El gobierno yemení ha dejado de lado un tercer foco de
violencia. Y éste no sería otro que el resurgir de la
segunda generación de al Qaeda.
Los ataques contra los refugiados del norte del país y
los enfrentamientos armados del gobierno central con
rebeldes en esa región han sacado a Yemen del ostracismo
informativo al que se le suele someter. Noticias
relacionadas con violencia o conflictos armados son las únicas
ocasiones en que este país accede a las primeras páginas
de los medios de comunicación occidentales.
Uno de los estados más pobres del mundo árabe, con un
27% de inflación, cerca del 45% de desempleo y unas cifras
de malnutrición cercanas al 50% entre la población
infantil (más de la mitad de la población es menor de
dieciséis años), son algunos datos que prefieren ocultarse
a la hora de acercarnos a aquella realidad.
Sin embargo, para comprender mejor la situación es
necesario reconocer la existencia de toda una serie de
factores, internos y externos a Yemen, que interrelacionados
entre sí están condicionando el desarrollo y el futuro de
la población yemení. La organización tribal de la
sociedad y las consiguientes subdivisiones de dicho sistema,
la presencia de un importante movimiento jihadista, los
conflictos religiosos, la corrupción, la ausencia efectiva
de gobierno central en buena parte del país; unido todo
ello a las consecuencias de la crisis económica, con unas
perspectivas muy negativas en torno a los recursos petrolíferos,
la cada vez mayor dependencia social del qat (y sus
consecuencias en torno al acceso al agua y al desarrollo agrícola),
el imparable crecimiento demográfico (se espera que dentro
de veinte años se duplique la población actual), conforman
un difícil panorama venidero.
Tres focos mediáticos centran la actuaidad. Uno de ellos
lo encontramos en torno a los enfrenamientos de estos meses
entre las fuerzas gubernamentales y los rebeldes del norte
de Yemen. Desde hace cuatro años, en la zona montañosa de
Sa´dah los miembros de la familia Houthi mantienen un
violento pulso con el gobierno central. Diferencias
religiosas (los rebeldes son chiíes, frente a la mayoría
suní del país), marginación económica, privados de
servicios e infraestructuras, y posturas políticas
abiertamente enfrentadas (los Houthi rechazan la alianza de
Yemen con Estados Unidos) han convertido el norte yemení en
un foco de violentos enfrentamientos.
Desde la capital se ha respondido con inusitada violencia
contra los rebeldes, poniendo al frente de las tropas
militares a un destacado salafista y no dudando en atacar
objetivos civiles, como hace unos días contra el campamento
de desplazados.
Aunque de una intensidad menor, pero con consecuencias
futuras impredecibles, el sur de Yemen también ha asistido
a un rechazo hacia el gobierno central. Durante el verano
del 2007 se sucedieron las protestas en Aden, el motivo
esgrimido era las bajas pensiones que percibían los
miembros del antiguo ejército del sur. Sin embargo, esa era
la punta de un iceberg mucho más complejo. Los agravios
hacia el sur englobaban los problemas en torno a la
confiscación de tierras, el retiro obligatorio para los
oficiales del sur, la exclusión de la población de las
redes de influencia y de los beneficios del gobierno
central. Además, teniendo en cuenta que la riqueza petrolífera
se encuentra en esta zona de Yemen, sus habitantes protestan
por el reparto de los beneficios de esa riqueza, que van a
parar en su casi totalidad a los bolsillos del gobierno
central y sus aliados tribales.
Las demandas secesionistas siguen aumentando, a pesar de
la represión gubernamental. Además, otro factor ha entrado
en escena, la formación de una nueva alianza en torno al
movimiento que puede poner en serios aprietos al gobierno de
Sanaa. La frustración contra la élite de la capital ha
logrado aglutinar a algunos líderes tribales, dirigentes
sociales, antiguos oficiales del ejército del sur, e
incluso de algunos destacados dirigentes de la izquierda que
viven en el exilio. A todo ello habría que añadir el apoyo
público de un antiguo aliado presidencial y con un
importante pasado como mujaidin en Afganistán, e incluso
las manifestaciones de un alto dirigente local de al Qaeda
que habría dado su respaldo a las demandas del sur.
El gobierno yemení ha estado centrado en estos dos
conflictos, dejando de lado el tercer foco de violencia. Y
éste no sería otro que el resurgir de la segunda generación
de al Qaeda. A finales del 2003, tanto Sanaa como Washington
pregonaron el final de esa organización en Yemen, con la
muerte de sus dirigentes, con buena parte de sus miembros en
prisión, los nuevos reclutas de al Qaeda optaban por luchar
en otras zonas como Iraq.
Sin embargo, las cosas cambiarán rápidamente. La formación
de una nueva dirección de al Qaeda (en parte facilitada por
la fuga de prisión de varios de ellos en 2006), y el uso de
mensajes adecuados para la audiencia local (desde Palestina
hasta Iraq) han posibilitado que esta organización
anunciase en 2007 (tras un ataque contra turistas
occidentales) su vuelta al país, lo que certificó con una
serie de ataques contra la embajada de EE.UU. o contra
turistas extranjeros.
Tras meses preparando y tejiendo toda una red por el país
(algunos analistas apuntan que a día de hoy puede ser la
organización "más representativa" del país, ya
que ha sido capaz de superar las diferencias e identidades
tribales, de clase o regionales) el pasado mes de enero
anunció la confluencia de sus ramas de Yemen y Arabia Saudí
en una sola organización, "al Qaeda de la Península
Arábiga". Este grupo tendría su centro en Yemen, pero
su campo de actuación se extendería por los países
vecinos también. De hecho, el reciente ataque contra un
destacado miembro de la familia real saudí hay que
enmarcarlo en esa nueva coyuntura.
Algunos señalan que el presidente Saleh "está
bailando con serpientes", y su alianza estratégica con
Washington no ha hecho sino aumentar la peligrosidad de la
situación. Para Occidente, Yemen es un "estado en la línea
del frente en la guerra contra el terror", si acaba
convirtiéndose en un "estado fallido" las
consecuencias para esa estrategia serían nefastas. Por ello
muchos analistas coinciden en señalar que si la situación
sigue deteriorándose uno de los escenarios posibles sería
una repetición de lo que acontece en Afganistán o en
Somalia.
La importancia geoestratégica de Yemen (si a todo lo
anterior añadimos además el conflicto de la piratería) es
más que evidente, y el país está haciendo frente a un
abanico de múltiples problemas, interrelacionados entre sí.
Por ello, no es de recibo señalar que con la "solución
a esos tres focos mediáticos" se resuelve el problema.
Esos mismos análisis evitan afrontar las consecuencias de
la política de intervención mundial impulsada por
Occidente, y tampoco hacen hincapié en los obstáculos domésticos
mencionados anteriormente.
Las próximas elecciones presidenciales deberían tener
lugar en 2013, y si el actual presidente ha gobernado desde
la unificación del país en 1990, todavía no ha anticipado
su posición de cara a las mismas. De aquí a entonces la
situación yemení puede entrar en una vía sin retorno, y
las consecuencias de la explosiva situación son difíciles
de anticipar.
(*) Txente Rekondo, del Gabinete Vasco de Análisis
Internacional (GAIN).