¿Caerá
el régimen de Irán como cayó el del Sha?
Por
Abolhassan Banisadr (*)
El
País, 14/08/09
Tan
sólo dos meses después de las últimas elecciones, el
Gobierno de la república islámica está dividido, ha
perdido legitimidad y ha sido recusado y menoscabado públicamente.
Ello nos permite trazar algunos paralelismos analíticos
entre el régimen actual y el régimen monárquico anterior
a 1979, y entre los dos momentos de malestar social y político.
Históricamente,
son cuatro los pilares sobre los que el Gobierno iraní
construyó su legitimidad: su capacidad para administrar el
Estado (y de ahí el consentimiento del pueblo); el hecho de
ser la autoridad religiosa oficial; su compromiso con la
independencia del país, y una base estable de apoyo social.
El
gran fraude electoral del pasado 12 de junio puso bajo un
intenso escrutinio público la capacidad de Gobierno del
presidente Mahmud Ahmadineyad, y el alzamiento popular
espontáneo a que dio lugar acabó públicamente con la
legitimidad política del Gobierno.
Poco
después, en su alocución de la oración del viernes, el
ayatolá Alí Jamenei, la máxima autoridad religiosa,
declaró la guerra al pueblo, amenazando con tomar medidas
violentas si no se avenía a aceptar el resultado de las
elecciones. Esto acabó también con los últimos vestigios
de la legitimidad religiosa del régimen.
Dicha
legitimidad ya venía estando en entredicho desde hace algún
tiempo, no sólo porque se opone a la idea del Islam como
discurso de liberación, sino también en el propio seno del
régimen y entre los tradicionalistas. El ayatolá Alí
Sistani (el gran clérigo chií de Irak) se oponía al
principio de la Velayat-e Faqih (la regla del imanato), y el
ayatolá Hossein Alí Montazeri (el aspirante a sucesor de
Jomeini antes de convertirse en su crítico más acérrimo)
afirmaba que la doctrina era sencillamente una demostración
de shirk, de idolatría.
Incluso
la sharia o ley musulmana, que el Gobierno había utilizado
para justificar muchos de sus actos, había sido vaciada de
su contenido original y reducida a una teoría general de la
violencia. En su libro Guerra y Yihad en el Islam, el ayatolá
Mohammad Taqi Mesbah-Yazdí, a quien se puede considerar el
gran gurú de Ahmadineyad, afirma que la violencia no sólo
es intrínseca al ser humano, sino también necesaria. Y
termina diciendo que puesto que el jefe supremo es elegido
por Dios, su uso de la violencia es legítimo.
Sin
embargo, lejos de fortalecerla, la teoría de la violencia
legítima defendida por Yazdí resquebrajó la autoridad
religiosa del régimen. Además violaba otra de las
principales fuentes de su legitimidad: la Constitución. La
Constitución iraní establece claramente que la autoridad
del jefe supremo de la iglesia, del presidente y del
Parlamento no emana de Dios, sino del voto popular.
La
regla del imanato puso la Constitución en peligro desde el
principio. Aparte de esto, el régimen ya había perdido dos
de los tres puntales del poder que habían hecho históricamente
posible el despotismo en Irán: la monarquía, el dominio
económico de la ley del bazar en las ciudades y del
latifundio en el medio rural, y el clero. De estos tres sólo
queda el clero, y su poder es hoy muy precario. Por
consiguiente, a fin de afianzarse, el régimen recurrió al
cuarto puntal del despotismo iraní: el uso de la amenaza
por parte de las potencias extranjeras para justificar sus
constantes tratos secretos y las crisis abiertas con otros
países, fundamentalmente Estados Unidos.
La
presidencia de Georges W. Bush fue así un momento fructífero
para el régimen iraní, ya que la amenaza constante de acción
militar y de sanciones económicas fortaleció su control de
la población.
El
acercamiento a Irán que propone Barack Obama ha puesto al régimen
en una posición difícil. Ya no puede aparecer como
defensor de la soberanía nacional contra la intromisión
extranjera. Muy al contrario, muchas de las nuevas consignas
populares, como "Muerte a Rusia", sugieren que el
pueblo critica la política exterior gubernamental. También
en este dominio ha perdido legitimidad el régimen
gobernante.
