La votación incontrolable
Análisis de Farideh Farhi (*)
Inter
Press Service (IPS), 16/06/09
Cuatro
días después de que se cerraran las urnas en Irán, el país
continúa envuelto en la confusión. Las manifestaciones
populares no cesan contra lo que se considera el mayor
fraude electoral desde la Revolución Islámica de 1979.
El influyente Consejo Supremo de los Guardianes de la Revolución,
conformado por teólogos y juristas que velan por la
Constitución islámica, anunció este martes estar
dispuesto a realizar un nuevo conteo de votos, pero eso no
convence a la oposición, pues sostiene que millones de
sufragios han desaparecido. En los últimos días, el
gobierno iraní llamó a la prensa extranjera a abandonar el
país.
La convicción en una significativa parte del electorado de que los comicios
fueron fraudulentos motivó varias protestas en las calles
desde el mismo viernes de la votación, con la dura
respuesta de una represión policial particularmente contra
estudiantes universitarios, que crearon una atmósfera con
reminiscencias de los días de la Revolución.
Las fisuras ya existentes en la elite política iraní se convirtieron en
diferencias irreconciliables, llevando a ese país a su
crisis más grave desde 1979.
Las protestas masivas del domingo ––las primeras espontáneas y no
fomentadas por el gobierno sin contar las primeras marchas
post–revolucionarias—en apoyo del candidato opositor
Hossein Moussavi aseguraron la continuación de un fluido,
improvisado e impredecible momento histórico.
Se trató de una ambigua muestra de fuerza, destinada a contrarrestar las
todavía pequeñas manifestaciones en respaldo al presidente
Mahmoud Ahmadineyad, quien anunció una poco creíble
victoria arrolladora por 62,6 por ciento de los votos,
contra 33,75 por ciento de Moussavi.
Nada hacía prever que las cosas derivaran de este modo. En la mañana del
viernes, todo parecía calmo y se esperaba una votación
histórica con una afluencia a las urnas sin precedentes de
entre 80 y 85 por ciento de los sufragantes.
Los comicios fueron realizados tras casi 20 días de una atmósfera de
fiesta en las ciudades grandes y medianas del país, hecha
posible por la movilización de los partidarios de los
candidatos reformistas, Moussavi y el ex presidente del
parlamento Mehdi Karrubi
La competencia entre estos dos postulantes y la creciente indignación por
las declaraciones de Ahmadineyad en los debates televisivos
sobre el estado de la economía despertaron el interés del
electorado en las últimas dos semanas de campaña en formas
no vistas antes.
Si se aceptan los números totales de sufragios anunciados por el Ministerio
del Interior, acudieron a las urnas 11 millones de votantes
más de los esperados, de un total de 46,2 millones.
Fue esta gran movilización lo que posiblemente asustó a los sectores de línea
dura en la elite gobernante en general, y a la oficina del líder
supremo, el ayatolá Alí Jamenei, en particular, lo
suficiente como para hacer que éste avalara lo que ahora es
visto como el mayor fraude electoral en la historia del país.
La manipulación electoral no es poco común en Irán. Es parte integrante
del proceso político y se ha vuelto cada vez más
sofisticada en los últimos años para impedir que se repita
lo ocurrido en 1997, cuando el candidato reformista Mohammad
Jatami obtuvo inesperadamente una victoria arrolladora.
Entonces, la afluencia sin precedentes de votantes (79 por
ciento) impidió manipulaciones a gran escala con las
papeletas.
En aquellas elecciones, las dos figuras políticas más prominentes en Irán,
el entonces presidente Akbar Hashemi Rafsanjani
(1989–1997) y Jamenei, fueron informados por el aparato de
inteligencia sobre el sentimiento popular a favor del
candidato reformista, y públicamente le aseguraron a los
votantes que sus preferencias serían respetadas, por temor
a un estallido de violencia.
Desde entonces, los vetos cada vez más estrictos del Consejo de Guardianes
a los candidatos han sido usados para desmoralizar a los
votantes y así mantener la afluencia a los comicios
presidenciales y a los parlamentarios entre 50 y 60 por
ciento, un nivel que le asegura a los conservadores, dada su
base popular y su control sobre instituciones clave,
mantenerse en el poder con apenas una manipulación marginal
en las urnas.
Las elecciones del viernes fueron diferentes y por tanto incontrolables. La
decisión de manipular abiertamente los resultados
electorales se tomó de antemano, como sugieren las requisas
hechas a las oficinas de los candidatos reformistas aun
antes de que se cerraran las urnas. Esto pareció un
esfuerzo concertado para interferir en el sistema de
comunicaciones de la oposición, en el que los mensajes de
texto y los teléfonos celulares juegan un papel central.
El sistemático arresto de líderes reformistas y la inmediata presencia de
fuerzas de seguridad y de "basiyis" (vigilantes
voluntarios de la Revolución) en las calles sugieren también
que hubo premeditación.
Pero estas elecciones tuvieron una gran diferencia con las de 1997: la clara
separación entre los dos mayores íconos de la República
Islámica posterior al liderazgo del ayatolá Ruhollah
Musavi Jomeini.
