En deriva hacia la balcanización
Por Pepe Escobar (*)
Asia
Times, 22/05/09
Rebelión,
28/05/09
Traducido por Sinfo Fernández
Los Días Felices están otra vez aquí. Es como si los años de
George W. Bush en Afganistán siguieran aún con nosotros,
con un Washington que sigue regodeándose en un entorno
donde ha desaparecido la inteligencia. Se incrementa el envío
de tropas hacia aquel país, de forma similar a como hizo el
General David Petraeus en Iraq. Un procónsul de Bush (Zalmay
Khalilzad) quiere dirigir de nuevo el cotarro. Un general de
línea dura (Stanley McChrystal) está ya listo para
aterrorizar a cuanto pastún se le ponga a tiro. Una nueva
megabase va brotando en el “desierto de la muerte”, en
la provincia afgana sureña de Helmand. Y al igual que en la
época de Bush, nadie menciona ni una sola palabra sobre
oleoducto alguno, ni sobre el (invisible) premio gordo
regional: el Baluchistán pakistaní.
Al parecer, bajo la nueva gerencia, se ha rebautizado la “guerra global
contra el terror” (GWOT, por sus siglas en inglés) como
“Operaciones de Contingencia en Ultramar” (OCO, por sus
siglas en inglés). Pero la historia en Afganistán continúa
repitiéndose como si de una farsa se tratara, o como si un
mal viaje de opio fuera.
Zalmay
construye Oleoducstán
No nos impresiona mucho que el sabueso afgano favorito de Bush, Zalmay
Khalilzad, un ciudadano estadounidense nacido en Afganistán
y ex enviado estadounidense tanto en Afganistán como en
Iraq, esté ahora a la caza y captura –a través de su
compinche el Presidente Hamid Karzai, que intentó que el
Presidente Obama le subiera a bordo– de convertirse en el
CEO (director ejecutivo, por sus siglas en inglés) de
Afganistán, o en una especie de primer ministro
“oficioso”. Cualquier afgano que crea que Occidente no
está detrás de todo este tinglado es porque es una de las
estatuas de piedra del Hindu Kush.
Se supone que la Secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, y el
enviado de Obama en Afpak [Afganistán/Pakistán], Richard
Holbrooke, se sienten muy excitados con el plan. Karzai y
Khalilzad han tenido lo que el New York Times describió de
forma pintoresca como “una larga y, en ocasiones, desigual
relación”. Ciertamente que Khalilzad tiene experiencia
como CEO –adquirida como embajador estadounidense en
Afganistán (2003–2005)–, cuando era el poder real tras
el endeble trono de Karzai (casi totalmente cegato a cuanto
ocurriera fuera de Kabul).
Karzai ha negado siempre –incluyendo las declaraciones hechas a este
periodista– que fuera un empleado menor de UNOCAL [Union
Oil Company of California], aparte de animador de las
delegaciones de talibanes que visitaron Houston y Washington
en 1997. La relación de Khalilzad es algo menos turbia: era
un asesor convicto y confeso de UNOCAL. El “premio”
–desde el presidente Bill Clinton a Bush y ahora Obama–
sigue siendo el oleoducto que atraviesa Turkmenistán–Afganistán–Pakistán,
entonces conocido como TAP y ahora conocido como TAPI al
incluir a la India (Véase “Pipelineistan goes Af–Pak”,
en el Asia Times Online del 14 de mayo de 2009).
Khalilzad fue el elemento clave cuando se constituyó la Fundación Afganistán–América
a mediados de la década de los noventa, un lobby que llegó
a tener mucha influencia durante la administración Clinton
debido a sus conexiones con el TAP, promocionado a bombo y
platillo como importantísimo oleoducto que circunvalaría
tanto Irán como Rusia.
El hermano de Karzai, Qayum, estaba en la junta de asesores junto con
Khalilzad e Isaac Nadiri, que más tarde se convirtió
oportunamente en “asesor económico” de Karzai. Qayum y
otro hermano de Karzai, Mahmoud, tenían la propiedad de una
cadena de restaurantes en EEUU (por esa razón es que la
gente de Kabul y del oeste de Pakistán llama a Karzai “el
vendedor de kebab”). Hamid consiguió un montón de dinero
del kebab durante su exilio en Quetta justo hasta finales de
2001, cuando fue milagrosamente lanzado hacia Kabul por las
fuerzas especiales estadounidenses.