Finalmente,
el clero, que hasta ahora había sido el soporte fundamental
del régimen, ha sido sustituido por una mafia militar y
económica. El Gobierno está dominado por una Guardia
Revolucionaria para la cual la función del clero no es
gobernar, sino prestar su legitimidad a quienes lo hacen.
Al
igual que en el caso de la monarquía anterior al régimen
actual, el poder de éste está cimentado tanto dentro como
fuera del país, lo que lo hace muy vulnerable al
descontento popular. Se puede establecer una comparación
entre la elección de Jimmy Carter en 1976 y la de Obama en
2008. Para los iraníes, la elección de Carter ponía en
peligro la fuente fundamental de poder externo de la monarquía,
el apoyo de Estados Unidos al Gobierno del Sha. De manera
semejante, si Obama persiste en su intento de abandonar la línea
dura en las relaciones con Irán, privando así al régimen
del factor crisis, este levantamiento podría seguir una
trayectoria similar.
Hay
otras similitudes. Algunas consignas populares, como, por
poner un ejemplo, la de "la regla del imanato ha
muerto", recuerdan a los eslóganes que se cantaban en
el periodo previo a la revolución de 1979, en la que el
pueblo gritaba a los cuatro vientos que el régimen del Sha
era ilegítimo. E, igualmente también que en 1979, este
alzamiento es pacífico.
Pero
el movimiento actual difiere en varios e importantes
aspectos del malestar político que llevaría a la revolución
de 1979. Mientras que las primeras demostraciones de
disconformidad en 1979 provenían de sectores exteriores al
régimen, la oposición actual empezó en el seno mismo del
régimen, cuando se amañaron las elecciones a fin de que no
saliera elegido Mir Hosein Musaví. No faltan, por supuesto,
indicadores que señalan que el levantamiento ha trascendido
la esfera del régimen para convertirse en un movimiento
verdaderamente popular. Pero todavía necesita tiempo para
extenderse por todo el país; tiempo para que "las
flores venzan a las balas", como fue el caso en el
levantamiento de 1979.
La
revolución de 1979 es hoy un acontecimiento histórico,
mientras que este levantamiento todavía está en proceso.
¿Adónde puede llevar? El futuro depende, en parte, de qué
consecuencias tenga el impasse político creado por el
propio Jamenei. El hecho de que se amañaran las elecciones,
por un lado, y de que Jamenei intentara perpetrar "un
golpe de Estado de terciopelo", por el otro, han
polarizado a ambos bandos.
Cambiar
de posición en cualquiera de los dos equivaldría a un
suicidio político. Jamenei y Ahmadineyad no pueden admitir
que amañaron las elecciones; de hacerlo, perderían la poca
credibilidad legal y política que les queda. El anterior
presidente, Alí Akbar Rafsanyani, es hoy uno de los
principales objetivos de los ataques de los partidarios de
Jamenei; y Musaví y Mehdi Karrubí, otro de los candidatos
presidenciales, saben que, si se pliegan a las demandas de
Jamenei, no sólo perderán el respaldo popular, sino también
quedarán a merced de un régimen implacable, que nunca los
perdonaría.
Esta
crisis puede tener varias consecuencias. Históricamente, la
principal táctica del régimen para mantener el control ha
sido dividir a las élites de la sociedad en dos grupos
irreconciliables y eliminar uno de ellos. Pero hoy, como el
proceso ha tocado el corazón mismo del régimen, esta táctica
se ha vuelto letal. Ciertos altos cargos gubernamentales se
oponen a Ahmadineyad y la crisis económica ha privado al régimen
de unos recursos necesarios, provocando aún más
descontento público. Esto abre una oportunidad para que el
pueblo iraní decida hasta dónde quiere llevar su lucha.
Si
deja de resistir, el pueblo iraní verá tiempos peores; si
continúa resistiendo, su levantamiento se transformará en
una revolución con todas las de la ley, con lo que el
establecimiento de la democracia en Irán sería una
posibilidad real. Todo indica hoy que los iraníes están
decididos a llevar este alzamiento hasta el final.
(*)
Abolhassan BaniSadr fue el primer presidente de la República
Islámica de Irán, desde enero de 1980 hasta junio de 1981.
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