Rafsanjani, conservador moderado que respaldó a Moussavi, públicamente
alertó sobre la posibilidad de fraude y, en una carta pública
sin precedentes a Jamenei antes de los comicios, cuestionó
las acusaciones de corrupción que presentó contra él
Ahmadineyad.
No obstante, el líder supremo decidió avalar los resultados de las
elecciones, a las que calificó de "milagro
divino" 24 horas después de que cerraran los centros
de votación e incluso antes de que el Consejo de Guardianes
certificara los datos finales.
Probablemente tomará un tiempo saber de quién fue la idea de manipular los
resultados en forma tan descarada.
Los que planificaron e implementaron el fraude probablemente pensaron que la
gran afluencia de votantes hacía imposible una manipulación
sutil, y por eso decidieron cortar por lo sano.
Probablemente les pareció necesario que el fraude fuera
evidente como señal de fuerza, para asegurar que la parte
del electorado que es usualmente silenciosa pero que se
movilizó en vísperas de los comicios volviera a su apatía.
Pero, al juzgar por el tamaño de las manifestaciones en los últimos dos días,
la táctica no funcionó, probablemente debido al grado de
reclutamiento que alcanzó la oposición en la campaña, al
impacto que muchos sintieron cuando se anunciaron los
resultados tan apresuradamente y al hecho de que figuras tan
significativas como Rafsanjani, ausente de la vida pública
en los últimos días, se vieran obligadas a actuar a través
de las redes de influencia que construyeron durante sus años
de actividad.
Cautela
en Washington
Mientras, Estados Unidos ha reaccionado hasta ahora con cautela ante la
crisis en Irán, reflejando su alto grado de incertidumbre
sobre la conveniencia de apoyar a los manifestantes en Teherán
y las implicaciones de la situación en la estrategia diplomática
del presidente Barack Obama.
Aunque muchos anti–iraníes de línea dura en Washington llaman a Obama a
que haga una inequívoca muestra de solidaridad con los
manifestantes, incluso adoptando nuevas sanciones a la República
Islámica, su administración hasta ahora se ha negado a
expresar un claro respaldo a quienes protestan contra el
gobierno de Ahmadineyad.
Analistas señalan que esto es reflejo de una realidad política en la cual
un apoyo a los manifestantes iraníes podría ser más una
maldición que una bendición, pues el régimen iraní podría
presentar a los opositores como agentes de un poder hostil
externo y justificar su represión.
"Éste es un tema que va a ser peleado por los iraníes. No se ganará
nada con fuerzas externas metiéndose en esto o intentando
influenciar el resultado", dijo Gary Sick, veterano
analista sobre Irán en la Universidad de Columbia y ex
miembro del Consejo de Seguridad Nacional durante los
gobiernos de Gerald Ford (1974–1977), Jimmy Carter
(1977–1981) y Ronald Reagan (1981–1989).
"Esto sería un terrible error, y sin importar qué haya dicho o hecho
la administración, sería interpretado como una intervención
y limitaría severamente la posición de los reformistas,
pues serían etiquetados como ‘herramientas de
Occidente’", dijo en una entrevista el lunes.
Pero la crisis electoral iraní también supone una dificultad adicional
para la iniciativa de Obama de acercarse diplomáticamente a
Teherán, sin importar su programa de desarrollo atómico.
Si bien no está claro que las elecciones y su resultado alteren el cálculo
estratégico básico sobre el tema nuclear, es casi seguro
que afectará el equilibrio de poder en Washington,
fortaleciendo a los "halcones" (ala más
belicista) anti–iraníes y reduciendo el apoyo interno a
los esfuerzos de acercamiento.
"Una victoria electoral vergonzosamente manipulada por Ahmadineyad sin
duda magnificaría los ya significativos reparos
estadounidense sobre negociar con determinados actores, como
el presidente iraní", alertó Wayne White, ex analista
de Medio Oriente en la Oficina de Inteligencia e Investigación
del Departamento de Estado (cancillería).
"Y aun más importante, esto probablemente socavará el apoyo en el
Congreso para el diálogo entre Estados Unidos e Irán",
añadió.
Muchos halcones ya utilizan la crisis iraní como prueba de que los
gobernantes en Teherán son demasiado agresivos y no
confiables.
"La votación debería llevar al señor Obama a repensar su búsqueda
de una gran negociación con Irán, aunque hay indicios de
que planea hacerlo de todas formas", escribió el lunes
en su editorial el periódico neoconservador The Wall Street
Journal.
El diario sugirió que Obama debería enviar un mensaje "eliminando su
oposición" a una legislación pendiente que impondría
sanciones a las firmas que exporten productos de petróleo
refinado a Irán.
Mientras, el senador independiente Joseph Lieberman, considerado un
neoconservador en política exterior, llamó a la
administración a "hablar alto y claro sobre lo que está
pasando en Irán en este momento, y a expresar sin ambigüedades
su solidaridad" con los manifestantes.
(*)Farideh
Farhi es un experto graduado de la Facultad de Ciencias Políticas
de la Universidad de Hawai. El artículo tiene aportes de
Jim Lobe y Daniel Luban desde Washington.
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