Elecciones
en Afganistán - La
periferia de Kabul delata la miseria en la que se hunde el
pueblo afgano
"No
hay talibanes, sólo pobreza que empuja a luchar"
Por
R. Lobo
Corresponsal
en Afganistán
El
País, 15/08/09
Kabul.-
Amin Yusuf tiene 65 años, un salario mensual de 3.000
afganis (unos 84 euros) y una notable prole a su cargo.
Entre hijos, nietos y demás familiares suman 45 personas.
Es el único con empleo: chófer de un diputado que gana
1.400 euros al mes. Los Yusuf viven en Kabul en una casa de
adobe. Dicen que es antigua: 50 años. Debe serlo porque
sobrevivir a 30 años de guerras le otorga el perfume de
reliquia. La mujer de Amin se llama Gul Makai, que significa
girasol. Bajo su techo no lleva burka, sólo un pañuelo
blanco que le cubre el cabello.
"Somos
muy pobres", dice Gul Makai. "No me quejo de mi
marido, pero con este dinero apenas puedo comprar comida
para todos. Divido los alimentos en los platos delante de
todos para que vean que no hay favoritismos. No sé dónde
está todo ese dinero que los extranjeros dicen que han dado
a Afganistán [más de 44.000 millones de euros en ocho años],
pero a nosotros no nos ha llegado nada. Nadie ha venido a
preguntar por las necesidades de la comunidad".
Los
Yusuf no huyeron cuando los talibanes se hicieron con el
poder. Más de 2,6 millones de afganos permanecieron como
refugiados en Pakistán e Irán en el periodo de los
talibanes. "Llevamos 45 años casados y desde esta casa
hemos vivido todas las guerras", asegura Amin Yusuf,
que tiene el tobillo izquierdo hinchado por la esquirla de
una granada que cayó hace años en el patio. A una de sus
ocho hijas, ahora en Holanda, le fue peor: perdió un pie.
Disponen de electricidad y agua. Un lujo. En la sala no hay
muebles, sólo cojines en el suelo, un ventilador moribundo
y unos platos con sandía para los invitados. "Es
imposible que los talibanes regresen a Kabul. Los americanos
ganarán la guerra cuando se den cuenta de que no hay
talibanes, sólo pobreza que empuja a la gente a
luchar".
En
Bagha Bala, un barrio encaramado en la montaña que mira a
la parte vieja de Kabul, se hacinan los pobres de los
pobres. Como los Yusuf, sus casas no existen en el mapa de
la municipalidad de Kabul. Son ilegales. Bastaría una firma
para derribarlas. Muchas disponen de luz, por la que no
pagan, pero no de agua. Deben subir los bidones por unas
cuestas pedregosas hasta alcanzar unas viviendas que parecen
favelas.
Amin,
de 24 años, es tayiko y militar. "Nuestras armas son
viejas. El fusil se encasquilla con 10 disparos. Así no
podemos luchar". Cobra 140 euros al mes. Es el único
sueldo seguro que entra en una familia de 14 miembros. Su
hermano mayor baja cada día a la ciudad en busca de
trabajo. Por un día de albañil le pagan menos de tres
euros. No es fácil la vida cotidiana en Bagha Bala. Su
guerra diaria es de supervivencia. La mayoría son
refugiados que regresaron hace cinco años de Pakistán. No
hay empleo ni salubridad. Huele a basura y a agua verde
estancada. Los niños corretean descalzos. Es viernes, día
santo musulmán.
Gol
Sayed es pastún. También cree que la guerra la ganarán
los americanos. "Si se marcharan tendríamos otra vez
una guerra civil. La de ahora es una guerra internacional.
Nos atacan desde Pakistán donde están las bases y tienen
sus apoyos".
Nabila
declara 13 años y observa cómo su padre Gawys trata de
hacer volar una cometa. En los días de fiesta, Kabul se
llena de estos artilugios voladores prohibidos en la época
talibán. Los colores son llamativos y los remiendos,
numerosos. Nabila quiere ser médico como muchos niños de
Kabul. La culpa la tiene una serie india de televisión que
ha puesto de moda los hospitales. Desde lo alto de Bagha
Bala se ve una ciudad inmensa envuelta en un manto de polvo
y tierra.
En
la parte baja de la montaña, unos obreros de la etnia
hazara, relegados a los trabajos más duros, descansan tras
una mañana de calor. Es la hora del almuerzo. Toman
shorba,una sopa de carne que huele bien. Cobran 300 afganis
al día, pero el hotel donde se alojan cuesta 90. Mosa
procede de la provincia de Bamian, en el centro del país,
como la mayoría de la cuadrilla. Viene a trabajar y a
mandar dinero a casa. "Apenas puedo ahorrar. Un día
tengo trabajo y al otro, no. Es el capataz quien decide según
las obras".
Gul
Makai enumera sentada en su vieja casa de adobe su lista de
tragedias. Es una mujer de carácter. Debe tenerlo para
gobernar una casa de tantos miembros. Parió a ocho hijas y
a cinco hijos. Está orgullosa de que las muchachas vayan a
la escuela. Ellas prefieren elhiyab, que no cubre el rostro.
Gul Makai pertenece a la generación que vive dentro
delburka.
"Cuando
voy al bazar quiero sentirme respetada, que nadie me
mire", explica. Preguntada por las elecciones
presidenciales del próximo día 20, responde: "Aquí,
en Afganistán, los ministros comen primero y después
piensan en los demás".
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