Afganistán
bajo los talibanes y durante la guerra comandada por EEUU
que empezó en 2001. Otro factor es el flujo de refugiados
afganos que han regresado de Irán, muchos de ellos
convertidos allí en adictos a la heroína.
Y exacerbándolo todo está la sobreabundancia de opio y heroína en
Afganistán, el mayor cultivador de adormidera del mundo.
Los adictos dicen que la heroína es un modo barato de olvidar sus
miserables existencias.
Los
hombres se reúnen entre drogas y mugre
En Kabul, los hombres se reúnen a diario en lo que era el Centro Cultural
Ruso para conseguir su chute de heroína. Al menos 1.500 de
ellos se acurrucan entre las sombrías ruinas, vigiladas por
policías con equipo antidisturbios.
Utilizan mecheros para calentar la pasta de heroína sobre papel de
aluminio. Después lo inhalan mediante delgados tubos de plástico
o dentro de un cigarrillo vaciado. El reconocible humo de la
heroína rodea a los hombres como una gruesa manta.
Algunos de los adictos yacen sobre el suelo. Hay basura, heces y orina por
doquier. Pero parecen ajenos a todo. Todos están fumando y
pidiendo limosna.
La
abundancia de drogas incrementa la demanda
Jean–Luc Lemahieu, de Naciones Unidas, lo llama el “efecto
Coca–Cola”. La extendida abundancia y permisibilidad de
las drogan las hacen tan omnipresentes y disponibles como
los refrescos.
“Lo que la gente olvida siempre es que no sólo la demanda crea oferta,
sino que la oferta crea demanda”, dijo Lemahieu, el
representante en Kabul de la Oficina contra la Droga y el
Crimen de Naciones Unidas.
Pero incluso uno o dos dólares al día, que es lo que cuesta un chute de
opio o heroína en Afganistán, puede ser fácilmente
inalcanzable.
Volviendo al barrio bajo de Kabul, Karima empieza a llorar al recibir una
visita de las consejeras para el tratamiento a drogadictos.
Karima dice que cogió a su hija de cinco años, Raisa, y que el pasado mes
la llevó al mercado para venderla porque estaba desesperada
por encontrar dinero. Pero no pudo hallar un comprador.
Durante meses, los trabajadores de un centro local para el tratamiento a los
drogadictos han intentado hacer que Karima y su familia
sigan un programa de rehabilitación.
Saida, una consejera centro Nejat (“Rescate”) para el tratamiento contra
la droga, está horrorizada.
El
sufrimiento de los niños
“¿Cómo puedes ser tan egoísta?”, dice a Karima. “No me digas que
habrías utilizado el dinero para alimentar a tu familia.
Habrías gastado el dinero en drogas y después habrías ido
y vendido a otro de los niños”.
Saida y sus colegas visitan el alojamiento unos días después para
encontrarse con una sorpresa aún más desagradable.
Fahima, la hija de doce años, está aspirando una profunda calada del
cigarrillo de su madre lleno de heroína, opio y hashish.
La mujer pregunta: “¿Por qué lo haces? ¿Es que te gusta el sabor?”
Fahima admite que sí.
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