Los
aliados del presidente Karzai
y los talibanes hacen fortunas con el opio
Elecciones
con rastro de heroína
Por
Plàcid García-Planas
Corresponsal
en Afganistán
La
Vanguardia, 14/08/09
Kabul.-
Hay que inyectarse alguna dosis de optimismo para imaginar
el futuro de Afganistán.
En
la escala baja del país, Mahmud Anuar dibujaba ayer con
rotulador sobre cartulina una papaver somniferum. Debajo de
la amapola adormidera, escribía en lengua pastún:
"Por fuera, la flor es hermosa y brillante; por dentro,
la flor te matará".
En
la escala más alta del mismo país, Sher Muhamad Ajundzada
seguía de campaña entre los pastunes de Kandahar, animándoles
a que el próximo jueves voten por Hamid Karzai, para que
siga siendo presidente.
Por
abajo, con sus rotuladores de color, Mahmud Anuar intenta
vencer su adicción a la heroína en Neyat, un centro para
drogodependientes recién abierto en el sur histórico y
pobre de Kabul, aprovechando una abandonada fábrica que
casi ni han barrido.
Por
fuera, efectivamente, la flor es hermosa y brillante: los pétalos
de la amapola pueden ser blancos, violetas o fucsias. Si se
cortan con delicadeza, suavemente, los conductos lactirífaros
de su cápsula supuran opio, y del opio se obtiene la
morfina y la heroína. Y Afganistán proporciona el 90 por
ciento de la heroína que se consume en todo el mundo.
Hay
rastros de esa supuración en el actual entorno del
presidente Karzai. Empezando por su propio hermano Ahmed
Wali, vinculado con el narcotráfico. Pero a su aliado en el
sur, Sher Muhamad Ajundzada, el que intenta mantener vivo el
voto pastún para Karzai, no le han hallado rastros de
amapola: le pillaron directamente con nueve toneladas de
opio. Ocurrió hace cuatro años, cuando Ajundzada era
gobernador de Helmand, y se los pillaron almacenados en su
cuartel general.
"Si
la gente cree que soy un contrabandista, de acuerdo - declaró
Ajundzada el pasado junio-,¡pero al menos gasto el dinero
en el Gobierno y en los soldados! Ahora el dinero va a los
talibanes, que matan a soldados británicos y americanos y
afganos".
La
fuerza del opio y la heroína es imparable. Representan la
mitad de la economía afgana, un petróleo que riega los dos
lados de la trinchera: las agencias internacionales calculan
que, con el comercio de los narcóticos, los talibanes se
embolsan cada año unos 300 millones de dólares.
Los
talibanes llegaron al poder en 1996, y la explicación que
dieron en sus primeros años para no prohibir el cultivo de
opio supera en surrealismo a la explicación ofrecida hoy
por el ex gobernador de Helmand. "Hemos prohibido el
hachís porque es una droga consumida por afganos y
musulmanes - afirmaba entonces Abdul Rashid, jefe de la
fuerza antidroga talibán en la región de Kandahar-.El opio
es permisible porque la consumen los kafirs (infieles) en
Occidente y no los musulmanes y afganos".
En
el año 2000, sin embargo, los talibanes prohibieron -por
primera vez en la historia de Afganistán-el cultivo de
la amapola adormidera. La producción cayó en picado.
Algunos sospechan que fue una movida especuladora, como la
OPEP con el crudo: para subir su precio e intentar ganas más.
Y, hoy, en los territorios que controlan, los talibanes se
forran sin ningún rubor con el negocio.
"Las
políticas occidentales contra el cultivo del opio han sido
un fracaso", reconoció en julio Richard Holbrooke, el
enviado especial de la Casa Blanca para Afganistán y Pakistán.
En los esfuerzos para erradicar los cultivos "se han
dilapidado cientos y cientos de millones de dólares sin que
esto haya dañado a los talibanes; al contrario, ha arrojado
a la gente a los brazos de los talibanes", explicó.
Por
esta razón, Washington ha avanzado un cambio de estrategia:
en lugar de erradicar cultivos, los esfuerzos se concentrarán
en combatir los lazos entre los talibanes y los
narcotraficantes.
Pero
nada dice Washington del narcotráfico en el Afganistán no
talibán. Ese Afganistán que ha levantado toda una
narcoarquitectura en el barrio de Shirpoor, en Kabul:
chocantes villas coloreadas como templos de Nabucodonosor.
Narcoarquitectura para un "narcoestado", como se
le escapó hace unos meses a Hillary Clinton hablando de
Afganistán ante el Senado. Narcovillas tan alucinantes como
el Aimfarhang, algo así como el Palacio de la Enseñanza,
una mole del mejor diseño soviético levantada en los años
ochenta -en el pico de la invasión rusa-y reventada por las
posteriores batallas intestinas de los muyaidines.
El
palacio está en un punto entre el cemento de El hundimiento
y los hierros del Titanic, con inmensas calderas de hierro
fundido y jeringuillas entre la ruina. Muchas jeringuillas.
Porque, hasta hace tres meses, los drogadictos de Kabul
poblaban este edifico. Lo deambulaban. Hasta que el Gobierno
creó el centro de acogida, no muy lejos, no mucho más
limpio.
La
policía lo intenta evitar en vano: muchos drogadictos comen
en el nuevo centro y, al atardecer, regresan al palacio de
las corrientes de aire.
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