Las
montañas de Afganistán se vuelven rápidamente verdes en
su similitud con las selvas de Vietnam. La revelación de
esta semana en el New York Times de que el hermano del
presidente afgano Hamid Karzai, Ahmed Karzai, es un “matón”,
“presunto protagonista en el próspero comercio ilegal de
opio del país,” y “en la nómina de la CIA,” impacta
no por su contenido noticioso, sino por el hecho de que fue
hecha por lo que parecen ser funcionarios de la Casa Blanca.
Estamos de vuelta en 1963.
Fue
el año en el que el presidente estadounidense John F
Kennedy, recién salido de su victoria en la crisis de los
misiles cubanos, comenzó a imponerse con más fuerza en el
conflicto vietnamita, que había sido, hasta entonces,
dirigido casi totalmente por la CIA.
El
presidente estaba interviniendo porque Ngo Dinh Diem, el
hombre de la CIA en Saigón, la ciudad que gobernaba en un
país que sólo trataba de gobernar, había ganado una
reputación como gángster, matón, y narcotraficante tanto
en el terreno en Vietnam como en la prensa internacional.
Diem
había construido cuidadosamente una red de poder desde su
base de seguidores católicos, traficantes franceses
post–coloniales de armas y narcóticos, criminales
locales, de la industria del control de la prostitución y
de los bares, y mediante su trabajo con un antiguo sindicato
criminal de Saigón conocido como Bin Xuyen, originalmente
piratas fluviales, ahora traficantes en narcóticos, y de
mayor importancia, información. Su red de espionaje era
exhaustiva y aterrorizaba a la población local. Mediante
esa red, Diem, un hombre que mantenía un casino en
funcionamiento en el piso superior de su palacio
presidencial, había logrado un control firme sobre la
seguridad de Saigón.
Sin
embargo, los norvietnamitas habían creado una exitosa campaña
de relaciones públicas contra Diem por esas mismas razones.
Kennedy sintió que tenía que persuadir a la población de
Vietnam, y que nunca lo podría hacer con un matón tan
conocido en ese puesto. Esto estaba en contradicción
directa con la perspectiva de la CIA. Su jefe en Asia,
Edward Lansdale, había dado alas personalmente al ascenso
de Diem al poder. Pensaba que Diem, por sucio que fuera, había
dado grandes pasos en el control de un país del cual los
coloniales franceses habían huido hace tan poco tiempo.
La
disputa se hizo personal: Kennedy convocó a Lansdale a la
Casa Blanca, y Lansdale luchó con uñas y dientes en una
reunión de Seguridad Nacional de septiembre de 1963 para
que el presidente respaldara a Diem y le diera apoyo moral y
político, así como financiero y militar. Lansdale recriminó
al gobierno por no haberlo hecho todavía – e incluso llegó
a acusar a funcionarios del Departamento de Estado de haber
tratado de asesinar a Diem en 1960.
En
última instancia, Kennedy llegó a la conclusión de que
EE.UU. podía persuadir mejor a Vietnam reemplazando a Diem.
Ordenó al embajador estadounidense de la época, Henry
Cabot Lodge, que no se reuniera con Diem, y pronto los
comandantes militares estadounidenses dieron su aprobación
a un golpe de los dirigentes militares del propio Diem.
Los
nuevos dirigentes dejaron que la red de matones, criminales,
gánsteres y ex colonialistas se desintegrara y, con ella,
la seguridad de Saigón. El golpe llevó a una interminable
lucha por el poder entre dirigentes militares sudvietnamitas
por el control de diversos centros de poder de la antigua
red. En medio del caos, los dirigentes norvietnamitas
pudieron infiltrar rápidamente la ciudad.
En
las palabras del politburó norvietnamita: “Diem fue uno
de los individuos más fuertes en la resistencia contra el
pueblo y el comunismo. Diem hizo todo lo posible en un
intento por aplastar la revolución. Diem fue uno de los
lacayos más competentes de los imperialistas de EE.UU…
Entre los anticomunistas en Vietnam del Sur o exiliados en
otros países, ninguno tiene suficientes recursos y
capacidades políticas para llevar a otros a obedecer.”
Ho
Chi Minh pensaba que Diem era una personalidad tan poderosa
que “apenas podía creer que los estadounidenses pudieran
ser tan estúpidos” como para reemplazarlo.
Por
cierto, la predicción de Ho Chi Minh resultó ser exacta.
Bajo el nuevo régimen, Saigón fue de mal en peor,
obligando más adelante a la CIA a reinstalar una política
de “hombre fuerte” en la ciudad, sólo para ver cómo el
apoyo para su régimen y eficacia era debilitado por la
ofensiva del Tet. En Vietnam, no tuvieron éxito ni la ruta
idealista de librarse de los matones ni la ruta cínica de
reinstalarlos en el poder. En última instancia, para los
vietnamitas no existía una razón convincente para que
EE.UU. estuviera en Vietnam.
Y
por lo tanto no es una gran sorpresa, sino un oportuno
recuerdo, que también esta semana un destacado personaje
estadounidense en Afganistán haya presentado su renuncia,
declarando: “He perdido la comprensión y la confianza en
los propósitos estratégicos de la presencia de EE.UU. en
Afganistán.” Mathew Hoh, Representante Civil Sénior del
gobierno de EE.UU. en la provincia Zabul, escribió el 10 de
septiembre en una carta de renuncia de cuatro páginas que:
“tengo dudas y reservas sobre nuestra actual estrategia y
la estrategia futura planificada, pero mi renuncia no se
basa en cómo estamos manejando esta guerra, sino por qué y
con qué objetivo.”
Ahora
el presidente Barack Obama elige entre estrategias en
Afganistán, y el New York Times informa que en su gobierno
hay “profundas divisiones.” Pero parecen estar divididas
sólo entre las estrategias del cinismo y del falso
idealismo. La Casa Blanca ya ha dejado en claro que su
decisión tendrá que ver con un aumento de tropas, la
pregunta es sólo su tamaño y el modo como serán
desplegadas.
En
toda la superabundancia general en los medios de masas que
ha estado cubriendo la decisión sobre Afganistán, desde el
servil episodio en Nightline dedicado a “un día en la
vida” de Stanley McChrystal, al más reciente artículo
del New York Times sobre el supuesto hermano narcotraficante
de Karzai, pocos han explorado el motivo por el cual EE.UU.
permanece en Afganistán.
El
artículo del New York Times, basado en declaraciones de
“funcionarios estadounidenses” indica sólo una cosa:
que la Casa Blanca ha decidido claramente enfrentar a la
CIA, y a Karzai, sobre la política afgana, debilitando a
ambos en un rápido ataque noticioso. Lo que obviamente no
ha decidido es retirarse de Afganistán.
Hay
un antiguo dicho diplomático británico que dice: “EE.UU.
hará siempre lo correcto, después de haber probado todas
sus otras opciones.” Esperemos que 45 años después de
1963 hayamos llegado más lejos. Pero no parece ser así.
(*) Michael Wallach es antiguo
analista sénior para Opinión Pública de Oriente Próximo
en el Departamento de Estado. Renunció, con poco ruido,
debido a la política general de EE.UU. en Oriente Próximo.