La
política estadounidense y
las intervenciones militares
Por
Immanuel Wallerstein
Agence
Global, 15/09/09
La
Jornada, 29/09/09
Traducción
de Ramón Vera Herrera
En
las últimas semanas hay un marcado aumento de llamados,
procedentes tanto de los demócratas liberales como de los
republicanos conservadores, que piden algún tipo de pronta
estrategia de salida de Afganistán. Esto ocurre en el justo
momento en que el general Stanley McChrystal, comandante
estadounidense en Afganistán, y el secretario de Defensa,
Robert Gates, están a punto de recomendarle formalmente al
presidente Obama que incremente los compromisos de las
tropas estadounidenses allá.
No
hay nada seguro, pero la expectativa general es que Obama
acceda a esto. Después de todo, durante las elecciones dijo
que consideraba un error la intervención estadounidense en
Iraq y que quería una retirada pronta. Una de las razones
que dio fue que eso había evitado el envío de suficientes
tropas a Afganistán. Ésta era una versión del concepto de
mala guerra, buena guerra. Iraq era una mala guerra,
Afganistán era una guerra buena.
Parece
que ha habido mucho debate en el círculo interno del
presidente Obama en torno a si es prudente escalar los
compromisos militares estadounidenses en Afganistán. Se
dice que el principal oponente al escalamiento de tropas en
Afganistán es nada menos que el vicepresidente Biden. A éste
siempre se le ha considerado un halcón demócrata. Así
que, ¿cómo es que ahora es él quien se opone a la
escalada de tropas? Se dice que la razón es que considera
que Afganistán es un pantano irremediable y que invertir
tropas ahí impediría que Estados Unidos se concentrara en
la zona realmente importante: Pakistán. Así que he aquí
una nueva versión de la doctrina de una mala guerra y una
buena guerra. Afganistán se vuelve una mala guerra. Pakistán
es la buena guerra.
¿Por
qué es tan difícil para Estados Unidos zafarse de
intervenciones militares que tan patentemente está
perdiendo? Algunos analistas de izquierda, en ese país y en
otras partes, dicen que ocurre porque es una potencia
imperialista y por tanto se involucra en intervenciones
militares con el fin de mantener su poder económico y político
en el mundo. Esta explicación es bastante insuficiente, por
la sencilla razón de que Estados Unidos no ha ganado una
confrontación militar importante desde 1945. Como potencia
imperialista, ha mostrado una gran incompetencia en
conseguir sus objetivos.
Consideremos
las cinco guerras en que Estados Unidos ha comprometido
grandes cantidades de tropas desde 1945. La mayor –en términos
de número de tropas, costos económicos e impacto político–
fue Vietnam. Estados Unidos perdió la guerra. Las otras
cuatro fueron la de Corea, la primera guerra del golfo, la
invasión de Afganistán y la segunda invasión de Iraq. La
guerra de Corea y la primera guerra del golfo fueron empates
políticos. Terminaron en el punto exacto en que comenzaron.
Es claro que Estados Unidos está perdiendo la guerra en
Afganistán. Creo que la historia juzgará también la
segunda invasión de Iraq como empate. Cuando por fin se
retire Estados Unidos, no será más fuerte políticamente
que cuando se metió –de hecho es probable lo opuesto.
Así,
¿qué impulsa a Estados Unidos a involucrarse en acciones
de tal derrota política propia, especialmente si uno piensa
en Estados Unidos como una potencia hegemónica que intenta
controlar al mundo entero para sacarle ventaja? Para
responder a esto, debemos echar una mira a la política
interna de Estados Unidos.
Todas
las grandes potencias, en especial las hegemónicas, son
intensamente nacionalistas. Creen en sí mismas y en su
derecho moral y político de afirmar sus (así llamados)
intereses nacionales. La abrumadora mayoría de sus
ciudadanos se considera patriota, y busca que esto
signifique que su gobierno debe, de hecho, afirmarse
vigorosa y si es necesario militarmente en el ámbito
mundial. Desde 1945, el porcentaje de la población que en
Estados Unidos es, por principio, antimperialista, es políticamente
insignificante.
