El
ejército norteamericano está luchando en dos guerras y al
límite de su capacidad. Por eso, los soldados van cada vez
más seguido y se quedan más tiempo en el teatro de
operaciones. La consecuencia, crecientes problemas de salud
mental.
El
Sargento Justin "Jon" Garza, 27 años, llegó a
Fort Hood –la base militar norteamericana donde tuvo lugar
la trágica masacre que puso fin a la vida de 13
soldados–, en junio del año pasado.
Especializado
en comunicaciones, ya había servido en el exterior seis
veces, incluyendo una en Oriente Medio y dos en Irak, adonde
tenía que volver en septiembre. Sin dudas, había visto
demasiado.
Garza
tenía problemas graves de alcoholismo. Con esta adicción y
tras romper con su novia, decidió que no podía seguir en
las fuerzas armadas. Primero pensó en desertar. Y luego
intentó suicidarse con un fusil. Se salvó de milagro.
Lo
internaron en el Hospital de Fort Hood. ¿El diagnóstico?
"Depresión y dificultades para adaptarse",
dijeron los psiquiatras. Decidieron que se fuera a vivir a
la casa de su mejor amigo, un soldado como él. Lo pusieron
bajo vigilancia antisuicida de lunes a viernes. Pero Garza
logró finalmente lo que quería. Sólo once días después
de salir del hospital se suicidó. Era un sábado.
"He
estado destruido y con un gran dolor desde hace ya mucho
tiempo. No podía seguir así. Nunca he sido bueno para
abrirme y para decir lo que siento, por lo tanto las cosas
se fueron acumulando y cada vez fue peor", dice la nota
que Garza le dejó a su madre, Teri Smith, de 52 años, para
despedirse y explicarle su drástica decisión. Clarín
intento comunicarse con Smith, sin éxito. Después de que
la historia de su hijo fue publicada por primera vez en Los
Angeles Times, la familia desconectó el teléfono.
La
masacre perpetrada por el mayor psiquiatra Nidal Hasan, el 5
de noviembre pasado, ha colocado bajo la lupa la salud
mental de los soldados estadounidenses.
Y el
caso de Justin "Jon" Garza es uno de los mejores
ejemplos de lo que llaman PTSD (post traumatic stress
disorder) y de las fallas que existen en el sistema
norteamericano para prevenirlo y curarlo.
De
acuerdo al Instituto Nacional de Salud Mental, el PTSD es un
"problema de ansiedad que puede desarrollarse después
de haber estado expuesto a acontecimientos terribles en los
que ha habido daños físicos importantes".
Los
síntomas son pesadillas, dificultad para dormir, depresión,
entumecimiento emocional y sensación de estar al borde del
abismo.
Las
estadísticas oficiales indican que el número de suicidios
en las fuerzas armadas estadounidenses viene aumentando rápidamente
desde hace cuatro años. En el 2008, se suicidaron 128
soldados, con lo que se superó el número récord en la
guerra de Vietnam. En lo que va de 2009, ya hubo 177
suicidios, diez de ellos en Fort Hood, Texas, incluyendo el
de Garza.
Eso
no es todo: 3 de cada 10 soldados que han servido en Irak o
en Afganistán durante por lo menos dos períodos de 15
meses tienen problemas mentales graves.
Por
estar luchando en dos guerras a la vez, el ejército
estadounidense está al límite de su capacidad. Los
soldados sirven en la guerra por períodos cada vez más
largos. El tiempo en el teatro de operaciones es mucho más
prolongado de lo aconsejable: se quedan hasta 15 meses y
además son enviados a la guerra hasta cuatro o cinco veces.
Esto
tiene un efecto acumulativo, la separación de las familias
es más larga y están más expuestos al horror de la
guerra. El tema es particularmente urticante en este momento
ya que el presidente Barack Obama debe decidir si envía mas
soldados a Afganistán y, si lo hace, cuántos deberían
partir.
Uno
de los obstáculos que enfrentan los psiquiatras militares
es la propia cultura militar, que hace que los soldados
"deban esconder sus debilidades" y "demostrar
que son fuertes".
"Los
soldados que perdieron en Irak sus piernas o les amputaron
un brazo reciben condecoraciones. Pero yo que perdí la
cabeza no recibo ni siquiera un gracias por mi servicio. A mí
nunca me escuchan. No me escuchan", se quejó Sophia
Taylor, una de los tantos soldados que hacen terapia de
grupo en el Walter Reed, el hospital militar donde hizo su
residencia el autor de la masacre de Fort Hood, Nidal Hasan.
De
hecho, nadie lo escuchó cuando al terminar su residencia
hizo una presentación en la que, frente a sus profesores,
explicó que los militares estadounidenses podían verse
amenazados por soldados que profesaban la religión del
islam y estaban conflictuados por tener que luchar en países
musulmanes como Irak y Afganistán.
"Cada
vez es más difícil para los musulmanes justificar
moralmente el pertenecer a un ejército que está en guerra
continuamente contra los musulmanes", dijo Hasan.
"Si grupos de musulmanes logran convencer a gente que
profesa la religión islámica que ellos están luchando
para Dios contra las injusticias de los infieles, es decir,
los enemigos del islam, entonces esa gente puede convertirse
en un adversario potencial, es decir en terroristas
suicidas".