Khalilzad, como mascota afgana de Bush, era absolutamente clave para
convencer a los desconfiados ex muyahaidines, muchos de
ellos tayicos, de tener a Hamid (de una tribu menor pastún)
instalado como “dirigente” interino de Afganistán después
de que los talibanes cayeran en diciembre de 2001. Los
muyahaidines querían al Rey Zahir Shah. Tras colocar en el
poder al títere de Karzai, el presidente de Pakistán, el
General Pervez Musharraf, y Nyazov, el “Turkmenbashi”
Saparmurat de Turkmenistán, firmaron un acuerdo en
diciembre de 2001 para construir el TAP. El oleoducto, ahora
TAPI, es un elemento absolutamente clave en la estrategia de
Washington en Asia Central. Khalilzad, como CEO, moverá
montañas para asegurar que el TAPI derrota a su mucho más
sólido rival, el IPI: el oleoducto Irán–Pakistán–India,
conocido también como el “oleoducto de la paz”.
Va a ser un viaje agitado. Y –tragedia de tragedias– hará que
finalmente Khalilzad tenga que hablar con los talibanes, una
vez más, sobre oleoductos. Karzai ni siquiera controla
Kabul por no hablar del resto del asolado país clasificado
como el quinto más corrupto del mundo por Transparency
International. Cuanto más corruptos sean los gobernadores
locales de Karzai, tanto más avanzarán los talibanes
pueblo a pueblo y clan tribal a clan tribal, impulsados por
su desagradable mezcla de claras amenazas y duros castigos.
Los talibanes, a alto nivel, han conseguido alianzas con una
miríada de grupos criminales y cuentan con el apoyo de sus
primos pastunes de las áreas tribales pakistaníes.
El inepto de Karzai, aprovechando los buenos servicios de Islamabad y Riad,
está intentando hablar con todos, desde los neo–talibanes
hasta el histórico comandante de los talibanes, el Mullah
Omar, y también con el antiguo favorito saudí–pakistaní
Gulbuddin Hekmatyar. Y todo esto mientras los asesores de
estrategia de Obama apuntan que la guerra se “puede
ganar” si Washington consigue atraerse –con un montón
de dinero– los corazones y las mentes de las tribus
pastunes.
Algo de esa nueva pasta estadounidense que fluye hacia Afganistán se ha
desviado hacia el orwelliano Programa Afgano de Amplio
Alcance Social, constituido por consejos locales anti–talibanes,
mientras que la no menos orwelliana Fuerza de Protección Pública
Afgana ha empezado a organizar milicias sunníes del estilo
del “Despertar”. Armar a las milicias pastunes, que se
volverán contra los ocupantes occidentales, no va a
acreditar precisamente todo ese programa como brillante
contrainteligencia.
Consideremos
de nuevo Baluchistán
Mientras tanto, Baluchistan, el premio gordo de la región (véase
“Balochistan is the ultimate prize”, Asia Times Online,
9 de mayo de 2009) sigue totalmente bajo el radar del frenético
ciclo de noticias estadounidense. Numerosos lectores
baluchis señalaron a este corresponsal que, en realidad,
ahora es una provincia 50% pastún/baluchi. La mayor parte
de los pastunes viven cerca de la frontera afgana. Y sucede
que muchos son vecinos de la provincia afgana de Helmand, el
lugar clave adonde se está enviando el incremento de tropas
del Obama.
En caso de una hipotética balcanización de Pakistán, baluchis y pastunes
seguirían caminos diferentes. Quetta, la capital
provincial, en términos de población y actividad
comercial, está ya dominada por los pastunes.
Las políticas internas de Baluchistán son complejas. Baluchis y brahvis
constituyen dos nacionalidades separadas, con diferentes
culturas y lenguas. Hay bastantes baluchis que no aceptan
como tales a los brahvis. En lo que todos los líderes
tribales baluchis están de acuerdo es en reclamar la máxima
autonomía y control sobre sus recursos naturales. Islamabad
les responde siempre con las armas.
Lo que ahora es Baluchistan y Sind en Pakistán fue conquistado hace siglos
por la tribu baluchi Rind. Nunca se sometieron a los británicos.
