El
centro político se corre hacia la disidencia
Análisis
de Farideh Farhi (*)
Inter
Press Service (IPS), 22/07/09
Nunca
como en esta semana había quedado tan clara la línea
divisoria entre los disidentes dentro del régimen de Irán
y los miembros de su ala dura, explícitamente enfrentados
desde las elecciones presidenciales del 12 de junio.
El
desencadenante fue el sermón del viernes 17 en Teherán a
cargo de Akbar Hashemi Rafsanyani, ex presidente del país y
actual presidente de la Asamblea de Expertos y del Consejo
de Discernimiento de Conveniencia del Sistema, dos poderosos
cuerpos clericales del régimen islamista.
El líder
supremo (máxima autoridad religiosa de la República Islámica
de Irán), ayatolá Alí Jamenei, replicó tres días después.
Quedó entonces claro que la fricción política no podrá
ser manejada del modo habitual: entre bambalinas, por
represión selectiva o combinando ambos mecanismos.
Hasta
que se desencadenó la crisis, los líderes que definen el
centro político de Irán, como Rafsanyani, siempre se
alinearon con el "establishment" de seguridad,
pues privilegiaban la supervivencia de la República Islámica.
Pero
el viernes 17, Rafsanyani dejó clara, más allá de sus
conocidos desacuerdos con el presidente Mahmoud Ahmadineyad,
su convicción de que el aval de las fuerzas de seguridad y
el gobierno a la reelección del mandatario originó una
crisis que amenaza la supervivencia del sistema.
"Sin
pueblo, no hay régimen islámico", dijo entonces,
parafraseando al primer líder espiritual de la Revolución
de 1979, el ayatolá Ruolá Jomeini. "La denominación
'República Islámica' no es una formalidad. Nuestro sistema
es una república, y también islámica. Ambas características
deben ir juntas. (…) Sin pueblo y sin voto no habrá
sistema islámico."
Que
otro ex presidente del país, Mohammed Jatami, haya
reclamado el sábado 18 un referendo nacional para
determinar la legitimidad de las elecciones fue otro hecho
significativo.
Ahmadineyad
fue incapaz de poner fin por medios no violentos a las
protestas callejeras y al disenso dentro de las elites, o de
al menos manejar ambos fenómenos.
El
discurso pronunciado el lunes por Jamenei reflejó la
intransigencia presidencial. En contraste con el llamado de
Rafsanyani a la unidad, al diálogo, a la liberación de los
prisioneros y a la compasión hacia las víctimas de la
represión, el líder espiritual de la República Islámica
de Irán se limitó a proferir amenazas.
Jamenei
calificó a los manifestantes de "amotinados" y
fustigó a quienes desde la elite pretendieron, incluso,
mantenerse al margen en el enfrentamiento entre Ahmadineyad
y los reformistas, que hoy pueden ser considerados, lisa y
llanamente, opositores, y a quienes se incorporó el centro
del sistema con Rafsanyani a la cabeza.
El líder
espiritual iraní reclamó a quienes tienen posiciones de
poder que sean cuidadosos "con lo que dicen y con lo
que no dicen", pues "están siendo puestos a
prueba, y quienes fracasen en ella no quedarán atrás sino
que sucumbirán".
Rafsanyani
no tardó en contestarle a Jamenei, sin alusiones directas,
desde su sitio en Internet. "La palabra miedo no
significa nada para nosotros. Cada generación pasa por
tiempos de prueba."
Jamenei
y sus quienes lo apoyan insisten en calificar la crisis como
consecuencia de manipulaciones desde el exterior o como la más
reciente en una serie de luchas intestinas que viciaron la
República Islámica de Irán desde su instauración en
1979.
Así,
no reconocen la obviedad: el peligroso y profundo quiebre
abierto entre un importante segmento de la población y el
Estado, un quiebre que, según Rafsanyani, sólo puede
repararse con un esfuerzo serio y concertado por aventar las
"dudas" que persisten respecto del proceso
electoral.
Las
fronteras quedaron marcadas con claridad. Cada bando se
mantiene en sus trece. Como consecuencia, la política iraní
está en estado de parálisis.
Jamenei
y sus simpatizantes creen contar con suficiente poder como
para manejar y, finalmente, poner fin a la crisis política,
la más importante desde la creación de la República Islámica.
Pero
no sería ésta la primera vez que se equivoca. Jamenei no
previó la reacción del resto de los candidatos a la
presidencia a la proclamación de Ahmadineyad como
presidente reelecto, ni la de una parte importante del público.
Tal
vez esté subestimando de nuevo el alcance y la determinación
de las fuerzas con que se enfrentan, y que están más
unidas, precisamente, a causa de la represión y la
intransigencia de Ahmadineyad y Jamenei.
Tal
vez la acción del líder supremo tome en cuenta la decisión
del shah (rey) Rezah Pahlevi de abdicar al trono ante las
masivas protestas, y crea que conservando la firmeza logrará
mantenerse en pie.
Pero
la línea dura del régimen pretendía poner fin a las
manifestaciones en el corto plazo, y están muy lejos de
lograrlo. Una escalada represiva puede agravar el quiebre y
trasladarlo a las fuerzas de seguridad. Y la tarea de
gobernar puede volverse cada vez más y más difícil.
"Hay
heridas que ahora podrían curarse a un costo relativamente
bajo, pero que en el futuro serán difíciles o incluso
imposibles de cicatrizar", dijo Abbas Abdi, analista
político que apoyó la candidatura presidencial del
opositor Mehdi Karrubi.
La
oposición tiene sus propios dilemas. Hoy se muestra unida
por el descontento con el modo en que el régimen procesó
las elecciones y la reacción masiva contra los resultados
oficiales.
Si
alguno de sus componentes se radicaliza a causa de la
represión, la unidad podría resentirse. El eclecticismo y
la unidad del movimiento es, por ahora, lo que le permitió
soportar la agresión de las fuerzas de seguridad, más allá
de las expectativas individuales de los dirigentes.
(*)
Farideh Farhi es una experta de la Facultad de Ciencias Políticas
de la Universidad de Hawai en Manoa.
|