Pakistán:
desamparo,
hambre y sed en los campos de refugiados
Cada
vez tiene menos consenso la operación militar
contra los
integristas
Por
María Laura Avignolo
Corresponsal
en Pakistán
Clarín,
16/05/09
Mardan.–
Los sastres cosen sin descanso en el caótico Mercado de
Mardan. Los flamantes y muy paquistaníes "shawar
kameze" se apilan en tres talles: grande, mediano y
pequeño junto con los rollos de género, que llegan como
donación. La demanda es urgente. Los desplazados huyeron
con lo puesto cuando la artillería, los helicópteros y los
aviones militares comenzaron a bombardear y llevan hasta 5 días
sin cambiarse de ropa en el campo de Sheik Shehzad, un parámo
en las afueras de Mardan, muy cerca del valle de Swat, donde
el ejército enfrenta a los talibán.
"Llevo
tres días aquí sin poder asearme, durmiendo sobre el piso
de tierra y la única comida que nos dan es arroz y té. Hui
de Mingora porque íbamos a morir en los bombardeos. Ahora
vivimos en este infierno. El gobierno es responsable. No han
hecho la menor planificación. La gente está furiosa,
frustrada. Puede explotar en cualquier momento", admite
Fazal Muhammad, un comerciante de Mingora, que se ha
instalado precariamente en el campo de Sheik Yaseen.
Oficialmente
1.095 familias están registradas en el campo de refugiados
pero son miles los que llegan y deambulan sin techo, sin
comida, sin futuro. Miles de carpas amarillas, blancas o
verdes se alinean en corredores, sin nada que los proteja de
los 42 grados de calor. Los generadores eléctricos brillan
por su ausencia y no hay agua, ni baños, ni duchas y mucho
menos comida suficiente. Dos chiquitos murieron por
deshidratación y, si las condiciones actuales se mantienen,
los médicos advierten que llegarán las epidemias graves.
Un
helicóptero artillado sobrevuela el campo después de una
operación en Swat, detrás de las montañas en Mardan, a 40
kilómetros de Peshawar, en la volátil y peligrosa frontera
noroeste paquistaní. Instintivamente Mohammad Farooq se
agacha, como si buscara protección. Huyó con los ocho
miembros de su familia, luego de que el Ejército comenzara
a bombardear su ciudad, donde los talibán ocupaban hasta
las oficinas de gobierno.
"¡¡¡Basta
de bombas!!!! Al caos y a nuestro sufrimiento los causan los
bombardeos, no los talibán. Ellos estaban en Mingora pero
había paz. No nos atacaban, imponían orden, pero no
mataban indiscriminadamente. Hasta que llegaron los helicópteros
y la artillería. Día y noche atacaban nuestras casas, sin
distinguir entre los civiles y los talibán. Hay docenas de
civiles muertos. Nadie puede salir de las casas, nadie
recoge los muertos porque hay toque de queda. Mingora se fue
convirtiendo en una ciudad fantasma. Al final nosotros también
nos fugamos. Casi no quedaba nadie entre nuestros
vecinos", relata. Sohail sostiene una foto de su
hermano contra el pecho. Denuncia que el Ejército lo mató
de un balazo en la cabeza cuando caminaba por la calle,
después de que se levantara el toque de queda. "Mi
hermano no era talibán, nunca lo fue. Lo mataron cuando iba
a buscar comida", explica, y muestra la foto de un
joven veinteañero, de piel oliva y sin turbante.
Las
peores críticas de los desplazados son a los bombardeos
indiscriminados del operativo militar, que inicio el Ejército
paquistaní en Swat, cuando EE.UU. los presionó con un
"o lo hacen ustedes o tal vez lo hacemos
nosotros". Se puso en marcha después de alarmistas
versiones que indicaban que los talibán se encontraban próximos
a Islamabad y ante el pánico de las élites del país, que
se habían desinteresado por el drama del terrorismo talibán
porque no había llegado a la capital. Hoy el Ejército está
perdiendo apoyo no sólo entre los refugiados sino en la
clase media, que lo había respaldado masivamente al inicio.
En
Sheik Shehzad, el campo de refugiados de al lado, la situación
es similar. Allí los desplazados son de Buner y de Shangla.
En Buner, los talibán se habían desplegado cuando violaron
el acuerdo de paz con el gobierno, que había acordado
imponer la sharía o justicia islámica a cambio de que los
talibán entregaran las armas en Swat. Nassem Ullah perdió
su casa en el bombardeo de Buner. Junto a los 15 hijos y sus
esposas, huyó a pie y hoy deambula en el campo de
refugiados. Mer Taz Minfor es un comerciante de Mingora, que
llegó apilado en la camioneta de su vecino, con los siete
miembros de su familia. "La prensa miente. La mayoría
de los muertos son civiles: yo vi 20 cuerpos en Ferzangat
volar por el bombardeo. No eran talibán, eran todos
civiles" denuncia. En Buner habrían muerto 160
civiles, según los diferentes y coincidentes testimonios en
el campo.
La
operación militar forzó la evacuación de Swat y en ella
está incluida la clase media. Abogados, médicos,
enfermeros y periodistas están viviendo en condiciones para
ellos inimaginables, después de haber abandonado sus casas
confortables. "Esto es un caos. En Mingora eran rehenes
de los talibán y aquí de la falta de logística y del
abandono del Estado", se queja Mohamad, un enfermero
que huyó con su familia cuando ya no quedaban alimentos ni
medicinas.
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