Durante los ochenta de Ronald Reagan, los baluchis
intentaron –en secreto– llegar a un acuerdo con EEUU
para un Balochistán independiente a cambio de que EEUU
controlara el Oleducstán regional. Washington lo dejó para
más adelante. Los baluchis se lo tomaron muy a mal. Algunos
decidieron pasar a la clandestinidad o empezar la lucha
armada. Islamabad aún no se ha hecho con ellos. Puede que
Washington sí.
Si bien el pastúnwali –el código ancestral pastún– sigue todavía en
vigor (no les amenaces, no les ataques, no les engañes, no
les deshonres, o no habrá quien pueda evitar su venganza),
los baluchis pueden ser incluso más temibles aún. Nunca se
pudo conquistar a los baluchis como conjunto. Son guerreros
de fama ancestral. Si piensan que los pastunes son gente
dura, mejor es que no le pongan un dedo encima a un baluchi.
Incluso los pastunes les tienen terror.
El secreto geopolítico es no enfrentarse a ellos sino cortejarles y
ofrecerles una autonomía total. En una estrategia en
constante evolución hacia la balcanización de Pakistán
–cada vez más popular en numerosos círculos de política
exterior de Washington–, Baluchistan tiene muchos activos
atractivos: riquezas naturales, población escasa y un
puerto, Gwadar, que es clave para el Nuevo Gran Juego de
Washington en los planes de Oleoducstán en Eurasia.
Y no es sólo petróleo y gas. Reko Diq (literalmente “Pico Arenoso”) es
una pequeña ciudad en el desértico distrito de Chaghi, a
70 kilómetros al noroeste del ya remoto Nok Kundi, cerca de
las fronteras entre Irán y Afganistán. Reko Diq alberga
las mayores reservas mundiales de cobre y oro, por un valor,
según se ha informado, de más de 65.000 millones de dólares
USA. Según el diario pakistaní Dawn, se cree que esas
reservas son incluso mayores que otras similares que hay en
Irán y Chile.
Reko Diq está siendo explorado por la Tethyan Copper Company de Australia
(75%), que vendió el 19,95% de su participación a la compañía
Minerales de Antofagasta de Chile. Sólo se ha adjudicado el
25% a la Autoridad para el Desarrollo de Baluchistán.
Tethyan está controlada de forma conjunta por Barrick Gold
y Minerales de Antofagasta. Los baluchis tienen que tener
quejas muy serias por ese motivo: denuncian que sus riquezas
naturales han sido vendidas por Islamabad a “regímenes
controlados por el sionismo”.
Washington está centrado sobre Baluchistán como un rayo láser. Uno de sus
más importantes actos estrella durante el verano será la
inauguración de Campo Leatherneck, un inmensa nueva base área
estadounidense en Dasht–e–Margo, el “desierto de la
muerte”, en la provincia de Helmand en Afganistán. Muchos
de los soldados del incremento de Obama tendrán como base
Camp Leatherneck, un cruce de frontera a un tiro de piedra
del sureste de Irán y del Baluchistán pakistaní, desde
donde desencadenarán todo tipo de operaciones encubiertas.
Bajo McChrystal, el nuevo alto comandante de EEUU y la OTAN en Afganistán,
uno debe esperar que a lo largo del verano se produzcan sin
pausa operaciones de los escuadrones de la muerte, misiones
de búsqueda y destrucción, asesinatos selectivos,
bombardeos de civiles y misiones paramilitares para ir así
aterrorizando a nivel general a los pueblos tribales
pastunes, a los dirigentes comunitarios, a las redes
sociales o a cualquier movimiento social que se atreva a
desafiar a Washington y proporcionar apoyo a la resistencia
afgana.
Se supone que las “operaciones encubiertas” de McChrystal pondrán del
revés el viejo dicho del dirigente chino Mao Zedong,
“vaciar el mar” (matar o desplazar a un indecible número
de campesinos pastunes) para “atrapar al pez” (los
talibanes o cualquier afgano que se oponga a la ocupación).
No podrían haber encontrado un tipo mejor para las tareas
de contrainsurgencia asignadas por Obama, Petraeus, Clinton
y Holbooke.
