Cuenta
la historia que Franklin Delano Roosevelt, presidente de
Estados Unidos desde 1932 a 1945, afirmó en una oportunidad
que el dictador proestadounidense Anastasio Somoza “es un
hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”.
La
dinastía Somoza gobernó a Nicaragua durante 40 años con
mano de hierro, siempre con el aval de Washington.
Han
pasado casi 80 años desde que Somoza le tendió una trampa
a Augusto Sandino para asesinarlo cobardemente.
Muchas
cosas han cambiado en el mundo desde entonces, pero la política
imperial de aliarse a cualquier “hijo de puta” que
responda a sus intereses no puede incluirse en el ítem de
los cambios.
No
es nada fácil poder evidenciar estas afirmaciones de manera
contundente, pero la misma historia a veces nos ofrece
posibilidades de hacerlo.
El
pasado 12 de noviembre, Prensa Latina informaba que la
secretaria estadounidense de Estado, Hillary Clinton,
“exigió” al presidente afgano Hamid Karzai a erradicar
la extendida corrupción en Afganistán y aceptar una mayor
responsabilidad por su propia defensa. Es una declaración
casi risueña, si tomamos en cuenta que una semana antes el
canciller francés, Bernard Kouchner, había asegurado que
Karzai era corrupto pero que a la vez era “nuestro
hombre”.
“Karzai
es corrupto, ok, la corrupción es endémica en Afganistán…
es nuestro hombre, debemos legitimarlo”, afirmó Kouchner
en un arranque de sinceridad.
No
es un detalle menor, Estados Unidos y sus aliados llegaron a
Afganistán prometiendo democracia, impusieron a Karzai a
sangre y fuego, luego lo legitimaron con elecciones bajo la
ocupación y en agosto pasado le organizaron otras
elecciones que los mismos veedores de la ONU declararon
fraudulentas.
Decidieron
organizar una segunda vuelta para volver a legitimarlo, pero
el candidato que debía enfrentar a Karzai se retiró
argumentando que no existían condiciones mínimas para
permitir unas elecciones limpias.
Pese
a todo Kouchner declara que hay que legitimarlo -claro que
Hillary Clinton es más inteligente y no se atrevió a
tanto-.
Tal
vez porque está asesorada por altos funcionarios de la CIA,
que según denunció el New York Times el pasado 28 de
octubre, mantuvo durante años al hermano de Karzai, Ahmed
Wali como personal estable de la agencia.
Ahmed
Wali ayudo a la CIA a reclutar paramilitares cerca de
Kandahar (la segunda ciudad más grande de Afganistán) y a
arrendar una base militar.
El
buen hermano de Karzai también es uno de los traficantes de
drogas más connotados de Afganistán.
Sobre
la relación de los ocupantes con el tráfico de drogas se
publicaron unos datos muy interesantes en el Asia Times (que
reprodujo Rebelión).
Allí
pudimos enterarnos gracias a una nota del periodista M K
Bhadrakumar que el ministro de Lucha contra las Drogas en
Afganistán, general Khodaidad Khodaidad denunció que
contingentes de la OTAN de EE.UU., Gran Bretaña y Canadá
estaban “gravando” la producción de opio en las
regiones bajo su control.
El
ex director general de la Inteligencia Interservicios de
Pakistán (ISI), general Hamil Gul, había afirmado
anteriormente que aviones militares estadounidenses estaban
siendo utilizados para el narcotráfico en Afganistán.
También fuentes rusas bien informadas hicieron comentarios
en los medios de que tropas estadounidenses estaban haciendo
un próspero negocio en el narcotráfico en Afganistán,
ascendiente a cientos de millones de dólares.
Por
lo que se puede apreciar, el problema imperial no se
circunscribe a apoyar a tal o cuál hijo de puta en
determinado país, sino a erigirse en los principales hijos
de puta en si mismos.
Suena
feo y ordinario, pero se infiere de sus propias
consideraciones, y de realizar una apreciación lisa, llana
y despojada de hipocresías.