Es notorio y hace mucho que la Casa Blanca se entretiene
en apoyar golpes de Estado y/o dictaduras, de Somoza a
Musharraf, de Pinochet y Videla al propio Saddam Hussein en
su momento, de Trujillo y Stroessner a la monarquía saudí
y un largo etcétera. Obama ha utilizado un recurso que rara
vez se emplea: el sostén irrestricto a un régimen que se
repite gracias a un fraude electoral de dimensiones
abrumadoras: el presidente afgano Hamid Karzai cumplirá un
segundo mandato, bendecido por Washington.
Los indicios de la farsa comicial en Afganistán no
escaseaban, pero el ex diplomático estadounidense Peter
Galbraith, hijo del economista, precisó sus alcances el
domingo pasado: manos desconocidas –seguramente no para
Karzai– depositaron en las urnas un tercio de los
sufragios que le dieron el triunfo en la primera vuelta.
Galbraith sabía de qué hablaba: había sido hasta unos días
antes el segundo de la misión del Consejo de Seguridad de
la ONU enviada a Kabul para asegurar que las elecciones
fueran "libres, justas y transparentes". Encontró
que no era así y su jefe, el diplomático noruego Kal Eide,
lo renunció por testigo discutidor y molesto.
Eide le había ordenado, antes de las elecciones, que no
insistiera en su opinión de que Karzai usaría las casillas
instaladas en zonas inestables para cometer fraude. "En
otras fases críticas del proceso electoral también se me
ordenó que pasara por alto esa cuestión", señaló el
renunciado (www.washingtonpost.com, 4–10–09). Agregó:
"Mi equipo recogió evidencias de centenares de casos
de fraude en todo el país y, lo que es más importante,
reunió información sobre el recuento de sufragios en las
provincias claves del sur, donde aparecieron pocas personas
en las casillas, pero se registró un elevado número de
votos. Eide nos ordenó que no compartiéramos esos datos
con nadie, incluida la Comisión de Denuncias Electorales
(CDE), una institución afgana auspiciada por la ONU que
tiene el mandato de investigar el fraude". La reelección
de Karzai ya venía asegurada.
La Casa Blanca lo ratificó a fines de septiembre en un
reunión que Hillary Clinton mantuvo con Rangin Dadfar
Spanta, ministro de Relaciones Exteriores de Afganistán: le
manifestó que había acordado con sus colegas de la OTAN
"que Karzai sería presidente aunque la investigación
sobre el fraude le impidiera ganar sin una segunda
vuelta" (www.newstatesman.com, 29–9–09). La democrática
Casa Blanca tiene, al parecer, una concepción muy
particular de la democracia.
El resultado preliminar le otorgó a Karzai el 54,6 por
ciento de los votos, contra el 28 de su principal
contendiente, Abdullah Abdullah, pero si al primero se le
descontara el 1,1 millón de votos, producto estimado del
fraude, difícilmente sería electo en la primera vuelta. La
Constitución afgana establece que para ello hace falta la
mitad de los sufragios emitidos más uno. Pero no habrá
segunda vuelta, Eide se ha encargado de que así sea.
La CDE emitió un nuevo reglamento especialísimo: de las
muestras de las casillas de las que los votos se volverán a
recontar –un 10 por ciento del total– se determinará el
porcentaje de votos válidos que resultaren fraudulentos y
éste se descontará de la votación total de cada candidato
sin importar el origen de la trampa (Reuters, 5–10–09).
Dicho de otra manera: si se le restara a Karzai un 20 por
ciento de los votos, lo mismo les sucederá a Abdullah
Abdullah y a los otros 38 aspirantes a la presidencia que se
anotaron para los comicios del 20 de agosto. Sería un
milagro que el presunto electo obtenga menos del 50 por
ciento.
El general Stanley McChrystal, comandante en jefe de las
tropas invasoras, también abogó por Karzai. "La
estrategia militar y política de EE.UU. se centra cada vez
más en darle legitimidad al gobierno de Hamid Karzai",
informa The Guardian (www.guardian.co.uk, 23–9–09). Pero
diplomáticos y observadores –agrega el periódico británico–
estiman que el fracaso de la reciente elección presidencial
"ha destruido la estrategia de Obama para Afganistán
al primer obstáculo... los comicios han llevado a un primer
plano la inquietud por la corrupción y la
legitimidad". Para McChrystal, la solución estriba en
enviar antes de fin de año de 30.000 a 40.000 efectivos más
al país invadido, en el que había ya 58.000 al 30 de
junio. Para no hablar de los 74.000 mercenarios, cuya cuantía
supera con creces a la de las tropas regulares
estadounidenses (The Wall Street Journal, 22–8–09).
La actividad guerrillera de los talibán se mantiene después
de ocho años de guerra y el mes de septiembre fue nefasto
para los invasores. El muy inglés International Council on
Security and Development acaba de publicar un mapa de
Afganistán en el que se establecen las zonas de acción
insurgente: es constante en un 80 por ciento del territorio
y discontinua en otro 17 por ciento (www.icosgroup.net,
10–9–09), casi todo el país. Esto no se arregla con más
tropas.