El periodista estadounidense Seymour Hersh ha detallado como McChrystal
dirigió la “rama de asesinatos ejecutivos” del Mando de
Operaciones Especiales Conjuntas del Pentágono. No ha
importado que fuera uno de los favoritos del ex
vicepresidente Dick Cheney y del secretario de defensa
Rumsfeld. La confianza de la administración Obama en sus métodos
extremos para aterrorizar poblaciones le califica tanto como
la política exterior rumsfeldiana.
Y McChrystal sigue con la idea de avivar un infierno calibrado en la vecina
Baluchistán en todo lo que considere necesario en
seguimiento los planes de Washington, ya sea provocando a
los iraníes o incitando a los baluchis a levantarse contra
Islamabad.
Según el escritor pakistaní Abd Al–Ghafar Aziz, que escribe para el
portal en árabe de Al Yasira, EEUU ha venido acusando a
Baluchistan durante años de “apoyar el terrorismo y
albergar a los líderes de los talibanes y de Al–Qaida”.
Los teledirigidos Predator de EEUU “han estado machacando
‘blancos preciosos’ que han provocado la muerte a 15.000
personas”. Aziz describió a los baluchis como “huérfanos
sin refugio y sin protección”.
El vecino Irán no quiere correr riesgos; esta misma semana se ha puesto a
probar técnicas sofisticadas de patrulla de fronteras en la
provincia del sureste de Sistan–Balochistan, a lo largo de
12,5 kilómetros de frontera tanto con Afganistán como con
el Balochistán pakistaní. Una de las máximas pesadillas
nacionales de Teherán en cuanto a la seguridad son las
operaciones encubiertas transfronterizas estadounidenses
lanzadas desde el Baluchistán pakistaní, todo ese tipo de
cosas que es música para los orejas de McChrystal.
Derivando
hacia la balcanización
No hay muchas dudas de que el incremento de Obama va a ser un fracaso. El
plan B de Washington es también malo y se reduce a algún
tipo de acuerdo con los talibanes, algo por lo que Arabia
Saudí ha estado mediando frenéticamente.
El problema es que el nexo de los Inter–Servicios de Inteligencia/ejército
en Islamabad continuará apoyando a los talibanes en
Afganistán –no importa que Washington trame cuanto
quiera–, porque en sus mentes el único resultado posible
es la derrota de la “pro–India” Alianza del Norte, que
es el poder de facto en Kabul con Karzai como títere. La
Alianza del Norte sólo renegará sobre sus cadáveres de su
alianza con la India. Y apoyados como están no sólo por la
India sino también por Irán y Rusia, nunca permitirá que
los talibanes suban al poder.
A la larga, la estrategia de Obama para AfPak puede ir adquiriendo su
implacable y volátil momento propio enganchando al ejército
en Islamabad para que le haga la guerra a su propio pueblo,
ya sean pastunes o beluchis. Esa puede ser la razón por la
que Washington va conformando una marcha lenta pero
inexorable para lograr la balcanización de Pakistán. Si
los primos pastunes a ambos lados de la frontera –26
millones en Pakistán, 13 en Afganistán– encontrarán
finalmente una rendija para constituir el Pastunistán
largamente soñado, se rompería el Pakistán que todos
conocemos. La India podría intervenir para someter Sind y
Punjab, manteniendo a ambos bajo su esfera de influencia.
Washington por su parte se concentraría más y mejor en
explotar las riquezas naturales y el valor estratégico de
un Baluchistán independiente.
Así pues, un Pakistán similar al Iraq aún bajo ocupación estadounidense
–roto en tres pedazos– empieza ahora a emerger como
clara posibilidad, a menos que se produzca una improbable
revuelta popular pakistaní, apoyada por soldados pakistaníes
de medio rango, que haga que rueden las cabezas de los altos
jefes del establishment político/ejército/seguridad. Pero
los teledirigidos, y no las guillotinas, tienen el sabor del
momento en AfPak.
(*)
Pepe Escobar, estadounidense y columnista del Asia Time,
diario de Hong Kong, es autor de “Globalistan: How the
Globalizad World is Dissolving into Liquid War” (Nimble
Books, 2007) y “ Red Zone Blues: a shapshot of Baghdad
during the surge”. Acaba de publicarse su nuevo libro
“Obama does Globalistan” (Nimble Books, 2009). Puede
contactarse con él en: pepeasia@yahoo.com.
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