La
política estadounidense no se divide entre simpatizantes y
opositores del imperialismo. Se divide entre los que son
fuertemente intervencionistas y quienes creen en la
Fortaleza América. A los últimos solían llamarlos
aislacionistas. Los aislacionistas no son antimilitares. De
hecho, tienden a darle fuerte respaldo a invertir
financieramente en fuerzas militares. Sin embargo, son escépticos
en cuanto a utilizar estas fuerzas en lugares lejanos.
Por
supuesto, hay toda una gama de posiciones intermedias entre
los extremos de esta hendidura. El asunto crucial es que
casi ningún político está dispuesto a llamar a una
reducción seria en los gastos militares estadounidenses. Es
por eso que muchos de ellos entran a distinguir entre una
guerra mala y una guerra buena. Justifican la reducción de
los militares en las guerras malas y sugirieren que hay
otros mejores usos para los militares. En este punto,
debemos analizar las diferencias entre los partidos Demócrata
y Republicano al respecto de estas cuestiones. El ala
aislacionista del Partido Republicano fue muy fuerte antes
de la Segunda Guerra Mundial, pero desde 1945 se ha vuelto
muy pequeña. Desde 1945 los republicanos han tendido a
hacer llamados en pos de inversiones mayores en aspectos
militares y es común que argumenten que los demócratas han
sido muy suaves en cuestiones militares.
El
hecho de que los republicanos hayan sido muy inconsistentes
al respecto no parece haber afectado su imagen pública. Por
ejemplo, cuando el presidente Clinton quiso enviar tropas a
los Balcanes, los republicanos se opusieron. No tuvo
importancia. El público estadounidense parece tomar a los
republicanos, en su palabra, como halcones patriotas, no
importa lo que hagan.
Los
demócratas tienen el problema contrario. Ha habido una gran
cantidad de libros con argumentos creíbles que muestran que
los gobiernos demócratas han estado más dispuestos que los
gobiernos republicanos a involucrarse en intervenciones
militares en el extranjero (por ejemplo Corea y Vietnam). No
obstante, los republicanos denuncian constantemente a los
demócratas por ser palomas en sus puntos de vista
militares. Es cierto que una gran minoría de votantes demócratas
ha sido, de hecho, paloma, pero esto no es el caso de un
gran número de políticos demócratas. Estos políticos
siempre han estado preocupados de que sus votantes los
consideren palomas y se vuelvan en su contra por esa razón.
Los
demócratas por tanto, casi siempre han utilizado la línea
de la mala guerra y la buena guerra. Eso no le ha hecho
mucho bien. Los demócratas parecen estar atrapados en la
etiqueta de ser menos machos que los republicanos. Así que
la cuestión es sencilla. Cuando Obama hace sus decisiones
sobre estos asuntos, no es suficiente que él analice si
hace sentido en términos militares o políticos que haya
una escalada de tropas en Afganistán o no la haya. Por
encima de todo, él se preocupa de que él, o más
ampliamente el Partido Demócrata, sean etiquetados de nuevo
como capitulantes, de palomas, como los que han perdido países
a los enemigos –a la Unión Soviética en los viejos
tiempos, a los terroristas, hoy.
Entonces
es probable que Obama envíe más tropas, y la guerra de
Afganistán entrará en el sendero de la guerra de Vietnam.
Sólo que, para Estados Unidos, el resultado será peor,
porque no hay un grupo oponente, racional y coherente, ante
quien perder la guerra –que permita a los helicópteros
estadounidenses retirar sus tropas sin dispararles. Alguna
vez que Bertold Brecht se puso cínico o se enojó con los
regímenes comunistas, les dijo que, si el pueblo se
rebelaba contra su sabiduría, debían cambiar al pueblo.
Tal vez es lo que Obama necesita hacer –cambiar al pueblo,
su pueblo. O tal vez, con el tiempo, el pueblo se cambie a sí
mismo, y si Estados Unidos pierde muchas más guerras, sus
ciudadanos se despierten dándose cuenta que las
intervenciones militares estadounidenses en el extranjero
son gastos militares increíblemente grandes en casa y no
son la solución a sus problemas, sino el mayor impedimento
para la supervivencia y el bienestar nacional
estadounidense.
|